REMOVIENDO LAS ESTANCADAS AGUAS DEL TURISMO

Francisco Muñoz de Escalona
mescalafuen@telefonica.net

11 La filosofía también se interesa por el turismo

Si tenemos en cuenta que vuelve con cierta fuerza la vieja zozobra de que después de tantos esfuerzos podemos seguir sin saber a ciencia cierta qué es el turismo no debería de extrañarnos que haya quienes propongan que hay que recurrir a la filosofía. Quienes así lo hacen lo justifican en que la filosofía parece seguir siendo la madre de todas las ciencias.

Desde hace poco estamos asistiendo al surgimiento de lo que se viene llamando filosofía del turismo. Por ello convendría hacerse unas cuantas preguntas previas: ¿Filosofía del turismo?, ¿es posible estudiar el turismo desde la filosofía?, ¿tiene sentido la filosofía del turismo?, ¿puede ayudarnos la filosofía a conseguir que conozcamos mejor el turismo?

Para responder debemos plantearnos en qué consiste la tarea de la filosofía y si el conocimiento del turismo forma parte de su tarea.

Para responder a la primera pregunta me apoyaré en la obra de Fernando Savater Diccionario Filosófico, (Barcelona, 1995). En su introducción, el autor expone de un modo claro y elegante lo que él tiene por filosofía. Savater arranca afirmando que “la filosofía es un modo de conocimiento caracterizado por la universalidad de su objeto: no versa sobre tal o cual aspecto de la realidad sino sobre la realidad en su conjunto”. Y añade: “Se compone de cierto tipo de preguntas más que de un recetario de respuestas. Estas preguntas se distinguen por su máxima generalidad tal como ha sido indicado, y también por otros dos rasgos imprescindibles: nunca son [preguntas] estrictamente prácticas y no pueden ser respondidas satisfactoriamente por los especialistas de las diversas ciencias particulares”.

Savater continúa apuntando que “las respuestas filosóficas a tales preguntas carecen de valor predictivo, en el sentido en el que lo tienen las aseveraciones científicas contrastadas: es difícil señalar un solo hecho o conjunto de hechos que las confirmen irrefutablemente o que las invaliden por completo” Y termina parafraseando un refrán popular con esta rotunda frase: “Las respuestas filosóficas abarcan siempre más de lo que aprietan” .

Como es sabido, ha habido filósofos que expresaron su pensamiento por medio de complejos sistemas de ideas y proposiciones, pero desde hace años se elude hacer filosofía en forma de sistemas. “La filosofía, afirma Adorno (citado por Savater) que se plantease todavía como total, en cuanto sistema llegaría, sí, a ser un sistema, pero de delirio”. Y añade Savater: [Carece de sentido] empeñarse en la cientificidad de la filosofía o rechazarla por carencia de ella. O ciencia o nada, se obstinan (algunos) no viendo que precisamente su plena identificación con la ciencia es lo que anularía irremediablemente a la filosofía (…) Esta obstinación es un error” sentencia el filósofo, quien hace esta recapitulación de lo que es para él la tarea filosófica: “la querencia de un conocimiento global y laico acerca de lo real, no tanto para situar en su lugar debido a todos los restantes saberes, sino para acomodar al sujeto que la practica a través de todos ellos y entre la vida y la muerte. Incómodo acomodo, desde luego, dice Savater, porque exige siempre muchas más entereza que los usuales [saberes] o funciona siempre como lánguido parpadeo”.

Es un viejo lugar común creer que la filosofía es la madre de todas las ciencias, que el pensamiento filosófico contuvo en la antigüedad todos los saberes y que, posteriormente, estos se fueron desgajando de la matriz para dar lugar a las diferentes ciencias que hoy conocemos. Pero la verdad es que no es así. Hay que repetir cuanto sea necesario que la sabiduría es una cosa y el conocimiento otra, aunque no estén reñidas la una con el otro. Mientras la filosofía sirve para conseguir una forma de vida sana y feliz, el conocimiento científico trata de explicarnos la realidad circundante, incluidos, claro está, nosotros mismos. Si la filosofía es ante todo y sobre todo filosofar y filosofar es un medio para alcanzar la sabiduría, es obvio que quien alcanza la sabiduría no la puede transmitir ya que la sabiduría se transmite de una persona a otra, es decir, del maestro al discípulo.

Como nos aconseja Aristóteles, no nos interesa tanto saber qué es la virtud como llegar a ser buenos, es decir, santos, esto es, seres mentalmente sanos. Los conocimientos científicos, como los filosóficos, se basan en la intuición, en la observación y en la experiencia, pero no se transmiten por vía interpersonal sino por medio de demostraciones basadas en la metodología que llamamos científica.

Mientras la filosofía se ocupa de la realidad como un todo, las ciencias se ocupan de partes de esa realidad. Si la filosofía abarca mucho y aprieta poco, las ciencias abarcan poco y pretenden apretar tanto como les es posible. En definitiva, mientras la filosofía se ocupa de la sabiduría como medio de orientarse en la vida, el cultor de las ciencias se ocupa de explicar la realidad física o social para ponerla al servicio de la satisfacción de las necesidades. Dicho de un modo aun más radical: la filosofía huye de lo utilitario pero las ciencias lo buscan denodadamente. De que lo consigan depende que los hombres y mujeres satisfagan cada vez más eficientemente sus crecientes necesidades. No cabe ignorar la crítica demoledora de Gabriel Arbiac en el pensamiento que formula como una espiral sin desenlace:

¿De qué habla la filosofía? En rigor, de nada. De nada que pueda ser resuelto, en todo caso: de la circularidad misma del lenguaje, paradoja que, dice Platón, no puede ser nunca agotada. De tal paradoja da cuenta la más vieja aporía griega. Que podría ser reducida a su esqueleto mínimo de este modo:  “Si miento soy veraz, si soy veraz, miento.  La espiral gira. Sin desenlace. A esa espiral llamamos filosofía (www.abc.es 25/12/20109)

El turismo es sin duda una realidad parcial, una parte de la realidad total. Por ello es una realidad que no se presta a ser objeto de la filosofía sino más bien de las ciencias, de alguna de ellas tomadas una a una, nunca de todas a la vez. Cabe preguntarse por qué razón asistimos hoy a esos pintorescos intentos encaminados a estudiar el turismo desde la filosofía. Si lo hacemos a la luz de la abundante bibliografía disponible nos percataremos de que uno de los lugares comunes que la esmaltan es la pertinaz insistencia en su extremada e irreductible complejidad y, por consiguiente, en la repetida dificultad que tal complejidad ofrece a su conocimiento “integral”.

 12 El estanque de todas las confusiones

Los escolásticos hacían gala de cumplir esta sentencia: ENTIA NON SUNT MULTIPLICANDA PRAETER NECESSIATEM; en román paladino y traducida libremente viene a significar: “No des más explicaciones que las estrictamente necesarias”. Dicho de otra forma: “Atente al sano principio de la economía de pensamiento y acertarás”.

Tan singular forma de principiar hoy la columna viene a cuento del pertinaz afán de conceptualizar el turismo desde cuantas más disciplinas mejor que se practica desde hace cerca de medio siglo con la pretensión de ver si alguna de ellas es acertada y aceptada, o si tan ansiada meta se consigue por la mera confluencia de todas ellas. A la vista de cómo sigue el estanque del turismo, tan noble pretensión está resultando fallida. Si alguien si sintiera interesado en saber dónde se esconde la madre de todas las confusiones que campean en el abigarrado estanque del turismo le diría que anida en esa voluntarista pretensión.

Porque no cabe la menor duda de que la cuestión del turismo, a pesar de tantos y tan nobles esfuerzos aun no se ha planteado adecuadamente de forma que garantice una solución meridiana y operativa. Fue correcto en su día empezar basándose en la observación de la realidad, pero esa observación se hizo desde una visión simplista, es decir, que sin una visión teórica sólida, adecuada a las pretensiones de la observación. Se hizo con la visión vulgar de los hablantes, y desde ella se obtuvo un corpus teórico meramente descriptivo según el cual el turismo es, pura y simplemente, lo que hacen los turistas, en el bien entendido de que turistas son los que viajan por placer y se desplazan, se alojan y visitan monumentos, en tanto que las empresas turísticas son las que prestan los servicios de transporte, hospitalidad, guías y algunos más no demasiado bien identificados que los turistas adquieren y consumen. Todo lo que sobre tan elementales evidencias estám consiguiendo aportar las múltiples disciplinas del arco académico que se vienen aplicando a su conocimiento son meros adornos estilísticos que poco o nada añaden a tan magro acerbo conceptual.

Sorprende que en siglo y medio nadie haya caído todavía en la cuenta de que lo que Bertrand Russell llamó la navaja de Occam o principio de economía del pensamiento no ha sido tenido en cuenta en la construcción del conocimiento en materia de turismo. Parece que la regla fue atribuida Por Russel a Guillermo de Occam (1280-1349), un monje que sostenía que, frente a dos teorías que explican lo mismo, la más sencilla tiene todas los números a su favor para ser la más correcta. Esto equivale a decir que la complejidad teórica no se debe postular si no hay absoluta necesidad de hacerlo.

Ajenos a esta regla, los cultores del turismo gustan de elegir las explicaciones más barrocas, las más enrevesadas, las que acumulan más explicaciones, siendo paradójicamente también las más superficiales por no ir más allá de esa mera y abigarrada descripción de lo que hacen los turistas en el destino. Sobre esta visión tan superficial se ha montado una pertinaz obsesión conceptualizadora y teorizante sobre el hecho del turismo desde todas las ciencias existentes, tanto desde las físicas como desde las sociales, una obsesión que en nada favorece a su buen entendimiento operativo, y que, sorprendentemente, termina repitiendo una y otra vez la misma explicación, la que aporta la visión simple y vulgar que late en el lenguaje ordinario aunque, eso sí, adornada con la terminología propia de cada una de las disciplinas involucradas en tan titánica y tantálica como inútil tarea.

Por esta razón, el turismo es visto una y otra vez como un complejísimo fenómeno social que genera multitud de relaciones de todo tipo, entre ellas las de intercambio, sí, pero introduciendo a cada nuevo paso nuevas facetas y dimensiones, con lo que lo único que se consigue es conformar una realidad extremadamente compleja, con lo que se autocumple el diagnóstico previo de su tremenda e inasible complejidad, con lo que queda autojustificado que haya que estudiarla con y desde todas las ciencias disponibles al mismo tiempo en una especie de totum revolutum.

No se han percatado los turisperitos de que, con tan descomunal pretensión, han caído en una descomunal desmesura generando de paso, artificialmente, esa misma complejidad que atribuyen al fenómeno como algo intrínseco y consustancial a él. Han sido y son ajenos, los turisperitos, a la sensatez que preconiza la navaja de Occam y con ello han caído en un sistemático y reiterado planteamiento inadecuado de la cuestión. Ignoran la sana norma de los matemáticos: si un problema se ha planteado bien la solución es inmediata. Pero los turisperitos, en un afán interesadamente academicista, se vienen planteando con tal desmesura la cuestión del turismo que llevan décadas acumulando explicaciones sin ton ni son, ajemos al recomendable principio de la economía del pensamiento.

¿Qué pasaría si el turismo fuera tratado desde cada una de las ciencias disponibles, separadamente, en sí mismas y sin salirse de ellas? Pasaría que:

La sociología estudiaría el conjunto de relaciones de todo tipo entre visitantes y residentes y dejaría los demás aspectos a las demás ciencias. La economía se ocuparía de la asignación óptima de recursos escasos a la producción de turismo y de las relaciones de intercambio que conlleva, dejando el resto a otras ciencias. La psicología, a su vez, se ocuparía de tipificar las motivaciones que inducen a un sujeto a desplazarse desde el lugar donde reside hasta otros lugares. La geografía se limitaría a describir los cambios que tienen lugar en el territorio como consecuencia de los flujos de personas. La historiografía estudiaría las diferentes formas de consumir y producir turismo en el pasado. Los especialistas en marketing se centrarían en las técnicas de mercadeo que deben aplicar las empresas para aumentar su cuota de mercado. Los biólogos se dedicarían a cuantificar los daños que la afluencia de visitantes provoca en los recursos naturales pero sin bascular hacia una presunta socioeconomía plagada de juicios de valor. Los antropólogos se ocuparían de observar y estudiar el turismo como vehículo de difusión cultural, dejando a las demás disciplinas las demás consideraciones. La medicina se interesaría por el turismo como vehículo de transmisión de enfermedades y epidemias y la agronomía se dedicaría a planificar las actividades rurales de los visitantes interesados en conocer el singular medio que conforman.

¿Qué ha resultado de la mezcolanza que tan insistentemente practican los turisperitos? Pues, lisa y llanamente, la formación de un corpus doctrinario verdaderamente mostrenco que es la madre de todas las confusiones, el mismo que habla y no para de que hay empresas turísticas, pero no en qué se distinguen de las que no lo son; el que sostiene que hay productos turísticos, pero no nos dice en qué se diferencian de los demás; el que sostienen que existe un mercado turístico, pero no logra saber en qué se distingue de los demás mercados; el que habla del sector turístico, pero sin identificar ni medianamente bien las actividades que lo integran para, a continuación, pontificar que ese sector es la primera actividad económica del mundo.

Si a todo esto no se le puede llamar confusión que alguien me diga cómo se le puede llamar.

El refrán popular reza así: “quien mucho abarca poco aprieta”. La filosofía, pues, viene a decir, aprieta muy poco, dicho de otro modo, su utilidad práctica es más bien escasa porque aspira a abarcarlo todo.

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