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HISTORIA NATURAL DEL HOMO SCIENTIPHICUS O CARTA DE UN PRIMATE A LOS ANTROPÓLOGOS

Alfonso Galindo Lucas




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3.5. La barbilla

La barbilla es ese "adorno" que caracteriza únicamente al hombre de Cromagnon y el hombre actual y que los expertos no tienen ni idea de para qué sirve; algunos se atreven a asegurar que para nada, pero todos los caracteres o sirven para algo o están en vías de extinción. Aquí sí que tenemos un rasgo exclusivo de los seres humanos, también muy acusado por la raza y sólo presente en el último millón de años. Este descuido o capricho de los dioses puede ser el último recurso para la visión mística, ya que tendríamos un carácter inútil y, por tanto, ajeno a la selección natural de Darwin. A veces el homo scientiphicus deberían pensar si no son sus planteamientos los que resultan inútiles.

Una de las hipótesis compatible con la del mono acuático, sería que la barbilla contribuiría a la flotabilidad del encéfalo, a modo de casco de embarcación, a una altura conveniente para mantener a flote las vías respiratorias sin excesivo esfuerzo, cosa que no necesita el hipopótamo, porque cierra y abre los orificios nasales y los tiene situados en la parte superior de la linea de flotación, en vez de utilizar una cámara de aire. Sin embargo, no me voy a quedar con esta posibilidad, porque la barbilla no se desarrolla más que a partir del hombre de Cromagnon, es decir, que tiene una edad de varios cientos de miles de años. Por ello, creo que, tratándose de un atributo evolutivo reciente y marcadamente racial, el surgimiento de la barbilla no tuvo su origen en la vida acuática, sino que debió provenir de un cambio en la forma de alimentación y masticación. En realidad, no es un atributo universal; por ejemplo, los hombres de Nueva Guinea carecen prácticamente de mentón. Aceptar la nariz o el mentón como un atributo humano inexplicable, pero indiscutible, equivaldría a considerar a esas razas como "menos humanas".

En una segunda interpretación, la aparición del mentón sería consecuencia del consumo de grano, coincidiendo con una época en que las extensiones de gramínea abarcaron interminables llanuras en el centro de Europa (de donde hemos dicho que provendrían los rubios). Está comprobado que esto ocurrió al finalizar la última glaciación, pero pudo ocurrir lo mismo en otros periodos interglaciares. En un principio, se usó grano silvestre (tal vez trigo o arroz), pero luego se cultivó y se seleccionó mejorando las variedades usadas en alimentación. Los rasgos neandertales (no necesariamente sus genes) se perdieron porque ya no eran válidos para la masticación de esta fuente alimenticia milagrosa. Obviamente, se puede pensar que la carne es un aporte alimenticio mucho más contundente que el trigo, pero no hay que olvidar que la depredación requiere un esfuerzo mucho mayor que la recolección. Para terminar de demostrar la relación entre el mentón y la mecánica de la masticación de estos alimentos alternativos habría que realizar estudios técnicos que escapan a la preparación de este autor, para medir la comodidad o el ahorro de energía al masticar con mentón, en comparación a sin él. En Roberts (pp. 34-35) se menciona la incidencia de la dieta basada en almidón y otros glúcidos en la forma del rostro humano.

Pero como suele ocurrir con otros aspectos relativos al ser humano, el error puede ser de planteamiento. En realidad, la barbilla no tiene por qué concebirse necesariamente como una protuberancia, sino de modo complementario, como una depresión de la zona de la boca, con respceto al plano vertical que forman la frente y el mentón. Si comparamos la longitud de la mandíbula de los neandertales con los humanos actuales, es más fácil identificar su ausencia de barbilla con un prognatismo meso-facial del que nosotros carecemos. Ya fuese por mutación, a partir de neandertales, por substitución de los neandertales o por hibridaciones (mestizaje), en menor o mayor grado, lo cierto es que el prognatismo es un carácter que se va perdiendo porque deja de ser un rasgo adaptativo competitivo. Es más, hoy se piensa que la forma de la cara no es una simple cuestión de gustos, que se selecciona por la azarosa elección de las deidades femeninas o por las casualidades de otros rasgos adaptativos que favorecieron a los guapos. El prognatismo bucal de los neandertales debió suponer al principio una ventaja, poseer alguna utilidad y, en un estadio posterior, alguna incomodidad adaptativa que le suponía una gran desventaja con respecto al tipo de cara moderno o Cro-magnon. Por eso, me voy a quedar con una tercera hipótesis: La progresiva extinción del mamut y la ausencia de otras especies herbívoras que pudieran vivir en los hielos de la última glaciación (hace entre 30.000 y 10.000 años) derivó en una progresiva dependencia con respecto a la pesca. ¿Qué tiene que ver esto con la forma de la cara? Puede ser algo tan ridículo como que los neandertales no eran capaces de extraerse con los dedos las espinas que pudieran quedar clavadas en la faringe. Será difícil que semejante conjetura pueda demostrarse o desmentirse con investigaciones apropiadas, pero debo decirles que esa experiencia la he vivido con una espina de salmón y no llegué a extraerla con mis propios dedos. Además, es una explicación que encaja perfectamente en el paradigma darwiniano.

3.6. El medio acuático. Las lágrimas

Como ya se ha visto, ningún rasgo humano (salvo tal vez la barbilla) es claramente específico como la trompa del elefante o el cuello de la jirafa. Tal vez el único carácter competitivo típicamente humano es su tendencia a la hibridación, a la evolución extensiva, en vez de la superespecialización, que diversifica a otros géneros zoológicos. En el plano tecnológico, la gran ventaja de la especie humana es la utilización del fuego (y, más adelante, su creación). Hoy disponemos de otras tecnologías complicadas, pero no por ello somos la única especie tecnológica. En realidad, todos los rasgos humanos que se han mencionado como característicos de la especie pueden ser sometidos a discusión, pero al mismo tiempo, todos pueden usarse como argumentos a favor de la hipótesis acuática.

Probablemente, el mono acuático tuvo carácter local, a diferencia de parientes suyos, que se habían extendido por toda África y Eurasia, hace unos 15 millones de años (y con los que luego tal vez volvió a hibridarse, quién sabe). Por este motivo, el eslabón acuático de toda la especie humana debe ser más difícil de localizar, si es que quedan restos fósiles, que sus descendientes bípedos.

La teoría del "mono acuático", debida a la escritora feminista británica Elaine Morgan, ha sido mencionada en el libro de Morris (pp. 47-49), lo cual es muy saludable, aunque el autor se apresura a restarle importancia "aunque en definitiva resultara verdad..." (p. 49), ya que su postura se limita a demostrar que el pelo se perdió debido a la persecución de grandes piezas de caza en llanuras desarboladas. Sin embargo, la existencia de una fase acuática, si nadie es capaz de refutar su incidencia en nuestros caracteres actuales, ha sido determinante, no sólo en la pérdida del vello, sino en todo lo que el hombre (y la mujer) es hoy. Esta teoría sigue sin contar con la aceptación de los académicos, como ya se ha expuesto, por carecer de algo "sólido en que apoyarse" (Morris, loc. cit.), es decir, por no contar con pruebas fósiles. Sin embargo, como se verá, sus argumentos son tan convincentes que entre los intelectuales y curiosos ha ido convenciendo de forma incesante, sin que ningún argumento válido haya conseguido, de momento, refutar sus postulados, ni siquiera de forma parcial o temporal.

La existencia de las lágrimas debe tener una explicación material (biológica) y razonable, más que poética. Este fenómeno del llanto es típicamente humano, pero no del todo. Primero, se sabe que otros animales gimen o hacen muecas, lo cual equivale a llorar sin lágrimas. Por el otro lado, la iguana marina elimina la sal que le sobra a su organismo mediante una secreción similar a la lagrimal. He aquí otro indicio vehemente a favor de la hipótesis acuática. Tal vez las lágrimas eran un método de deshacerse del exceso de sal. Este modo de eliminar la sal (transportarla disuelta en agua) es el mejor posible, pero sólo está al alcance de aquellas especies para las que el agua abunda. Hay que tener en cuenta que una especie cuya exposición al sol no está protegida por un pelo tupido (aunque corto, en climas cálidos) tiene mayor riesgo de deshidratación y no puede andar con tales despilfarros, salvo que habite en medios pantanosos.

Cuando se abandonó el medio acuático, esta capacidad se había convertido en un rasgo evolutivo de carácter social que confirmaba la pertenencia a la especie, de modo que activaba los mecanismos de solidaridad, especialmente con los niños y más especialmente aún con los huérfanos. El llorar significaba “yo también soy un mono de ancestros acuáticos”.

Si esta función primitiva de las lágrimas se demuestra algún día, habrá que olvidarse de las vanidosas interpretaciones místicas que otorgan a la inteligencia y la sensibilidad humana el “don” de poderse licuar por los ojos. Si fue así, ya el australopiteco, cuyo cerebro no era muy superior al de un chimpancé, llevaba probablemente varios millones de años ejerciendo el llanto y reforzando de ese modo los lazos sociales, no ya del grupo, sino de la especie. Yendo más allá en este razonamiento, es posible que el criterio de discriminación para mezclarse con otras razas fuera la capacidad de los individuos para llorar. Así pues, si el parantropo lloró, consiguíó relacionarse con el homo hábilis y mezclar con él sus genes. Si el neandertal, por ejemplo, había perdido esta capacidad, entonces pudo ser considerado como distinta especie. Todavía, cuando los niños fingen el llanto, las madres les reprochan “¿dónde están las lágrimas?”.

También las dotes natatorias del ser humano, sin ser similares a la de la nutria o el oso polar, superan por ejemplo a los leones y los lobos y se ejercita sobre todos en épocas y latitudes más bien cálidas. Pero es evidente que el hombre no cruzó los continentes a nado; todo lo más, pudo atravesar el estrecho de Gibraltar o conquistar el sur de Asia, en épocas de bajo nivel del mar (glaciaciones), pero la colonización de Oceanía se realiza ya en calidad de humano (homo sapiens sapiens). No fue hasta después del invento de la navegación que se conquistó América (El descubrimiento oficial corre a cargo de un tal Colón, pero no olvidemos que allí había gente desde hacía miles de años), aunque se supone que exclusivamente por tierra. La navegación fue la causa de que el hombre dejara de ser un animal acuático. La adaptación se frustró y se convirtió en lo que hoy consideramos caracteres inexplicables (pruebas de la intervención divina o extraterrestre o gustos sexuales). Algunas razas humanas evolucionaron tan rápido que dichos caracteres se reconvirtieron o empezaron a desaparecer (por ejemplo, la nariz).

La fase acuática de nuestra evolución también incomoda a los místicos porque representa una frustración evolutiva, es decir, la existencia de rasgos que ya no sólo han perdido su funcionalidad, sino que a veces se vuelven disfuncionales. Todo esto desmiente la inteligencia de nuestro diseño, realizado por Dios apresuradamente y cambiando de idea a cada millón de años, en vez de a su imagen inmutable.


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