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HISTORIA NATURAL DEL HOMO SCIENTIPHICUS O CARTA DE UN PRIMATE A LOS ANTROPÓLOGOS

Alfonso Galindo Lucas




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6.4. La fabricación de utensilios. El mono asesino

Una de las ideas que se propusieron y que hoy se consideran descartadas, en relación con las capacidades del australopitecus, es su belicosidad. El planteamiento surgió del hallazgo de una mandíbula de leopardo en una cueva en la que se encontraban huesos de australopiteco. La interpretación que se dio era que el fragmento de mandíbula había sido portado como arma. Un análisis posterior de los huesos homínidos demostró que uno de los cráneos presentaba una perforación que encajaba perfectamente con el colmillo de la mandíbula de leopardo; automáticamente, la interpretación cambió: La cueva pertenecía a un leopardo que se alimentaba de australopitecos.

Se trata de una cueva concreta que efectivamente pudo pertenecer a un felino depredador de homínidos, pero eso no excluye la hipótesis del mono asesino: A saber, que el australopiteco era capaz de usar herramientas, tales como restos de mandíbulas y otros huesos, para hacer la guerra, ya fuera a sus rivales de la misma especie, a sus víctimas alimenticias o a otras especies carnívoras rivales o depredadoras. En los chimpancés, se ha observado que son capaces de arrojar piedras a los babuinos (cuya dentellada puede matar a un chimpancé adulto), para safarse de su competencia territorial o de su amenaza directa. La puntería y la fuerza de los lanzamientos de piedras son sorprendentes y muy disuasorias para los babuinos; los chimpancés, sin duda, son capaces de usar armas para hacer la guerra, como en la célebre película de Kubrick. Otros monos no son tan hábiles, pero llegan a arrojar arena o piedras ladera abajo a sus oponentes para dejar clara su superioridad social.

A los parientes más hábiles de los australopitecos, clasificados ―no sin discusión― como homo, se les atribuye la cualidad de fabricar hachas de mano, es decir, de obtener bordes cortantes mediante la talla de piedras. Hay que decir que, a pesar del tosco diseño de estos utensilios, se siguieron usando hasta el homo sapiens (Sykes, 2003: 230), no porque la capacidad artística del ser humano se hubiese estancado y luego explosionase con una moda, de forma súbita, mediante pinturas rupestres, para luego volver a desaparecer. La creatividad nunca ha estado por encima del pragmatismo. La rudimentaria hacha de mano era, el fin y al cabo, una piedra abundante que se usaba para cortar carne y despellejar (utilidad que permitió sobrevivir a una especie cuya dentición no era la más apropiada para un carnívoro). Debido a su abundancia, no merecía la pena transportar este utensilio para la siguiente cacería, por lo tanto, no tenía mucho sentido esmerarse en su diseño.

Cuando el hombre, ya humano, habitó en las cuevas por necesidades climáticas y permaneció más o menos sedentario por el peligro de enfrentamiento entre grupos, entonces (paleolítico superior) mereció la pena esmerarse en la elaboración de útiles que quedaban almacenados en las cuevas. La idea de propiedad, cuyo origen territorial y comunal era similar al de las manadas y jaurías de depredadores salvajes, obtuvo un matiz individual: El bastón de mando, la pequeña escultura, el retrato (que existe desde hace al menos 20.000 años), el cuchillo con mango labrado, los abalorios, etc. todo eso era el ajuar de un modo de ser individualista incipiente que se terminaría imponiendo con el transcurso de los milenios. En el momento en que el grano se convirtió en fuente principal de alimento, la tierra empezó a ser poseída por individuos y no por clanes; si el cazador tiene su hacha y el pescador su anzuelo, si la costurera tiene su aguja y el domador de cabras su cuenco, el agricultor empezó a reclamar su trozo de tierra.

Tarde o temprano, el ser humano se convirtió en un mono asesino (no hay más que hacer un repaso del siglo XX). Probablemente, la supervivencia del australopitecus se explica precisamente por esta habilidad combativa a la que hoy llamamos mala leche.

6.5. La conquista del mundo

En los documentos divulgativos acerca del éxodo africano, la supuesta conquista de oriente medio, luego la de Europa y Asia, Oceanía y América, por este orden, se nos presenta como una migración y a veces como un heroico viaje de fatigas y exploración. Estamos ante el mito del hombre explorador de Desmond Morris. Sin embargo, como ocurre con otras especies de depredadores, lo normal no es organizar expediciones con expresa intencionalidad geográfica; simplemente, la presión demográfica hace que el hábitat de la especie se vaya haciendo cada vez más grande. A veces, habrá que establecerse al otro lado de un río, de una montaña o de un desierto y otras veces, eso es verdad, habrá que armar embarcaciones. El homo erectus tenía capacidad de sobra para prever la necesidad de abastecerse de provisiones y también para contemplar la posibilidad de no regresar nunca, pero desde luego, la expansión territorial del género homo no se planteó desde un principio como una conquista geográfica premeditada y mucho menos, realizada en nombre de la humanidad, de la nación o de la raza (todo eso vino luego, cuando la mentira se hizo más sofisticada), sino como una ampliación progresiva de la especie, mediante la anexión de nuevas tierras al hábitat humano. Del mismo modo, se extendió el lobo por todos los continentes, excepto Oceanía y la Antártida.

En cuanto a las embarcaciones, se sabe que son mucho más antiguas de lo que se solía suponer y que hace al menos 85.000 años, se colonizó Australia mediante la navegación. Hoy se piensa que las primeras colonizaciones de América las hicieron por tierra (una hipótesis al parecer sostenida por determinados fósiles es que los propios neandertales ya hubiesen hecho ese viaje y hubiesen llegado también a Oceanía, antes o después de cruzarse con el humano de rasgos actuales) y las últimas llegadas pre-vikingas se hicieron (se piensa que pudieron realizarse) desde Asia y Oceanía. Concretamente, Sykes (2001) presenta resultados de estudios genéticos que ligan la población polinesia con determinadas etnias amerindias (en todo caso, demuestra que si hubo migraciones, fue de Polinesia a América y no a la inversa). También es posible que llegaran por mar desde otros lugares de Asia, como Japón. Recientemente, se manejan documentos que parecen demostrar contactos precolombinos de la civilización china con los dos continentes americanos.


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