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HISTORIA NATURAL DEL HOMO SCIENTIPHICUS O CARTA DE UN PRIMATE A LOS ANTROPÓLOGOS

Alfonso Galindo Lucas




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Propósito epistemológico

Ante todo, es preciso no despreciar el trabajo especializado de los que trabajan en los campos de la antropología, en sus vertientes arqueológica, histórica, genética o incluso filosófica. De hecho, esta obra no se basa en ningún descubrimiento físico realizado por el autor o conocido por éste de forma exclusiva, sino en las ideas que, de forma más explícita o más tácita, se encuentran ya publicadas. Por eso, en la bibliografía de este ensayo figuran obras muy conocidas (algunas injustamente excluidas de los planes de estudio) y obras de divulgación.

A pesar del valor de este trabajo de especialistas, es necesario hacer un alto en el camino con lo que ya tenemos y llamar a los filósofos “para construir grandes síntesis históricas o valoraciones comparativas” (Presedo, 2006: 7). El homo academicus suele hacer una diferenciación entre historia y prehistoria. Estas acotaciones artificiales les son útiles en el intercambio de información y se deben a la gran extensión del pasado de la humanidad. Aquí ambos periodos se abarcan indistintamente, aunque se intenta seguir, siempre que sea posible, una explicación basada en la cronología, desde nuestros antepasados evolutivos pre-humanos hasta el homo scientiphicus.

Desde el punto de vista epistemológico, esta obra representa una reivindicación, en primer lugar, del método materialista, que ya se defendió en relación con las ciencias sociales en anteriores artículos. En la actualidad, como también se ha defendido en otras obras, el modelo antropológico de las oportunidades se ha impuesto al de las garantías (Galindo, 2009b). Los inventos y descubrimientos ya no se hacen porque el investigador tiene un deber universal y un puesto de funcionario, sino porque la rentabilidad esperada a corto plazo (subrayemos el corto plazo, remitiéndonos a Perelman, 2006) guía determinados ámbitos de “investigación y desarrollo”. Esos ámbitos, como se verá, no son necesariamente beneficiosos y ni siquiera eficientes, pues hay tecnologías orientadas al desaprovechamiento de recursos.

Este problema se refleja en la legislación y en la educación. En mi último libro (2009) ponía de manifiesto cómo los manuales de Finanzas empresariales enseñan cosas que parecen estar pensadas para engañar al estudiante; concretamente

• Se les dice que la empresa debe tener fondo de maniobra positivo o, de lo contrario, estará amenazada de suspensión de pagos o incluso de quiebra. Esta idea parece haber sido redactad siguiendo los dictados de la Banca, acreedora habitual de las empresas españolas

• Se les enseña una falacia matemática (llamada “hipótesis implícita de reinversión inmediata de los flujos de caja intermedios a una tasa establecida”) para explicar algo (la existencia de tasas de intersección) que, en realidad viene explicado por la irregular distribución temporal de las variables financieras.

• Se les inculca la necesidad de un procedimiento rígido que incluye, como si fuese una fase necesaria, el cálculo aproximado que una vez Schneider realizó de pasada, por carecer de calculadora.

• Se legitima el procedimiento anti-democrático por el que se aprueban las normas mercantiles y, en concreto, las de contabilidad.

Podemos añadir otros problemas y no vamos a mencionar a ningún manual en concreto, porque todos se copian entre sí:

• Se enseña a los estudiantes prácticas, como la emisión de acciones bajo la par, con fecha prevista de amortización o con un interés pre-establecido, sin informarles de que se trata de prácticas prohibidas.

• Se les inculca determinados temas de Teoría de Sistemas, de racionalidad, de coste de oportunidad y de condiciones de certeza o riesgo, de forma que tienen que memorizar las frases que el mismo profesorado no comprende.

• Se les enseña a trabajar con una hipótesis mística, que es la posibilidad de que, a falta de racionalidad, el inversor, por capricho o superstición, se fije una rentabilidad mínima, según la cual, incluso en condiciones de certeza, rechazaría la posibilidad de realizar una inversión rentable. La hipótesis de la irracionalidad sería interesante en un contexto menos básico y si estuviese formulada de forma clara y no contradictoria. No obstante, lo que determinados economistas denominan “irracionalidad”, yo lo llamo persuasión, engaño o desinformación.

• Se les enseña dos conceptos distintos, pero mezclados y confundidos, para distinguir entre rentabilidad bruta y neta, de modo que tenemos una fórmula, llamada t.i.r. que, al mismo tiempo ofrece la rentabilidad bruta (desde un punto de vista) y neta (en otra definición de bruto y neto).

Dejando a un lado las finanzas, que son sólo un ejemplo de despropósito académico, el método de investigación termina convirtiéndose en un asunto secundario, comparado con la necesidad de, por lo menos, no engañar en los contenidos.

En este trabajo, se utiliza la formulación de hipótesis consideradas más verosímiles, en función de indicios o pruebas obtenidas y publicadas por varios autores. Se utiliza, por lo tanto, un método razonable pero poco técnico, más bien ajeno a la “profesión” del antropólogo. No es, sin embargo, un artificio de justificación el haber criticado la profesión del paleontólogo como método; es simplemente que el exceso de empirismo puede resultar incompleto. De hecho, en Economía, la utilización de datos reales es la mejor forma de mentir y manipular.

En este sentido y defendiendo la tesis de Feyerabend, en este libro se está huyendo del fundamentalismo metodológico de muchos científicos que consideran un pecado la formulación de hipótesis no adscritas a pruebas. En la formulación de la deriva continental, este fue precisamente el motivo del injusto rechazo académico hacia su autor. Yendo más lejos aún, al descubridor de las pinturas rupestres de Altamira, a pesar incluso de las pruebas tangibles, no se le creyó, por no formar parte de la academia. El inventor del láser tuvo que hacer su presentación en un periódico porque las revistas científicas no admitían su trabajo. Y el investigador alemán Ernst Chladni «fue desacreditado por proponer que caían meteoritos del espacio. Pasaron diez años hasta que sus teorías se dieron por buenas», según Jesús Martínez Frías, geólogo planetario del CSIC-INTA, en ABC-Ciencia. Más adelante, se comenta también el caso de Elaine Morgan, a la que al fin y al cabo, Desmond Morris otorgó un voto de respeto. Esta obra que ustedes leen servirá también para comprobar el talante actual de la academia con respecto a un intruso.

No se trata, sin embargo, de una obra de mera provocación, puesto que el autor ha demostrado ya su vocación de pensador universalista y se puede considerar el tema de la evolución humana como una parada obligatoria de un proyecto filosófico más amplio, en el que habrá que invertir todavía unos cuantos años. Además, aunque Morris tiene razón cuando afirma que un pájaro no tiene por qué saber de ornitología, eso no significa que se le deba impedir su aprendizaje o al menos su opinión al respecto, ni que, en sentido inverso, a un antropólogo se le prohíba volar (o piar, si se le da bien).

Al tratarse de un tratado teórico, los resultados obtenidos aquí son hipótesis de trabajo para otros investigadores, que deberían ser comprobadas por procedimientos empíricos, siempre que fuera posible. Eso no significa que no se den argumentos, ni que las hipótesis sean meras ocurrencias carentes de concordancia entre sí.

Siempre que se agoten los sinónimos y por brevedad, me referiré al ser humano como "el hombre" para referirme a nosotros las personas. Es cierto que esta tradición bíblica tiene su origen en la formación de una sociedad patriarcal, apoyada en dioses machistas, pero siguiendo el ejemplo de Jensen y Meckling (1994), creo que basta con hacer esta previa advertencia lingüística para dejar claro que no se está ejerciendo ningún tipo de discriminación; antes al contrario, en un lugar de este libro se hace una defensa de la mujer mucho más profunda que la ridícula “discriminación positiva” que tan injustamente están llevando a cabo los órganos oficiales de propaganda y que ha conllevado injustas reformas legislativas, que discriminan, a fin de cuentas, a todas las personas, de cualquier sexo.

Por otro lado, la palabra "gentes" puede tener una acepción más específica de la que hoy solemos utilizar, ya que este término hacía referencia a grupos étnicos paleo-europeos de filiación por línea materna. Creo que, por el contexto, quedará claro cuando se usa en sentido clásico (gens, grupos étnicos familiares inferiores al concepto de tribu) o en sentido actual (gente, el pueblo, las personas).

La importancia de este ámbito científico —el hombre— tiene un componente subjetivo, derivado de la naturaleza de quien investiga y un componente objetivo, derivado de la peculiar evolución de esta especie animal y de su gran capacidad para transformar el medio; por eso, no estamos en el mismo caso del pájaro y el ornitólogo. El hombre como objeto de estudio y como sujeto que se estudia a sí mismo son dos problemas que aquí se abordan casi al mismo tiempo, pues son de difícil estructuración. Todo el mundo sabe que los huevos son anteriores a las gallinas, pero no es tan fácil discernir si el homo sapiens es anterior al "homo antropólogo", puesto que nuestros abuelos los homo erectus pudieron haber desarrollado sus peculiares concepciones de tradición oral acerca de su propia naturaleza. Si fue así, ¿debemos darles el calificativo de humanos?

Como buen defensor del materialismo histórico, el autor inscribe gustoso la metodología utilizada en lo que Ricoeur denominó “filosofía de la sospecha”. Se trata de criticar determinados postulados que se han ido acomodando en la ciencia, no porque sean más realistas o mejor contrastados, sino porque convienen a alguien (ver la crítica de Sampedro, 2002 a la síntesis neo-darwiniana). Toda una serie de circunstancias institucionales , de las cuales iremos comentando algunas, hacen que el investigador o el divulgador traicione su vocación e incluso la evidencia y el sentido común (v. Galindo, 2004 y 2009b).

Como otros trabajos que abordan la investigación, la divulgación y la docencia, en esta obra hay mucho de autocrítica, pues todos pertenecemos al sistema y hemos contribuido a su configuración actual, por acción u omisión, en mayor o menor medida, aunque posiblemente también, como tantos otros tratados sobre la misma temática, independientemente de la procedencia académica que quien lo escribe, este es un ensayo destinado, en parte, a ensalzar el talante científico del autor y, en gran medida, desprestigiar a otros seres humanos. Esta apreciación no es un ejercicio de cinismo, sino de resignación anticipada. Quede, claro, pues, desde un principio, que no sólo no me excluyo de las críticas, sino que contemplo la posibilidad de que, dentro de esta obra, llegue a adoptar en algún pasaje, el enfoque idealista que reiteradamente critico. Incluso es posible que mis opiniones no sean nada más que producto de mi tiempo, pues algunas de las ideas que creo que estoy aportando, luego me doy cuenta, repasando, que las he leído hace veinte años en el libro de Michael Andrews u otros.

La razón por la que la hipótesis de la fase acuática molesta tanto a los paleo-antropólogos (Arsuaga ni siquiera se refiere a ello en ninguna de sus obras citadas, 1998, 1999, 2001), es que las pruebas existentes pertenecen al ámbito de la medicina y de la zoología; no hay pruebas fósiles y, para ellos, no hay pruebas. Sin embargo, sí las hay —en el cuerpo humano actual— y de ello habla la escritora Elaine Morgan en varios de sus libros. Por ejemplo, la capacidad natatoria innata no se encuentra en ningún primate, excepto en el ser humano. De hecho, todo mamífero terrestre comienza a andar el mismo día en que nace, mientras que el humano necesita varios meses para gatear, pero sabe nadar al nacer.

Como dijo Feyerabend (1970: 102), "... los estándares no siempre se adoptan sobre la base de la argumentación". El problema que tienen los paleo-antropólogos es ajeno a la ciencia. Se trata de los intríngulis del mundo académico (ya se han comentado en “acerca de esta obra”), es decir, del pan de cada día que nos alimenta. Por eso, el rechazo de la hipótesis acuática merece una explicación antropológica: Los que se han ganado la vida en excavaciones, justificando su trabajo con innumerables publicaciones, son reacios a admitir que puedan existir pruebas médicas, porque eso sería demasiado fácil y podría desvalorizar su profesión. Por otra parte, los médicos (salvo Freud) se han preocupado más por el futuro que por el pasado; prevenir y combatir enfermedades es lógicamente algo más urgente y digno de elogio. Pero además, todo hay que decirlo, curar pacientes suele dejar más dinero que determinar sus rasgos evolutivos.

Algunos de los pasajes de esta obra están escritos con una gran carga irónica, a fin de que la lectura sea lo más amena posible. Eso no la convierte en una obra de humor, sino que la adorna, para hacer más efectiva la divulgación de los contenidos. Como ocurre en todo ensayo, es posible que en éstos se contengan errores, pero no falsedades. Es preferible una transgresión en el estilo que en los contenidos; el polo opuesto a este estilo sería el típico tratado que hace gala de una gran seriedad formal, pero cuyas reflexiones y aseveraciones traslucen una gran falta de respeto hacia el lector. En Economía de la empresa (y sobre todo en ciertas editoriales) abunda este fenómeno.

En muchos aspectos, esta obra es una reivindicación de los grandes hallazgos científico-filosóficos del siglo XIX. Con la excusa de “decimonónica” obsolescencia, han dejado de leerse autores tan interesantes como Engels, Malthus, etc. Darwin y Marx zanjaron, con una ruptura definitiva, la disputa entre el enfoque religioso y el del conocimiento por el protagonismo en el mundo académico. Ya en el siglo XX, científicos de la talla de Einstein, injustamente tildado de creyente, dan por sentado que la ciencia debía estar a salvo de las creencias. Por último, Sigmund Freud, a quien debemos enfoques antropológicos también muy interesantes y hoy muy desacreditados, invadió el mundo de lo esotérico con el psicoanálisis. No se trataba necesariamente de una ciencia, pero podía remplazar la función que hasta entonces venía realizando la religión. Nunca hasta entonces se había influjido tal retroceso de los dioses (o los demonios, como sostenía Carl Sagan; para el caso es lo mismo) en el mundo de la enseñanza y la divulgación. En el bloque soviético reinaba el ateísmo y, para colmo, la URSS ganó la II Guerra Mundial y la carrera astrofísica (colocando el primer satélite artificial y el primer cosmonauta). La religión inició una ofensiva lenta pero hostil, infiltrada a base de matices y aliada a la causa del bloque capitalista. Debido a esa alianza, ahora tenemos en las escuelas y universidades la invasión de lamentables enfoques creacionistas, como la teoría del diseño inteligente, hoy definitivamente desmontado como teoría científica (ver Dawkins, 2009).

Propósito científico

Nos encontramos en un punto de inflexión, en la historia de la humanidad. O tal vez un punto muerto. Una situación que puede ser más determinante que la anterior época, llamada “globalización”, que comenzó con la crisis de los setenta y fue bautizada tras la caída de la URSS. Puede tratarse de una situación todavía más determinante que las crisis del capitalismo de principios del siglo veinte, que culminó con la Gran recesión. Se trata de una época en que cambia la política, la economía, la cultura, el medio ambiente, el clima. Grandes inundaciones, terremotos, deshielos y erupciones volcánicas que parecen no haber coincidido antes en tan poco tiempo; es como una mini-apocalipsis. Las afiliaciones religiosas, la creencia en salvaciones extraterrestres, en extrañas criaturas y en fenómenos paranormales, así como las supersticiones, el vudú y los diálogos con el “más allá”, están volviendo a arraigar entre la población. Existe una especie de desenfreno milenario en todos los aspectos de nuestras vidas. La actual crisis económica pone de manifiesto una importante crisis política que obliga a la destrucción de las naciones y a la institución (civilizada o revolucionaria) de una autoridad mundial verdadera.

Todo esto justifica que se recoja en un libro como éste toda una recopilación de lo que viene siendo el holoceno (periodo formado por los últimos 10.000, coincidiendo con la invención de la agricultura y la ganadería), con sus antecedentes y sus prospectivas. Durante este tiempo, la historia de nuestro sistema solar y alrededores ha estado protagonizada por el ser humano; de ahí la necesidad de escribir un libro sobre antropología. Como ya se ha dicho, el autor no escribe en calidad de antropólogo, sino de humano.

Todo este revoltijo de ideologías, opiniones, creencias y exabruptos obliga a contrarrestar la necedad global con una buena dosis de materialismo filosófico, que nos ayude a ubicarnos en el lugar y tiempo a los que pertenecemos.

Las hipótesis que se formulan en este libro, en tanto que ocurrencias emergentes y perentorias, parecen a veces ideas aisladas e inconexas, pero juntándolas nos llevan a defender las ideas formuladas en el plano epistemológico: la selección natural como motor de la evolución, el materialismo como motor de la evolución tecnológica y cultural, el materialismo histórico y el economicismo como motor de la investigación y la divulgación científica, el carácter racial de las especies del género homo, la teoría de la fase acuática. Lo demás, es cierto, puede resultar anecdótico, pero aún así, puede ser interesante como propuesta. Entre esas ideas interesantes, se apuntan algunos aspectos definitorios de la actual crisis global, pero los pormenores económico-financiero serán tratado en otro trabajo, porque supondrían una divagación excesiva en un tratado sobre antropología. A pesar de ello, el tema requiere abarcar muchos ámbitos disciplinarios, hoy divididos en especialidades.


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