INTRODUCCIÓN A LA ADMINISTRACIÓN: PARADIGMAS EN LAS ORGANIZACIONES

Ricardo Juan Daniel Zalazar (CV)
ricardozalazar9@gmail.com

1.2. Síntesis de  la concepción weberiana

El tipo ideal de burocracia cobra la forma de una arquitectura deliberadamente eficiente, aunque precariamente eficaz. La escisión que planteamos entre eficacia y eficiencia tiene sus raíces en el valor que el mismo Weber asigna a los medios y a los fines. Es que en la burocracia, los medios adquieren el carácter de supraobjetivo, de finalidades en sí mismas sobreimpuestas a los objetivos de la organización burocrática.

La sobrevaloración de la eficiencia es puesta de manifiesto en la pretensión de forjar  un aparato administrativo mecánico, capaz de prever la conducta de los individuos que la integran así como la de su entorno, basado en su capacidad de planificación y cálculo. En buena medida, esta capacidad reside en la  superioridad técnica de la burocracia, en su concepción maquinal regida por su capacidad de planificación y la eficiencia del cálculo.

La maquinaria burocrática  respalda su supervivencia en sus normas, en sus reglamentos, en la definición estricta de cargos y responsabilidades que se imponen a toda gestión e iniciativa individual. De esta forma  el empelado es tan solo es un engranaje de la maquinaria, susceptible como tal, de ser reemplazado.

Para Mintzberg , el alto grado de previsión y los altos niveles de estandarización y de especialización de la burocracia son la clave de su supervivencia. A pesar de las críticas vertidas a la concepción maquinal de la burocracia weberiana, su modelo aún se adapta a una sociedad dominada por el apetito de los bienes producidos en serie, ideal para la producción en masa sobre la  base de rutinas altamente formalizadas y estandarizadas.

1.3. Críticas a la burocracia weberiana.

Basadas en el análisis que Robert Merton hace de la burocracia, Chiavenato enfatiza en las tensiones e imperfecciones que genera dado que no están dadas las condiciones de un sistema estrictamente racional, sus niveles de eficiencia administrativa son bajos, mientras que su alto grado de formalización, no logra establecer en los hechos el clima de predictibilidad previsto en el comportamiento de los individuos.

También rescatamos las críticas formuladas por Rusell Ackoff en las “Fábulas Antiburocráticas”, en el cual expresa que los sistemas con los cuales interactuamos pueden incrementar o disminuir la variedad de nuestros comportamientos. En el caso particular, la burocracia es “un sistema reductor de variedad cuyo principal objetivo es mantener a la gente ocupada haciendo nada. La gente se preocupa por lo que llamamos “hacer que trabaja””. Según Ackoff, el problema creado por la gente que está ocupada haciendo nada es que, con frecuencia, obstruye a otra gente que tiene realmente trabajo y le impone exigencias improductivas. Por otra parte, la burocracia requiere de todas las partes, se avengan a un conjunto rígido de normas que no da lugar a excepciones.

Basados en las inconsistencias del sistema señaladas tanto por Chiavaneto expondremos una serie de consecuencias negativas originadas en conductas sociales no deseadas que la misma burocracia motiva. Entre las mismas destacamos:

Efectos deshumanizadores. Como hemos notado en el punto anterior, el apego normativo es causa de la impersonalidad en el comportamiento del empleado, conducta que en sí misma produce su alineación. La abstracción como objetivo extremo motiva la ausencia de individuación, aísla, constriñe. Merced a renunciar a sus motivos personales, toda acción personal pierde significado, carece de valoración y de sentido.  El propio Weber nunca dejó de pensar que era una forma inevitable de organización en la sociedad moderna, pero llegó a avizorar su potencial para estrangular al propio capitalismo y a la actitud emprendedora.

 

1.3.1. Una fábula antiburocrática

Entre sus muchas anécdotas, críticas y comentarios sobre organizaciones burocráticas, Russell Ackoff nos relata una de sus experiencias:

"Cierto día, un amigo de la secundaria y yo fuimos a inscribirnos en nuestro primer año de la Universidad. Nos dieron una serie de formularios que debíamos llenar. Uno de los espacios a llenar en una de las planillas decía "Religión". Aquello nos pareció muy extraño, pues la universidad no pertenecía a ninguna secta religiosa. Le preguntamos a la empleada por qué se lo había incluido. Nos dijo que se usaba para notificar a la capellanía adecuada en caso de alguna emergencia. Mi amigo decidió que la discreción era la mejor parte del valor y, en vez de no responder, anotó "taoísmo" como su religión.

Cuando le entregamos los formularios a la empleada, los revisó para ver qué habíamos puesto en el casillero de "Religión". Al leer taoísmo, le preguntó a mi amigo qué era aquello. El le dijo que era su religión. La empleada expresó que nunca había escuchado hablar de esa religión. Mi amigo le dijo que lo sentía, pero que no era su culpa. Agregó que probablemente había más taoístas que miembros de la religión a la que ella pertenecía. La empleada se sintió ofendida ante aquello y le ordenó a mi amigo que esperase mientras llamaba a su supervisor.
El supervisor dijo que tal religión no existía. Mi amigo aseveró una vez más que sí y le sugirió consultar al profesor de religión de la universidad.
Al hacerlo, el supervisor recibió la confirmación del profesor, de que la religión realmente existía. Se puso extremadamente furioso y le dijo a mi amigo que no creía que fuese taoísta, pero que no tenía tiempo para investigar el asunto, y por lo tanto aceptaba su declaración.

El semestre siguiente, cuando volvimos a anotarnos, el mismo ítem apareció en nuestros formularios. Esta vez mi amigo escribió "zoroastrismo". Le entregamos las planillas a la empleada con la que habíamos tenido el entredicho en la ocasión anterior. La mujer se acordaba de él y, por lo tanto, buscó de inmediato lo que había puesto en "Religión". Cuando leyó "zoroastrismo", alzó la vista y asumió la actitud de un gato que acaba de atrapar a un ratón particularmente esquivo. Fue a sus archivos, sacó la planilla anterior de mi amigo y le señaló que la última vez había anotado "taoísmo" y que ahora ponía "zoroastrismo". Exigía una explicación. Mi amigo le dijo simplemente que se había convertido. Impertérrita llamó al mismo supervisor que había llamado el semestre anterior. Y una vez más hubo de llamar al profesor de religión, para, a pesar suyo, enterarse de que la religión existía. Nuevamente dijo que no creía a mi amigo, pero aunque tenía la sospecha, no tenía tiempo de comprobarla.
Mi amigo declaró una conversión religiosa cada semestre que asistió a la universidad."

Como dice Ackoff, en algunos casos, el sistema puede ser derrotado si se observan rigurosamente sus reglas. Los obreros lo saben cuando deciden "trabajar a reglamento", pues para la organización empleadora, la disposición de los empleados a las reglas resulta más perjudicial que una huelga.
Además, quienes trabajan a reglamento no necesitan resignar sus ingresos para expresar sus objeciones. Del mismo modo, la mayoría de los managers  saben que la manera más fácil de poner de rodillas a una organización es interpretar literalmente su presupuesto. La mayoría de las empresas sobreviven solamente porque sus managers han aprendido la forma de trampear sus presupuestos.

 1.3.2. El dilema hombre - organización

De acuerdo a la perspectiva humanista, la problemática del hombre moderno se halla íntimamente ligadas a las presiones del contexto económico social, fuente de sus mayores temores e incertidumbres,  uno de cuyos fundamentos es la organización burocrática. El hombre moderno, según Fromm , ha perdido su libertad – es más, le teme -, su espontaneidad, su capacidad de pensar activamente, y aún peor, su coraje.

En este marco, el dilema del hombre – organización surge como la inquietud de psicólogos y sociólogos humanistas de explicar la enajenación de las conductas, motivadas en la dinámica propia de las sociedades de masas, donde las organizaciones burocráticas poseen un rol esencial. Ello tiene su raíz en el  diseño de la moderna burocracia, concebida como una máquina social cuyo fundamento es el principio de la eficiencia máxima. Esta solo es  posible por la homogeneización de las conductas, lograda en el sacrificio de la individualidad y de la identidad de sus miembros. Como dice Fromm:

“La deshumanización en nombre de la eficiencia es un acontecimiento demasiado común hoy….Todo dirigido a fijar actitudes “adecuadas” en los empleados, a estandarizar el servicio y a incrementar la eficiencia. Desde la reducida perspectiva de los propósitos inmediatos de la compañía, esto puede producir trabajadores dóciles y manejables y, en consecuencia, aumentar la eficiencia de la compañía”.

También Fromm advierte sobre las consecuencias en tal grado de deshumanización:

“Desde el ángulo de los empleados en cuanto seres humanos, su efecto es engendrar sentimientos de insuficiencia, angustia y frustración que podrán llevarlos bien a la indiferencia, bien a la hostilidad”.

El carácter del hombre moderno es un símil del dilema “hombre organización”. Se trata de individuos cuya necesidad compulsiva es la de someterse a una autoridad superior que revestida de poder, resuelve el dilema de la libertad y de la angustia que ella representa. Aquí la burocracia se esgrime en su doble rol de institución que suprime la individualidad del hombre, merced a la mecanización de sus comportamientos y a la estandarización de sus pensamientos, pero a la vez ofrece una vía de escape alternativa, pues a cambio le brinda un futuro predecible, seguridad e incluso comodidad.

De aquí surge que uno de los rasgos de carácter predominantes en la personalidad burocrática es su tendencia a la conformidad. Se trata de un tipo de personalidad autoinhibida por su orientación a desaparecer detrás de las normas impuestas, - consciente o inconscientemente – por las pautas culturales.

El individuo se mimetiza con el ambiente incapaz de pensar de manera original o creativa, adhiriendo – de manera constante -, aquello que el sentido común o la opinión pública dictan que debe pensar o hacerse. Sus respuestas son predeciblemente automáticas, pues ellas no nacen de su interior, de un proceso de búsqueda interesada, de un juicio sentido por el, elaborado con su propia fe. Como dice Fromm:

“El punto decisivo no es lo que se piensa, sino cómo se piensa. Las ideas que resultan del pensamiento activo son siempre nuevas y originales; ellas no lo son en el sentido de no haber sido pensadas por nadie hasta ese momento, sino en tanto la persona que la piensa ha empleado el pensamiento como un instrumento para descubrir algo nuevo en el mundo circundante o en su fuero interno”.
 
Toda posibilidad de elaborar un pensamiento crítico es, en esencia, inútil y peligrosa. La angustia y la necesidad compulsiva de aprobación reemplazan la capacidad de ser y de pensar autónomamente.
El conformismo burocrático adquiere la forma de comportamientos rituales cuya explicación es compleja,  pues intervienen el desplazamiento o la ignorancia de los fines organizativos, y su reemplazo por conductas inadaptadas, en las cuales la capacidad de aprender del funcionario se ve deformada en conductas de inhabilidad e incompetencia .

Por otra parte, el énfasis en la racionalidad motiva rasgos patológicos comprendidos en la separación de la función cerebrointelectual de la experiencia afectivo – emocional. La escisión entre razón y emoción es limitativa de la razón en su plenitud, así como de las capacidades de expresión humanas. El desarrollo del hombre es alterado mediante la persuasión,  por la racionalización de sus propios fines y necesidades hacia el logro de los fines corporativos. Esto es, el hombre debe creer que aquello que es bueno para la burocracia es bueno para él. De este modo, el hombre actúa en base a propósitos que le son exteriores a sí mismos, o como dice Fromm:

“En el capitalismo, la actividad económica, el éxito, las ganancias materiales, se vuelven fines en sí mismos. El destino del hombre se transforma en el contribuir al crecimiento del sistema económico, a la acumulación de capital, no ya para lograr la propia felicidad o salvación, sino como un fin último. El hombre se convierte en un engranaje de la vasta máquina económica destinado a servir propósitos que le son exteriores”.

Surge aquí que el empleado burocrático adopta una de permanente apatía, fundada en una actitud de estar “en retirada”. Su posibilidad de participar es muy baja, y con ello, su compromiso con la organización. La impersonalidad de los sistemas de incentivos y la falta de relación entre el esfuerzo y las recompensas refuerzan el sentimiento de apatía. Ello plantea un cisma entre los grupos jerárquicos que concentran el poder de decisión y asumen los privilegios del sistema para si, respecto a los empleados de rangos inferiores, quienes advierten en las conductas ritualistas un modo de sacar partido de escasas cuotas de poder.

En síntesis, de acuerdo a la perspectiva humanista, el dilema del hombre organización se halla en su creciente enajenación, donde los rasgos predominantes en su personalidad lo convierten en personas dispuestas a convertirse en los engranajes de una maquinaria, sirviendo a propósitos que en su mayor parte son exteriores a sí mismos. Ante la pérdida de personalidad que ello implica, el hombre busca refugio en la corporación o en la gran burocracia, quienes sustituyen la identidad perdida por una falsa identidad, recreada en el estatus del funcionario, o la identificación acrítica con imágenes y símbolos corporativos.


Mintzberg, H., “Diseño Organizacional: ¿moda o buen ajuste?, en “El Arte y Oficio de la Gerencia”, Volumen II, por Bower, J.L., Editorial Norma, Bogotá, 1995.

Chiavenato, I. op. cit.

Ackoff, R. “Las Fábulas Antiburocráticas de Ackoff”, Granica, Barcelona, 1993, página 19.

Mintzberg, H. “Diseño de Organizaciones Eficientes”, El Ateneo, Buenos Aires, 1989.

Etkin, J. “Identidad de las Organizaciones”,  Paidós, Buenos Aires, 1989.

Ackoff, R. “Las Fábulas Antiburocráticas de Ackoff”, Granica, Barcelona, 1993, página 183.

Fromm, E. “El Miedo a la Libertad”, Paidós, Buenos Aires, 1992.

Fromm, E. “La Revolución de la Esperanza”, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1970, página 43.

Fromm, op. cit.

Fromm, op. cit. p.191

Argyris, Ch. “Sobre el Aprendizaje Organizacional”, Oxford, México D.F., 2001.

Fromm, E. “El Miedo a la Libertad”, Paidós, Buenos Aires, 1992., página 119.

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