BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

RETOS Y PERSPECTIVAS DEL SISTEMA POLÍTICO CUBANO

Erick Néstor Paz Chaveco y José Augusto Ochoa del Río




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2.1.2.2 Los Intelectuales, la Cultura y el Sistema Político

Para algunos, los intelectuales cubanos renunciaron a su papel cuando se identificaron con la vanguardia política que dirigió el triunfo de la Revolución y su consolidación. Esa vanguardia política, aunque no se distinguió como conjunto por su fecundidad teórica, asumió de hecho el papel de vanguardia intelectual, en la medida en que se produjo la ruptura con viejos esquemas y la apertura de nuevas visiones sobre la realidad nacional e internacional.

Este doble papel de la vanguardia revolucionaria cubana en los 60 fue un hecho, aunque en el núcleo dirigente de esta revolución, a diferencia de la de los años 30, apenas había intelectuales que se hubieran duplicado en líderes políticos. En efecto, muchos de los más prestigiosos escritores y artistas cubanos en los 50 habían optado por el exilio o tenían una participación política periférica. En 1959, sin embargo, la mayoría de los intelectuales abrazó la agenda política e ideológica de la revolución a plenitud concientes de la envergadura del proceso y de su trascendencia para la nación en su conjunto, se identificaron con esta vanguardia y con el régimen revolucionario, creyeron en él, lo asumieron como suyo.

En los primeros años 60, la legitimidad de la participación de los intelectuales en el debate político fue parte del orden cultural revolucionario. Las intensas controversias en torno a las concepciones de la política sostenidas en las páginas de La Gaceta de Cuba, el periódico Hoy, Lunes de Revolución, o acerca de las concepciones teóricas de la economía socialista desplegadas en revistas como Nuestra Industria, Cuba Socialista y otras, reflejan la animación de este período. La idea de que los intelectuales y los sujetos de la cultura se deben dedicar al arte y a la literatura, y no meterse con la política y la ideología, era más excéntrica de lo que es para algunos hoy día. Durante aquellos años intensos, los cubanos trataron de estar a la altura de la creatividad ideológica del momento.

No obstante, ni entonces ni en todo el tiempo transcurrido, pudo constituirse un liderazgo intelectual como tal. De hecho, la vanguardia política determinó el debate también en su contenido intelectual, desde la reinterpretación de la historia de Cuba hasta las ideas sobre el antiimperialismo, el latinoamericanismo y la cultura de la revolución. Esto puede explicarse por múltiples causas: el singular curso histórico de la Revolución Cubana, el alineamiento conciente y el reconocimiento de la mayoría de los intelectuales al proceso, el peso final de la decisiones políticas en el debate ideológico y cultural, y otros factores posteriores que fueron encuadrando la vida cultural y restringiendo la reproducción de las ideas.

Las limitaciones actuales para que se produzca un liderazgo intelectual y cultural, en una etapa histórica muy distinta a la de los años 60, limita el surgimiento de nuevas pautas y referentes para la cultura y el pensamiento en Cuba. Esta limitación afecta la dinámica cultural, pero también el campo de la ideología. Este singular proceso debe considerarse dentro del contexto de una poderosa transformación cultural, que tuvo lugar a nivel del conjunto de la sociedad, y que ensanchó considerablemente el sector intelectual. En términos sociales, la emergencia de las nuevas generaciones de intelectuales en los años 60 tuvo un carácter realmente orgánico, en el sentido prístino gramsciano, no meramente en el de identificarse con el proceso.

Aunque los intelectuales no sean considerados como los depositarios privilegiados de la función de conciencia crítica de la sociedad, la cultura si constituye un espacio fundamental en el encuentro crítico de los problemas nacionales.

Y en este espacio los intelectuales tendrían una función relevante. A pesar del notable papel desempeñado, en distintas etapas, por instituciones como La Casa de las Américas, el ICAIC y, la UNEAC , en la canalización del sentir y de la participación de los artistas y escritores cubanos, no se ha resuelto de manera orgánica que la incidencia de los intelectuales en la política nacional esté a la altura de sus posibilidades.

Sin embargo, el estado de conciencia de los intelectuales cubanos no debería representar un gran problema, pues estos, sin traicionar lo anteriormente dicho, se caracterizan por su alto interés en participar en el proyecto social, combinando una elevada conciencia de su compromiso político con un fuerte acento crítico. Sus críticas principales se dirigen contra la aplicación de mecanismo que frenan el espíritu creador y alientan fenómenos negativos como la ineficiencia, la mediocridad, el fraude y la doble moral.

Entre ellos predominan las inquietudes políticas sobre las económicas, así como las referentes a deformaciones sociales tales como el burocratismo y la corrupción, por encima de otras necesidades más inmediatas. Comparados con otros grupos sociales, entre los intelectuales se manifiesta un mayor nivel de preocupación por el futuro, así como por la necesidad de intercambio con la comunidad intelectual internacional.

Algunos de los rasgos que caracterizan las visiones mutuas entre intelectuales y políticos hacen evocar el socialismo real. El rasgo más rechinante de todos, en cuanto a los intelectuales, se manifiesta cuando, por un lado, se les convoca a la participación política y la lucha ideológica, mientras que, por otro, se les restringe en su papel con factor de formación de la conciencia política y social del pueblo. Su insuficiente acceso a los medios de comunicación y la escasa incidencia que el debate de ideas tiene en la educación superior así lo atestiguan.

Un fenómeno donde se reflejan nítidamente estas fallas lo constituye la separación entre la producción artística literaria, las ciencias sociales y políticas, la educación superior y la reflexión en torno a la política. Las incongruencias señaladas no son las únicas. Los recelos entre el campo de la política y el de la cultura han sido un rasgo característico. Del lado político, no siempre ha habido un acercamiento adecuado a las propuestas intelectuales, especialmente de la joven generación, del lado de los intelectuales, se ha imputado a la burocracia la subestimación de los valores políticos, sociales y psicológicos de la cultura artística.

Así como algunas capas políticas no aprecian la cultura más que como vehículo de movilización, ni logran entender el rol social de los intelectuales, ciertos intelectuales consideran a la política como una zona totalmente ajena, incapaces de traspasar su propia esfera ni de captar la lógica y los problemas propios de aquella, esta limitación les impide, como ha señalado Graziella Pogolotti, que la política también es una zona de la cultura.

Por último, entre ciertos intelectuales se manifiesta una actitud refractaria hacia lo que ellos perciben como discurso o cultura política de izquierda. Este fenómeno, que no se limita, por cierto, a los intelectuales, desgraciadamente no es objeto de esta investigación, aunque exige un tratamiento aparte, por las múltiples ramificaciones que tiene y por lo que revela en relación con nuestros problemas nacionales.


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