PRESENCIA DE LA ÉTICA MARTIANA EN LA POLÍTICA CUBANA

Raúl Quintana Suárez

“Si Europa fuera el cerebro, muestra América sería el corazón”


El espíritu latinoamericanista en Martí, nunca reñido con su pensamiento de vuelo universal, se expresa desde fecha temprana en sus escritos y discursos. Lo que se evidencia cuando valora durante su estancia en Guatemala, en 1877 como…“…interrumpida por la conquista la obra natural y majestuosa de la civilización americana, se creó con el advenimiento de los europeos un pueblo extraño, no español, porque la savia nueva rechaza el cuerpo viejo; no indígena, porque se ha sufrido la  injerencia de una civilización  devastadora, dos palabras que, siendo un antagonismo, constituyen un proceso: se creó un pueblo mestizo en la forma, que con la reconquista de su libertad, desenvuelve y restaura su alma propia” (14).
Amó a su patria, como amó a Nuestra América, con fervor tal, que siempre la tuvo en su pensamiento, no desdeñando su espíritu, quizás rudo, comparado con los figurines europeos de salón, pero aquilatando en su alma, para algunos, salvaje, la raíz profunda de su amor a la independencia.
 Al respecto  valora en la Revista Guatemalteca como…“…yo conozco a Europa y he estudiado su espíritu; conozco a América y sé el suyo. Tenemos más elementos naturales, en estas nuestras tierras, desde donde corre el Bravo fiero hasta donde acaba el digno Chile, que en tierra alguna del universo; pero tenemos menos elementos civilizadores, porque somos mucho más jóvenes en historia, no contamos seculares precedentes y hemos sido, nosotros los latinoamericanos, menos afortunados en educación que pueblo alguno….” (15)…lo que lo lleva a comprender que…“…las soluciones sociales, nacidas de los males europeos, no tienen nada que curar en la selva del Amazonas, donde se adora todavía a las divinidades salvajes…” (16).
Ese mismo sentimiento latinoamericanista y caribeño, esa ansia permanente por la unidad de nuestros pueblos, esa aspiración integracionista, inspirada en valores comunes y cultura compartida, se encuentra presente en el ideario de Fidel Castro, cuando expresa como…“…los que hemos leído la historia de América, los que más de una vez nos hemos puesto a meditar, desde que adquirimos las primeras nociones políticas, desde que adquirimos los primeros conceptos de lo que era este continente, de su origen, de su historia; y se nos hacía difícil comprender por qué la América nuestra había llegado al estado actual, por qué nosotros, hombres y mujeres que hablábamos el mismo idioma, que poseíamos la misma tradición, por cuyas venas corría la misma sangre y en cuyos corazones corría también el mismo sentimiento y que sobre nuestras espaldas llevábamos la misma carga, que sobre nuestros cuellos llevábamos el mismo yugo, en nuestros pies las mismas cadenas y en nuestra entraña el mismo dolor, que era el dolor de los 200 millones de latinoamericanos explotados y esclavizados  por el sistema colonial; que sustituyó en nuestros pueblos al coloniaje español; por qué habíamos vivido tan ausentes; por qué habíamos vivido tan distantes; por qué habíamos vivido tan indiferentes nosotros a los que muchas veces no nos ha separado más que un río, o una línea imaginaria, o una montaña o un brazo de mar; pero que en el fondo y en esencia éramos la misma cosa”  (17). 
Pero no basta amar sin la comprensión profunda del objeto amado. Martí amaba de Nuestra América su rica tradición cultural, salvaguardada por el escudo de los arraigados valores éticos de sus pueblos. De la misma forma que desdeñaba, sin odiar, a aquellos ajenos a todo sentimiento patrio, avergonzados de su origen mestizo, germen de nuestra identidad, deslumbrados por paradigmas ajenos; al igual que a otros, en tránsito deleznable, en su actuar y pensar, al chovinismo más burdo, infecundo propiciador de divisionismos y guerras fratricidas, propiciador al expansionismo del coloso del norte.
Para éste se…“…cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundo…Los que enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa grande, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos” (18).  
Para José Martí, merecen igual desprecio los que abjuran de  cultura y tradiciones de su suelo natal, en vil desdeño de sus raíces y se suman, con participación activa, a  los detractores de su madre tierra. Para éste, a…“… los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás.  No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan porque llevan delantal indio, de la madre que los crió y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma y la dejan sola en el lecho de las enfermedades!....Ni ¿en qué patria puede tener el hombre más orgullo que en nuestra repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de la pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de de un centenar de apóstoles? ” (19). 
En Fidel la concepción de la unión de las naciones latinoamericanas, inspirada evidentemente en el ideario martiano,  ya adaptada al contexto de fines del siglo XX, amplía la inclusión de los países caribeños de multidiversidad cultural, gradualmente liberados del estado colonial, e incluso, a todos los países del mundo, a través de la denominada globalización de la solidaridad, de profundo contenido ético.
El 11 de junio de 1999, en su intervención en el Primer Congreso Internacional de Cultura y Desarrollo, efectuado en La Habana, expone algunas de estas ideas cuando expresa como…“…unidos equivaldríamos a la suma de muchas y muy ricas culturas; en este sentido, cuando pensamos en Nuestra América, como le llamaba Martí, esa América que comienza en el río Bravo, aunque debiera haber comenzado en la frontera de Canadá, porque esa parte pertenecía también a nuestra América, hasta que unos vecinos, expansionistas insaciables, se apoderaron de todo el territorio del oeste de lo que hoy es Estados Unidos, a esa integración es a la que me refiero, incluido el Caribe. Todavía no están en estas reuniones cumbres iberoamericanas los caribeños. Por fortuna, y por primera vez, se reunirán en Río de Janeiro con la Unión Europea, el 28 y el 29 de este mes, todos los países latinoamericanos y caribeños. Ya empezamos a ampliar la familia. En general, los caribeños eran olvidados entre los olvidados, porque también los latinoamericanos lo éramos y lo somos…”…dado que… “… la suma de todas nuestras culturas sería una enorme cultura y una multiplicación de nuestras culturas. La integración no debe afectar, sino enriquecer la cultura de cada uno de nuestros países”.
Para agregar que…“…cuando hablamos de unión, en este sentido, lo hacemos todavía dentro de un marco estrecho. Yo creo un poco más: yo creo en la unión de todos los países del mundo, en la unión de todos los pueblos del mundo y en la unión libre, verdaderamente libre; no la fusión, sino la unión libre de todas las culturas, en un mundo verdaderamente justo, en un mundo verdaderamente democrático, en un mundo donde pueda aplicarse aquel tipo de globalización de que habló en su tiempo Carlos Marx y de la que hoy habla Juan Pablo II cuando expresa la idea de la globalización de la solidaridad”(20).
Ernesto Guevara, amado por los pueblos como el Che,  conjuga en su pensar y actuar, un profundo espíritu latinoamericanista, humano, austero en lo personal y generoso con sus semejantes; con valores forjados a base de voluntad y audacia personal. Sobre algunas de esas virtudes trascendentes, valoraba Fidel Castro, en el solemne acto de inhumación de sus restos y de parte de sus compañeros, en el monumento erigido en la ciudad de Santa Clara, en el 30 aniversario de su caída en combate en la Quebrada del Yuro y posterior asesinato:
“Con emoción profunda vivimos uno de esos instantes que no suelen repetirse. No venimos a despedir al Che y sus heroicos compañeros. Venimos a recibirlos. Veo al Che y a sus hombres como un refuerzo, como un destacamento de combatientes invencibles, que esta vez incluye no solo cubanos sino también latinoamericanos que llegan a luchar junto a nosotros y a escribir nuevas páginas de historia y de gloria. Veo además al Che como un gigante moral que crece cada día, cuya imagen, cuya fuerza, cuya influencia se han multiplicado por toda la tierra. ¿Cómo podría caber bajo una lápida? ¿Cómo podría caber en esta plaza? ¿Cómo podría caber únicamente en nuestra querida pero pequeña isla? Solo en el mundo con el cual soñó, para el cual vivió y por el cual luchó hay espacio suficiente para él. Más grande será su figura cuanta más injusticia, más explotación, más desigualdad, más desempleo, más pobreza, hambre y miseria imperen en la sociedad humana...Más resaltará su profundo sentido humanista cuantos más abusos, más egoísmo, más enajenación; más discriminación de indios, minorías étnicas, mujeres, inmigrantes; cuantos más niños sean objeto de comercio sexual u obligados a trabajar en cifras que ascienden a cientos de millones; cuanta más ignorancia, más insalubridad, más inseguridad, más desamparo...” (21).
Como resultado de una política colonial, inspirada en fomentar la desunión entre sus valiosas posesiones, en busca de su más factible sojuzgamiento y explotación, nuestra América nació dividida en múltiples naciones, enfrascada en no escasas ocasiones en luchas fratricidas, ya supuestamente independientes. En los campos de batalla, vertieron su misma sangre, hermanos de raza y cultura, instigados por intereses foráneos, en aras de enriquecer sus particulares caudales, predicando el odio con sacrificio del amor; la desunión fuente segura de minar la resistencia engañada; la prédica inmoral de políticos de alma sumisa, dóciles a sus propios y ajenos  intereses. El colonialismo daba su nefasto relevo al neocolonialismo, disfrazado de ingenuidad, con entrañas de lobo insaciable. Nuestras tierras, selvas, montañas, ríos, surtidor de incalculables recursos, nutrían las arcas de políticos amorales y oligarquías nativas, mientras el pueblo verdadero, con banderas y uniformes diferentes, pero la misma alma, se inmolaba por supuestos ideales, enmascarados como propios, en guerras ajenas.

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