BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

FAMILIA, IDENTIDAD Y TERRITORIO, ACTORES Y AGENTES EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDADANÍA DEMOCRÁTICA

Coordinadoras: Maria Teresa Ayllón Trujillo y Maria Rosa Nuño




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La violencia del género como obstáculo a la construcción de ciudadanía democrática

Maria Teresa Ayllón Trujillo

El género o las construcciones sexogenéricas, son la manifestación más rotunda de la ausencia de libertad para todos los individuos, sean hombres o mujeres, ya que niega la posibilidad de un proyecto de vida independiente del sexo, basado en preferencias y caracteres aleatorios; la sociedad produce una presión múltiple y mantenida a lo largo de toda la vida. La violencia de género es preformativa, comienza antes del nacimiento y parece ser más común y continuada sobre las mujeres aunque existe también sobre los hombres. La misma concepción de “lo masculino y lo femenino” es una agresión a la libertad personal de elegir aquellos asuntos en los que se desea empeñar la propia vida, más aún a la libertad personal de expresar aquellos gustos, deseos y sentimientos que nacen de la mayor intimidad y sobre los que no se tiene control alguno. Cuando hablamos de género no hablamos de mujeres ni de feminismo, por el contrario hablamos de una especie de dictadura sobre las personas que irrumpe en todos los ámbitos de hombres y mujeres y, esa conformación de los géneros, parece estar mantenida más firmemente por los hombres con poder ya sean influyentes en la política, la enseñanza o la religión (patriarcado). Se insiste con esto en que no todos los hombres tienen el poder de impulsar cambios o evitarlos, en el sistema de valores imperante pero aún son menos las mujeres que pueden imaginar siquiera la posibilidad de obtener ese poder.

Los hombres por su parte viven muchas formas de opresión en este sistema occidental contemporáneo al que popularmente se dio en llamar “machista” y son oprimidos por la dictadura del género al reprimir la expresión de sus condiciones naturales muy en especial las tendencias a la ternura, la comprensión, la emotividad, el miedo, las actitudes pasivas o compasivas y la dependencia; A cambio de su renuncia a esos y otros muchos sentimientos y a todas sus capacidades para realizar aquellas cosas que la construcción del género les adjudicaba a las mujeres, el sistema dominante promete a los hombres “ser superiores”, tener poder, conquistar el mundo o, al menos una tierra, mujer/es, hijos, coches y toda forma de posesión, ostentación y gobierno. A consecuencia de esa educación, los hombres han reprimido sus sentimientos de ternura y compasión y han cultivado el uso de la violencia y el ejercicio de la crueldad ya sea contra sus congéneres mediante la llamada competitividad, o contra las mujeres mediante las diversas formas de agresión misógina. En realidad deberíamos formular la frase anterior en pasiva: “se les ha reprimido” y “se les ha cultivado en” pero siendo también verdad, ocultaríamos la responsabilidad que los adultos adquieren al replicar los mismos tópicos que les hicieron desgraciados y al reproducir similares pautas de conducta con las que se les condicionó en la infancia.

Precisamente una de las características de la diferencia de género según el sexo (o sexismo) es que los hombres eluden su responsabilidad sobre los daños que causan (“daños colaterales” en la imposición de su hombría) y en cambio a las mujeres se les enseña a hacerse culpables (“hacerse cargo”) de lo que les hacen aunque sea muy evidentemente injusto. Esta dinámica sadomasoquista está perfectamente diseñada en la división de funciones genéricas entre los dos sexos, siendo el masculino la correspondiente al sádico y la función masoquista la adjudicada a la mujer, esto no debe entenderse de forma determinista: es una construcción social que impregna a los/as individuos en mayor o menor medida. Pero tampoco debe aceptarse que esta división de papeles es complementaria o que produce equilibrio ya que ir contra corriente puede ser psíquicamente más equilibrador que someterse a los dictados de la construcción del género.

La superación de ambos géneros, para el avance en el camino de la equidad requiere en primer lugar que cada persona, cada individuo, se haga responsable de la parte en que ha colaborado en presionar a otra/s personas y en a si misma/o, evitando con ello caer en la autocomplacencia o el victimismo. Así que, desde el momento en que empezamos este trabajo expresamos el compromiso de no suavizar la adjudicación de responsabilidades.

Dicho lo anterior es necesario afirmar que, si bien la violencia de género se aplica a hombres y mujeres son las mujeres en general quienes llevan la peor parte: la construcción social las otorga menores posibilidades de defenderse, alcanzan el peor rango social y, en cuanto a resistirse a la opresión de género, al tener menores posibilidades de alcanzar poder social tienen menores oportunidades o responsabilidades en la trasformación del sistema. La división de funciones en base al género les adjudica una débil situación para responder de lo bueno y de lo malo. Es conforme a la tabla de valores del género y su resultado (ver Cuadro 1).

Los valores del Cuadro 1 pueden ampliarse indefinidamente y también las funciones adjudicadas a cada sexo o género ya que todo hecho y pensamiento humano está contaminado por la construcción de los géneros. Las características pueden imponerse con más intensidad en una época, en una sociedad, y con más flexibilidad en otra pero no hemos visto que uno de esos valores se invierta y pase a ser del sexo/género contrario .

Resumen: Debe ser femenina Resumen: Debe ser un hombre (masculino)

Ejercicio:

Reflexione el lector o lectora sobre el Cuadro 4 en varios sentidos,

a) ¿Representa hoy el panel A un patrón del género femenino? y el B ¿Representa hoy al patrón del género masculino? juzguen si estos valores morales -y las expectativas que la sociedad mantiene sobre hombres y mujeres- sigue siendo vigente en su entorno. ¿Se siguen reproduciendo, en mayor o menor grado, o se han invertido?

b) Compare las características de A y B y pregúntese ¿Qué relación guarda con la parte puramente biológica de nuestro ser?

c) Igualmente cuestiónese cómo media esta construcción de género en el mundo laboral, por ejemplo ¿no es cierto que a las empleadas domésticas, muchas veces, se les pretende compensar -las horas extras, trabajos extra- con muestras de afecto o regalitos? ¿Puede imaginar la sorpresa de un hombre empleado que pida aumento de sueldo y le digan “que más quiere si le tratamos como si fuera de la familia”?

d) Si el panel A puede ayudar a comprender por qué las mujeres no se contemplan como “trabajadores de verdad”, el B puede aclararle por qué es tan difícil que los hombres se comuniquen bien en su entorno familiar o se manejen en la infraestructura doméstica.

No existen hombres ni mujeres puramente masculinos o femeninos

En verdad nunca ha existido un hombre que se ajuste al 100% de los valores preceptivos para el género masculino ni una mujer que se ajuste en su totalidad a los valores llamados femeninos porque seguramente es imposible doblegar hasta tal punto la diversidad humana, programarla, construir seres clónicos de uno u otro género. Se puede hacer un interesante ejercicio: examínense; apuesten a encontrar un ejemplar que sea puramente de un género u otro sin duda ni confusión, sin “impurezas”; no lo encontrarán. Por eso decimos que se trata de una construcción social ideal. Se trata de una idea que por diferentes motivos ha perdurado mucho tiempo y ha sido propagada desde las instancias de poder político, ideológico (incluyendo entre las ideologías la de los catequistas de cualquier iglesia), poder sobre las consciencias hasta adquirir naturalización hasta aparecer a nuestros ojos como un asunto natural o biológico. Por supuesto que la ciencia, con su enorme capacidad de disfrazar los prejuicios como “hechos indiscutibles y apolíticos”, contribuyó mucho, especialmente en el siglo XIX.

Diferencia o Igualdad

Precisamente no se trata de una antinomia sino de una coherente complementariedad: el derecho a ser iguales es una demanda ante la Ley, la Constitución y el amparo que da el derecho positivo el cual debe velar porque a todas las personas aún con distintos orígenes se les otorguen los mismos derechos ante una misma causa. El derecho a la diferencia, entendida como diversidad humana, insiste en lo mismo pues se sigue reivindicando la igualdad pese a la diferencia o, si se prefiere, el “derecho a la diferencia” sin que el ser “diferente” merme los derechos a la igualdad.

En los estudios de género o en el desarrollo de la teoría feminista estos dos conceptos son centrales en dos líneas casi opuestas una constructivista y otra esencialista, determinista o biologicista. La línea llamada del feminismo de la diferencia puso el acento en la inevitable e irreconciliable diferencia que hay entre mujeres y hombres y cómo esa diferencia se traduce irremediablemente en opresión de los unos sobre las otras llegando a la conclusión que la asociación o cooperación en cualquier terreno mixto es pérdida para las mujeres y ganancia para los privilegiados hombres. La línea del feminismo de la igualdad no niega la existencia de ese riesgo, basado en los privilegios construidos, pero pone el acento en la demanda de igualdad legal y de igualdad de oportunidades y en forzar su práctica más allá de las leyes, en la vida cotidiana, procurando movimientos sociales donde se practiquen las cosas de otro modo, para finalmente acabar con los privilegios y la opresión de hombres o mujeres y, más específicamente la que ejercen los hombres sobre las mujeres. Carol Vance (1989) señaló que la corriente esencialista retrae sus acciones a la defensiva ya que subraya el peligro de la lucha en/por la igualdad, en tanto el feminismo de la igualdad (libertario, socialista o crítico) reconoce el riesgo pero lo enfrenta, transgrede valientemente los dictados del género, basándose en el placer de la rebeldía.

Naturalización o esencialismo en el ecofeminismo

Así, desde una visión crítica, diferencia e igualdad no son oposiciones teóricas sino enfoques, más cercano el uno al esencialismo y el otro al constructivismo, pero que generan estrategias sociales que si resultan en oposición. En el marco teórico resultan particularmente interesantes verlas en la construcción del ecofeminismo donde las distintas líneas teóricas se confrontan llevando a los movimientos sociales sus improntas teóricas sobre la diferencia y la igualdad. La vertiente más esencialista insiste en que la destrucción del medioambiente se origina por el gobierno masculino, con su exceso de competitividad y su tendencia al belicismo y a la sobreexplotación de personas y de la Naturaleza, por lo que la propuesta política es crear un poder de las mujeres –listas de candidatas o leyes de cuotas- o donde las mujeres estén más representadas para oponer su mayor pacifismo natural (basado en su capacidad reproductora) a la tendencia naturalmente violenta de los hombres. Se hace desde esta perspectiva una insistencia en los valores vigentes del patriarcado, modelo de gobierno donde las mujeres no tienen derechos civiles sino que accede a cierta forma de ciudadanía a través de los hombres de su familia, siempre tutelada y dependiente de éstos. Realmente ese modelo puede encontrarse en los Emiratos Árabes, en Afganistán y en muy pocos más regímenes extremadamente misógenos del mundo.

Victimismo: opresión disfrazada de solidaridad

La visión actual de la opresión concreta de las mujeres en situaciones concretas, durante periodos de tiempo concreto, bajo leyes y prácticas determinadas está generando políticas de intervención social que son necesarias para reeducar de una manera más justa y equitativa a toda la sociedad. Sin embargo visualizar a la mujer como víctima a priori tiene un efecto destructivo sobre la tendencia social hacia la equidad: se visualiza a las mujeres de nuevo como seres frágiles, dependientes de la ayuda social e incluso culpables de su propio mal si no se comportan como heroínas o superwoman. Es un ejemplo la reiterativa campaña a denunciar los malos tratos en la pareja, la cual en principio busca penalizar a los hombres maltratadores pero responsabiliza a la esposa el inicio de la acción, de manera que si la víctima no da el paso o retira la denuncia, la Administración de justicia se desentiende del problema social, el cual sin embargo va mucho más allá del caso individual.

El discurso oficial habitual que pretende combatir la violencia familiar, lanza un mensaje conforme a la construcción de los géneros: el hombre es agresor y la mujer es su víctima, y se desentiende de la violencia ambiental o violencia de género, que se manifiesta en cualquier otro ámbito, especialmente en los medios de comunicación de masas (publicidad y programas de todo tipo) y en la Escuela (a través de las rutinas, la disciplina y los libros de texto) donde se continua invisibilizando el verdadero protagonismo de las mujeres en los hechos importantes de la historia, del trabajo o de la ciencia.

Uno de los mensajes que construye a la mujer como víctima es la transposición histórica: se habla de discriminación (violencia de cualquier tipo) por sexo se refiere como algo que ha existido siempre, desde la prehistoria, en el pasado, en el presente (y por tanto es de esperar que en el futuro) y en todo lugar, por lo que asimilamos que se trata de una forma natural de ser. En resumen, el victimismo inferioriza a las mujeres y reafirma la percepción social de que los hombres son más malos por naturaleza aunque poderosos y las mujeres son más buenas pero incapaces. Puede producir rencor pero no liberación ni la esperanza necesaria para la rebeldía, la autoafirmación y el empoderamiento.

Las mujeres tienen más obstáculos sociales para acceder a la participación política

Aunque la propuesta que estamos haciendo desde la línea del feminismo de la igualdad es visualizar a las mujeres en toda su capacidad de acción, en su protagonismo histórico, político y económico, no podíamos dejar de señalar que la construcción de los géneros crea obstáculos enormes para la participación política de las mujeres. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1998): En la infancia las niñas de familias pobres reciben peor nutrición, cargan con trabajos excesivos y son privadas de la escuela. Los padres desesperados por tener un hijo varón pueden matar o abandonar a sus bebés del sexo femenino. En el mercado laboral la discriminación y la presión psicológica y física son mayores sobre las mujeres que sobre los hombres y no sólo en cuanto al acoso laboral y sexual sino en la sobreexplotación a la que están expuestas por sus menores oportunidades y más bajos sueldos.

El espacio de seguridad (el territorio) es requisito imprescindible para el equilibrio emocional. En el matrimonio las mujeres pierden el espacio de seguridad ya que el riesgo de sufrir violencia es mayor dentro de su propio hogar, donde su esposo y, a veces la familia política, puede humillarla, golpearla, violarla, encerrarla o matarla, más comúnmente privarla de su salario y sus bienes e incluso de su profesión y su trabajo (Ayllón et al. 2006 y 2007). Cuando la mujer se vuelve frágil o más vulnerable al ataque (embarazada, anciana, con discapacidad mental o física) suele ser maltratada aunque antes no lo haya sido. Las mujeres que están lejos del hogar, encarceladas o aisladas de cualquier forma son también objeto de violencia. En las guerras, la violencia contra las mujeres aumenta, tanto por parte de las fuerzas hostiles como de las "aliadas" (Arrieta, 2005).

Todo ello nos lleva a afirmar que, a causa de la construcción del género, la gran mayoría de las mujeres siguen teniendo más obstáculos a la participación social y a la representación política. Uno de los mayores obstáculos para el acceso a la ciudadanía plena, la participación en el poder y el control de los medios por parte de las mujeres es la actitud sexista de las sociedades donde los hombres continúan viendo a las mujeres como sus subordinadas, impropias en los lugares de poder , y por lo mismo no parecen aceptables como sus representantes o responsables. Los prejuicios de género y las discriminaciones basadas en el género resultan en actitudes estereotipadas, acoso sexual, desigualdad salarial, trato discriminatorio para la asignación de tareas y las promociones y jerarquía tradicional de género, incluyendo las responsabilidades familiares, falta de mecanismos de apoyo para las mujeres que trabajan, bajo nivel educativo que impiden que las mujeres encuentren empleo en los medios o asuman puestos directivos, y finalmente, pérdida del derecho a su autonomía incluso al libre albedrío ya que muchas mujeres son sometidas al punto de prohibírseles u obstaculizárseles la salida a la calle, al trabajo o los centros de formación (Ayllón et al. 2006 y 2007).

Violencia, homofobia, transfobia son límites a la ciudadanía

La dictadura del género no sólo atenta contra la libertad de las mujeres y su derecho a participar plenamente en la sociedad democrática, también es responsable de las limitaciones que la sociedad impone a quienes tienen sentimientos y deseos reprobados en el reparto de roles sexo-genéricos. Tanto es así que numerosos políticos perdieron el apoyo popular, el de su partido e incluso su alto cargo, por conocerse que tenía tendencia homosexual o practicaba el travestismo. La descalificación de representantes públicos por su disfrute sexual dice muy poco del amor a la ciudadanía, a la democracia, ya que muy pocos políticos han dejado su cargo por mala gestión o prácticas corruptas en el servicio público.

La violencia, homofobia, transfobia y el estigma que recae sobre las prostitutas, son responsables directas de la menor participación de grandes colectivos sociales. Las personas estigmatizadas a causa de los prejuicios sexuales, se ven obligadas a protegerse de las agresiones sociales de todo tipo, se ven afrentadas y/o perjudicadas en la escuela, el trabajo, el vecindario y donde quiera que se topen con personas fóbicas. Más trágico resulta el daño infringido a las personas de práctica sexual diferente a la dominante, en su faceta familiar ya que en la mayoría de los países aún no se reconoce la legitimidad de su matrimonio ni de las familias que conforman, en las que se incluyen hijos e hijas de alguno de los cónyuges, los cuales como se ha demostrado (Ayllón y Salazar 2006 y Salazar 2007) resultan en estas familias con cualquier orientación sexual.

La transexualidad muestra como la sociedad fuerza una simbiosis entre el sexo biológico y el género determinado y a la vez nos ha permitido aprender que sexo y género son dimensiones relativamente independientes, más aún que “hombre” y “mujer” son construcciones sociales y no tipos biológicos. La salida a la luz de las personas incómodas en su asignación sexogenérica , y el debate que ha producido dentro de los movimientos sociales de liberación sexual, los cuales han mostrado su limitada tolerancia y comprensión, ha roto el predominio de los valores biologicistas al menos en la determinación del sexo “biológico”: en el nacimiento el personal sanitario adjudica una identidad sexogenérica a partir de la genitalidad, la cual es dudosa al menos en un 4% de los nacimientos (Nieto 1998). La persona “transexual” transita por el género y no por su sexualidad, la cual generalmente no cambia: equivocadamente se percibe al (a la) transexual como una persona que quiere huir del estigma de la homosexualidad cambiando su aspecto físico, cuando en muchos casos se trata de heterosexuales que luchan por vivir conforme al otro género con el que se identifican, quedando etiquetados al transformarse, como homosexual o lesbiana; así pudimos comprobarlo en la investigación realizada entre hombres y mujeres “trans” y no trans, en taller de investigación participativa realizado en Madrid con la asociación Transexualia y COGAM durante un año (Ayllón 2004).

A su vez, la propia existencia de esta disidencia sexual o genérica, nos muestra que la violencia de género es más larga y compleja aún de lo que alcanzamos a percibir (Ayllón 2004). Efectivamente, la transexualidad o transgeneridad, ha logrado reconocimiento legal tras ciertos requisitos, sin embargo va a costar mucho esfuerzo todavía que se visualice a los y las transexuales como ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho y dignos de confianza hasta el punto de ser representantes normalizados. Existen casos de transexuales diputadas en el Parlamento español pero están en tanto que representan a este colectivo que es muy activo y demandante de sus derechos de identidad. El reconocimiento de su participación ciudadana en equidad se hará patente cuando sean elegidas por cualquier otro colectivo sin que sea obstáculo su cambio de identidad.

Violencia de género y estigma de la prostitución

En los arquetipos que rigen nuestro superego, la mujer buena es “la madre” y la mala su antagónica figura. Si volvemos al Cuadro 1 y cambiamos los roles poniendo a una mujer los atributos masculinos, veremos que fácilmente se escapa una exclamación: puta. Toda mujer que no es buena es puta. Si no viste o habla con modestia y decoro, asexuadamente, si no espera sino que aborda al hombre que le interesa, si no gusta del matrimonio o la maternidad, si es ambiciosa, arriesgada o aventurera, si valora su profesión más que tener una familia,... al arquetipo de la mujer mala estará en boca de cualquiera con esas mismas cuatro letras que constituyen un sinónimo para casi cualquier peyorativo construido para las mujeres.

En el caso de las trabajadoras sexuales o del sexoservicio, es igual que cumplan o no los mandatos del género: por femeninas que se muestren habrán incumplido uno, el de ser asexuada, lo que las hace imposibles para ser “madres”. Absurda atribución que nos muestra que el género no está verdaderamente vinculado al sexo biológico ya que biológicamente estas mujeres son las más proclives a la maternidad, por posibilidades biológicas.

Sin embargo la práctica de la sexualidad en los servicios profesionales, aparece ausente de sumisión, independiente, proponente, explícita y promiscua y además se ejerce en búsqueda de fortuna e independencia. Por si fuera poco rompe el espacio privado y se expone en el público. Por todo ello, el ejercicio de la prostitución resulta insoportable en el esquema de los géneros.

Es cosa bien diferente en el caso de sexoservicio que ofertan los hombres: ellos no están apenas transgrediendo los roles y valores del género cuando trabajan para mujeres. Tan sólo puede objetarse que acuden no por su elección sino a demanda de las mujeres y que, como pagan, ellas mandan. Pero el gigoló, puede reinstalarse en la sociedad sin grandes traumas, cosa diferente que al trabajador sexual que se oferta a hombres. En este caso el estigma homofóbico adquiere caracteres complejos, como ya ha sido estudiado (Ayllón 2008), el trabajador sexual es despreciado por la sociedad por ser gay y es despreciado por los gays por ser prostituto . La clandestinización de su trabajo, independientemente de las leyes vigentes en su medio, muestran que no podrán incorporarse plenamente a la sociedad civil por el temor de ser ridiculizados y rechazados aunque las leyes no penalicen su trabajo. Lo que nos lleva a la necesidad de acciones gubernamentales para la participación plena que han de ir siempre más lejos que el enunciado de la ley.

Las nuevas leyes de equidad de género y contra la violencia familiar

La intervención política en la vida de las familias en cuanto al derecho de las mujeres a vivir sin violencia y sin miedo -¡a vivir... en última instancia!-, se ha vuelto una prioridad en las políticas públicas de los países minimamente democráticos. Se debe en buena parte a los estudios de la ONU desde 1995, impulsados éstos por el trabajo de dos décadas de los movimientos de mujeres en todo el mundo, la violencia que sufren las mujeres en sus hogares del primer mundo o del tercero, a la vista y complicidad de sus entornos sociales que si no lo ven bien, al menos lo toleran en una complicidad de silencio .

Contabilizar las mujeres que mueren a manos de sus esposos, novios, exmaridos o exnovios, es en todos los países una contabilidad del horror, de la cara cruel de la misoginia social que no hay como disfrazar de romanticismo o de crímenes pasionales. Estos casos que siendo extremos son tan numerosos, visibilizan el volumen asombroso de la mísera vida cotidiana que se vive en los hogares “normales”: en el estado de San Luis Potosí (México) se eleva al 62% en los hogares campesinos e indígenas mientras en la capital urbana llega al 72%, según estudios recientes realizados por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí para el Instituto de las Mujeres y el Gobierno del Estado (Ayllón et al. 2006, 2007 y 2008). No se trata de algo que ocurra en los hogares desestructurados o en las casas de analfabetos campesinos, por el contrario, la violencia familiar está presente con toda normalidad en casi dos tercios de la población, por eso la confabulación del silencio: el maltrato no es invisible sino silenciado, acallado.

En la casa el maltrato físico, emocional (humillaciones, privación de libertad, de decisiones, menoscabo permanente,...), económico (sin derecho al propio salario o a disponer de sus pertenencias o a compartir las comunes, a heredar la tierra o los bienes,...) o sexual (violación a manos de la pareja o con su consentimiento) que no suele ir aislada sino asociada a los golpes, las humillaciones o amenazas. En el trabajo difícilmente puede mirarse a las mujeres como iguales si en la mayoría de los casos se las ve en casa como inferiores a quienes es normal humillar; así el acoso laboral y sexual en el trabajo se percibe malo y lamentable pero, de nuevo se beneficia de la confabulación del silencio. Hoy ya en muchos países, como lo es en México, el acoso (laboral o sexual) en el trabajo es considerado un crimen, al que sin embargo los legisladores no han puesto penas ni sanciones ¿Qué lectura podemos sacarle a esto?.

Hoy las leyes contra la violencia hacia las mujeres son vistas con grandes reticencias y no faltan burlas y críticas exageradas a su forma o sus predicados, pero es un paso histórico que la ley señale y sancione de alguna manera el derecho que se arrogan la mayoría de los hombres de humillar, arrastrar, golpear, acosar o privar de los derechos elementales a las mujeres tan sólo por el hecho de serlo.

Más lejos van las leyes de equidad de género, en las que se proclama injusta la representación única o mayoritariamente masculina. En la ley española de 2007 todos los órganos de dirección de las empresas públicas han de tener representación paritaria. El escándalo no se hizo esperar ya que es fácil deducir que sin tener acceso históricamente al poder no han de existir suficientes mujeres con cualidades de líder o de uso del poder... ¿Pero es que los hombres acceden al poder por sus méritos de liderazgo y por su experiencia en el poder? Podría deducirse que al menos las nuevas empoderadas que acepten el reto lo harán sabiéndose observadas y se volcarán en su trabajo. Algún día, posiblemente, la práctica igualitaria hará estériles leyes como estas. En tanto, bienvenidas sean y mejoradas también.


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