REMOVIENDO LAS ESTANCADAS AGUAS DEL TURISMO

Francisco Muñoz de Escalona
mescalafuen@telefonica.net

16 El turismo es un servicio que se produce con servicios que no son turismo

No hago esta rotunda afirmación para que se escandalicen y se rasguen las vestiduras. Si alguno lo hace será porque no han leído mis anteriores columnas.

No digo que no sea científica en absoluto la literatura del turismo al uso, porque algunos atisbos de ciencia muestra. El problema es que la doctrina que ofrece a sus seguidores (alumnos, investigadores, inversores públicos y privados) es un gigante con los pies de barro. ¿Que por qué? Pues muy sencillo, porque, al no explicitar correctamente su enfoque, deambula erráticamente de uno a otro y de un método al siguiente ofreciendo un corpus de explicaciones lleno de gangas que no sólo oscurecen la realidad estudiada sino que, y esto es lo peor, entorpecen en la práctica de los negocios la necesaria y deseable asignación óptima de recursos, la única que garantiza la rentabilidad empresarial y también  la económica.

Volviendo a la línea de razonamiento basada en el postulado que vengo formulando basado en la observación de la realidad, el que propone identificar objetivamente el turismo como un plan de desplazamiento circular, debo repetir la afirmación con la que titulo esta columna y que ya hice en mi columna anterior: el turismo es un producto (un servicio) que se produce con productos (servicios) que no son turísticos.

Admito que puede haber lectores que se escandalicen al leer lo que acabo de escribir, pero si hago esta contundente y rotunda afirmación es por dos razones. En primer lugar porque, al concebir el turismo como un producto objetivamente diferenciado, nos pone en la pista para verlo como cualquier otro producto y que, como ellos, se produce con otros productos. Y, en segundo lugar, porque si se produce con otros productos, los que la doctrina convencional tiene por ser turísticos, decir que no lo son tiene tanto de verdad como de provocación para los turisperitos más doctrinarios.

El turismo, expresión abreviada de plan de desplazamiento circular (etimológicamente turístico), se viene elaborando desde que existen desplazamientos circulares, los cuales existen desde que existen sociedades sedentarias con cierto desarrollo urbano. Un plan de desplazamiento turístico es el que responde a lo que he llamado esquema técnico de desplazamiento circular o turístico (ETDC, o ETDT, como más guste) en el que quien lo elabora tiene que dar valor a las siguientes variables:
 

  1. la necesidad a satisfacer fuera del entorno habitual y el lugar en el que se encuentra el satisfactor correspondiente
  2. la fecha de salida o inicio del desplazamiento en sentido de ida
  3. la fecha de regreso o inicio del desplazamiento en el sentido contrario (ambas fechas determinan automáticamente la duración de la estancia/ausencia)
  4. el itinerario existente o selección del mismo si es que hay diferentes itinerarios posibles de origen a destino
  5. el medio de transporte a utilizar tanto para la ida como para el regreso, o selección de medios si se impone utilizar más de uno o existen medios alternativos.
  6. el medio o los medios hospitalarios (dónde dormir y dónde comer) a utilizar tanto en los lugares intermedios como en el destino fijado
  7. la estimación de los medios materiales o monetarios necesarios para la realización del plan de desplazamiento turístico; o lo que es lo mismo: el coste/precio del turismo.

En la columna siguiente seguiré exponiendo el razonamiento basado en este postulado, siempre a la luz del análisis microeconómico, el único, repito, que aun no ha sido aplicado para responder a la dizque compleja cuestión del turismo y el único que, de paso, resuelve la confusión que lastra la literatura disponible. Insisto en afirmar que la visión convencional o fenoménica, la que lo conceptúa desde el turista, es idónea para analizarlo con la metodología propia de cualquier ciencia social consolidada con excepción del análisis microeconómico. La razón es muy sencilla: la microeconomía solo puede aplicarse al análisis de una actividad productiva perfectamente identificada objetivamente en sí misma así como el producto (output) resultante y la empresa que lo elabora. Justo esto es lo que no aporta la visón convencional, la cual lleva a ver el turismo, la mal llamada industria turística, como un heterogéneo conjunto de actividades, es decir, como una “economía en pequeño” según Manuel Figuerola, con acierto, es verdad, pero sin detenerse desarrollar como debía haber hecho su aserto. Es obvio que si lo hubiera hecho se habría adelantado un quinquenio a la visión que yo propongo desde 1988

Esta necesidad de precisión, de la que carece la visión convencional del turismo, es la que impide que se estudie mediante el uso del análisis microeconómico.

Ya en los años treinta del siglo pasado aconsejaba Michel Troisi, profesor de la Universidad de Bari (Italia), que debemos procurar utilizar denodadamente términos precisos en las investigaciones del turismo. Digamos que por términos precisos hay que entender lo que entiende Karl R. Popper: términos que prohíben todos los significados menos uno.

Llegué a formular el postulado observando la realidad desde la conducta del que siente la necesidad de hacer un desplazamiento turístico para satisfacer la necesidad que exige desplazarse. Pero a esa misma evidencia habría llegado observando su conducta en el lugar al que tuvo que desplazarse. Me explicaré con un ejemplo:

Si preguntáramos a cualquier persona cuales son los productos que consume quien acude a comer a un restaurante seguro que respondería enumerándolos: lechuga, lentejas, carne y fruta. Pero si la pregunta se la hacemos a un (micro) economista seguro que responderá que consume un menú porque tiene muy claro que los productos citados no los consume el cliente sino el restaurante.

De modo similar, si preguntamos a un turisperito qué consume un turista responderá si pestañear: un medio de transporte de larga distancia, un transfer, una habitación de hotel, servicios de gastronomía, servicios de guía y entradas a los museos. Pero si le hacemos la misma pregunta a un (micro) economista dirá que lo que consume un turista es un programa de estancia o visita. Es la empresa turística la que consume servicios de transporte, de hospitalidad, de  guías, etc.

Dicho esto debo hacer una aclaración para turisperitos: no todos los turistas compran el turismo que consumen. En estos casos la microeconomía se ve forzada a tratar su consumo de servicios de transporte, hospitalidad, etc. como demanda final aunque pueda hacerse la ficción de que consumen el programa de visita que ellos mismos elaboraron (autoproducción). Solo en los caso de alteroproducción tiene entidad decir que el turista consume realmente un programa de estancia elaborado con factores de producción cuya demanda es intermedia.

Podrá argüirse que mientras sea hegemónica la autoproducción carece de significación la visión del turismo como producción de planes de desplazamiento circular. Y es cierto. Pero cabe argumentar que es evidente que la dinámica empresarial del turismo está apuntando cada vez más a la producción de programas de visita o estancia con fines de lucro. Basta observar lo que están haciendo los hoteles más innovadores. Con ello están haciendo realidad la afirmación de Ives Tinard: cuando cualquier eslabón de la cadena turística madura se transforma en un turoperador, es decir, en un fabricante de turismo concebido como un programa de estancia o visita.

¿Que la solución que propongo a la cuestión del turismo es muy simplista? Por supuesto. Es simplicísima. Pero la ciencia está llena de soluciones simples que resolvieron grandes problemas abriendo con ello nuevos rumbos al conocimiento y la técnica. Ahora, así, a bote pronto, pienso en la simplista aportación del pitagórico Arquitas al desarrollo de la aritmética: el sorprendente hallazgo del número 1 con el significado de cantidad. Hasta entonces uno solo significaba existencia. No creo que sea necesario decir que es evidente que sin el 1 no podría existir la aritmética.

17 El turismo y los economistas

Hay quien cree que para ser economista basta con estudiar Ciencias económicas en cualquiera de las incontables facultades de la cosa que existen por el ancho mundo, especialmente en España. No obstante, yo estoy convencido de que esa es una condición que podría ser necesaria, sí, pero no siempre suficiente.

Entre los economistas titulados, viene al caso diferenciar entre los que saben de turismo y los que no saben más de lo que sabe cualquiera de esa dizque importante ciencia moderna que se llama turismo. De los segundos nada voy  a decir, me voy a limitar a los primeros. Y lo primero que voy a decir de los primeros es que tienen a gala saber de turismo pero sin desviarse un ápice de lo que saben los demás incontables titulados que tienen a gala saber de turismo. Todos ellos, los economistas y los que no lo son, sostienen encantados y sin desmelenarse que el turismo es un moderno fenómeno social importantísimo especialmente complejo y que por ello su adecuado conocimiento integral se resiste a la aplicación de una sola disciplina científica en aislado, pero sobre todo si esa disciplina es la economía. Es más, incluso se ha llegado a decir que la economía obstaculiza el pleno conocimiento del turismo. ¿Por qué?, cabe preguntarse. Pues muy sencillo: porque, como se da por sabido, la economía es una ciencia harto limitada y sobradamente alicorta, la cual en el turismo no va más allá de las prosaicas e interesadas relaciones que se dan entre los consumidores de un lugar y los productores de otro, los primeros llevados por la insoportable maximización de su satisfacción, y los segundos por la vergonzante maximización de sus beneficios. Vamos, que la economía no ve más allá de las narices de unos y de las antiparras de otros y que por ello olvida las verdaderas esencias del turismo, esa ciencia que estudia una industria sin duda excelsa, la que, como ya pontificaron los eximios suizos Hunziker y Krapf, está plenamente del lado del hombre, pero no del hombre en cuanto consumidor y productor, no, ¡qué vulgaridad!, sino del hombre en toda su inmensa e inefable integridad.

Creen, pues, los economistas que saben de turismo, como todos los que se jactan de saber de turismo, que estudiar el turismo desde la economía lleva a un deleznable economicismo, un peligro que hay que evitar a toda costa y cueste lo que cueste si queremos aspirar a su perfecto y adecuado conocimiento. Lo cual no quiere decir que haya que evitar hablar de las curvas de oferta y demanda, o del  mercado, o del producto y de los productos turísticos, ¡qué va! De eso no solo hablan los economistas que saben de turismo, sino también los geógrafos, los sociólogos, los ambientalistas y los antropólogos que también saben de turismo. Lo que pasa es que hay que hablar de esas cosas tan como de puntillas y respetando muy cuidadosamente la indubitada e indubitable especificidad del turismo, algo que nunca debe cuestionarse so pena de caer en el grupo de los economistas que no saben de turismo y osan hablar de turismo, incluso, ¡oh supremo atrevimiento!, a escribir sobre turismo. ¡Y hasta ahí se podía llegar! Concretamente, a quien esto escribe, como aviso a navegantes, se le ha acusado (hace poco aquí, en el blog) nada menos que de atreverse a escribir de turismo sin exhibir la titulación que le faculta debidamente para hacerlo.

Voy a comentar a continuación una obra que refleja la postura de los economistas que saben de turismo para ejemplificar su actitud con respecto a la aplicación de la economía al estudio del turismo. Se trata de  la obra de dos economistas españoles que sin duda saben de turismo, además de ser excelentes economistas. Uno de ellos fue rector magnífico de la Universidad de Alicante y el otro es hoy director del prestigioso Instituto Nacional de Turismo. La obra se publicó en 1996 por la Editorial Civitas y se titula Introducción a la economía del turismo en España. Me refiero a Andrés Sánchez Pedreño, director, y a Vicente M. Monfort, coordinador. La obra fue y sigue siendo una obra de referencia.

El capítulo I de la obra citada lo escribe Andrés Sánchez Pedreño y se titula, muy significativamente, El turismo en el análisis económico. En él el autor reconoce la necesidad de “integrar el turismo de manera específica dentro de la disciplina metodológica del análisis económico” porque “sus peculiaridades (sic) nos obligan a otorgarle un status especial (sic) por sus características propias como actividad económica singular diferenciada”

El prof. Sánchez se muestra convencido de que “si las actividades productivas como son la agricultura y la industria transformadora han recibido un tratamiento pormenorizado dentro de la teoría económica y la economía aplicada como ramas de las ciencias económicas, también es de razón otorgar ese nivel académico al estudio del turismo como actividad creadora de riqueza, objetivo último del análisis teórico en esta campo científico”

No  creo que haya economista que no suscriba plenamente tan atinadas palabras.

Pero el prof. S. Pedreño añade a renglón seguido: “Si tratáramos de extrapolar, sin más, el esquema analítico de un manual introductorio de economía a este bien económico (sic) llamado turismo, el servicio turístico (sic), nos encontraríamos probablemente (sic) con limitaciones importantes, sesgos relevantes y aplicaciones no del todo correctas”

Traduciendo al román paladino: Según don Andrés, si bien es de razón estudiar el turismo aplicando el análisis económico, eso no es plenamente aconsejable. ¿Por qué? Pues, según Don Andrés, porque el método tiene importantes limitaciones para estudiar el turismo, y si lo hacemos obtendremos formulaciones incorrectas. Así: ni más ni menos que así. Cabe preguntarse por qué Don Andrés dirige una obra como esta, titulada nada menos que Introducción al turismo. No se entiende bien que en ella don Andrés recomiende la “necesidad de integrar el turismo (…) en la disciplina económica” por muy específica hagamos esa integración habida cuenta de que las limitaciones que dicha aplicación comporta.

De acuerdo con lo dicho, Sánchez Pedreño se muestra partidario de “adaptar los modelos tóricos formales (sic) y limitar las recomendaciones prácticas del análisis económico convencional (sic) en función de aquellas singularidades (sic) que condicionan las previsibles conclusiones que se obtendrían del estudio concreto sobre un sector de los servicios como el turismo”

De aquí a decir que el turismo se debe estudiar aplicando el análisis económico siempre y cuando se tenga sumo cuidado de hacerlo con sumo cuidado no vaya a ser que el método se aplique con todas sus consecuencias no hay más que un paso.

Sánchez Pedreño justifica esta singular forma de estudiar el turismo por medio del análisis económico, como nos temíamos, en que “hay que aceptar el elevado componente interdisciplinar que afecta al conocimiento del complejo (sic) fenómeno turístico. La eliminación o la simplificación de todos aquellos factores que, formando parte del bien “turismo” (sic), aun siendo ajenos al objeto primario del análisis económico, tengan relevancia en otras disciplinas científicas, puede distorsionar (sic) en buen grado las conclusiones y las sugerencias que se analizan desde una óptica meramente ECONOMICISTA”

Tengo a los economistas Sánchez y Monfort como dos muy buenos economistas, pero como muy buenos economistas del grupo que saben de turismo, y por ello se pronuncian sobre el turismo con esa especie de pudor, como si no fueran economistas, formulando sus apreciaciones con un tacto incomprensible en quienes se tienen por ser economistas tanto por titulación como por dedicación. Ni siquiera se plantean la posibilidad de que el turismo sea visto y tratado como lo que es y reconocen, es decir, como una actividad productiva generadora de riqueza, y que por ello es plenamente susceptible de ser sometida al análisis económico sin falsos pudores de que termine llevando a conclusiones que no encajen con las conclusiones que se obtienen cuando se aplica la metodología de las demás ciencias sociales.

Me gustaría convencer a los economistas de la necesidad imperiosa que tiene el turismo de ser estudiado como una única productiva objetivamente identificada y obviamente diferenciada de las demás actividades productivas: en función del producto resultante de dicha actividad. Un producto que para mí, como se sabe, es el plan de desplazamiento turístico o programa de estancia o visita. Las demás ciencias sociales están en su perfecto derecho de estudiar el turismo de acuerdo con sus métodos y sus objetivos. A la economía hay que reconocerle ese mismo derecho, y antes que por los demás por los mismos economistas. De las aportaciones de todas las ciencias, sin interferencias de unas en otras, depende que el turismo sea mejor conocido y mejor manejado de cara a los legítimos intereses de los diferentes investigadores y de la sociedad a la que sirven.

Quisiera terminar esta columna agradeciendo a Don Andrés Sánchez Pedreño el muy positivo reconocimiento que en la obra citada hace de mi tesis doctoral, Crítica de la economía turística: enfoque de oferta versus enfoque de demanda (Universidad Complutense de Madrid, 1991. Puede consultarse en www.eumed.net) situándola entre las tres mejores tesis doctorales de turismo del siglo XX en España. A algunos les parecerá muy dura mi crítica pero en mi descargo diré que lo cortés no quita lo valiente. La valoración de mi tesis por el profesor Sánchez Pedreño contrasta con la de otro profesor, don José María Marín Quemada, miembro a la sazón del tribunal que enjuició mi tesis y reconocido especialista ¡en economía de la energía!. Don José María, uno de esos economistas que no sabe de turismo, rehusó firmar el acta por lo que la calificación se quedó en apto cum laude por mayoría. En el ágape al que el doctorando invita a los miembros del tribunal y al director de la tesis, todos ellos economistas de los que no saben de turismo, el prof. Marín me comunicó su decisión de no firmar el acta. Yo le respondí: “Pues ha hecho usted muy bien, don José. Así podrá quedar a salvo el prestigio de esta institución universitaria en el caso de que el tiempo demuestre su falsedad”. Lo cual también significaba que, en caso contrario, sería él quien pondría a prueba el suyo.

Se van a cumplir este año dos décadas de aquella fecha, y, si bien es verdad que mi tesis no ha sido aun plenamente reconocida, cada día estoy más convencido de que puso sobre la mesa de discusión sobre las graves anomalías a las que lleva la visión convencional y una sólida propuesta para hacer del turismo una rama de la economía aplicada comparable a las demás. Los economistas de todas las titularidades que saben de turismo vienen ninguneando mi propuesta negándose así torpemente al urgente debate que está necesitando el turismo, pero el tiempo pasa y lo está haciendo a favor mi análisis.

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