INTRODUCCIÓN A LA ADMINISTRACIÓN: PARADIGMAS EN LAS ORGANIZACIONES

Ricardo Juan Daniel Zalazar (CV)
ricardozalazar9@gmail.com

Unidad 9. La Organización como Sistema Cultural


Objetivos de la Unidad

9.1. Introducción

El abordaje de la perspectiva cultural propuesto en esta Unidad, integra a los enfoques de la teoría antropológica y la teoría administrativa, como los dos paradigmas predominantes en la construcción de la noción de cultura organizacional.

En una primer perspectiva, tomaremos a la teoría antropológica, en cuyo aporte original se basan las categorías de análisis empleadas por la teoría administrativa, tomaremos las concepciones que explican la cultura organizacional, aventurándonos en la profundidad de su esencia mítico – simbólica.

Una segunda perspectiva que abordaremos representada por la teoría administrativa, muestra aspectos propios. En ellos podremos apreciar dos enfoques contrapuestos que también pueden leerse como dos evoluciones netamente diferenciadas. Una de ellas, que interpreta a la cultura como un  instrumento, trabaja sobre los ejes clásicos de las categorías empresariales, de allí que la calificáramos como enfoque del management. En cambio, una segunda corriente presenta un desarrollo teórico más desarrollado, vinculado a los aportes de la antropología y la psicología, entiende a la cultura como un emergente social.

9.2. La cultura en el enfoque antropológico

La teoría de la organización racional no toma en cuenta las influencias simbólicas ejercidas sobre las formas en que los miembros de la organización interpretan colectivamente su vida en las mismas. En cambio, este enfoque suele asumir una mirada crítica las actividades organizativas, pues las mismas son vistas, a menudo, como absurdas, autodestructivas, desarticuladas y anómalas. Es decir, en términos sistémicos, el racionalismo carece de variedad para explicar procesos imbricados en procesos de racionalidad social. Estos admiten su propia lógica de operación, una identidad cargada de valoraciones, de una irracionalidad innata. Se plantea una dicotomía de conceptualizaciones, que retroalimentará algunas de las nociones estudiadas en las Unidades anteriores. En términos simonianos,  hallamos este planteo en la distinción trazada entre las proposiciones éticas y las proposiciones fácticas.

Instrumentos de interpretación de los fenómenos sociales como las historias, los mitos, las metáforas y los símbolos surgen como algunas de las herramientas cognitivas en base a las cuales, la perspectiva cultural intenta abordar la comprensión de esta problemática. Ellos representan las formas colectivas mediante las cuales los sucesos cotidianos se convierten en procesos de sentido y significado. En este aspecto, la cultura organizacional se manifiesta como un desarrollo conjunto entre las acciones de las personas y  los marcos interpretativos que las mismas utilizan para asignar significado a sus acciones. Consecuente con esta interpretación, Weick describía que muchas actividades de organización eran "acopladas sin cohesión", al azar o limitadas en su impacto mutuo. Llamaba la atención que los miembros de la organización percibieran estas actividades como lógicamente conectadas, porque interpretan los fenómenos como parte de esquemas explicativos, culturalmente coherentes. Es en este aspecto que las culturas dan a sus miembros la lógica del sentido que permite interpretar la vida de la organización. Uno de las consecuencias manifiestas en el planteo, está dada en  la distinción entre coherencia y contradicción. Mientras desde una perspectiva económico – racional, toda ineficiencia se juzga contraria a la lógica, la perspectiva cultural tratará de significar al hecho como una totalidad. La mirada sincrónica del suceso, cobrará otro sentido con su percepción diacrónica, donde la interpretación de coherencia es producto de la reconstrucción entre la historicidad del fenómeno, sus relaciones causales, y las interacciones sociales que la mediaron.

Entonces, el enfoque simbólico de la cultura plantea a la misma como un sistema de significados empleado para interpretar y dar sentido a las experiencias subjetivas y a las acciones individuales, así como para racionalizar su compromiso con la organización. Estas estructuras colectivas se manifiestan, de manera simbólica, a través de las ideologías, los mitos, los valores y creencias.
Basado en este enfoque, Geertz propone un concepto de cultura esencialmente semiótico. Considera que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido. Por lo tanto todo estudio de la cultura ha de ser encarado, no como una ciencia experimental que busca leyes, sino como una ciencia interpretativa en busca de significaciones. Dice el autor:

"La cultura, ese documento activo, es pues pública, lo mismo que un guiño burlesco o una correría para apoderarse de ovejas. Aunque contiene ideas, la cultura no existe en la cabeza de alguien;
aunque no es física, no es una entidad oculta. El interminable debate en el seno de la antropología sobre si la cultura es "subjetiva" u "objetiva" junto con el intercambio de insultos intelectuales que le acompaña, está mal planteado. Una vez que la cultura humana es vista como acción simbólica - acción que, lo mismo que la fonación en el habla, el color en la pintura, las líneas en la escritura o el sonido de la música, significan algo - pierde sentido la cuestión de saber si la cultura es conducta estructurada, o una estructura de la mente, o hasta las dos cosas juntas mezcladas”.

Más adelante continúa:

"Se puede imaginar a la cultura como una realidad "superorgánica", conclusa en sí misma, con fuerzas y fines propios; esto es reificar a la cultura. Otra manera es pretender que la cultura consiste en el craso esquema de la conducta que observamos en la conducta de los individuos de alguna comunidad; esto es reducirla. Pero aunque estas dos confusiones todavía subsisten, la fuente principal del embrollo teórico es la síntesis de estas dos posturas, según la cual la cultura está situada en el entendimiento y el corazón de los hombres. Comprender la cultura de un pueblo supone captar su carácter normal sin reducir su particularidad”.

En los procesos culturales se instituyen patrones y relaciones de conductas aceptados por los miembros de un grupo. Las rutinas, los hábitos, las creencias y los modos de pensar colectivos se consolidan de tal modo, que resulta poco probable hallar instancias que reflexionen sobre ellos.
En este sentido, el sociólogo Harold Garfinkel ha demostrado que los aspectos más rutinarios y aceptados de la sociedad son de hecho cumplimientos; cuando viajamos en el subte, visitamos a un amigo o actuamos como una persona normal a lo largo de la calle, empleamos numerosas habilidades sociales de las cuales somos conscientes muy pocas veces. Al igual que el equilibrista no piensa nada acerca de sus habilidades durante su paseo en lo alto de la cuerda, lo mismo nos sucede con nuestras habilidades sociales cotidianas.

Karl Weick explica este fenómeno, en base a nuestros procesos de representación (a través de los cuales interpretamos la realidad), pues los mismos son en parte procesos inconscientes a los que simplemente adherimos. Reconocer que representamos la realidad del mundo cotidiano es un medio para entender nuestra cultura, como un progresivo proceso de construcción de la realidad.
En esta comprensión no puede verse a la cultura sólo como una simple variedad de sociedades de organización que la forman, sino como un fenómeno activo y vivo a través del cual cada persona crea y recrea el mundo en que vive.

El enfoque estructuralista hace referencia a los procesos inconscientes definiéndolos como estructuras universales inmanentes, fundados en procesos cognoscitivos colectivos. Uno de los marcos de referencia comunes en esta perspectiva, se basa en la interpretación que se le otorga al lenguaje, como una categoría estructural común, a partir del cual que los individuos crean y atribuyen significados a los acontecimientos de la acción. Esta construcción social de significados que opera en el lenguaje, es un instrumento que permite integrar las experiencias colectivas. El lenguaje es en si mismo el resultado de la construcción social, pues no solo nos provee de un modo de comunicarnos sino que, junto con el, asumimos los valores que implícitamente encierra en tanto hecho socialmente construido.

Como herramienta de influencia social cumple con dos funciones esenciales:

Las estructuras sociales son creaciones humanas pero a su vez operan como restricciones. Como dice Pfeffer:

“El hombre es un administrador y un creador de significados. El hombre crea a la cultura y la cultura crea al hombre. Dicha administración opera en mitos, imágenes y símbolos.”

La cultura da sentido a las acciones colectivas a la vez que opera como decodificador de la lógica de interpretación que los hombres hacen de los hechos. En parte, la identidad cultural es reforzada por hechos de connotación simbólica como las historias, los rituales o las leyendas. En las siguientes secciones nos dedicaremos a explicar, en mejor modo, cómo operan los mecanismos de significación simbólica en el seno de las organizaciones.

9.2.1. Paradigmas en el enfoque antropológico

La antropología cultural posee una larga tradición nutrida de su profunda vocación hacia el trabajo de campo. Es nuestra intención mostrar tan solo algunos aspectos de los paradigmas que forman su rico cuerpo de conocimientos. Aquí tomaremos los aportes de Abarbanel , quien tipifica a las principales corrientes de la antropología cultural.

9.2.1.1. El enfoque funcionalista

Para el funcionalismo, la cultura es un medio que debe satisfacer los intereses, necesidades y expectativas de quienes forman parte de ella. Las producciones culturales como los mitos, los símbolos o las metáforas, tienen como misión satisfacer los anhelos colectivos.
¿Significa entonces, que la cultura, como sistema sociocultural, es solo reflejo del hombre para el hombre?
No se evidencia en este enfoque, sentido alguno de trascendencia; la cultura se cierra en si misma. Los significados transmitidos por la cultura, son proyecciones de expectativas, y por lo tanto, predecibles en sus efectos y en sus resultados.

En el ámbito organizacional, la estructura y los procesos deben cumplir con la función de alimentar los deseos y satisfacer las necesidades de sus miembros. La noción de cultura – espejo, plantea un sistema cerrado, pues no contempla las interacciones con el entorno (aspecto estudiado en el desarrollo de la Unidad 8).

Para salvar este escollo surge una rama del funcionalismo, el enfoque funcional – estructuralista, para el cual “las organizaciones son sistemas que tienen metas, intenciones y necesidades y cuyas relaciones con su medio pueden definirse como interacciones funcionales”.

De esta manera, la cultura organizacional es interpretada como un subsistema derivado de un sistema social más amplio. Esta relación entre la cultura del entorno y la cultura organizacional posee una doble implicancia:

 

“Las prácticas de socialización de un niño, desarrolladas principalmente en la familia y en la escuela, constituyen un verdadero aprestamiento para el desempeño de los roles sociales que como adulto le tocará cumplir. Allí adquirirá la representación de los conceptos de autoridad y de propiedad, aprenderá que hay una división entre placer y trabajo, y progresivamente excluirá el juego de sus obligaciones. La religión, presente en la familia y en la escuela, reforzará la rigidez del orden simbólico que va internalizando y, finalmente, los medios de comunicación masiva terminarán de consolidar el esquema, mostrando los roles socialmente admitidos para el desempeño de los roles sociales y constituyendo figuras míticas de identificación.”


Geertz, C. “La Interpretación de las Culturas”, Gedisa, Barcelona, 1997, p. 24.

Geertz, op. cit.

Liderado por Levi – Strauss el enfoque estructuralista estudia los patrones nodales de la cultura: familia, estructura de parentezco, lenguaje.

Pfeffer, J. “Organizaciones y Teoría de la Organización”, El Ateneo, Buenos Aires, 1982, página 178.

Abrtavanel, H. “Cultura Organizacional”, Editorial Legis, Bogotá, 1992.

Abarbanel, op. cit. página 12.

Schvarstein, L. “Psicología de las Organizaciones”, Paidós, Buenos Aires, 1995.

Schvarstein, op. cit., páginas 30 - 31.

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