PRESENCIA DE LA ÉTICA MARTIANA EN LA POLÍTICA CUBANA

Raúl Quintana Suárez

"El pensamiento se ha de ver en las obras"


El mérito principal de nuestro Apóstol José Martí, entre otras muchas virtuosas cualidades como político, escritor, poeta, orador y hombre de vasta cultura, portador de un singular humanismo ético, lo constituyó su tarea  titánica, por lograr la unidad entre las diversas personalidades, instituciones y organizaciones, que dispersas, y no pocas de ellas desalentadas aun por la firma del Pacto del Zanjón, en febrero de de 1878, mantenían bajo diversas concepciones, el afán por lograr la independencia de Cuba. Su bregar incansable por convencer, argumentar, organizar y consensuar criterios dispares, en condiciones objetivas y subjetivas, no pocas veces desfavorables está contenido en su epistolario, discursos y documentos, aún conservados y recogidos en sus obras completas.
La fundación del periódico Patria, en el exilio neoyorquino y del Partido Revolucionario Cubano, con el apoyo de la emigración revolucionaria, en marzo y abril, respectivamente, del mismo año 1892, dan fe de los logros obtenidos en ese propósito, pero contentivos a su vez, de nuevas complejidades e incomprensiones. Pero no era Martí hombre proclive al desaliento. Con tozudez heroica redobló esfuerzos, aunó voluntades y limó asperezas, entre los veteranos y los pinos nuevos, entre los cubanos en el exilio y los residentes en suelo patrio.
Tales circunstancias le concitan a escribir en su artículo "Revolución", publicado en Patria,  el 16 de marzo de 1894 como…"…ni con la lisonja ni con la mentira, ni con el alboroto se ayuda verdaderamente a una obra justa. La virtud es callada en los pueblos como en los hombres. Partido cacareador, partido flojo. Hasta de ser justo con quienes lo merecen debe tener miedo un partido político, no sea  que la justicia parezca adulación; la verdad no anda buscando saludos, ni saludando: solo los pícaros necesitan tinieblas y cómplices: los partidos políticos suelen halagar, melosos, a la muchedumbre de que se sustentan, a reserva de abandonarla, cobardes, cuando con su ayuda hayan subido a donde puedan emanciparse de ella. Tantos logreros le salen a la libertad, tanta alma mercenaria medra en su defensa, tanto aristo astuto enmascara con la arenga piadosa el orgullo de su corazón, que da miedo- por no parecérseles-  hablar de libertad. Lo bueno es fundarla calladamente. Lo bueno es servirle, sin pensar en la propia persona. De los hombres y de sus pasiones, de los hombres y de sus virtudes, de los hombres y de sus intereses se hacen los pueblos. Los enemigos de la libertad de un pueblo, no son tanto los forasteros que lo oprimen, como la timidez y vanidad de sus propios hijos" (123).
La concepción martiana acerca del Partido, en el momento de su creación, como factor político de unidad de los cubanos partidarios de la independencia, estaba muy distante de la creación de un partido electorero tradicional, imperante desde entonces en los Estados Unidos y exportado, aún en la actualidad al mundo, como expresión paradigmática y única de democracia.
Al respecto éste valora en su crónica al diario La Nación de Buenos Aires, con fecha  9 de mayo de 1885, sobre la campaña presidencial en Estados Unidos, como…"…es recia y nauseabunda una campaña presidencial en los Estados Unidos. . Desde mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan como candidato a la Presidencia, aquel hombre ilustre, cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber  bien el país,  sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido y más influjo en la administración, a los que contribuyen a nombrarlo y sacarle victorioso".
Para agregar:
"Una vez nombrado en las Convenciones los candidatos, el cieno sube hasta los arzones de las sillas. Las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la vejez. Se vuelven cubos de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno con tal que aturda al enemigo. El que inventa una villanía eficaz, se pavonea orgulloso. Se juzgan dispensados, aun los hombres más eminentes, de los deberes más triviales del honor" (124).
Los criterios del Apóstol acerca de los representantes más significativos del capital financiero, los grandes banqueros, que ocupan un lugar cada vez más importante en los Estados Unidos, en su tránsito acelerado a la fase imperialista se expresa elocuentemente  en su crónica al propio  Diario La Nación donde valora como…"…son los mismos de siempre; con la pechera llena de diamantes: sórdidos, recios; los senadores los visitan por puertas excusadas; los Secretarios los visitan en horas silenciosas; abren y cierran la puerta a los millones: son banqueros privados".
Para reflexionar posteriormente como…"…si los tiempos solo se prestan a cábalas interiores, urden una camarilla, e influyen en los decretos del gobierno de manera que ayuden a sus fines, levantar por el aire una empresa, la venden mientras excita la confianza pública mantenida por medios artificiales e inmundos y luego la dejan caer a tierra. Si el gobierno no tiene más que contratos domésticos en que rapacear, caen sobre los contratos y pagan suntuosamente a los que les auxiliaren en acapararlos.  Caen sobre los gobiernos como los buitres,  cuando hayan vivo el cuerpo que creyeron muerto. Tienen soluciones dispuestas para todo: periódicos, telégrafos, damas sociales, personajes floridos y rotundos, polemistas ardientes que defienden sus intereses en el Congreso, con palabra de playa y magnífico acento. Todo lo tienen: se les vende todo: cuando hallan algo que no se les vende, se coligan con todos los vendidos y los arrollan…Como en piezas de ajedrez estudian de antemano, en sus diversas posiciones los acontecimientos y sus resultados, y para toda combinación posible de ellos, tienen la jugada lista. Un deseo absorbente les anima siempre, rueda continua de esta tremenda máquina: adquirir: tierra, dinero, el guano del Perú, los Estados del Norte de México. ¡En cuerda pública, descalzos y con la cabeza mondada, debían ser paseados por las calles esos malvados que amasan su fortuna con las preocupaciones y los odios de los pueblos! ¡Banqueros no: bandidos!" (125).
Con la amarga experiencia de los excesos civilistas de la primera contienda independentista (1868-1878), que tantos prejuicios, en parte justificados, sembró en los jefes militares como Antonio Maceo y Máximo Gómez, y por otra, la amarga experiencia de las repúblicas latinoamericanas, no  pocas independientes desde 1811, sumidas en gobiernos autoritarios, bajo la férula de  caudillos como Rosas en Argentina; el Doctor Francia, en Paraguay;   Guzmán Blanco, en Venezuela, o Porfirio Díaz, en México, por sólo citar algunos,  intentó Martí, el  incurrir en los mismos errores, con la fundación del Partido Revolucionario Cubano. Tarea titánica la de argumentar, convencer, reclamar, ante unos y otros, la necesidad de buscar el punto medio, que evitase lo uno  y lo otro. Única forma de garantizar la unidad indispensable para organizar la Guerra Necesaria.
Ello lleva al Maestro a escribir al general Máximo Gómez como…"…un pueblo no se funda General, como se manda un campamento; y cuando en los trabajos preparativos de una revolución más delicada y compleja, que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir a todos los recursos de fe y de guerra que levante el espíritu a los propósitos  cautelosos y personales de los jefes justamente afamados  que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar  un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué  somos General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados, que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón, se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Vds en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?" (126).

Los propósitos martianos al fundar el Partido Revolucionario Cubano, los reitera nuevamente en su artículo "Generoso deseo", publicado en Patria, donde expresa como…"…la unidad de pensamiento que de ningún modo quiere decir la servidumbre, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político y de toda especie de empresas, principalmente de aquellos, que por la fuerza, la novedad y la oportunidad del pensamiento, se acercan más al éxito que cuando iban sin otro rumbo que el de la  pasión o el deseo desordenado, que más perturban que serenan los ánimos y alejan que acercan, en un país harto probado y harto razonador para lanzarse a tentativas oscuras que no satisfagan su juicio…Si por su pensamiento y por su acción basada en él, ha de ser eficaz y gloriosísima la campaña del Partido Revolucionario Cubano, es indispensable que, sean cualesquiera las diferencias de fervor o aspiración social, no se vea contradicción alguna, ni reserva enconosa, ni parcialidades mezquinas, ni arrepentimientos de generosidad, en el pensamiento del Partido Revolucionario. El pensamiento se ha de ver en las obras. Si inspiramos hoy fe, es porque hacemos todo lo que decimos. Si nuestro poder nuevo y fuerte está en nuestra inesperada unión, nos quitaríamos voluntariamente el poder si le quitásemos a nuestro pensamiento su unidad" (127).
Con los pies en la tierra, no obstante el vuelo de su pensamiento, Martí comprendía las dificultades a vencer en busca de la unidad necesaria, para el reinicio de la lucha. Intereses contradictorios se anidaban en las mentes de criollos ricos, campesinos pobres y medios, obreros, intelectuales, veteranos y jóvenes patriotas, emigrados y residentes en el suelo patrio, negros libertos y antiguos amos, cultos intelectuales y patriotas aun iletrados, antiguos anexionistas y autonomistas. Incluso creía deber insoslayable del nuevo Partido luchar por la independencia de Puerto Rico. En su artículo "El alma de la Revolución y el deber de Cuba en el mundo", publicado en Patria, al cumplirse el tercer aniversario de la fundación  del PRC, valora como…"…a su pueblo se ha de ajustar todo partido público, y no es la política más, o no ha de ser, que el arte de guiar, con sacrificio propio, los factores diversos u opuestos de un país de modo, que, sin indebido favor a la impaciencia de los unos, ni negación culpable de la necesidad del orden en las sociedades- solo seguro con la abundancia del derecho- vivan sin  choque, y en la libertad de aspirar o de resistir, en la paz continua del derecho reconocido, los elementos varios que en la patria tienen título igual a la representación y la felicidad.  Un pueblo no es la voluntad de un hombre solo, por pura que ella sea".
Para añadir:
"Un pueblo es composición de muchas voluntades, viles o puras, francas o torvas, impedidos por la timidez o precipitados por la ignorancia. Hay que deponer mucho, que atar mucho, que sacrificar mucho, que apearse de la fantasía, que echar pie a tierra en la patria revuelta, alzando por el cuello a los pecadores, vista el pecador paño o rusa: hay que sacar de lo profundo las virtudes, sin caer en el error de desconocerlas, porque vengan en ropaje humilde, ni de negarlas, porque se acompañen de la riqueza y la cultura…La esperanza de una vida cordial y decorosa anima hoy por igual a los prudentes del señorío de ayer, que ven peligro en el privilegio inmerecido de los hombres nulos y a los cubanos de humilde estirpe, que en la creación de sí propios se han descubierto una invencible nobleza. Nada espera el pueblo cubano de la revolución que la revolución no pueda darle. Si desde la sombra entrase en ligas, con los humildes o con los soberbios, sería criminal la revolución e indigna de que muriésemos por ella. Franca y posible, la revolución tiene hoy la fuerza de todos los hombres previsores, del señorío útil y de la masa cultivada, de generales y abogados, de tabaqueros y guajiros, de médicos y comerciantes, de amor y de libertos; triunfará con esa alma y perecerá sin ella" (128).
Al igual que en todo el largo y complejo proceso de formación de nuestra identidad cultural y nacional, proceso siempre en continuo desarrollo, en el decursar de las últimas décadas del siglo XVIII, siglo XIX y siglo XX e incluso inicios del XXI, muchos han sido los que han aportado al mismo, desde intereses de clase y concepciones políticas divergentes e incluso antagónicas. Al igual que José Martí buscó la relativa unidad entre factores tan contrapuestos, unidos coyunturalmente por la aspiración a la independencia, a fines de la década de los  90, de la decimonónica centuria;   a fines de la década de los 50, del siglo XX, el casi unánime repudio a la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista, permitió a la gran mayoría de todas las clases, capas y sectores sociales, mirar con simpatía el movimiento armado dirigido por Fidel Castro, desde las montañas de la Sierra Maestra, desde el desembarco del Granma el 2 de diciembre de 1956 y su posterior consolidación en los años 1957 y 58, cada cual desde sus particulares expectativas. El propio triunfo de la Revolución el primero de enero de 1959 y la promulgación de las primeras leyes revolucionarios fueron decantando simpatías y oposiciones, apoyos y rechazos a un proceso que aún contaba con el respaldo de la amplia  mayoría del  pueblo cubano.
En su discurso en  el entonces Campamento Militar de Columbia, en La Habana, el 8 de enero de 1959, ya el líder cubano vislumbraba como una de las tareas fundamentales la lucha por la unidad en evitación de una lucha por el poder entre varias organizaciones revolucionarias. Al respecto expresaba entonces como…"…es posible que la alegría mayor en este instante sea la alegría de las madres cubanas.  Madres de soldados o madres de revolucionarios, madres de cualquier ciudadano, hoy experimentan la sensación de que sus hijos, al fin, están fuera de peligro. El crimen más grande que pueda cometerse hoy en Cuba, repito, el crimen más grande que pueda hoy cometerse en Cuba sería un crimen contra la paz.  Lo que no perdonaría hoy nadie en Cuba sería que alguien conspirase contra la paz. Todo el que haga hoy algo contra la paz de Cuba, todo el que haga hoy algo que ponga en peligro la tranquilidad y la felicidad de millones de madres cubanas, es un criminal y es un traidor. Quien no esté dispuesto a renunciar a algo por la paz, quien no esté dispuesto a renunciarlo todo por la paz en esta hora, es un criminal y es un traidor.  Como pienso así, yo digo y yo juro ante mis compatriotas que si cualquiera de mis compañeros, o nuestro movimiento, o yo, fuésemos el menor obstáculo a la paz de Cuba, desde ahora mismo el pueblo puede disponer de todos nosotros y decirnos lo que tenemos que hacer.  Porque soy un hombre que sabe renunciar, porque lo he demostrado más de una vez en mi vida, porque eso he enseñado a mis compañeros, tengo moral y me siento con fuerza y autoridad suficientes para hablar en un instante como este. Y a los primeros que tengo que hablarles así es a los revolucionarios; y si fuere preciso, o mejor dicho, porque es preciso decirlo a tiempo. No está tan lejana aquella década que siguió a la caída de Machado; quizás uno de los males más grandes de aquella lucha fue la proliferación de los grupos revolucionarios, que no tardaron en entrarse a tiros los unos a los otros.  Y en consecuencia lo que pasó fue que vino Batista y se quedó 11 años con el poder. Cuando el Movimiento 26 de Julio se organizó, incluso cuando iniciamos esta guerra, yo consideré que si bien eran muy grandes los sacrificios que estábamos haciendo, que si bien la lucha iba a ser muy larga, y lo ha sido, porque ha durado más de dos años, dos años que no fueron para nosotros un paseo, dos años de duro batallar, desde que reiniciamos la campaña con un puñado de hombres, hasta que hemos llegado a la capital de la República a pesar de los sacrificios que teníamos por delante, nos tranquilizaba, sin embargo, una idea:  era evidente que el Movimiento 26 de Julio contaba con la inmensa mayoría del respaldo y de la simpatía popular; era evidente que el Movimiento 26 de Julio contaba con el respaldo casi unánime de la juventud cubana.  Parecía que esta vez una organización grande y fuerte iba a recoger las inquietudes de nuestro pueblo y las terribles consecuencias de la proliferación de organizaciones revolucionarias no se iban a presentar en este proceso. Creo que todos debimos estar desde el primer momento en una sola organización revolucionaria: la nuestra o la de otro, el 26, el 27 o el 50, en la que fuese, porque, si al fin y al cabo éramos los mismos los que luchábamos en la Sierra Maestra que los que luchábamos en el Escambray, o en Pinar del Río, y hombres jóvenes, y hombres con los mismos ideales, ¿por qué tenía que haber media docena de organizaciones revolucionarias? La nuestra, simplemente fue la primera; la nuestra, simplemente fue la que libró la primera batalla en el Moncada, la que desembarcó en el “Granma” el 2 de diciembre, y la que luchó sola durante más de un año contra toda la fuerza de la tiranía; la que cuando no tenía más que 12 hombres, mantuvo enhiesta la bandera de la rebeldía, la que enseñó al pueblo que se podía pelear y se podía vencer, la que destruyó todas las falsas hipótesis sobre revolución que habían en Cuba.  Porque aquí todo el mundo estaba conspirando con el cabo, con el sargento, o metiendo armas en La Habana, que se las cogía la policía, hasta que vinimos nosotros y demostramos que esa no era la lucha, que la lucha tenía que ser otra, que había que inventar una nueva táctica y una nueva estrategia, que fue la táctica y la estrategia que nosotros pusimos en práctica y que condujo al más extraordinario triunfo que ha tenido en su historia el pueblo de Cuba" (129).
El tema de la unidad revolucionaria constituyó y aún constituye la problemática esencial para la propia supervivencia de la Revolución, lo que es bien conocido por sus enemigos que tratan por todos los medios de fomentar la división entre sus filas, desde diversos ángulos. Prioritariamente entre la dirección política y el pueblo así como entre los propios revolucionarios en el seno de las organizaciones revolucionarias, favorecido por los errores cometidos, el dañino utopismo en la toma de decisiones, los brotes de  sectarismo en determinadas coyunturas y la falta de ejemplaridad en determinados cuadros, expresado particularmente en casos de corrupción o deslealtad política, basados en ambiciones de poder.
En discurso ante los intelectuales, en junio de 1961, el dirigente cubano expresó como…"… ese es un caso digno de tenerse muy en cuenta, porque es precisamente un caso representativo de esa zona de escritores y de artistas que tenían una disposición favorable con respecto a la Revolución y que deseaban saber qué grado de libertad tenían, dentro de las condiciones revolucionarias, para expresarse de acuerdo con esos sentimientos. Ese es el sector que constituye para la Revolución el problema, de la misma manera que la Revolución constituye para ellos un problema.  Y es deber de la Revolución preocuparse por esos casos, es deber de la Revolución preocuparse por la situación de esos artistas y de esos escritores.  Porque la Revolución debe tener la aspiración de que marchen junto a ella no solo todos los revolucionarios, no solo todos los artistas e intelectuales revolucionarios.  Es posible que los hombres y las mujeres que tengan una actitud realmente revolucionaria ante la realidad, no constituyan el sector mayoritario de la población: los revolucionarios son la vanguardia del pueblo.  Pero los revolucionarios deben aspirar a que marche junto a ellos todo el pueblo.  La Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario; la Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos, que aunque no sean revolucionarios —es decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida—, estén con ella.  La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios. Y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo, la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores.  La Revolución tiene que comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse.  Es decir, dentro de la Revolución. Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada.  Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir.  Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie—por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera—, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.  Creo que esto es bien claro. ¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios?  Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho. Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores.  Esto es un principio general para todos los ciudadanos, es un principio fundamental de la Revolución.   Los contrarrevolucionarios, es decir, los enemigos de la Revolución, no tienen ningún derecho contra la Revolución, porque la Revolución tiene un derecho: el derecho de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer.  ¿Quién pudiera poner en duda ese derecho de un pueblo que ha dicho "iPatria o Muerte!", es decir, la Revolución o la muerte, la existencia de la Revolución o nada, de una Revolución que ha dicho "¡Venceremos!"?  Es decir, que se ha planteado muy seriamente un propósito, y por respetables que sean los razonamientos personales de un enemigo de la Revolución, mucho más respetables son los derechos y las razones de una revolución tanto más, cuanto que una revolución es un proceso histórico, cuanto que una revolución no es ni puede ser obra del capricho o de la voluntad de ningún hombre, cuanto que una revolución solo puede ser obra de la necesidad y de la voluntad de un pueblo.  Y frente a los derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos de ese pueblo no cuentan" (130).
La continuidad de esa concepción de la unidad necesaria se expresa una vez más en su intervención el 13 de marzo de 1962 en acto en conmemoración del V Aniversario del Asalto al Palacio Presidencial, acción heroica del Directorio Revolucionario, cuando valora indignado, ante la omisión de unas líneas del Testamento Político de José Antonio Echeverría, por expresar en estas sus convicciones religiosas:

"He aquí que en esta noche se presenta un caso, un ejemplo que nos ha de servir de lección y nos ha de servir para hacer un análisis revolucionario.  El compañero que actuó como maestro de ceremonias fue leyendo al principio de este acto una serie de documentos, algunas palabras, algunos escritos y, entre ellos, estaba leyendo el Testamento del compañero José Antonio Echeverría.  Y nosotros, mientras él leía, íbamos leyendo también el Testamento en la última página de un folleto que nos habían entregado, íbamos leyendo mecánicamente el Testamento Político de José Antonio Echeverría al pueblo de Cuba.  Y comenzó a leerlo.  Leyó el primer párrafo, leyó el segundo párrafo, comenzó a leer el tercer párrafo y, cuando estaba al final del tercer párrafo, notamos que saltó al cuanto párrafo, dejando de leer tres líneas.  Escuchen, compañeros, no se apresuren a hacer un juicio, ni siquiera a echarle la culpa al compañero.  Y nos pareció que se había saltado, y por curiosidad fuimos a leer la parte, ya que él se la había saltado, y leemos que dice —voy a leer el tercer  párrafo—: “Nuestro compromiso con el pueblo de Cuba quedó fijado en la Carta de México, que unió a la juventud en una conducta y una actuación; pero las circunstancias necesarias para que la parte estudiantil realizara el papel a ella asignado no se dieron oportunamente, obligándonos a aplazar el cumplimiento de nuestro compromiso…”  De ahí salta: “…Si caemos, que nuestra sangre…”, y leo las tres líneas.  ¿Y qué decían?  “Creemos que ha llegado el momento de cumplir.  Confiamos en que la pureza de nuestras intenciones nos traiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra patria.”

Y valora a continuación:

"¿Será posible, compañeros?  Vamos a hacer un análisis. ¿Seremos nosotros, compañeros, tan cobardes, y seremos tan mancos mentales, que vengamos aquí a leer el Testamento de José Antonio Echeverría y tengamos la cobardía, la miseria moral, de suprimir tres líneas, sencillamente porque esas líneas hayan sido expresión, bien formal de un modismo, o bien de una convicción que a nosotros no nos toca analizar, del compañero José Antonio Echeverría? ¿Vamos a truncar lo que escribió?  ¿Vamos a truncar lo que creyó?  ¿Y vamos a sentirnos aplastados, sencillamente por lo que haya pensado, o lo que haya creído en cuanto a religión?  ¿Qué clase de confianza es esa en las ideas propias?  ¿Qué clase de concepto es ese de la historia?  ¿Y cómo concebir la historia de manera tan miserable?  ¿Cómo concebir la historia como una cosa muerta, como una cosa putrefacta, como una piedra inmóvil?  ¿Podrá llamarse <<concepción dialéctica de la historia>> semejante cobardía?  ¿Podrá llamarse marxismo semejante manera de pensar?  ¿Podrá llamarse socialismo semejante fraude?  ¿Podrá llamarse comunismo semejante engaño?  ¡No!  Quien conciba la historia como deba concebirla, quien conciba el marxismo como deba concebirlo, y lo comprenda y lo interprete y lo aplique a la historia, no comete semejante estupidez; porque, con ese criterio, con ese criterio, habría que comenzar por suprimir todos los escritos de Carlos Manuel de Céspedes, que expresó el pensamiento de su tiempo, que expresó el pensamiento de su clase, que expresó el pensamiento revolucionario que correspondía a un momento en que los criollos, los representantes de la riqueza nacional se rebelaron contra el yugo y la explotación de España.  ¿Y qué ideas influían a aquellos hombres?  ¡Las ideas de la Revolución francesa, es decir, de la revolución burguesa!  ¿Y qué ideas influyeron a los próceres de América, que ideas influyeron en Bolívar?  ¡Aquellas mismas ideas!  ¿Qué ideas influyeron en Martí, que ideas influyeron en Maceo, que ideas influyeron en Máximo Gómez y los demás hombres de aquella gloriosa estirpe?  ¿Qué ideas influyeron en nuestros poetas de aquel tiempo, representantes de la cultura cubana, raíz de nuestra historia, sino las ideas de aquel tiempo?  ¿Y entonces tendremos que suprimir los libros de Martí porque Martí no fuera marxista-leninista, porque Martí respondiera al pensamiento revolucionario que cabía en nuestra patria en aquella era?
Si el marxismo-leninismo es la ideología de la clase obrera cuando esa clase surge y toma conciencia de sí misma y se lanza a la lucha por su redención, ¿cómo podíamos pedir que ese fuera el pensamiento cuando la tarea que se presentaba en un país, la tarea que se presentaba en la América Latina en la época de su independencia, y la tarea que se presentaba en nuestra patria eran tareas nacionales, tareas de otra índole, tareas de otros tipo, que correspondían al desarrollo de nuestra patria en aquel momento dado? ¡Por ese camino, habría que abolir el concepto de revolucionario desde Espartaco hasta martí!  ¡Por esa concepción miope, sectaria, estúpida y manca, negadora de la historia y negadora del marxismo, habría que caer en la negación de todos los valores, en la negación de toda la historia, en la negación de nuestras propias raíces!   ¡Cuando todo ese acervo de progreso humano, de esfuerzo humano, de sacrificio humano, debemos recogerlo y acumularlo en la historia hermosa de la patria y en la historia hermosa de una humanidad que progresa, que ha venido progresando desde el principio, y que sigue progresando y que seguirá progresando cada vez más!
Por ese camino llegaríamos a la situación de creernos de nosotros ultrarrevolucionarios, y creernos que hemos hecho toda la historia de la patria, olvidados de las decenas de miles de mambises que cayeron, olvidados de las decenas de miles de héroes que murieron en el camino, todos los cuales, en un grado o en otro, fueron jalonando el camino, fueron haciendo la historia de la patria y fueron creando las condiciones en virtud de las cuales nosotros, generación afortunada, tuvimos la oportunidad de llegar a las metas más altas y ver cumplidos sueños que fueron sueños de generaciones de luchadores que, unas tras otras, se sacrificaron y se inmolaron preparando el camino. ¡El invocar sus sentimientos religiosos —si esta frase fue expresión de ese sentimiento— no le quita a José Antonio Echeverría nada de su heroísmo, nada de su grandeza y nada de su gloria, porque fue expresión del sentimiento rebelde de la juventud universitaria, del sentimiento generoso de aquella juventud que, por boca de uno de sus más valerosos dirigentes, escribió tan sereno y desinteresado Testamento, tan sereno y generoso Testamento, como quien tuviera casi la certeza de que iba a morir!" (131).
La presencia de la ética humanista martiana en el pensamiento de Fidel Castro se  revela continuamente en sus discursos y escritos. Y como tal trasciende a su pensamiento político, invocación constante a la unidad, ante la que deben inmolarse, como supremo sacrificio, intereses, recelos y vanidades de protagonismo. En el dirigente cubano, en nuestra historia, no está la mera acumulación de conocimientos, siempre necesarios, sino la presencia de ejemplos, validados en la práctica, encaminados a la corrección de errores, que sería imperdonable repetir.
Como expresase el líder cubano el 10 de octubre de 1968…"…la derrota de las fuerzas revolucionarias en 1878 trajo también sus secuelas políticas.  A la sombra de la derrota, a la sombra del desengaño, otra vez de nuevo aquellos sectores, representantes décadas atrás de la corriente anexionista y de la corriente reformista, volvieron a la carga para propugnar una nueva corriente política, que era la corriente del autonomismo, para oponerse, naturalmente, a las tesis radicales de la independencia y a las tesis radicales acerca del método y del único camino para obtener aquella independencia, que era la lucha armada. De manera que después de la Guerra de los Diez Años, en el pensamiento político, o en la historia del pensamiento político cubano, surge de nuevo la corriente pacifista, la corriente conciliatoria, la corriente que se opone a las tesis radicales que habían representado los cubanos en armas.  De la misma manera vuelven a surgir las corrientes anexionistas en un grado determinado, corrientes incluso en los primeros tiempos de la Guerra de los Diez Años, cuando todavía muchos cubanos ingenuamente veían en la nación norteamericana el prototipo del país libre, del país democrático, y recordaban sus luchas por la independencia, la Declaración de la Independencia de Washington, la política de Lincoln; todavía había cubanos a principios de la guerra de 1868 que tenían resabios o residuos de aquella corriente anexionista, que fue desapareciendo en ellos a lo largo de la lucha armada".
Para agregar: 
"Se inicia una etapa de casi 20 años entre 1878 y 1895.  Esa etapa tiene también una importancia muy grande en el desarrollo de la conciencia política del país.  Las banderas revolucionarias no fueron abandonadas, las tesis radicales no fueron olvidadas.  Sobre aquella tradición creada por el pueblo de Cuba, sobre aquella conciencia engendrada en el heroísmo y en la lucha de diez años, comenzó a brotar el nuevo y aún más radical y avanzado pensamiento revolucionario.  Aquella guerra engendró numerosos líderes de extracción popular, pero también aquella guerra inspiró a quien fue sin duda el más genial y el más universal de los políticos cubanos, a José Martí.
Martí era muy joven cuando se inició la Guerra de los Diez Años.  Padeció cárcel, padeció exilio; su salud era muy débil, pero su inteligencia extraordinariamente poderosa.  Fue en aquellos años de estudiante paladín de la causa de la independencia, y fue capaz de escribir algunos de los mejores documentos de la historia política de nuestro país cuando prácticamente no había cumplido todavía 20 años. 
Derrotadas las armas cubanas, por las causas expresadas, en 1878, Martí se convirtió sin duda en el teórico y en el paladín de las ideas revolucionarias.  Martí recogió las banderas de Céspedes, de Agramonte y de los héroes que cayeron en aquella lucha de diez años, y llevó las ideas revolucionarias de Cuba en aquel período a su más alta expresión.  Martí conocía los factores que dieron al traste con la Guerra de los Diez Años, analizó profundamente las causas, y se dedicó a preparar la nueva guerra.  Y la estuvo preparando durante casi 20 años, sin desmayar un solo instante, desarrollando la teoría revolucionaria, juntando voluntades, agrupando a los combatientes de la Guerra de los Diez Años, combatiendo de nuevo —también en el campo de las ideas— a la corriente autonomista que se oponía a la corriente revolucionaria, combatiendo también las corrientes anexionistas que de nuevo volvían a resurgir en la palestra política de Cuba después de la derrota y a la sombra de la derrota de la Guerra de los Diez Años. 
Martí predica incesantemente sus ideas; Martí organiza los emigrados; Martí organiza prácticamente el primer partido revolucionario, es decir, el primer partido para dirigir una revolución, el primer partido que agrupara a todos los revolucionarios. Y con una tenacidad, una valentía moral y un heroísmo extraordinarios, sin otros recursos que su inteligencia, su convicción y su razón, se dedicó a aquella tarea.  Y debemos decir que nuestra patria cuenta con el privilegio de poder disponer de uno de los más ricos tesoros políticos, una de las más valiosas fuentes de educación y de conocimientos políticos, en el pensamiento, en los escritos, en los libros, en los discursos y en toda la extraordinaria obra de José Martí. 
Y a los revolucionarios cubanos más que a nadie nos hace falta tanto cuanto sea posible ahondar en esas ideas, ahondar en ese manantial inagotable de sabiduría política, revolucionaria y humana.  No tenemos la menor duda de que Martí ha sido el más grande pensador político y revolucionario de este continente.  No es necesario hacer comparaciones históricas.  Pero si analizamos las circunstancias extraordinariamente difíciles en que se desenvuelve la acción de Martí:  desde la emigración luchando sin ningún recurso contra el poder de la colonia después de una derrota militar, contra aquellos sectores que disponían de la prensa y disponían de los recursos económicos para combatir las ideas revolucionarias; si tenemos en cuenta que Martí desarrollaba esa acción para libertar a un país pequeño dominado por cientos de miles de soldados armados hasta los dientes, país sobre el cual se cernía no solo aquella dominación sino un peligro mucho mayor todavía; el peligro de la absorción por un vecino poderoso, cuyas garras imperialistas comenzaban a desarrollarse visiblemente; y que Martí desde allí, con su pluma, con su palabra, a la vez que trataba de inspirar a los cubanos y formar su conciencia para superar las discordias y los errores de dirección y de método que dieron al traste con la Guerra de los Diez Años, a la vez que unir en un mismo pensamiento revolucionario a los emigrados, a la vieja generación que inició la lucha por la independencia y a las nuevas generaciones, unir a aquellos destacadísimos y prestigiosos héroes militares, se enfrentaba en el terreno de las ideas a las campañas de España en favor de la colonia, a las campañas de los autonomistas en favor de procedimientos leguleyescos y electorales y engañosos que no conducirían a nuestra patria a ningún fin, y se enfrentaba a las nuevas corrientes anexionistas que surgían de aquella situación, y se enfrentaba al peligro de la anexión, no ya tanto en virtud de la solicitud de aquellos sectores acomodados que décadas atrás la habían solicitado para mantener la institución de la esclavitud sino en virtud del desarrollo del poderío económico y político de aquel país que ya se insinuaba como la potencia imperialista que es hoy.  Teniendo en cuenta esas extraordinarias circunstancias, esos extraordinarios obstáculos, bien podemos decir que el Apóstol de nuestra independencia se enfrentó a dificultades tan grandes y a problemas tan difíciles como no se tuvo que enfrentar jamás ningún dirigente revolucionario y político en la historia de este continente. Y así surgió en el firmamento de nuestra patria esa estrella todo patriotismo, todo sensibilidad humana, todo ejemplo, que junto con los héroes de las batallas, junto con Maceo y Máximo Gómez, inició de nuevo la guerra por la independencia de Cuba" (132).

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Por: Miguel Ángel Sámano Rentería y Ramón Rivera Espinosa. (Coordinadores)

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