REMOVIENDO LAS ESTANCADAS AGUAS DEL TURISMO

Francisco Muñoz de Escalona
mescalafuen@telefonica.net

43 ¿Es libre el pensamiento turístico?

¡Vaya pregunta!, dirán ustedes. La respuesta podría ser: ¡Si, hay libertad! Pero, ahondando más en la cuestión, cabe plantearla de forma más general: ¿Ha habido libertad de pensamiento en nuestra cultura? ¿La hay hoy, en nuestros días? Con lo que puede que ustedes vuelvan repetir subiendo ahora el tono de voz: ¡Vaya dos preguntas! Hay pensadores que sostienen que la libertad de pensamiento estuvo siempre obstaculizada cuando no simple y llanamente prohibida. Y, sin embargo, es sorprendente que, a despecho de prohibiciones, persecuciones y obstáculos de toda laya, lo cierto es que el pensamiento ha logrado abrirse paso e incluso triunfar hasta en las épocas más oscurantistas. Y es así porque no es que no haya libertad es que la libertad que ha habido y hay tiene fallos y se topa con obstáculos. Por ejemplo: La Escuela pitagórica fue destruida violentamente, Sócrates se quitó de la circulación tomando cicuta, Copérnico sufrió sólidas dificultades, Galileo prefirió retractarse para evitar la hoguera, Rousseau estuvo en la cárcel por escribir lo que pensaba sobre el hombre y la sociedad, y así una largo e interminable sucesión de casos. Hay quien cree que solo hubo verdadera libertad de pensamiento en el siglo XIX (de 1815 a 1814). En todas las demás épocas ha habido innúmeras trabas a la libertad de pensamiento no siendo las más eficaces precisamente las más descaradas sino las más sibilinas.

Porque, en nuestros días, puede parecer que existe total libertad de pensamiento pero es obvio que también hay sibilinas las trabas que la entorpecen con eficacia. No es que no haya libertad de pensamiento. Desde el punto de vista legal hay libertad. Pero en la práctica existen trabas, y trabas a veces tan insalvables que obstaculizan el ejercicio pleno y fluido de esa libertad. No basta con que se reconozca el derecho a un pensamiento libre, además deber haber plena posibilidad real pera ejercerlo.

Los periódicos y las revistas son en su mayoría de partidos o de empresas. Cada casa editorial tiene su propio comité de lectura, sus inspiradores y sus asesores, los cuales seleccionan los libros afines a su convencional modo de plantear las materias publicables y, sobre todo, el tratamiento que se hace de ellas. Un libro de orientación distinta – no digamos hostil – a sus intereses tiene muy escasas posibilidades de ser publicado. La aspiración al lucro de las editoriales impone criterios, que no niego que pueden ser muy legítimos y comprensibles, pero que, a la postre, impiden la emisión de ideas y planteamientos dignos de ser conocidos por criterios de rentabilidad.

Y no digamos la radio o la televisión, medios que solo difunden las ideas, las propuestas y las noticias que engordan las cifras de audiencia. Y si esto es lo que acontece en el pensamiento en general ¿por qué no iba a acontecer también en el ámbito más modesto del pensamiento turístico? Trataré de demostrarlo con pruebas vividas. A nadie se le oculta que mi pensamiento turístico no es precisamente complaciente con el pensamiento convencional de la comunidad internacional de turisperitos, una comunidad sin duda harto poderosa y con innúmeros tentáculos que defendería su territorio con uñas y dientes caso de que necesario fuera, aunque, habitualmente, tanto unas como otros pueden mantenerse ocultos porque los peligros no existan o son inofensivos. De momento, el pensamiento establecido en el turismo tan solo tiene un enemigo en el campo de la teoría, y ese soy yo. Y necesario es reconocer que tal peligro no va a mellar la vigencia del pensamiento convencional. Por ello, la comunidad internacional de turisperitos no necesita enseñar dientes ni desenfundar uñas. Prefiere aplicar una medida mucho más eficaz: el ninguneo. He criticado el pensamiento de numerosos jurisperitos vivos, he demostrado una y otra vez, por activa y por pasiva, las anomalías que socavan el armazón teórico en el que se fundamente el paradigma convencional, he dado guerra, la sigo dando y la seguiré dando mientras tenga aliento. Pero nadie, absolutamente nadie ha dicho nada todavía, ni ha dado respuestas a mis cuestiones, ni siquiera las ha denunciado. El silencio más ominoso ha sido su respuesta. Puede que mis tesis sean falsables, afortunadamente, porque solo lo falsable puede aspirar a ser científico, pero no se me oculta que tampoco estoy equivocado en todo y del todo.

El ominoso silencio de la comunidad internacional de turisperitos es tanto más rechazable porque, al tiempo que callan, predican y vocean que, como el turismo es “muy importante”, es también “muy importante” que se dediquen cada vez más esfuerzos y recursos a su investigación. La doble actitud es obvia. Recuerdo cuando, a finales del siglo pasado, muchos turisperitos españoles, algunos compañeros míos en el CSIC, clamaban porque el turismo entrara en las universidades españolas. ¿Esperaban que, con ello, mejoraría la calidad científica de la investigación que se hace en turismo? Porque si lo esperaban es evidente que tal aspiración no se ha conseguido. ¿No sabían acaso que en muchos países el turismo lleva años en las universidades y, sin embargo, la calidad teórica de la mayor parte de los estudios que se producen en esos países brilla por su ausencia? Porque, seamos sinceros: es cierto que hay una pléyade (in progress) de academias junto a otra pléyade (igualmente in progress) de editoriales de libros y de revistas que acogen a una ingente pléyade (por supuesto, también in progress) de turisperitos dedicados al turismo en todo el mundo, pero ¿podemos pensar, como piensa el eximio sirio-norteamericano Jafar Jafari, que las tres pléyades citadas son una muestra incuestionable de que se ha alcanzado, ya, la tan ansiada fase de “cientificación”? ¿Desde cuando cantidad es sinónimo de calidad?, habría que preguntar al eximio antropólogo sirioamericano. Porque solo desde la más absoluta ignorancia de qué es lo científico se puede mantener tan peregrino convencimiento. Mi ex enemigo y ahora colaborante y amigo, el antropólogo argentino extremadamente interesado en el turismo Maximiliano Korstanje, me ha recriminado en numerosas ocasiones dos cosas:

1º que no añada a mis escritos la acostumbrada lista de referencias
Bibliográficas

2º que no publico mis trabajos en revistas en las que solo se publican trabajos evaluados por el método “triple ciego”

Sobre lo primero debo decir que la práctica de exhibir referencias bibliográficas ya la empleé in extenso en mi tesis doctoral (1991) porque estaba dedicada a analizar críticamente las obras más destacadas del pensamiento turístico entre 1880 y 1990, pero eso carece de sentido hacerlo en mis trabajos posteriores, habida cuenta de que esos trabajos los vengo dedicando a defender y a desarrollar mi enfoque de oferta, un enfoque sobre el que no hay más bibliografía que la mía.

Sobre la segunda objeción confieso que solo una vez intenté publicar
en una de esas revistas y no lo conseguí: los tres evaluadores, elegidos por el eximio Renè Baretje, el de Aix-en-Provence, desestimaron su publicación basándose en que sostengo que el turismo se viene estudiando con enfoque de demanda, es decir, desde el turista, pero que, en realidad, el turismo se estudia tanto desde la demanda como desde la oferta. ¡Ángeles míos! Nunca sabrán que el modelo convencional los tiene programados para que nunca lleguen a percatarse de que la oferta que se estudia en el turismo al uso es toda la oferta del sistema productivo, no una única actividad de oferta, la cual, como he demostrado cumplida e irrefutablemente, es imposible de identificar desde la doctrina convencional. Su rechazo de mi trabajo fue algo perfectamente coherente con lo ya expuesto sobre los obstáculos existentes a la libertad de pensamiento en el turismo, los que impiden en la práctica esa libertad de pensamiento en tantos ámbitos científicos. Unos obstáculos que no los pone la ley, es cierto, pero que en la práctica tienen más fuerza que si los pusiera. Comprendo que si los más conspicuos turisperitos se vieran forzados a admitir en su fuero interno mis planteamientos para ello sería una hecatombe ya que o seguirían manteniendo lo que dicen contra sus nuevas convicciones o tendrían que cambiar y reconocerlas honestamente. Si hacen lo primero caen en deshonestidad pero su hacen lo segundo pueden perder su trabajo. Dura alternativa, sí.

Terminaba esta columna, destinada a ser enviada a Boletín turístico, con estas palabras: “Es por ello que aprovecho al máximo las posibilidades que me brida un medio como el Boletín turístico, el cual, junto a eumed.net, tiene la valentía y también la honestidad de difundir libremente el pensamiento de todos los autores que recurren a ellos. Por ello, déjenme que, al reconocerlo, lo ensalce, al Boletín, como se merece”. Hoy, después de rechazar sin explicaciones la primera columna sobre turismo rural tengo que relativizar esta frase ya que es cierto que el Boletín ha publicado con mucha valentía mis planteamientos pero, obviamente, no todos. Hubo uno, el dedicado al turismo rural, que no lo publicó. ¿Por qué? ¡Ah! Eso que se lo pregunten al editor.

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