REMOVIENDO LAS ESTANCADAS AGUAS DEL TURISMO

Francisco Muñoz de Escalona
mescalafuen@telefonica.net

31 Génesis de mi visión crítica de la economía del turismo

Nuestras guerras son territoriales.
Los hombres se han asesinado desde siempre
los unos a los otros por una franja de tierra
(George Steiner)

Autopsia es un término que no suena bien, se usa solo para referirse al examen anatómico de los occisos que hacen los forenses por mandato judicial. Pero su significado es más amplio. La macabra palabra es un neologismo de origen griego que significa visión personal (auto = propia + opsia = visión)

Aclarado el significado de la palabra puedo decir que mi visión personal, mi autopsia del turismo, tuvo todos los ingredientes de una auténtica revelación. Porque, en efecto, mi personal forma de entender la economía del turismo, primero como teoría y luego como actividad, nació de una forma repentina y también inesperada, del resultado imprevisto de mi agónica traducción de un ensayo de carácter antropológico del erotólogo francés Georges Bataille (1897– 1962). Me estoy refiriendo a La parte maldita. No conocía pero sí al autor, del que ya había leído El erotismo, una obra que luego supe que era la continuación de La parte maldita. Tuve noticia de ella por una revista de vida muy fugaz, Mayo, fundada por el PSOE en los albores de la Transición y cuyo director y fundador fue un colega mío, Miguel Muñiz de las Cuevas, compañero de curso en la facultad de económicas de Madrid.

En un número de esa revisa venía un artículo de José Manuel Naredo, el conocido eco-ecologista integral, para quien Bataille es un ejemplo de lo que él vino en llamar economía fisicalista aunque bien pudo llamarla con más propiedad economía fisiocrática. Traduje La parte maldita con gran esfuerzo lo que me llevó a rumiar muy pormenorizadamente su singular, inesperado y heterodoxo contenido. No quisiera ser demasiado prolijo, pero es necesario que les diga que Bataille muestra en esa obra su convencimiento de que el mundo que habitamos padece de una sofocante abundancia debido a que recibe desde sus orígenes un chorro inagotable de energía solar gratuita. Se trata según Bataille de un regalo envenenado porque eso obliga a la Tierra a defenderse sin pausa, una defensa que consiste en la metabolización de la energía por medio de dos fórmulas desesperadas: la fotosíntesis del mundo vegetal y la depredación del mundo animal. Ambos fenómenos están a pleno funcionamiento desde que existe la Tierra y seguirá así mientras siga recibiendo el chorro de energía solar, pero sin conseguir absorber toda la energía recibida y por ello siempre queda un excedente de difícil gestión. Ese excedente inmanejable es “la parte maldita”, la que ha de ser dilapidada. Solo ha dios formas de dilapidación: una forma placentera (el goce y el disfrute) y una forma traumática (guerras, terrorismo). Una u otra forma se materializa inevitablemente cuando el espacio disponible (la superficie terráquea) es insuficiente para absorber la presión de la energía sobrante. El problema se presenta porque el territorio de la Tierra es limitado.

Si, pertrechados con esta evidencia pasamos de la física a la cultura, podremos comprender en profundidad que, como la Tierra es limitada, la presión de la energía obliga permanentemente a la especie humana a aumentar el espacio disponible para evitar que esa presión sea insostenible.

Esa es para Bataille la razón que explica que las sociedades humanas se afanen en conquistar nuevos territorios y en aumentar el espacio disponible por medio de la tecnología (construcción de nuevos espacios subterráneos y aéreos). Sobre todo cuando en el caso de sociedades empeñadas en transformar la energía en riqueza. Incluso puede entenderse perfectamente por qué las sociedades desarrollistas se afanan por conquistar espacios extraterrestres.

Pues bien, en pocas palabras, este es el extraño, singular y fértil pensamiento de Georges Bataille que a mí me fascinó allá por los primeros años ochenta del siglo pasado hasta el punto de abrirme nuevos horizontes en mi afán por comprender la civilización.

La obsesión de la humanidad por producir (aumentar la oferta de) espacio disponible para la vida, bien por la violencia (guerras de conquista) o por la tecnología (construcción de superficies adicionales) se me ofreció de repente bajo la evidencia incontestable de la escasez suprema (real o potencial) de territorio que padecen todas las formas de vida existentes para crecer y multiplicarse inherente a su naturaleza o en cumplimiento del mandato que la Biblia atribuye a Yahvé.

Porque el razonamiento de Bataille sostiene que en la Tierra solo es escaso el territorio y que, como consecuencia de la superabundancia de energía, existe una superabundancia de materia. Recordemos que Eisntein descubrió que la energía equivale a la materia sometida a los efectos de la velocidad de la luz al cuadrado. Por eso Naredo, que acierta al decir que Bataille es fisicalista se equivoca diciendo que es un ecoinomista ya que Bataille, al negar el principio de la escasez, desarrolla un pensamiento antieconómico.

Pero vayamos a lo nuestro: ¿Hay formas no violentas al alcance del hombre para aumentar la disponibilidad de territorio al margen de su aumento por debajo (subterráneos) y por encima (edificios en altura) de la tierra?

Tan insólita pregunta fue la clave que provocó en mi mente lo que he llamado una auténtica revelación, revelación que originó una profunda revolución teórica en mis convicciones de economista hasta entonces convencional.

Esta revelación junto con una larga experiencia en el análisis microeconómico de numerosas actividades productivas y con el dominio de las técnicas propias del análisis coste-beneficio me llevaron a desarrollar la nueva visión. Sus resultados han sido expuestos en artículos de revista, en ponencias presentadas a numerosos congresos nacionales e internacionales y en libros publicados en la red.

La remoción que el pensamiento de Bataille y mi formación como economista investigador y consultor me llevaron a darme cuenta de que las grandes turoperadoras internacionales ofrecen a sus clientes la posibilidad de vivir en países diferentes al propio, aunque sea solo pasajeramente, y a precios realmente tan ajustados que dan lugar a una demanda masiva. Porque no cabe la menor duda de que esas empresas ponen a disposición de sus clientes, de forma pacífica, grandes superficies de territorios ajenos y, por si fuera poco, a precios progresivamente más bajos, lo cual hace que cada vez sean más los que se benefician de tan inusitada oferta en detrimento de los intereses de los países que solo cuentan con su espacio como recurso escaso explotable.

Los clientes de las turoperadoras, localizadas en los países ricos, pueden comprar a precios muy ventajosos el único recurso verdaderamente escaso que hay en la Tierra gracias a su inmenso poder de mercado y a la sobreabundante oferta de servicios facilitadores  que existe en los mal llamados países turísticos.

Vista así la cuestión del turismo, todos sus fundamentos deberían ser reordenados a la luz del tsunami teórico de la nueva visión. Una reordenación que debería proponerse una profunda y sólida revalorización del territorio de los países pobres, sobre todo de aquellos cuya única riqueza es su inmensa disponibilidad de espacio. Para conseguirlo debería de cambiar radicalmente la estrategia inversora convencional, la cual ha sido auspiciada por los países más desarrollados en su propio beneficio y en detrimento de los intereses de los no desarrollados, los cuales deberían ir más allá de ofrecer servicios facilitadores (básicamente de hospitalidad) y auspiciar una decidida inversión en turoperadoras propias para poner en valor su oferta de espacio.

Es obvio que los países que se ven forzados a han ofrecer su espacio en el mercado de turismo deberían ir más allá de la venta de hospitalidad y desarrollar el negocio turoperador con el fin de poner en el mercado productos acabados aptos para su consumo inmediato. Es decir: deberían desarrollar una producción y comercialización propia de programas de estancias si aspiran a sacar todas las ventajas de su disponibilidad de espacio. Nadie como quienes viven y trabajan en esos países está en mejores condiciones de hacerlo que ellos. Si lo hacen así será cuando consigan apropiarse de la mayor parte del valor añadido de la actividad. Si lo siguen haciendo como sostiene el modelo convencional tendrán que compartirlo con las turoperadoras extranjeras. Dicho de otro modo: para que los hoy mal llamados países turísticos sean turísticos deben producir el turismo que los países desarrollados producen con sus recursos.

¿Que la propuesta no es fácil de realizar? Naturalmente que no lo es. Pero solo si lo hacen así los países que dependen dramáticamente del turismo conseguirán explotarlo en beneficio propio, evitando en lo posible limitarse a vender servicios auxiliares a las empresas extranjeras.

33 ¿Cuba para los cubanos?

Hace unos días, la prensa daba esta noticia: <Cuba vuelve a permitir un ‘juego de ricos’>. Randall C. Archibald escribía al respecto, desde México, (www.elmundo.es) lo que sigue: “Una de las primeras cosas que hizo Fidel Castro cuando llegó al poder fue deshacerse de todos los campos de golf de Cuba con la intención de erradicar un deporte que él y otros revolucionarios consideraban el arquetipo del exceso burgués. Ahora, 50 años después, un grupo de constructores extranjeros asegura que el Gobierno cubano ha cambiado casi radicalmente de opinión al conceder hace unas semanas un permiso preliminar para que se construyan cuatro recintos de golf de lujo, el primero de más de una docena de hoyos con los que el Gobierno prevé atraer turistas hacia un país sediento de dinero”.
La medida ponía claramente de manifiesto que Fidel y sus guerrilleros eran desde sus orígenes campo abonado para que fructificaran en la isla las semillas de un comunismo de manual. El Che tuvo muy fácil conseguir que, con el triunfo de la Revolución, Cuba implantara una política intervencionista de corte soviético. Parece todo un sarcasmo que los guerrilleros de Sierra Maestra dijeran que iban a construir el bondadoso socialismo y que, treinta años más tarde, se hayan puesto silenciosamente a construir el malvado capitalismo.
Fui invitado por el gobierno cubano a través del neonato MINTUR, regentado por el arquitecto Osmani Cienfuegos, el Hermanísimo, a visitar Cuba. El funcionario del CIDTUR Aurelio Franco había leído un trabajo mío, “Turismo y desarrollo” (Estudios turísticos nº 102, 1992) y quedó tan entusiasmado con mis planteamientos que aconsejó a sus superiores que me invitaran. Para ello, el gobierno solicitó de la OMT que me enviara a la isla como experto en turismo. La OMT me había borrado de la lista poco antes como castigo a mis herejías conceptuales a través de la silenciosa fatwa emitida por el seráfico Eugenio Yuni. Pero, mire usted por donde, la OMT parece que se vio obligada a responder mansamente al requerimiento gubernamental de un país miembro y me envió a Cuba en 1994 coincidiendo con la celebración del II CIPTUR (Congreso Internacional de Profesionales del Turismo) de La Habana. 
Fui recibido con un mojito de bienvenida en la sala Vips del aeropuerto José Martí y trasladado al Hotel Sevilla, un hotel con sabor andaluz que comparte edificio con la Escuela de Altos Estudios de Hostelería y Turismo. En esta escuela brillaba con la luz del partido Ricardo Machado, el jefe de estudios, que fue a recibirme al aeropuerto y que en el transfer hasta el hotel me hizo objeto de todas las zalamerías en las que son consumados maestros los cubanos y las cubanas. El Dr. Machado (en filosofía) me fue desgranando durante el trayecto lo más granado de mis originales aportaciones demostrando que se había leído todos mis trabajos, que los había asimilado y que los había hecho suyos sin reservas.
Para un país como Cuba, uno de cuyos más celebrados eslóganes era este: “Cuba para los cubanos”, eslogan que recogía la especial valoración que la Revolución daba al territorio nacional, mi concepción del turismo como puesta en valor del territorio propio, estaba perfectamente indicado. El desmoronamiento de la URSS en 1989 había impuesto en Cuba la necesidad del llamado Periodo Especial, marcado por la escasez generalizada. La situación era de emergencia y había que moderar el eslogan de Cuba para los cubanos abriendo la espita del turismo pero dentro del máximo respeto a ese mismo espíritu.
Por ello, todo hacía prever que la política turística cubana se decantara por la creación de un potente turoperador nacional incumbido de elaborar un amplio catálogo de programas de visita inspirado en los principios de la Revolución: anteponer los intereses del pueblo, valorizar el territorio propio y conservar, proteger y poner en valor los recursos naturales y culturales. Desgraciadamente no fue así. Cuba tenía ya en 1994 una necesidad tan perentoria de divisas que cedió a la presión de las grandes cadenas hoteleras internacionales (españolas sobre todo) y así continuó durante los años siguientes. Hoy la política turística cubana se atiene al modelo convencional: aumento sostenido de la oferta hotelera para aumentar su capacidad de acogida. Con ello Cuba no es más que un oferente de servicios de hospitalidad que son adquiridos masivamente por los grandes turoperadores transnacionales. ¿Cuba para los cubanos? Por medio de esta política se puede decir que Cuba, lo mejor de Cuba, ya no es para los cubanos sino para los residentes en el extranjeros que compran a precios muy bajos los combinados de hotel + avión que venden los todopoderosos turoperadores exteriores.
La decisión de volver al golf supone una consolidación del viraje que se dio a partir de 1990. Por ello tiene todo el sentido que nos acordemos del obispo de Reims, el futuro San Remigio, aquel cura que tuvo gran ascendencia sobre Clodoveo, el rey de los francos. Fue él quien le incitó a pedir la mano de Clotilde, princesa cristiana de alto linaje, hija del rey de los burgundios. El matrimonio tuvo lugar hacia 492, en la localidad de Soissons.
Desde entonces, Clotilde hizo todo lo posible para convencer a su esposo de que se convirtiera al cristianismo. Al principio, Clodoveo fue reticente ya que dudaba de la existencia de un Dios único. Además, si se convertía al cristianismo podía perder el apoyo de su pueblo, que era convencidamente pagano.
Durante la batalla de Tolbiac contra los alamanes, hacia el año 496, Clodoveo dejó de dudar. Mientras que se encontraba luchando contra los alamanes, su ejército estuvo al borde de la derrota. No sabiendo a qué dios pagano rezarle, Clodoveo optó por rezar a Cristo prometiéndole que si gana se convertiría al cristianismo. En el centro de la batalla, cuando el mismo Clodoveo se encontraba personalmente acorralado y a punto de ser hecho prisionero, el jefe alamán fue alcanzado por una flecha y su ejército huyó despavorido por el pánico.
Clodoveo recibió el bautizo junto con sus 3.000 guerreros de la mano de San Remigio, en Reims, el 25 de diciembre de aquel año. San Remigio al bautizar a Clodoveo, primer rey cristiano de los francos, le dirigió estas lapidarias palabras: “Quema lo que adoraste y adora lo que quemaste”. La conversión de Clodoveo se convirtió en un evento significativo en la historia de Francia. Durante siglos casi todos los reyes franceses fueron a partir de entonces consagrados en la catedral de Reims.
Fidel Castro se convirtió al marxismo de la mano de Ernesto Che Guevara poco después de conquistar el poder. Bajo los influjos de esta ideología, que sabido es que funciona como una religión, el régimen castrista inició hacia 1960 un proceso radical en virtud del cual la sociedad cubana, secularmente cristiana, pasó a ser marxista en pocos años y pronto se alió con la URSS, de la que recibió toda clase de ayudas. Pero en 1989 se hundió inesperadamente el gran aliado y Cuba se vio inmersa en la penuria. La Revolución, bajo cuerda, renunció a la construcción del socialismo y se fue convirtiendo a la religión del mercado. Una muestra de esta conversión nos la ofrece su política turística. Cuba se entregó incondicionalmente a los intereses de las grandes multinacionales de la turoperación, es decir, a la explotación del turismo de acuerdo con los planteamientos convencionales.
Es evidente que ya entonces Fidel Castro empezó a quemar lo que había adorado y pasó a adorar lo que había quemado. Como Clodoveo dieciséis siglos antes en Francia, pero no de la mano de Clotilde sino del turismo entendido como lo entienden los turisperitos.
Estando en Matanzas leí en el zaguán de una casa cubana: “Lo que no es eficiente no es socialista. Fidel Castro”. Pensé a la vista de la crítica situación económica de Cuba: ¿Es que Fidel sabía que Cuba nunca fue socialista? Porque es obvio que Cuba nunca ha sido eficiente.

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