La Comisión Bruntdland (WCED) definió por primera vez al Desarrollo Sostenible como aquel que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades; definición que ha sido objeto de numerosos cuestionamientos.
Una de las primeras críticas que ha recibido la definición de la WCED es que el concepto de Desarrollo Sostenible, así concebido, apenas sería la expresión de una idea de sentido común (sostenible vendría de sostener, cuyo primer significado, de su raíz latina sustinere, es «sustentar, mantener firme una cosa»), de la que aparecen indicios en numerosas civilizaciones que han intuido la necesidad de preservar los recursos para las generaciones futuras (Marquardt, 2006).
Otra de las críticas que suele hacerse a la definición es que, si bien se preocupa por las generaciones futuras, no dice nada acerca de las tremendas diferencias que se dan en la actualidad entre quienes viven en un mundo de opulencia y quienes se mantienen en la mayor de las miserias; algunos cuestionan incluso la idea misma de sostenibilidad en un universo regido por el segundo principio de la termodinámica, que marca el inevitable crecimiento de la entropía hacia la muerte térmica del universo. Nada es sostenible ad in eternum, y el Sol se apagará algún día, etc. (Gil, 2008)
Sin embargo, autores como Gil, Vilches, Toscano y Macías plantean que la idea de un desarrollo sostenible parte de la premisa de que puede haber desarrollo, mejora cualitativa o despliegue de potencialidades sin crecimiento, es decir, sin incremento cuantitativo de la escala física, sin incorporación de mayor cantidad de energía ni de materiales. En otras palabras: es el crecimiento lo que no puede continuar de manera indefinida en un mundo finito, pero si es posible el desarrollo (Gil, 2008). Por su parte Dixon y Fallon sostienen que “el objetivo no es mantener un determinado nivel de un stock físico o de la producción física de un ecosistema a lo largo del tiempo, sino sostener un incremento en el nivel de bienestar individual y social (Dixon y Fallon, 1989).
Brown, Hanson, Liverman y Meredith sostienen que según atendamos a criterios biológicos, económicos o sociales sus dimensiones pueden ser incluso divergentes. Así, socialmente se define como la supervivencia y felicidad del máximo número de personas; biológicamente, sin embargo, se entiende como el mantenimiento de la productividad de los ecosistemas naturales; y, en cuanto a la sostenibilidad económica, se entiende como la inevitabilidad del crecimiento económico sin otra consideración que el reconocimiento de los límites ecológicos que impiden dicho crecimiento (Brown, Hanson, Liverman y Merideth, 1887).
De modo que se pueden distinguir tres posiciones fundamentales en la doctrina relativa a las relaciones desarrollo-naturaleza: A) Ecocéntrica; B) Tecnocéntrica; y C) Democéntrica.
Otros autores van más allá de esas tres variables esenciales, y además de una dimensión social, biológica y económica, hablan de las dimensiones políticas y culturales, como el reconocimiento de la diversidad cultural y el multiculturalismo; el apoyo al mantenimiento de la biodiversidad, etc.
Sistematizadas las distintas posiciones se considera que el Desarrollo Sostenible, desde sus planteamientos más genéricos incluye la compatibilidad entre los niveles y objetivos sociales, económicos y medioambientales. En consecuencia, en lo que a lo rural se refiere, el concepto a primera vista resultaría relativamente fácil de traducir: asegurar la alimentación de las poblaciones actuales sin poner en riesgo la capacidad biológica de asegurar la alimentación de las generaciones venideras; y hacerlo, además, garantizando que no se produzcan desigualdades injustas entre los distintos grupos sociales.
Sin embargo se considera insuficiente, resultando pertinente dilucidar también que se entiende hoy por rural, ya que las nuevas tendencias no se limitan solo a los sistemas agrarios sino a todo el entorno rural, en lo que han denominado la “nueva ruralidad”.
Según Ceña Delgado el medio rural es “(…) el conjunto de regiones o zonas con actividades diversas (agricultura, industrias pequeñas y medianas, comercio, servicios) y en las que se asientan pueblos, aldeas, pequeñas ciudades y centros regionales, espacios naturales y cultivados” (Ceña, 1993). Desde esta perspectiva el medio rural es un espacio de construcción socio-cultural con antecedentes históricos y antropológicos, una entidad socioeconómica en un espacio geográfico. Cuatro son sus componentes básicos:
Este enfoque “sistémico” del medio rural no niega la preponderancia de la agricultura como actividad sino que la asume como parte de una cadena junto a nuevas actividades emergentes que le confieren valor agregado. Se reconocen de esta forma, producciones secundarias y terciarias; servicios demandados por estas nuevas actividades como conservación, mejora y oferta de recursos naturales, paisaje, cultura y turismo rural, etc.
De modo que el Desarrollo Sostenible en el contexto de la nueva ruralidad debe rebasar los límites tradicionales de búsqueda de aumento de la producción, productividad y competitividad de la actividad agropecuaria como estrategia fundamental de reducción de la pobreza rural e impulsar estrategias que persigan un desarrollo armónico de las potencialidades del ser humano en equilibrio entre el bien social e individual, garantizado una sana delimitación de responsabilidades entre la libertad económica y la intervención pública.
Disímiles han sido las estrategias trazadas para alcanzar el Desarrollo Rural Sostenible. En julio de 1999 el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) propuso, entre otras, las siguientes:
Por su parte la Unión Europea en el Reglamento (CE) No. 1698, de 20 de septiembre de 2005, del Consejo, relativo a la ayuda al Desarrollo Rural a través del Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER) definió tres objetivos fundamentales ha alcanzar, y sobre los cuales diseñó cuatro ejes estratégicos a desarrollar:
1. Aumentar la competitividad de la agricultura y la silvicultura mediante la ayuda a la reestructuración, el desarrollo y la innovación (Eje No.1 Aumento de la competitividad del sector agrícola y forestal); que incluye medidas destinadas a fomentar el conocimiento y mejorar el potencial humano, así como medidas de reestructuración, desarrollo del potencial físico y de fomento de la innovación etc.
2. Mejorar el medio ambiente y el medio rural mediante ayudas a la gestión de las tierras (Eje No. 2 Mejora del medio ambiente y del entorno rural); con medidas destinadas a la utilización sostenible de las tierras agrícolas y forestales, ayudas agroambientales, etc.
3. Mejorar la calidad de vida en las zonas rurales y fomentar la diversificación de la actividad económica (Eje No. 3 Calidad de vida en las zonas rurales y diversificación de la economía rural); a través de medidas de diversificación de la economía rural hacia labores no agrícolas como el fomento de las actividades turísticas, medidas de mejora de la calidad de vida como la prestación de servicios básicos, etc.
Otros como el Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (INDERT) de Paraguay y la Comisión Intersecretarial para el Desarrollo Rural Sustentable de México, establecida por Ley de Desarrollo Rural Sustentable de 7 de diciembre de 2001 y modificada el 18 de junio de 2010, fomentan las acciones siguientes:
1. Apoyos, compensaciones y pagos directos al productor.
2. Reconversión productiva y tecnológica, equipamiento rural, asistencia técnica.
3. Estímulos fiscales para el desarrollo rural sustentable, servicios ambientales.
4. Subsidios para la reducción de la pobreza y la desigualdad rural en las colonias y asentamientos, etc.
En sentido general se concluye que el Desarrollo Rural Sostenible implica el mejoramiento integral y continuo de las actividades socioeconómicas y el bienestar social de la población de los territorios comprendidos fuera de los núcleos urbanos. Es un proceso de transformación de las sociedades rurales, centrado en las personas, partipativo, encaminado a la superación de los desequilibrios sociales, económicos, institucionales y de género, que busca ampliar las oportunidades de desarrollo humano, asegurando la conservación permanente de los recursos naturales, la biodiversidad y los servicios ambientales de dicho territorio.
Sin embargo, el alcance de ese reconocimiento es objeto de amplio y persistente debate en el ámbito de las ciencias sociales, por cuanto a menudo conduce a un relativismo cultural disfuncional respecto de los objetivos de sostenibilidad social. La cuestión se plantea en términos muy claros: ¿debe aceptarse una diversidad cultural que implica, en algunas de sus concreciones, una manifiesta falta de equidad para determinados colectivos, como las mujeres o los niños?(Baigorri, 2001 p.13)
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