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ESTUDIO DE FACTIBILIDAD DE UNA NUEVA CARRERA PARA EL LICEO TÉCNICO PROFESIONAL DE RÍO BUENO

Jaime Bórquez Zuñiga




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4.2. La Educación en Chile

Desde los primeros tiempos de la República la enseñanza se convirtió en un problema político y técnico. Generó debates y doctrinas, como la del Estado Docente, con sus defensores y detractores. La extensión de la educación primaria, hasta llegar a todos los niños del país, tiene una larga historia.

En el Chile colonial las llamadas escuelas de primeras letras, pertenecían en su mayor parte a los conventos, ya que la monarquía española consideraba la educación popular como una obra de caridad que debían asumir principalmente las órdenes religiosas.

Todo sacerdote tenía derecho a enseñar. A los laicos, en cambio, se les exigía una licencia del Cabildo y de la autoridad eclesiástica. Debían cumplir una cantidad de requisitos como limpieza de sangre, es decir, no ser hijos de uniones ilegítimas; no tener cuentas pendientes con la justicia ordinaria ni con el tribunal del Santo Oficio, ni haber ejercido "oficio servil", o sea labores manuales que se consideraban propias de indios, negros, mulatos o zambos.

El prejuicio inveterado contra los oficios manuales, se mantuvo aún contra las Leyes de Indias, que trataron de devolverle algo de su dignidad a estos trabajos, ante la carencia de artesanos que había en las colonias americanas.

Los métodos de enseñanza de la escuela colonial eran principalmente memorísticos. La letra entraba con sangre y a fuerza de repeticiones corales. La disciplina era estricta y los castigos no sólo eran corporales. También se humillaba públicamente al colegial que había cometido alguna falta u omisión, con bonetes y motes ridículos. Los instrumentos para el castigo eran la del chicote y el guante, que eran látigos de distintas formas. Estos métodos y castigos tuvieron un largo arraigo. Sobrevivieron por muchos años en la era republicana, prolongándose incluso hasta el siglo XX. Es así como el educador Darío Salas, recién en 1917, al reseñar los adelantos conseguidos en educación primaria, señalaba: "hemos ido sustituyendo los métodos verbalistas y mecánicos por otros más racionales, más objetivos y más en armonía con la naturaleza del discípulo".

Otro método era el de los certámenes, en los que se proponía un tema y luego se dividía a los estudiantes en dos bandos, apodados romanos y cartagineses, que se hacían preguntas unos con otros. El que cometía un error era castigado. El bando que sumaba más aciertos era proclamado vencedor. Estas competencias se convirtieron en un espectáculo público cuando empezaron a realizarse los días sábados en el atrio de la catedral, en la Plaza de Armas o en las plazoletas parroquiales. Los asistentes aplaudían a los sabios y se burlaban y abucheaban a los ignorantes.

A principios de la República, la situación cultural y educacional del país era precaria, pese que la filosofía de la Ilustración consideraba la enseñanza como requisito del progreso, y de los esfuerzos por modernizar la educación que se habían hecho en América durante el reinado de Carlos III.

El pensamiento del Despotismo Ilustrado se proyectó hacia los primeros años de la República. Sus principales próceres civiles, como Camilo Henríquez, Manuel de Salas, Juan Egaña y José Miguel Infante, impulsaron la educación. Este último señalaba que "Por la importancia de su ministerio y por el servicio que hacen a la patria, los maestros deben ser mirados con toda consideración y honor".

A pesar de estas declaraciones, la dignidad del magisterio estaba, por decir lo menos, desmedrada. Como ejemplo se señala el caso verídico de un ladrón de candelabros de la catedral, que recibió del juez la condena a trabajar tres años como profesor de escuela en Copiapó.

El primer censo escolar que se hace en el Chile independiente, en enero de 1813 indicó que en Santiago funcionaban sólo 7 escuelas con 664 alumnos.

La cultura no abundaba en la nueva República. Andrés Bello, en una carta que le envía a Fernández Madrid, el 20 de agosto de 1829, le comenta que la literatura no cuenta en Santiago muchos admiradores y que el periódico El Mercurio Chileno, no alcanzaba a tener sesenta lectores en todo el territorio nacional.

El director de este diario, el español José Joaquín de Mora, poeta, educador, jurista y político liberal, quien había fundado en Santiago el Liceo de Chile, terminó decepcionado, comparando su labor pedagógica con la doma de caballos.

El periodista Melchor Ramos, por su parte, había escrito en El Cometa, en 1827: ¿Qué se economiza más en Chile? ¡La facultad de pensar! Del millón de habitantes que se le suponen ¿cuántos serán los sujetos que piensan? Tal vez no llegan a seis, y lo que éstos dicen, lo repiten unos pocos con calor, otros pocos bostezando y la mayor parte ni siquiera repite nada".

En 1843 la instrucción primaria alcanzaba en todo el país, sólo a 10.000 niños, en una población que según el censo de eso mismo año, llegaba a 1.083.801 habitantes. La calidad de la enseñanza y los medios de los que se disponía eran deplorables. Amanda Labarca, en su Historia de la Enseñanza en Chile nos dice: "Pobrísimas, destartaladas y misérrimas, las escuelas primarias de aquellas décadas tenían un magisterio en consonancia con esa desnudez. Su preparación casi nunca subía de leer y escribir".

El ministro de Instrucción, Manuel Montt, en su Memoria Ministerial de 1841, anotaba: "Mientras el régimen de las escuelas sea de un desorden sistemático, mientras no haya filosofía en los métodos, ni los maestros sean otra cosa que hombres desengañados de la fortuna que buscan en ésta ocupación un medio de subsistencia… es imposible conseguir resultados satisfactorios".

No faltaron, sin embargo, los detractores de los esfuerzos por extender la enseñanza. En 1857, el parlamentario Enrique Cood declaraba: "Haciendo descender la instrucción sin discernimiento y con excesiva liberalidad sobre las clases inferiores, ella inspirará a los Jóvenes que la reciban disgusto por su estado. Desprecio por sus iguales, y el envanecimiento de una superioridad engañosa, que les hará mirar con tedio el trabajo manual, el servicio doméstico, y aún el ejercicio de aquellas artes honrosas pero humildes, que nos proporcionan la satisfacción de las primeras necesidades de la vida".

Por su parte, José Larraín Gandarillas preguntaba: "¿Qué gana el país con que los hijos de campesinos y los artesanos abandonen la condición en que los ha colocado la Providencia, para convertirlos las más veces en odiosos pedantes que aborrecen su honesto trabajo?"

A pesar de los progresos que se hicieron durante el siglo XIX, en 1917, en su libro El problema nacional, el destacado educador Darío Enrique Salas indicaba que de los 800.000 niños que había en el país, según el censo de 1907, un 62,5%, que equivalía a cerca de medio millón, no recibía ningún tipo de enseñanza. Para resolver este problema, Salas preparó el proyecto de Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, la que prácticamente terminaría con el analfabetismo en Chile, y entregaría una base educacional que fue uno de los más poderosos factores de la unidad y la identidad de la nación.

En la Colonia el desarrollo de la educación formal fue escaso. Sólo, pocas Escuelas de primeras letras estuvieron a cargo de los Cabildos o de la Iglesia. Esta mantuvo también algunos colegios y seminarios. A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX y como expresión de la ideología de la Ilustración, se fundaron la Universidad de San Felipe y otros centros. A comienzos de la época de la Independencia, se creó el Instituto Nacional, como institución de educación secundaria y superior, dedicada a formar las élites para el nuevo Estado.

La Constitución de 1833 - que regiría hasta 1925 - reconoció la libertad de enseñanza y, al mismo tiempo, asignó al Estado una fuerte responsabilidad en el desarrollo y supervigilancia de la educación nacional.

En 1842 se creó la primera Universidad pública, con el nombre de Universidad de Chile, sobre la base de la antigua Universidad de San Felipe. A ella se le encargó inicialmente la tuición o "superintendencia" sobre el naciente sistema educativo nacional. El mismo año se fundó la primera escuela normal y poco después, una escuela de artes y oficios y un conservatorio de bellas artes.

Durante la segunda mitad del siglo XIX fue constituyéndose el sistema nacional de educación. Un hito importante fue la primera ley sobre instrucción primaria, dictada en 186O. En parte debido al carácter unitario del Estado, en parte por la influencia cultural y educativa francesa, el sistema se organizó en forma centralizada.

Las instituciones educativas principales eran la Universidad y los llamados "liceos", de carácter humanístico y preparatorio para el ingreso a la Universidad. En 1842, había sólo 2.OOO estudiantes secundarios, en 1852 ya eran 4.268 y en 19O8, 7.19O estudiantes.

Las escuelas primarias del Estado se destinaban principalmente a enseñar las primeras letras a niños de las clases pobres. En 1842 ellas matriculaban apenas a 1O mil niños, pero en 1887 ya concurrían a ellas 113 mil, lo que representaba una cobertura de 2O% de las edades de 6 a 14 años. A estas escuelas se sumaban algunas escuelas comerciales, técnicas o de oficios, que en 19O8 atendían a 6.791 jóvenes. Las escuelas normales, por su parte, matriculaban en 19O8 a 1.726 futuros maestros.

La Iglesia Católica fue aumentando su participación en la tarea educacional y demandaba del Estado el derecho a mantener sus propios establecimientos y a influir sobre la educación pública, por entonces bajo orientación ideológica liberal. No obstante, la educación pública mantuvo su carácter laico.

Desde los años 8O, se abrió paso la influencia cultural y pedagógica alemana. Catedráticos de este origen se encargaron de conducir las escuelas normales y de reformar la educación primaria. Otros, de la misma nacionalidad, fundaron en 1889 el Instituto Pedagógico, destinado a formar profesores secundarios, el cual se integraría posteriormente a la Universidad de Chile, como base de su facultad de filosofía y educación.

Desde la misma época, gracias a una creciente responsabilidad del Estado en este ámbito, la enseñanza primaria experimentó una ininterrumpida expansión - salvo en los años inmediatamente posteriores a la crisis mundial de 1929 - Así, el analfabetismo descendió desde 6O% en 19O7, hasta 19,8%, según el Censo de 1952. En 192O, se dictó una Ley de Educación Primaria que estableció la obligatoriedad de la misma y que facilitó la tendencia de crecimiento del sistema.

La Constitución dictada en 1925 separó la Iglesia del Estado, mantuvo el principio de libertad de enseñanza y declaró que la educación era "atención preferente del Estado".

Hacia fines de los años 20 se reorganizó el sistema educacional público y se creó el actual Ministerio de Educación. Se reforzaron los rasgos centralizados del sistema y se estableció una minuciosa regulación de los aspectos administrativos y pedagógicos del mismo.

Por los mismos años, manifestaba una tendencia de base científica, que promovía, particularmente en la enseñanza primaria, una pedagogía activa y centrada en el educando. Se inició entonces, en el sistema público, un movimiento de experimentación educacional - traducido en el funcionamiento de diversas escuelas de ensayo - y se aprobaron diversas reformas curriculares. Este movimiento se prolongaría hasta comienzos de los años setentas.

Desde comienzos del presente siglo se venía criticando el llamado "enciclopedismo" de la educación secundaria general y se requería una enseñanza más funcional al desarrollo económico. En la década de los 4O, se fundaron los "liceos renovados", que ofrecerían una enseñanza secundaria más moderna. Paralelamente tomó impulso la educación técnica o vocacional. Entre 1935 y 195O aumentó sus plazas desde 3.456 hasta 9.422 alumnos. Se creó, hacia finales de este lapso una segunda Universidad pública, la Universidad Técnica del Estado.

Así, más allá de sus objetivos relacionados con la integración de la nacionalidad, la educación empezó a orientarse - aunque insuficientemente - por objetivos vinculados a la formación de los recursos humanos requeridos por la industrialización y la urbanización que por entonces experimentaba el país.

A la tradicional Universidad de Chile, se había sumado, a fines del siglo pasado, la Universidad Católica de Santiago y, en la primera mitad de este siglo, la Universidad de Concepción, la católica de Valparaíso y la Universidad Técnica Santa María, estas cuatro últimas privadas. Además, la ya mencionada Universidad Técnica del Estado. La fundación de ellas y de las dos que se crearían en la década del sesenta, fue autorizada mediante leyes y aunque autónomas, todos los centros privados estaban sujetos a la súper vigilancia académica de la Universidad de Chile, que se reservaba la otorgación de títulos y grados.

En diversas proporciones, todas las Universidades recibían subsidios estatales y eran prácticamente gratuitas. Mientras en 1935 concurrían a ellas 6.283 estudiantes, en 195O recibían a 14.917 estudiantes.

La educación chilena en la segunda mitad del presente siglo, puede ser descrita a partir de los siguientes procesos que se entrecruzan para permitir una caracterización: la expansión de la cobertura del sistema formal, la diversificación de tipos de instituciones y de programas educativos, la tendencia a la modernización en los aspectos propiamente curriculares y la sucesión de políticas educativas y de reformas en la gestión, de muy diferentes signos.


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