BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

FAMILIA, IDENTIDAD Y TERRITORIO, ACTORES Y AGENTES EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDADANÍA DEMOCRÁTICA

Coordinadoras: Maria Teresa Ayllón Trujillo y Maria Rosa Nuño




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II. Los jóvenes y la nueva ruralidad mexicana

En las últimas tres décadas México ha vivido un proceso de cambio social acicateado por varias políticas gubernamentales de porte neoliberal entre las que destacan una apertura económica al mercado internacional y una reducción muy fuerte de la inversión pública en proyectos de desarrollo social, con lo cual se han venido modificando la forma y el contenido de las relaciones sociales de producción regionales y locales. Las tendencias modernizadoras y los cambios económicos surgidos de la reestructuración capitalista (globalización) han desencadenado profundas modificaciones en los patrones de organización territorial en todo el país (Hiernaux, 1993:8-9). Tales modificaciones sin embargo no conllevan una reducción notoria de las desigualdades sociales, ni mucho menos estructurales/territoriales: campo-ciudad e interregionales.

En el contexto más específico que nos incumbe, en la región peninsular, dicho impulso modernizador llegó asociado a la actividad turística (Quintana Roo), a la actividad petrolera (Campeche), y a la expansión de las maquiladoras (Yucatán), coincidiendo con la expansión y alcance de los medios electrónicos de comunicación y los transportes de pasajeros. De modo que muchas instituciones, costumbres e identidades rurales tradicionales se han visto afectadas, aunque no necesariamente aniquiladas por dicha modernización (Dufresne, 1999; Faust, 1998; Re Cruz, 1996).

Algunas señales de la modernización mexicana que avanza, a veces tenues y frecuentemente polivalentes, pueden hoy día ser observadas a simple vista en la península yucateca. Por ejemplo, la concentración urbana y la terciarización de la economía, el abandono de la milpa como eje central de la supervivencia campesina, la proliferación en pequeños poblados de los medios de transporte colectivos con destino a la ciudad, la electrificación de casi el cien por ciento de las viviendas rurales donde a su vez localiza una televisión, etcétera. Menos visibles pero más profundos son los cambios en las subjetividades de la población rural (y urbana): muchas de las tradiciones mayas que sobrevivieron con gran vigor durante siglos tienden a escapar de la memoria colectiva y los mitos locales tienden a ser reemplazados por mitos externos del "Primer Mundo", que llegan por la vía de imágenes vivas (turismo masivo) y de las imágenes electrónicas, hollywoodense, de la televisión.

En la Península de Yucatán el viejo tejido social y sus significados experimentan cambios profundos, como está ocurriendo en el resto del país. En el campo mexicano de hoy, aunque prevalece una praxis social relacionada con la explotación de la tierra y los recursos del sector primario, no es la única y a veces ni siquiera es la más importante, como hasta cierto punto fue en el pasado. El proceso de modernización no es ni parejo ni irreversible. Muchas y variadas investigaciones indican que en determinadas áreas o regiones del país se ha producido o se está experimentando un evidente declive de lo rural tradicional, mientras que otras, hay signos de recuperación (como ocurre incluso en Europa, ver Entrena Durán 1998).

En nuestro país, la imagen de lo rural tradicional concebido como un espacio donde prevalecían las praxis sociales homogéneas, prácticamente está superada históricamente. Aquella imagen sustentada en la idea de que el orden social, en el que se desenvolvía la vida cotidiana de la mayoría de la población de muchas sociedades agrarias tradicionales, solía ser una especie de entidad autárquica, o un microcosmo cerrado que se bastaba a si mismo en el plano económico-social, institucional y cultural. Lo normal, sin embargo, era que tales sociedades experimentaran en el transcurso del tiempo muy pocos cambios, pues ni siquiera en las altamente estables sociedades agrarias del pasado existió nunca en toda su pureza un prototipo de sociedad rural completamente autárquica. Esto viene al caso porque debido a los frecuentes y contradictorios significados que le son atribuidos, lo rural es un concepto polisémico; frecuentemente, origen y objeto de polémicas sociales o intelectuales, como advierte Ramírez Velásquez (2003). Me desviaría demasiado entrar en el debate, simplemente reconozcamos que las definiciones de lo rural varían según las disciplinas. Por ejemplo, los antropólogos privilegian los elementos de tipo cultural a una escala micro urbana y de actor-sujeto; mientras que los agrónomos se concentran en la definición de tipologías de sistemas productivos, en donde el factor tecnológico juega un papel fundamental para identificarlos (Ramírez Velásquez, 2003: 56).

En este trabajo –redactado a principios del siglo XXI- lo rural, naturalmente, se define como un contexto social en movimiento entre las tradiciones y la modernidad. Lo rural es un territorio externo pero no ajeno a la ciudad en el que tiene lugar un proceso social complejo que resulta de la interacción entre dos esferas de la praxis social: la local (concreta) y la global (abstracta); entre dos paradigmas o modelos de vida: el urbano y el rural; y entre dos dimensiones de la sociedad: la objetiva y la subjetiva.

El punto de partida es un hecho que no requiere demostración estadística alguna: el ámbito privilegiado de las actividades económicas de la población local, de las comunidades rurales, se desplazó del campo a la ciudad. Subrayo: ámbito privilegiado y no único. Y esta es la gran diferencia entre el proceso rural observado en otros países de Europa y Norteamérica. Aquí la famosa proletarización campesina ocurrió de manera muy desigual y sobre todo lentamente, de modo que hoy día las familias rurales enteras son unidades ocupacionalmente híbridas.

En efecto, hombres y mujeres del campo –y la familia en general, claro está- dependen de sus ingresos provenientes del mercado laboral. Los cuales siempre insuficientes, son complementados por medio del trabajo en la agricultura familiar de autosuficiencia o incluso comercial. Frente a los retos de la modernización y la globalización observamos nuevas modalidades del trabajo familiar rural, una nueva división del trabajo, nuevos roles y nuevas jerarquías.

Esta nueva división del trabajo familiar rural, a su vez, es muy significativa para nuestro análisis ya que permite que predominen las decisiones individuales de cada miembro sobre las de la familia y se ensanchen los espacios de actuación de las mujeres antes muy restringidos. Justamente como operan las familias típicamente urbanas dentro de un contexto del capitalismo. En otras palabras, tiende a descomponerse el viejo tejido social patriarcal que prevalecía en las comunidades campesinas o rurales. Esta praxis social constituye una dimensión objetiva que en mucho da sentido a la praxis política de la población mexicana considerada rural, pero es insuficiente si no se le coloca junto al nuevo repertorio cultural del México de principios del siglo XXI, -sobre todo el repertorio cultural difundido por la radio y la televisión-. La experiencia de vida local (la tradición oral) y por supuesto política, pasó a un segundo término y así la experiencia nacional es el referente privilegiado. Debo agregar enseguida, que las localidades rurales equivalentes a un subsistema especializado, tienden a diferenciarse hacia dentro con funciones más complejas, dentro del marco del sistema social nacional. Sin embargo, gracias a la televisión y la radio, la sociedad nacional constituye un escenario de producción de sentido. Con el agravante –si se quiere- de que dichos medios electrónicos constituyen al mismo tiempo una suerte de filtros monocromáticos en función de intereses económicos, políticos, e ideológicos.

Parafraseando a Bourdieu diría que por medio de la “violencia simbólica del capitalismo”, exacerbada por los medios electrónicos de comunicación, la prosperidad anhelada “por los mexicanos” es percibida como un escenario donde prevalecen empresas prósperas gracias a sus avances tecnológicos y se consolida la fortaleza de las variables macroeconómicas y financieras. De modo tal, que incluso el campesino más pobre y más alejado de la ciudad percibe la superación suya y de su familia a título individual. El individualismo institucionalizado, (ver Beck 2003), es “la” vía, casi la única vía legítima, para superar las desigualdades sociales. En cambio, la importancia de las organizaciones de productores, las organizaciones ciudadanas, la participación ciudadana y la defensa de los derechos políticos son temas soslayados y hasta estigmatizados.


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