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HISTORIA NATURAL DEL HOMO SCIENTIPHICUS O CARTA DE UN PRIMATE A LOS ANTROPÓLOGOS

Alfonso Galindo Lucas




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7.4. La religión

El tema de la religión viene muy a cuento en una obra sobre antropología, por varias razones. La primera, es que se trata de un tema netamente antropológico, aunque esto pueda parecer una perogrullada. La segunda es que en este libro estamos haciendo un repaso, no sólo de la evolución, en sí, del ser humano, sino de la forma en que ésta se estudia y se divulga, concurriendo siempre el peligro de intromisión de los dioses en el mundo del conocimiento. La tercera es que, al igual que el lenguaje o la pérdida de vello corporal, la religión es un carácter adquirido y seleccionado por la naturaleza (Dawkins, 2006).

Hoy la mayoría de los habitantes del planeta practica una religión y cree en el más allá. Los que nos declaramos ateos o agnósticos (que en realidad es la misma cosa) pertenecemos a uno de esos grupos aislados que pueden extinguirse o crear especies nuevas, al que por cierto pertenece también el biólogo molecular Sampedro, citado en este libro. En realidad, todo científico debe trabajar desde el ateísmo o, dicho de otro modo, partiendo del supuesto de que Dios no existe. Einstein –de quien se dice que era creyente, pero seguramente no lo era– jamás habría considerado la posibilidad de utilizar a Dios como una variable teórica, capaz de interactuar con las demás, a pesar de que se haya interpretado mal su famosa frase “Dios no juega a los dados”. Ni siquiera para un creyente es conveniente el ejercicio de Tomás de Aquino de tratar de utilizar la lógica para “demostrar” algo que, como decía Rousseau, es cuestión de fe (“la metafísica turba con inoportunas sutilezas los dogmas de la religión”, Umberto Eco).

Sin embargo, como la existencia de dioses constituye siempre la explicación fácil y socorrida a todo tipo de enigma de cualquier disciplina, sea científica, teológica, etc., es preciso andarse con suspicacia y detectar dogmas disfrazados de conocimiento. En economía y, en concreto, en el mundo de las finanzas, me he dedicado a deshacer dogmas en varios de mis trabajos (véase, por ejemplo, 2009b). En física existe también este problema, pero ya no sé si llegaré a publicar algo sobre el asunto.

Acerca del origen de la religión, existen interesantes trabajos, todos de corte darwinista, que vienen a resumirse en el célebre tratado de ateísmo de Richard Dawkins (2006). La hipótesis en que se basa Dawkins es que la religión sería el subproducto de alguna cualidad que ha sido vital para la supervivencia de la especie, tal y como hoy la conocemos.

Yo iría más allá y formularía la idea de que la religión, en sí misma (no una religión en concreto, sino la existencia de religiones) es una cualidad que ha sido necesaria en la evolución humana. La explicación es que las religiones se basan en la hipocresía, es decir, en la mentira, que ha sido un mecanismo de supervivencia del individuo en las sociedades humanas, desde que existe el lenguaje. Digamos que han sobrevivido los más aptos para engañar al prójimo; pero la religión introduce un elemento adaptativo de tercera fase, en el sentido siguiente: Cuando surge la mentira como ventaja competitiva, enseguida empiezan a surgir también los mecanismos para poner en evidencia al mentiroso (lo cual sólo ocurre en una segunda fase). Entonces, se produce otra vuelta de tuerca adaptativa, que es la mentira inconsciente. Cuando alguien mintió, consiguió convencer a otros de que eso era verdad, de manera que estos otros, al reproducirlo, ya no eran conscientes de que mentían; se creían lo que estaban diciendo y, de este modo, eran capaces de resistir las pruebas que se hacían a los mentirosos. En el origen de las religiones occidentales actuales, se dan muchos casos de apariciones, íncubos, y otros montajes que sirven para conseguir que las mentiras las digan otros, que creen que son verdad. Es el caso típico del estupro sobre una joven virgen, casi niña, a la que se le convence con las siguientes palabras: “No temas, María, soy el arcángel Gabriel; lo que vamos a hacer no constituye cópula, aunque lo parezca, porque técnicamente es el espíritu santo el que va a engendrar en ti y tu hijo, si es varón, será llamado Emanuel; si sale niña, lo volveremos a repetir, como hicimos también con tu madre”.

Hay que pensar que para crear una religión, mediante engaño (que es el modo en que se han creado todas las religiones occidentales) debe haber un interés muy poderoso. Precisamente, puede comprobarse que detrás de las religiones, siempre ha habido poderosos intereses. Hay quien ha matado para ser obispo, cardenal o papa.

Volviendo al tema de la intromisión del misticismo en nuestro modo de ver el mundo, es interesante comentar el fenómeno de los primeros enterramientos humanos. La ciencia oficial celebra el hecho de que los neandertales y otros humanos antiguos enterrasen a los muertos, porque esto es indicio de creencia en la otra vida; pero la explicación a esta costumbre no tiene por qué ser formulada en clave mística. Es lógico pensar que homínidos más antiguos, con una cierto sedentarismo, adoptasen la práctica de la sepultura por motivos prácticos: para no atraer hienas y otros carnívoros peligrosos (que además son competidores del depredador humano). En las últimas decenas de miles de años, sin embargo, aparecen entierros con ofrendas y otras solemnidades. Esta circunstancia constata que la pérdida fue dolorosa y que existían lazos afectivos fuertes y permite imaginar alguna forma de ceremonia de consuelo, pero no demuestra que el hombre del pleistoceno se entretuviera en manejar conceptos abstractos (y menos aún, creencias) acerca del alma y el más allá. Los cambios culturales que conducen, con el tiempo, a una estructura de pensamiento calificable como religiosa son:

 El afán por desmentir la muerte definitiva.

 La sensación de autoridad de los antepasados (instinto de filiación).

 La auto-afirmación como ente diferente (y superior) al resto de animales.

 Las simplificaciones didácticas (personificaciones pre-animistas).

 El provecho de confusiones ajenas.

 Auto-regulación psicológica (consuelo).

 Ceremonias para la cohesión social.

Si nos fijamos bien, todas estas necesidades intelectuales tienen mucho que ver con la preparación para las guerras. Llevar a un contingente de soldados al frente requiere algún tipo de estímulo, porque ellos saben que pueden perder la vida. O bien, ese incentivo es la amenaza de una muerte segura si no combaten o bien hay que inventarse un paraíso (ya sea terrenal, para los sobrevivientes, o imaginario); los hombres antiguos tenían que combatir pensando que los dioses les favorecerían y que su dios era más poderoso que el del enemigo.

El único elemento que falta en esta relación es la idea per se, es decir, el elemento ficticio con el que alguien intentará aglutinar todas estas necesidades y afianzarse en el poder: Los dioses (v. Galindo, 2004). Eso, seguramente, surgió en algún momento en que el lenguaje se hizo totalmente orientado a objetos (6.3). Esos dioses siguien existiendo, pues muchos militares creen que luchan por causas como la libertad, el progreso, la democracia y otros entes que no son capaces de definir y, mucho menos, de justificar en relación con sus acciones.

Se trataba de religiones terrenales; incluso el antiguo Edén y el Walhalla eran lugares que se creían (y tal vez existieron) localizados en la geografía terrestre. El paso hacia una religión sobrenatural coincide con la victoria del patriarcado, justo antes de la época clásica. El sacerdocio como profesión surge en un estado avanzado de tradición agrícola. Los sacerdotes surgieron antes que las religiones, aunque ellos mismos intenten persuadirnos de lo contrario. La religión cumplía la doble virtud de facilitar una cierta cohesión social y procurar sustento a los sacerdotes. La “Génesis” de las religiones viene a ser, a grandes rasgos, la siguiente: Cuando el hombre se hace agrícola, es porque se ve obligado a convertirse en sedentario, como ya quedó dicho. Las labores del campo y la selección artificial no son un idilio arcádico, sino que requiere mucha observación, esfuerzo, experimentación y fracasos. Una de las primeras consecuencias de este cambio fue la dependencia del hombre con respecto al tiempo (Alfonseca, 1985), es decir, con respecto a las estaciones, sobre todo. El hombre necesitaba contar los días que faltaban para los cambios climáticos, basándose en el movimiento de los astros, siendo los soles denominados días y las lunas, meses (que se siguen por las constelaciones, pues el ciclo lunar siempre es el mismo). Con todo el trabajo del campo, era preciso que alguien se dedicase exclusivamente a computar el transcurso de los astros y avisar del tiempo que faltaba para las labores de siembra y cosecha. Ese hombre era normalmente el más débil físicamente o el más embaucador psicológicamente. Su misión consistía, básicamente, en mirar al cielo. En las civilizaciones antiguas eran llamados astrólogos, pues hablaban de los astros. A veces atribuían a los astros comportamientos humanos o falsas consecuencias hipotéticas (horóscopo).

Esas falsedades culminan, casi inevitablemente, con las referencias a seres sobrenaturales, hoy denominados dioses. Los griegos no sólo se admiraban de los cielos, sino que tenían dioses en lo alto del monte o en el mar; no hay más que comprobar que nombres como Júpiter, Saturno, Marte o Venus eran, antes que nada, astros y, más adelante, seres con voluntad y actitudes humanas.

Poco a poco, se impuso la identificación del cielo con el Reino de Dios. No vamos a entrar en cronometrar el predominio de la creencia religiosa sobre la Ciencia, pero a grandes rasgos, el imperio de los dioses empieza en el Olimpo griego y se extiende, básicamente, hasta la llamada Ilustración. Antes, estuvieron los astrólogos y los magos, brujas y druidas, precursores del saber científico, pero también inventores de engaños. En otro lugar hablamos de la época del científico como mago, especialmente el economista (citando a Ballestero, 1985). Es cierto que hoy la creencia religiosa sigue siendo socialmente importante e incluso se diría que, en términos aparentes, está experimentando una especie de recuperación. En época de crisis económica y antropológica, vuelve a cobrar importancia la necesidad de desviar nuestra felicidad hacia un paraíso divino, a expensas de una cada vez más lúgubre realidad de los vivos. Por eso en estos tiempos, como ocurrió también durante la crisis de los setenta, la religión, la brujería, el espiritismo, las supersticiones, el vudú, el avistamiento de monstruos y las abducciones extraterrestres disfrutan de tiempos mejores que la ciencia y el conocimiento del entorno.

Por último, voy a ofrecer una recopilación de lo fácil que es convencer a la gente acerca de cosas absurdas. En el entorno desde el que escribo, existe un predominio católico bastante claro. Si bien existen entornos religiosos (el islam, el judaísmo, los mormones de Utah, los Amish) mucho más opresivos que el catolicismo mediterráneo, el poder que tiene la fe católica influye en casi todos los aspectos de la vida de un español, un francés, un portugués o un italiano, desde la determinación de las festividades laborales, hasta las partidas de nacimiento, la programación televisiva, el sistema educativo, el activismo solidario, los políticos y altos funcionarios de la Administración pública, etc. Pero veamos qué clase de creencias demenciales implica el catolicismo (muchos de los que creen ser católicos se sorprenderían de lo que están asumiendo al afirmar pertenecer a esta confesión).

1. Que existen las cosas sobrenaturales: Dios, el cielo, el infierno, los ángeles, los demonios, los santos, etc. Esta es una creencia común a todas las religiones occidentales. Se trata de conceptos jamás detectados en estudios científicos.

2. Que Dios es, al mismo tiempo, bondadoso y todopoderoso (lo que significa que el terremoto de Haití o bien es algo bueno, o bien es algo aparente).

3. El misterio. Es la idea de que hay que creer en aquello que pensamos que es imposible y que, el día del juicio final, se nos reprochará nuestra falta de fe.

4. Que el Papa es infalible.

5. Que existen los milagros, es decir, fenómenos que violan las leyes de la física: Transfiguraciones, levitaciones, emanaciones, apariciones, exorcismos, etc.

6. Que Dios es uno y tres, al mismo tiempo, y que esto es inexplicable y, por lo tanto, hay que creerlo. Es el dogma y misterio de la Trinidad, que proviene de la incompatibilidad del monoteísmo judaico con la aceptación del mito del héroe. A esa dualidad, se le agrega el “espíritu santo”, para dar a entender que el catolicismo es algo nuevo y distinto de la suma del judaísmo, más el paganismo.

7. Que existe el pecado original, es decir, que los niños nacen pecadores. De ahí la necesidad del bautismo.

8. El mito del Cristo. El Cristo es el Jesús mítico. La elevación de Jesús a la categoría de Cristo, equivale a la admisión de los antiguos héroes helenísticos a la categoría de dioses griegos, sólo que en una visión monoteísta. El resultado mitológico de esta idea es que Dios mismo elige encarnarse en humano para castigarse a sí mismo por los pecados de la humanidad, redimiendo a ésta de los pecados pasados y futuros. A pesar de esta redención, sigue existiendo el pecado original y el infierno.

Tal vez, la elevación de Jesús (a partir del siglo IV) a la categoría de Dios y la relativización de su carácter humano sirve para evitar que la gente tome su vida o obra como ejemplo, por temor a compararse con un dios.

9. La resurrección de la carne el día del juicio final.

10. La transubstanciación, que consiste en subrayar el carácter antropófago de la eucaristía. A diferencia de otras religiones, en las que esta ceremonia es simbólica, en el catolicismo, la ostia y el vino ingeridos no sólo equivalen, sino que son la carne y la sangre, respectivamente, del héroe fallecido hace en torno a 2.000 años.

11. La idea de que los niños son de una determinada religión. Más concretamente, significa estar de acuerdo con la utilización de niños para ceremonias religiosas.

12. La concepción virginal. Es curioso observar a niños que dicen venerar a la Virgen María, pero que no saben qué significa la palabra “virgen”.

13. La ascensión de la virgen. Este procedimiento de ir al cielo, sin tener que morirse, fue copiado, siglos más tarde, por los mahometanos. En España, hoy se celebra el 15 de agosto, con una festividad laboral. También se celebra el 8 de diciembre, el hecho, descubierto a fines del siglo XIX, de que dicha virgen María naciese sin pecado original.

14. La autoridad de una Jerarquía no-democrática y machista, que se eligen entre ellos y que dirigen un estado no-democrático, el Vaticano. Es, por lo tanto, un ejercicio de insensatez o hipocresía declararse católico y demócrata o católico y feminista. Desde mi punto de vista, también es incongruente declararse católico y de izquierdas, pero eso lo dejaré para otro tratado.

15. Los símbolos. Todas las religiones tienen símbolos sagrados y símbolos prohibidos. Los cristianos se caracterizan por adorar la cruz, que viene a reemplazar al tótem de religiones anteriores. Visto desde fuera, el emblema de la cruz es, en realidad, una amenaza, que dice lo siguiente (lo cual se oye decir a los viejos, textualmente): Incluso a Jesús, que era el mismo Dios, lo crucificaron, así que ten mucho cuidado con rebelarte frente a los poderes y sé una oveja. Lógicamente, no todo el mundo dirá que lo entiende así, pero, en general, el efecto psicológico que más probablemente ejercerá la exhibición de este instrumento de tortura y ejecución será el de aterrorizar.

16. La liturgia. Como es una cuestión de gustos, creo que la liturgia, al valerse de elementos folclóricos, es lo que menos se puede reprochar a los católicos. Cuando uno va a misa, se siente miembro de un rebaño, porque sabe cuándo tiene que decir “amén”. A muchas personas, esa idea de participación en rituales les tranquiliza psicológicamente, por la necesidad que tenemos todos de compañía. El problema es que los jerarcas hacen creer a los feligreses que esas ceremonias constituyen una alianza irrevocable.

Por lo tanto, ser católico no es lo mismo que creer en Dios, como defienden los dogmáticos, sino aceptar como verdades incuestionables una serie de ideas increíbles como las que se acaban de numerar. De otras religiones, de las que soy menos conocedor, se podrían hacer análisis similares y no saldrían mejor paradas. Lo único bueno que tiene el catolicismo es que es poco riguroso y tan hipócrita que, al final, todo el mundo es medio-católico, ateos incluidos, y van a misa sólo por compromiso social, para que les vean sus jefes o sus enemigos. Después del fin de la Inquisición, la Iglesia no ha insistido de forma excesivamente cruel (salvo durante las dictaduras) en la imposición de todas esas ideas indefendibles. También por fortuna, los jerarcas religiosos son poco creyentes, porque han leído mucho y han alcanzado un gran nivel intelectual; no obstante, están convencidos de que deben engañar a sus feligreses, como un pastor engaña a sus ovejas.

Creo que las religiones occidentales, en general, son anti-humanas y conducen a crímenes, unos más atroces que otros; entre ellos, haber declarado la guerra al conocimiento. Un tal Félix Novales dejó escrito que en la Iglesia hay muy buenas personas y doy fe de que es así... que se salgan y funden otra cosa.


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