REMOVIENDO LAS ESTANCADAS AGUAS DEL TURISMO

Francisco Muñoz de Escalona
mescalafuen@telefonica.net

41 Turismo, socialismo, capitalismo, sostenibilidad y globalización

No cabe duda de que hoy el conjunto de los cinco sustantivos del título configuran el coctel de moda, el combinado que más se lleva en la comunidad de turisperitos. Recuerda el título de aquel gran libro de Joseph Alois Shumpeter publicado en 1942, editado en España en 1968 por Aguilar, titulado Capitalismo, socialismo y democracia, un texto que fue de culto en el siglo pasado pero que ha caído en el olvido sin justificación alguna. Shumpeter, natural de Moravia (hoy Chequia), vivió en USA y fue marxista en su juventud. Conoció a la perfección el pensamiento económico clásico en versión de Karl Marx y demostró sus debilidades. Fue profesor en la Universidad de Harvard y en otras universidades de USA donde tuvo oportunidad de conocer al detalle el sistema económico americano.

Especificó que os tres elementos básicos del sistema capitalista avanzado, que los marxistas llaman capitalismo monopolista de estado, son:

  1. la propiedad y la libre iniciativa privada.
  2. la producción para el mercado generadora de una continua división del trabajo.
  3. el continuo incremento de la oferta monetaria por medio de la concesión de créditos a las empresas y a las familias por parte de las entidades bancarias.

El sistema capitalista según Shumpeter es un sistema estable en sí mismo. Es, pues, sostenido en el tiempo porque está anclado en una mentalidad específica de la sociedad, en su modo de vida y en un sistema político basado en la democracia y en la libertad. Pero no descarta posibles alteraciones que provocan los ciclos económicos como consecuencia del problema derivado de la saturación de los mercados de productos estratégicos. Para Schumpeter el capitalismo es un sistema basado en la racionalización del sistema productivo que cambió progresivamente la sociedad feudal basada en instituciones como la Iglesia, el castillo del señor feudal, la comunidad de la aldea, un sistema en el que se repetían constantemente las mismas secuencias de producción año tras año.
La sociedad feudal vivía en un ambiente “estable” de producción y consumo pero de bajo perfil y pobreza generalizada.
El cambio lo propició la independencia de esas instituciones y la necesidad de incrementar la competencia a lo que se deben los “booms” y las depresiones.
Schumpeter atribuye el origen del capitalismo a una evolución gradual de la sociedad medieval —en la que los excedentes productivos de las autosuficientes comunidades campesinas pertenecían a la iglesia y al señor feudal— hacia una concepción más racional del mundo circundante y de las instituciones políticas. Diferenció claramente entre progreso económico, estabilidad política y progreso social. Auguró la decadencia del capitalismo —por razones muy diferentes a las que estableció Marx— como víctima de su esclerosis interna y del creciente rechazo de los intelectuales (cuya influencia probablemente sobrestimó) y de la creciente injerencia del Estado en la planificación económica. No era partidario de la intervención estatal en los mercados, sino de la libre concurrencia. Consideraba al capitalismo el mejor sistema para el progreso económico, pero no encontró la fórmula magistral de evitar su colapso, inevitable en la opinión de Schumpeter.
Obviamente, el capitalismo no ha terminado colapsando por una razón: porque, como demuestra Shumpeter, después de cada crisis surge de sus propias cenizas como ave fénix.
En estos momentos el sistema capitalista ha entrado en crisis por las disfunciones del sistema financiero que algunos achacan a la desregulación gubernamental que Milton Friedman propició a partir de las últimas décadas del siglo XX. Es cierto que, en la última década, el socialismo sí se derrumbó, y lo hizo estrepitosa y sorpresivamente, un fracaso que ha sido cuidadosamente silenciado por quienes, en palabras de Popper, son los enemigos declarados de las modernas sociedades abiertas.
Hoy estamos en plena avanzada del ataque de esos enemigos los cuales se están encargando de demonizar a lo que se viene llamando “los mercados”, a los que se trata de dar estatus ontológico. Es a ellos a los que se atribuye la crisis económica actual por dar créditos demasiado alegremente y por restringirlos después hasta niveles preocupantes. Los mercados, que en realidad somos todos, las entidades que prestan y los agentes públicos y privados que piden prestado, son acusados sumariamente de una cosa y de la contraria. Propician así sus críticos lo que Hayek llamó con acierto el camino hacia la servidumbre, el que transita por el desaforado intervencionismo de la Administración Pública en sistema productivo y financiero.
A esta situación hay que añadir la conciencia exacerbada desde los años sesenta de la evidencia de los límites del crecimiento que ha enseñado las orejas el espectacular crecimiento de la riqueza, lo que está llevando al progresivo agotamiento de los recursos naturales no renovables. Se rechazó, pues, el crecimiento la riqueza sin conciencia de los límites del planeta (lo que se llamó desarrollo continuo o sostenido) y se postuló la necesidad de un crecimiento que tuviera en cuenta esos límites (al que se llamó, alternativamente, desarrollo sostenible o sustentable).
La sostenibilidad o sustentabilidad se convirtió en un objetivo prioritario sin importar que entrara en colisión con el objetivo del desarrollo.
La desregulación consiguió después establecer crecientes cotas de libertad de movimientos de capitales y en menor medida de las fuerzas de trabajo hasta el punto de que se llegó a diagnosticar que el sistema productivo rompió los estrechos límites nacionales para alcanzar un marco global.
Los tres ejes del proceso anterior a la crisis actual son: la desregulación o neoliberalismo, un sistema financiero mundial y la creciente competencia de la producción de cada vez más productos a escala global.
En esas estábamos y es incuestionable que, a pesar de sus defectos, el mundo alcanzó cotas de riqueza sin parangón en el pasado. Shumpeter asegura que los monopolios han hecho más contra la pobreza que los sindicatos. Hasta la República Popular China ha asumido los factores apuntados y se ha adherido a una mezcla sui generis de capitalismo y socialismo a través de la cual está despegando tan espectacular que ya se sitúa entre las primeras potencias económicas del mundo.
Pero nos preguntaremos qué papel juega el turismo en este marco hoy convulsionado por la crisis después de haber estado inmerso en una de las fases alcistas más espectaculares que ha conocido la humanidad.
Para tratar de responder a esta cuestión me voy a ceñir a una obra publicada en México en el año 2000 y cuyo título es muy parecido al de esta columna. Y lo voy a hacer sin citar a los autores por respeto a los mismos. Para ellos, en primer lugar, el turismo es la actividad económica más dinámica y productiva del mundo, lo cual es uno de los mitos mejor cultivados por los turisperitos. En segundo lugar, dicen que el turismo forma parte fundamental del cambio de era porque representa a los servicios, actividad considerada antes complementaria (sic), pero que hoy conforma (¡nada menos!) el eje de la economía globalizada mundial (¡redundancia!). Y, en tercer lugar, están convencidos de que entre el desarrollo del turismo y la conservación del medio ambiente existe una relación que hoy no se discute aunque fuera silenciada en el pasado, razón por la cual es urgente someter el turismo hoy fuertemente globalizado a las exigencias de la sustentabilidad.
Porque si el turismo tiene que ver con los seres humanos, ellos creen que no hay que olvidar que los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con la sustentabilidad (ONU 1972) La preocupación de los autores se basa, pues, en las divergencias que existen entre los países emergentes y los países desarrollados. Divergencias que tienen que ver con el hecho de que, mientras el despegue económico de los primeros depende casi exclusivamente del turismo, el de los segundos se basa en otras actividades entre las que también se encuentra el turismo, tanto emisor como receptor. En los primeros la aportación del turismo (receptor) suele sobrepasar la mitad del PIB, lo que les hace muy vulnerables y dependientes, en los segundos el turismo (emisor y receptor) no suele rebasar un escaso 5%. (Recuérdese a estos efectos mi columna titulada ¿A quien beneficia la explotación convencional del turismo?)
Partamos de la base de que los autores pertenecen como digo a la comunidad de turisperitos, la cual contempla el turismo desde fuera, desde la demanda, y atendiendo a los efectos que ejerce sobre la economía, la cultural, la sociedad y el medio ambiente de los países receptores.
En la medida en que la argumentación de los autores incide en cuestiones derivadas de lo que llaman con acierto una recolonización de los antiguos países coloniales por parte de sus antiguas metrópolis, su tesis es correcta. El problema se presenta cuando  afirman, literalmente, cosas como esta:
“que no hay turismo sustentable sino países sustentables en los que el turismo lidera o forma parte de ellos y sigue la lógica de las demás actividades, sectores o factores”
Al entrar en exposiciones tan confusas como esta, que abundan en el libro comentado, caen en el error de olvidar que lo prioritario cuando se busca reforzar el despegue de los países emergentes a través del turismo es centrase en él, y dejar las consideraciones relativas al modelo económico imperante en el mundo, la sustentabilidad y la globalización para ser tratadas cuando hayan sido resueltas las cuestiones empresariales y de mercado que afectan la viabilidad del negocio. Turisperitos como son, los autores desarrollan un discurso de corte academicista con una pretenciosidad que desdice del nivel de calidad que pretenden dar a su desarrollo formal. Y, para colmo, ofrecen un análisis que se olvida de lo sustantivo, el turismo, para enfatizar lo adjetivo: la sustentabilidad, el modelo económico y la globalización. Dejan pasar la oportunidad de ofrecer a los lectores un razonamiento vertebrado por los problemas propios del turismo como actividad productiva para tratar más adelante los condicionamientos del negocio que derivan de una globalización creciente, sobre la que no es posible actuar desde el conjunto del negocio, y de una sustentabilidad presentada como desiderátum y aspiración loable pero que no siempre es insertable en la actividad en el marco de su imprescindible rentabilidad financiera y económica sin la que lo demás carece de sentido.

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