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HISTORIA NATURAL DEL HOMO SCIENTIPHICUS O CARTA DE UN PRIMATE A LOS ANTROPÓLOGOS

Alfonso Galindo Lucas




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3.4. La pérdida de pelo

Desde la paleo-antropología se nos dice que no es posible saber cuánto vello corporal tenían y de qué color era la piel de cada uno de nuestros antepasados fósiles. Cualquier representación gráfica del aspecto de un australopiteco exhibe absurdamente una mata de pelo en los hombros, como si fuésemos el resultado de una lenta evolución del chimpancé. Por algún motivo, la corriente oficial suele considerar inmutable al chimpancé, salvo si decide transformarse en nosotros. Sin embargo, teniendo en cuenta los orígenes comunes y el hábitat en que actualmente se desenvuelven los simios, es evidente que no sólo la especie pre-humana se adaptó al medio acuático, sino que también los antropomorfos se adaptaron al medio boscoso. Por eso, es lógico pensar que la vellosidad característica del hombre blanco proviene de una "involución" en climas fríos, en los que no era posible la inmersión. El hecho de que los europeos seamos más velludos que en otros continentes refuerza la hipótesis de que hemos heredado rasgos neandertales.

Hay que reconocer que si la teoría acuática comienza a divulgarse es, en gran parte, gracias a la obra el mono desnudo, pero el tema estrella de este libro (la pérdida del pelo corporal) se mantiene al margen de la hipótesis acuática. Sin embargo, las explicaciones que se consideran oficialmente válidas acerca de nuestra piel lampiña ―la transformación misteriosa del arborícola en depredador de espacios abiertos― no son en absoluto convincentes (Morris, p. 44). Según nuestro criticado autor reconoce, "salta a la vista que la situación es más complicada de lo que parecía" (Morris, p. 55). Evidentemente, se está adoptando de nuevo una explicación mística: El libre albedrío, específico de los humanos, decidió que ya estaba bien de comer fruta y que le apetecía carne, incluso puede que estudiase las ventajas en calorías y la liberación de espacio en los intestinos. Venciendo toda una serie de dificultades, consiguió sobrevivir hasta que la providencia le dotó de caracteres apropiados: Postura erguida, grasa subcutánea, pérdida de pelo y (por capricho de la Diosa evolución) barbilla y nariz.

Morris y los expertos posteriores defienden como causa más probable el acaloramiento ocasionado por la caza y el acecho de presas. No dejan de advertir que, según esta tesis oficial, el guepardo, el coyote o la hiena también serían lampiños. Morgan señala (y Morris recoge en su libro y difunde en un documental de los años 90) que la disposición del vello en los humanos (y no en otros primates) es totalmente hidrodinámica, aparte de escasa. Obligatoriamente, la pérdida de pelo tuvo que ver con el hábito de la inmersión. El elefante combate el calor con baños de barro y el hipopótamo con inmersión, pero los animales que se mantienen alejados del agua siguen protegiéndose del sol y la deshidratación con su pelaje. Un tema que rara vez se aborda es cuándo y por qué comenzamos a tener una capa de grasa subcutánea, que no se halla en ningún otro animal terrestre y sí en los de hábitos acuáticos, como las focas.

El hallazgo del eslabón "Toumai" en 2000 podría representar ese antepasado común del que luego se fueron separando los aficionados a los bosques (los póngidos) de los erguidos acuicultores (precursores de los australopitecos y parantropos). Lo lógico es pensar que los australopitecos ya eran lampiños, a pesar de la forma en que se los suele representar. La época de las glaciaciones y nuestra medida de genoma neandertal (si lo hubiese) ha retrocedido ese proceso general de pérdida del vello.

Una pregunta típica y absurda de la antropología es si el ser humano se tapó con pieles porque había perdido el pelo o si perdió el pelo de tanto usar pieles. Antes que nada hay que notar que el ser humano de aquél tiempo, nunca trabajó por gusto . La esperanza de vida no le condujo al aburrimiento hasta el punto de elaborar vestidos con vistas a la aprobación de los críticos. No comprendo ese empeño de los antropólogos (como los clérigos y los marxistas) por sublimar la fuerza de la voluntad. El ser humano sólo perdió el pelo por una circunstancia natural que le incomodaba hasta el punto de seleccionar como más aptos para la posteridad a los que iban teniendo menos pelo. Esa circunstancia era la natación; los nadadores actuales se afeitan el neandertalense vello del cuerpo para que no les suponga rozamiento con el agua. Cuando el ser humano aprendió a cazar en grupo y se vio en condiciones de despellejar a un mamut ya había abandonado el medio acuático y el continente de origen y se había trasladado a regiones interiores, donde las temperaturas invernales y nocturnas descendían más. Sentía frío; por eso se cubrió con pieles. Además de las pieles de animales, el manejo del fuego fue el medio que permitió colonizar regiones frías, ya que proporcionaba calefacción y comida caliente.

De antepasados habilis o tal vez más antiguos, se sabe que transportaban comida y útilies a un yacimiento, donde los expertos deducen que aguardaban las crías (Roberts, 2009: 11). Eso significa que las madres no llevaban a sus crías agarradas del pelamen, como hacen otras monas (no necesitaban ser peludas).

La desnudez humana tiene como excepciones la cabeza, las axilas y el pubis. Es curioso que los lugares en que conservamos el pelo es muy distinto del que caracteriza a otros primates. ¿Puede la teoría acuática explicar estas rarezas, más allá de la interpretación mística de la semejanza con Dios? La cabeza, por lo general, es bastante poblada, lo cual indica que, generalmente, se mantenía fuera del agua, expuesta a la acción de los rayos solares. Los genitales y las axilas también, lo cual puede servir para mantener las temperaturas dentro del agua en zonas donde la sangre corre abundante a nivel superficial. La desnudez generalizada indica, por otra parte, que los cachorros no pudieron asirse al pelo de los adultos, como hacen los demás bebés monos, entre otros motivos, porque se quedarían sumergidos y se ahogarían. Sin embargo, como en los demás monitos, los bebés humanos tienen unos reflejos de asimiento notables. Eso nos obliga a pensar que, en los traslados acuáticos, se agarraban al cabello de sus mayores y flotaban arrastrados por la natación de éstos. Incluso en las razas actuales, donde la calvicie es posible y no constituye una cuestión de supervivencia, se trata de un rasgo esencialmente masculino y afecta casi exclusivamente a la parte más superior.

Los que, como Morris, ven en la cabellera un atributo de mera atracción sexual, están asumiendo el carácter exógeno o sobrenatural de los gustos, como se comentará más abajo en relación con la idea de selección sexual (5.2). Por eso, dibujan a nuestros antepasados con más o menos cabello y barba, según estén más próximos a nosotros. Sin embargo, creo que la disposición del vello corporal data de hace entre 10 y 15 millones de años. Cuando dejamos de ser acuáticos para volvernos selváticos, el hombre de climas calurosos tendió a perder el vello más aún y el de climas fríos a incrementarlo (el hombre esquimal es un caso más reciente, en que la adaptación ha sido más tecnológica que física).

Tal vez no fue hasta el homo sapiens que el vello corporal se convirtió en un carácter marcadamente sexual, pero no hay que olvidar que el vello corporal en la hembra humana (sobre todo de raza blanca mediterránea) ha sobrevivido hasta la actualidad (si no fuera así, no existirían ciertos sectores industriales relacionados con la cosmética y la estética). En cualquier caso, la mayor abundancia de vello en el hombre no deja de tener un trasfondo material: El hombre iba a perseguir mamuts, mientras la hembra solía permanecer con las crías, junto a la hoguera. El vello, además de abrigar, protege del sol y de los golpes, cuando es abundante.

El caso es que, por algún motivo, el problema de la cantidad de vello en nuestros antepasados es todavía motivo de acaloramiento y gran curiosidad, pues no es lo mismo representar a la tatarabuela de uno con el rostro lampiño o barbuda. En las últimas decenas de miles de años, la conciencia de superioridad que ha caracterizado al ser humano ha llevado a éste a desprenderse artificialmente de su vello corporal, para ser cada vez menos comparable a las bestias. Es posible que haya dado tiempo a cierta evolución en este sentido, mediante el mecanismo de la selección sexual, de forma que se hayan seleccionado los ejemplares menos velludos o las estirpes de mayor dimorfismo sexual en este aspecto, pero seguimos sin tener certezas.

Si bien no abundan explicaciones que tengan la virtud de adjudicar motivos materiales a la variedad de colores de ojos y de cabello (algunos autores culpan directamente a los pigmentos), la discusión es interesante y puede llevarnos a conjeturas más que verosímiles.

El color de ojos azules, por lo pronto, es exclusivo de razas nórdicas (y de cruces más recientes con otras razas), lo cual indica que puede estar relacionado con la falta de luz (en invierno, los días son muy cortos y, en verano, los días despejados son menos abundantes que en las zonas meridionales). Está demostrado que los ojos azules ven mejor en la oscuridad, es decir, que están pensados para ver perfectamente en noches de luna llena e incluso reflectar parcialmente la luz de las estrellas en noches sin luna. Además, es un atributo de cazadores el tener hábitos nocturnos: Lobos, pumas, linces; en general, especies de climas fríos.

En cuanto a los ojos verdes, pueden ser un paso adaptativo intermedio o una hibridación entre el azul y el castaño. Hay motivos para pensar que el hombre de neandertal pudo ser quien nos legó los ojos claros, junto con el pelo rubio, la piel blanca, la nariz grande y el promedio de vello corporal más abundante que en las demás razas.

Es preciso, además, darse cuenta de que hay personas que tienen los ojos más oscuros en verano y más claros en invierno o más claros de noche (verdes) y más oscuros (castaños) por el día. También el color de pelo puede cambiar ligeramente entre invierno y verano. Por último, muchas personas de cabello claro tienen más marcado este carácter cuando son niños, pues al crecer, se les vuelve castaño. Todas estas características que hacen mutables estos caracteres se explica fácilmente por la funcionalidad que tienen.

El pelo rubio y rojo también tienen parangón en otras especies y ―aunque tal vez es la primera vez que se formula esta hipótesis― es lógico pensar que en el ser humano cumple la misma función: El camuflaje.

El hombre rubio no es nórdico de origen. Las razas nórdicas son recientes y derivan de las caucásicas, emigradas al norte conforme ganaban terreno a los bosques. Las zonas más septentrionales de Europa han sido siempre (hasta hace menos de dos milenios), una sucesión de bosques inhabitables de taiga. En ocasiones, las coníferas compartían su hábitat con especies que daban bellota y eso permitía la recolección, pero en plenas galaciaciones, la línea de árboles se trasladaba muy al sur y la taiga era sustituida por tundra y glaciales. Entre tanto, los primeros humanos rubios ya habían desarrollado este rasgo adaptativo. Lo hicieron posiblemente en bosques de hayas, robles, olmos y castaños o, más probablemente, en campos de gramíneas. El pelo rubio protegía sobre todo a los niños, motivo por el cual se es más rubio de niño que de mayor (y eso, a su vez, demuestra que todos los caracteres humanos han tenido una utilidad y que la evolución no es caprichosa).

Por su parte, los pelirrojos, según determinados estudios genéticos recientes, podrían haber heredado este rasgo de los neandertales más septentrionales, que habitaban bosques de alerces u otros árboles que, al otoñar, tiñen la hoja de rojo cobrizo (arces, álamo temblón, zelkovas, evónimos, prunus,...). En estos mismos bosques, los zorros y las ardillas han desarrollado un pelaje rojizo que les ha resultado exitoso desde el punto de vista adaptativo. Se cree que la mayor concentración de pelirrojos hoy en día se da en Escocia, pero no se sabe con certeza si son originarios de esa región. El ella, existen desde tiempos inmemoriales cerezos silvestres, cuyo color de hoja pueden justificar esta adaptación, si es que han abundado en la prehistoria.

Esta hipótesis (la necesidad de que el pelo rojo se haya generado en ciertos tipos de bosques) es además interesante por otro motivo: Los árboles más rojizos (arce canadiense, ciprés de los pantanos) se dan en el norte del continente americano y en determinadas zonas de Asia, pero el cabello humano nunca ha llegado a tal colorido y más identificable con el color del otoño europeo.


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