DIVERSIDAD CULTURAL: RESISTENCIAS Y ENTUERTOS

Leif Korsbaek
Héctor Ruiz Rueda
Ricardo Contreras Soto

Agricultores

La agricultura como modo de subsistencia capaz de alimentar a un grupo humano y de permitirle acumular un producto excedente, lleva aparejada una serie de oficios que implican trabajo especializado, además de control social centralizado. Es decir, se trata de sociedades jerarquizadas, patriarcales, en las que los privilegios de una minoría son sostenidos por el trabajo tributario de la gran mayoría de la población. Su régimen está basado en este tipo de labor, al grado que existe efectivamente una división entre el trabajo físico y el intelectual, así como marcadas diferencias de estatus.

Tanto en el Viejo Mundo como en nuestro continente, estas sociedades eran regidas por un grupo que monopolizaba las decisiones políticas, dirigía la economía y se beneficiaba de ella, controlaba los conocimientos positivos como los calendáricos, y definitivamente se apropiaba del ritual público, por lo que aparecían ante la sociedad como emparentados con los mismísimos dioses. Las viviendas de la elite, construidas con materiales duraderos, son en sí indicadores de esa división social, al tiempo que constituyen verdaderos contenedores de evidencia de una rica vida cultural doméstica. En tiempos antiguos la casa habitación era el espacio vital por excelencia, además del sitio normal para el reposo de los difuntos. Las casas de elite con frecuencia son verdaderos mausoleos donde yacen los restos de los antepasados. Las casas pobres, en cambio, por lo general no sobreviven hasta nuestros días y, por tanto, es casi inexistente el registro de enterramientos humanos de las clases desposeídas y sujetas a tributo. Su modo de vida es patriarcal en el sentido más contundente: tanto entre los dominantes como entre los dominados, el varón cabeza de familia o linaje era amo y señor en su círculo familiar inmediato.

La llamada clase sacerdotal poseía vivienda adecuada a su estatus, pero más allá de eso, existía toda una parafernalia que incluía objetos de prestigio, como cerámica fina y abalorios importados, producto del intercambio o comercio, pero de manera muy importante como producto de los regalos que los señores solían hacerse mutuamente, en un sistema de intercambio de objetos de lujo o raros, atributos de prestigio social, generalmente pertenecientes al varón, aunque existen excepciones a este respecto.

Boom arqueológico en Guanajuato

Desde mediados de los años 90 del siglo pasado, Guanajuato ha vivido un creciente interés por su patrimonio arqueológico. Sus antecedentes más notables son los rescates de la presa Solís, de los cuales resultó una gran colección de cerámica funeraria de elite, la mayor parte de la cual se encuentra en los fondos del museo Alhóndiga de Granaditas. Asimismo una serie de trabajos de prospección regional y de sitios por los que se han establecido patrones de asentamientos, secuencias cerámicas, algunas cronologías relativas y nociones acerca de flujos migratorios masivos, relacionados posiblemente con condiciones naturales o políticas. Actualmente dos sitios, Peralta (mpio. de Abasolo) y Plazuelas (mpio. de Pénjamo) están abiertos oficialmente al público, y otros están próximos a ello. Las publicaciones sobre ellos nos muestran un obsesivo énfasis en la monumentalidad, característico de la arqueología tradicional. Pirámides, poder, espectáculo turístico y coyuntura política son nociones que influyen en las decisiones sobre la arqueología de Guanajuato hoy en día, tal como influían en la arqueología mexicana a inicios del siglo XX, cuando ésta era utilizada para enviar al país y al mundo un mensaje nacionalista de supuesta unidad cultural y política. Solamente el Proyecto Chupícuaro, en el valle de Acámbaro, ha planteado como objetivos de conocimiento el establecimiento de una cronología absoluta para las diferentes fases del fenómeno Chupícuaro, la dilucidación de aspectos del modo de vida y el estudio de la arquitectura de esos grupos.

Los primeros habitantes del territorio

No existen datos publicados que mencionen explícitamente la edad del más antiguo vestigio humano en nuestra región. La arqueología tradicional monumental ha opacado esa época primigenia de precaria existencia y de muy leve huella. En general es un periodo que en México va de 35,000 a 14,000 años antes del presente, estudiado en sitios de Baja California Norte, San Luis Potosí, Jalisco, Puebla, Estado de México, Chiapas y Yucatán. Por ellos es posible afirmar que, en general, la primera etapa de cazadores recolectores en Guanajuato va de ese periodo hasta alrededor del año 500 antes de nuestra era. A cazadores recolectores como éstos y los más tardíos suele atribuirse la autoría de la pintura rupestre de decenas de sitios ubicados en abrigos rocosos de nuestra región, así como innumerables elementos gráficos labrados en piedra.

La práctica totalidad de las publicaciones sobre estos aspectos asocian mecánicamente esta evidencia con las sociedades de cazadores recolectores, sin preocuparse por reflexionar acerca de la incongruencia de semejante tratamiento de ambas nociones. Por otro lado, el empleo de la clasificación iconográfica aderezado con intentos de explicaciones simbólicas, son también un común denominador. Estos estudios de arqueólogos, historiadores y aficionados adolecen de un par de males compartidos, la ausencia de un análisis teórico que los sustente y el empleo demasiado holgado y liberal de la analogía como método. Cabe añadir en esta sintomatología las limitaciones que a la interpretación impone la dificultad de establecer fechas absolutas a estos vestigios.

Su cultura material era diversa, mas en el registro arqueológico se encuentran básicamente los elementos minerales como piedra y pigmentos, y algunos contextos, como cuevas y talleres. Su utillaje conocido por nosotros consiste en raederas, hachas monofaciales y bifaciales, puntas de proyectil líticas hechas de obsidiana, pedernal o calcedonia. Acerca de su vestimenta y ajuares, así como de otros elementos simbólicos de su atuendo ignoramos casi todo por no tener evidencia directa. Aquí, nuevamente, nuestras nociones y las preguntas acerca de qué observar en la búsqueda de indicios, nos son dadas por la analogía etnográfica o histórica. Entre los datos obtenidos tras excavaciones controladas podemos mencionar el hecho de que, a medida que pasaban los milenios, los grupos humanos iban desarrollando su tecnología, lo cual devino en una dieta que incluía cada vez más carne como producto del aumento de la eficiencia del trabajo. El simbolismo que se atribuye a estas sociedades está representado por las imágenes plasmadas en el llamado arte rupestre y en los petrograbados. En los primeros se representan, estilizados, cuerpos humanos y animales en actitudes diversas, formando sistemas simbólicos que han sido interpretados como escenas propiciatorias.

 

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