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FUNDAMENTOS TEÓRICOS PARA UNA GESTIÓN TURÍSTICA DEL PATRIMONIO CULTURAL DESDE LA PERSPECTIVA DE LA AUTENTICIDAD

Laritza Guzmán Vilar y Gelmar García Vidal



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DESARROLLO: RELACIONES TEÓRICAS ENTRE TURISMO, PATRIMONIO Y AUTENTICIDAD

1.1 Gestión del patrimonio

En la antigüedad y hasta aproximadamente el siglo XVI, no existía conciencia de salvaguardar el patrimonio; de esa manera muchas edificaciones del pasado se desmontaron para construir otras, ejemplos: el primitivo templo de San Pedro, en el Vaticano, se levantó con piedras del Coliseo y la catedral de Santa Sofía, en Constantinopla, se construyó con piezas de numerosos templos romanos. Las primeras manifestaciones de cuidado patrimonial, según consta en documentos, se dieron relacionadas con la nobleza, la corte y la iglesia, iniciadoras del coleccionismo de obras de arte a partir de un criterio cronológico.

Es entre los siglos XVII y XVIII que la ciudad y los espacios urbanos cobran valor, como expresión de poder, esplendor, posibilidad de atraer a viajeros y recaudar dinero; razones por las que el Estado, indirecta y subconscientemente, realiza una valoración económica del patrimonio. Se perfeccionan y ordenan las colecciones artísticas; esta vez, siguiendo el criterio del valor artístico de la pieza e iniciando las prácticas de restauración, las normas de protección y el surgimiento de los museos. Esta época concluye inmersa en un fenómeno de incalculable trascendencia histórica y que marca la transición hacia el mundo contemporáneo, la Ilustración. La misma lleva al nacimiento del concepto de cultura y el interés consciente y académico por la historia, que se reflejará posteriormente en el nacimiento de las ciencias históricas: la Historia del Arte, la Arqueología, etc.; bajo la égida, en muchos casos, del gobierno, tal es el caso de las excavaciones arqueológicas de Pompeya y Herculano promovidas por Carlos III, quien antes de ser monarca de España fue rey de Nápoles.

Fueron objetos del período de la ilustración, también, el estudio y catalogación, de manera sistemática, de las obras de arte, la definición de los períodos a que pertenecían y el estilo empleado en sus construcciones. Simultáneamente se gesta un incipiente sentimiento de valoración de la naturaleza, de amor al paisaje; ideas sistematizadas en la corriente romántica, “antecedente directo del concepto ecologista contemporáneo y de respeto al patrimonio natural”. Asunción Hernández (1998: 221) .

La Revolución Francesa, durante la etapa insurreccional, repercutió gravemente y de forma directa sobre el patrimonio, propiciando su devastación equivocada, en el intento de destruir las propiedades de la derrocada monarquía. Afortunadamente la actitud de la Primera República Francesa fue totalmente diferente al respecto y en su seno se formuló el concepto moderno de patrimonio, definida su esencia por el diputado Jean Baptiste Mathieu, en un discurso ante la cámara francesa en septiembre de 1793, como “una especie de existencia del pasado”. Asunción Hernández (1998: 221) .

A partir del siglo XIX, los estados han promovido un esfuerzo sistemático, institucional, legislativo y cultural para construir el concepto de patrimonio desde la práctica de la restauración, concebida y guiada por documentos programáticos, llamados “Cartas Internacionales”. En el XIX se generaliza la idea de que el patrimonio es la huella de los pueblos y sirve a estos como elemento de identificación nacional, hace la restauración moderna y la protección legislada del patrimonio. Francia fue la pionera con la creación de las comisiones de monumentos en 1790.

En el siglo XX la restauración se convierte en ciencia, su metodología y criterios se encuentran establecidos en las mencionadas “Cartas Internacionales”; las que con periodicidad asistémica han perfeccionado y ampliado el concepto de la siguiente forma:

• La Carta de Atenas, 1931: habla de monumentos históricos - artísticos y entiende el patrimonio como un “monumento aislado”.

• La Carta de Venecia, 1964: amplía el concepto de patrimonio de monumento al de “entorno” y considera que ambos tienen el valor de testimonio de una civilización.

• La Carta Europea del Patrimonio Arquitectónico, 1975: mueve el concepto de monumento al de “asentamiento”, sin que necesariamente este tenga que tener una edificación de interés excepcional, incluyendo por vez primera los valores ambientales al margen del interés excepcional de un monumento singular.

• El Coloquio de la UNESCO, en Quito, 1977, incluye a los centros históricos como parte del patrimonio.

• La Carta de Florencia, 1981: consideró como monumento a los “jardines históricos”.

• La Convención de Granada, 1985: insertó dentro del patrimonio arquitectónico a los monumentos, “los conjuntos arquitectónicos” y los “sitios”.

• La Carta de Toledo, 1986: establece que toda “trama urbana” de las ciudades históricas formaba parte del patrimonio.

• La Carta del Restauro de Roma, 1987: incluyó el patrimonio “bibliográfico”, “documental” y en general, “todos los objetos de cada época y área geográfica que revistan significativamente interés artístico, histórico y en general cultural”. En ella se cambia el término de monumento por el de “manufactura histórica”.

Como se aprecia el concepto patrimonio es un término polisémico que ha experimentado un continuo proceso de construcción y enriquecimiento, dado su carácter abierto. La palabra patrimonio surgió ligada a la propiedad, según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia procede del latín “patrimonium, hacienda que una persona ha heredado de sus ascendientes”; y ofrece como acepción actual “bienes propios adquiridos por cualquier título”. Existe recurrente coincidencia en el término en lo referido a lo que se recibe de los antecesores, lo que denota que en este sentido y por origen, el patrimonio comprendió fundamentalmente los bienes que poseía alguien y que le daba un lugar en la sociedad; para lo que fijó su atención en el patrimonio familiar, como herencia, aunque luego se amplía a los bienes en general que posee una persona natural o jurídica.

El patrimonio no se limita a un individuo y los bienes materiales que hereda; si no que se extiende a un contexto mucho más amplio, que va desde la localidad, pasando por la nación, hasta alcanzar carácter universal y recoge como parte del mismo, la cultura acumulada en forma de conocimientos, tecnología, artes, leyendas, tradiciones, creencias, entre otros aspectos. Su evolución se amplía de lo personal a los bienes sociales, incluso los intangibles. Dada la gran variedad que existen de conceptos del patrimonio es imposible referirse a ellos en su totalidad. No obstante, se hace necesario un análisis de algunas de las propuestas teóricas existentes.

Para García (1992) el patrimonio son los “recursos que en un principio se heredan, y de los que se vive, se pueden modificar, evolucionar hacia nuevas formas y hasta desaparecer”. Hernández (1998) lo cataloga como “el testimonio de una sociedad, la pasada y la actual”. Por su parte Estepa (2001) lo considera “el legado que recibimos del pasado, lo que vivimos en el presente y lo que trasmitimos a generaciones futuras”. Querol y Martínez (2001) lo definen por “los compuestos tanto por la obra humana, nunca independiente de la naturaleza, como por la obra de la naturaleza, nunca independiente de los seres humanos” .

El patrimonio como se evidencia en los conceptos anteriores no es solo el pasado, se incluye el presente y el futuro. Es todo lo que produce un hombre en el transcurso de su existencia y poseerlo es lo que lo distingue de los demás. En la última década este término ha cobrado auge, se ha extendido y generalizado a varias esferas de la vida. Muchos investigadores se lo atribuyen al desarrollo de la industria turística y a la necesidad que tiene el hombre de encontrarse con sus antepasados.

Es recurrente que se haga referencia a la relación entre patrimonio, identidad y cultura; gran parte de los autores (Cornero y otros, 2002; Coca Pérez, 2002; Fernández y Guzmán Ramos, 2002; Martín de la Rosa, 2003; Nuryanti, 1996; Salemivie y otros, 1999; Venturini, 2002) entienden el patrimonio como evidencia, síntesis, sustituto de la identidad y la cultura.

Desde estas miradas esencialistas, el patrimonio también es definido como un elemento vinculado a la herencia, es decir como un legado que se transmite de una generación a otra (Ballart Hernández y Tresserras, 2001: Barreto, 2003; Nuryanti, 1996; Teo y Huang, 1995; Timothy y Wall, 1997). Esta concepción del patrimonio restringe su mirada y comprensión a un elemento estático, un absoluto a ser recibido, indiscutible e inmodificable; en otras palabras, supone una concepción de sociedad como mera receptora y transmisora del patrimonio.

No obstante, otros autores (Coca Pérez, 2002; Cornero y otros, 2002) no sólo reconocen la relación del patrimonio con el pasado, sino que destacan sus vínculos con el presente, en dos sentidos: primero, el patrimonio no es sólo aquello que se hereda o viene del pasado sino también aquello que se crea en el presente, que eventualmente también será legado como patrimonio a las generaciones futuras; y segundo, el patrimonio no es sólo lo que se hereda sino también lo que se modifica en el transcurso del tiempo (Martín de la Rosa, 2003; Salemme y otros, 1999; Venturini, 2002). Esta última forma de entender el patrimonio va más allá de considerarlo como un mero legado que se transmite entre las generaciones, a partir de advertir que las generaciones no transmiten un absoluto recibido del pasado, sino un legado en constante reformulación.

Graham y otros (2000) buscan desconstruir el concepto de patrimonio y plantean que no existe otro tiempo que el presente a la hora de definir qué elementos constituyen el patrimonio. Es desde un presente que se mira hacia el pasado para seleccionar elementos en función de los propósitos y necesidades actuales. También es desde el presente que se vislumbra un futuro imaginado, asignándoles a las generaciones futuras ciertas necesidades patrimoniales. Así, diferentes elementos cobran sentido como patrimonio en (y desde) el presente. Por ello, los autores precitados sostienen que el valor atribuido a los objetos patrimoniales reposa menos en su mérito intrínseco que en un conjunto complejo de valores, demandas e incluso moralidades contemporáneas. En una perspectiva similar, Santana Talavera (2002) enfatiza en la idea de patrimonio como resultado de un proceso social de selección, lo que permite pensarlo como interpretable y recreable.

El aporte más detallado es Prats (1998) quien señala que el origen del patrimonio remite a un proceso de legitimación de referentes simbólicos a partir de fuentes de autoridad (o sacralidad) extra culturales o más allá de los órdenes sociales, esenciales e inmutables: la naturaleza, la historia y la genialidad. Cualquier cosa procedente de la naturaleza, la historia o la genialidad constituye un elemento potencialmente patrimoniable que puede pasar a formar parte, una vez activado, de los repertorios patrimoniales existentes. Estos repertorios patrimoniales son activados por versiones ideológicas de la identidad. Toda formulación de la identidad (considerada una construcción social y un hecho dinámico) es una versión posible de esa identidad, y esta versión necesita de referentes patrimoniales que actúan como representaciones simbólicas.

En relación al proceso de activación de referentes patrimoniales, Prats (1998) sostiene que este proceso es llevado a cabo “por individuos concretos, al servicio, más o menos consciente, de ideas, valores e intereses concretos, aunque mediante la imagen del ‘sujeto colectivo’ se pretendan naturalizar dichos procesos” . Son los poderes políticos constituidos legalmente (gobiernos) y el poder político informal los actores principales que llevan adelante los procesos de selección patrimonial. Si bien la sociedad civil puede activar repertorios patrimoniales, siempre deberán contar con el soporte del poder político. Prats (1998) agrega que en estos procesos de selección los científicos tienen un rol importante en tanto cuentan con la capacidad de proponer interpretaciones y significados para establecer nuevos repertorios patrimoniales.

Entender que el patrimonio forma parte de una versión hegemónica de la identidad o la cultura no invalida la existencia de diferentes interpretaciones o significados otorgados por los distintos sectores o grupos de la sociedad. En este sentido, lo que se define como patrimonio - muchas veces presentado como algo de valor universal y homogéneo para una sociedad-, puede no ser compartido por diferentes sectores o grupos (Cheung, 1999; García Canclini, 1999; Graham y otros, 2000; Miranda Noriega, 2003; Prats, 1998; Rotman, 2002; Waitt, 2000).

Estas posturas contrastan con aquellas que se señalaron anteriormente, las cuales ven al patrimonio como la esencia de la cultura o de la identidad, y como un elemento representativo para todo el conjunto de la sociedad. Si existen diferentes versiones de la identidad y la cultura, esto nos lleva a pensar en las relaciones entre los distintos actores que definen o construyen estas versiones. Así, el patrimonio podría pensarse como un espacio de conflicto, lucha, tensión y negociación entre diferentes sectores atendiendo a las relaciones de poder entre los grupos involucrados.

En este sentido, desde estas miradas más críticas el patrimonio es una representación simbólica de una versión de la cultura y la identidad, producto de un proceso social de selección definido por valores, demandas e intereses contemporáneos, que es llevado a cabo por actores concretos, con intereses concretos y con poder suficiente para lograrlo. Esto permite pensar que otras versiones de la cultura y de la identidad quedarán subsumidas o “silenciadas”, y por tanto, no representadas por el patrimonio. También el patrimonio es concebido como un elemento interpretable y recreable, objeto de diferentes interpretaciones por distintos sectores de la sociedad, lo cual permite pensarlo como un espacio de lucha, conflicto y tensión. Esta última conceptualización es la que presenta una visión más dinámica y menos naturalizante del patrimonio (Troncoso y Almirón, 2005).

Autores como Arjona (1986), Pellicer (1996) y Rivera (2004) se empeñan en clasificar el patrimonio en natural y cultural, sin embargo en otros conceptos se aprecia la tendencia de incluir en el patrimonio cultural lo natural, dando más peso al primero y en otros casos, se llega a vincular por completo ambos conceptos conformando uno solo que se emerge como un todo.

Para (Rivera, 2004) el patrimonio natural esta conformado por: “los monumentos naturales, por formaciones físicas, biológicas y geológicas, zonas estrictamente delimitadas que pueden constituir el habitad de especies de animales y vegetales amenazados, que tienen un valor excepcional desde el punto de vista de la ciencia, de la conservación o de la belleza natural” .

Por otro lado y según Pellicer (1996) el patrimonio cultural está compuesto por un “conjunto de bienes (de un país, región o etcétera), perteneciente a la cultura, entendiéndose esta como el conjunto de modos de vida, costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico o industrial de una época o grupo social” .

Siguiendo a Arjona (1986) el patrimonio “lo conforman los paisajes que integran el territorio, con sus verdes costas, sus fértiles sábanas y las aguas que corren por nuestros ríos, así como las riquezas del subsuelo y el aire que cubre el territorio cubano. Se debe incluir en el, asimismo, las múltiples especies de animales que, de acuerdo con el clima y la geografía de cada región, han creado - junto con la vegetación- los grandes sistemas de equilibrio de la naturaleza denominados sistemas ecológicos o ecosistemas cuya protección permitirá que la vida continué floreciendo - y el patrimonio cultural como - “aquellos bienes que son la expresión o el testimonio de la creación humana o de la evolución de la naturaleza, y que tienen especial relevancia en relación con la arqueología, la prehistoria, la historia, la literatura, la educación, el arte, la ciencia y la cultura en general, como son los documentos y bienes relacionados con la historia de cualquier aspecto de la actividad natural y (o) humana del pasado o testimonio sobresalientes del presente, que conforman las evidencias por las que se identifica la cultura nacional” .

En el artículo 39 de la Constitución de la República de Cuba se hace referencia al patrimonio y por el estado de conservación por el cual hay que velar. De ahí que se han creado leyes, decretos y resoluciones para su conservación. Una de las más importantes es la Ley No.1 “Ley de protección al patrimonio”, creada el 16 de agosto de 1977. El reglamento para la ejecución de esta ley (Decreto 118), establece que el patrimonio cultural de la nación está: “integrado por aquellos bienes, muebles e inmuebles, que son la expresión o el testimonio de la creación humana o de la evaluación de la naturaleza y que tiene especial relevancia en relación con la arqueología, prehistoria, historia, la literatura, la educación, el arte, la ciencia y la cultura en general y fundamentalmente:

a) Los documentos y demás bienes relacionados con la historia, con la inclusión de la ciencia y la técnica, así como con la vida de los forjadores de la nacionalidad y la independencia, dirigentes y personalidades sobresalientes, y con los acontecimientos de importancia nacional e internacional;

b) Las especies y ejemplares raros o especimenes tipo de la flora y la fauna, así como las colecciones u objetos de interés científico;

c) El producto de las excavaciones y descubrimientos arqueológicos;

ch) Los elementos provenientes de la desmembración de los monumentos artísticos o históricos y de los lugares arqueológicos;

d) Los bienes de interés artísticos tales como los objetos originales de las artes plásticas y decorativas, así como de las artes aplicadas y el arte cultural;

e) Los objetos y documentos etnológicos y folklóricos;

f) Manuscritos raros, incunables y otros libros, documentos y publicaciones de interés especial;

g) Los archivos fotográficos y cinematográficos;

h) Los mapas y otros materiales cartográficos, partituras originales o impresas, ediciones de interés especial y grabaciones sonoras;

i) Los objetos de interés numismáticos y filatélicos, incluido los sellos fiscales y otros análogos, sueltos o en colecciones;

j) Los objetos etnográficos e instrumentos musicales;

k) Todo centro histórico urbano, construcción o sitio que merezca ser conservado por su significación cultural, histórico o social como establece la Ley No. 2 de 4 de agosto de 1977, Ley de los monumentos nacionales y locales y su reglamento;

l) Y todos los demás bienes que el Ministerio de Cultura declare parte del Patrimonio Cultural de la Nación.

Dentro del patrimonio cultural aparecen dos definiciones vitales:

• Material: obras excepcionales de arquitectura, escultura y cerámica, orfebrería, vestidos, ornamentos personales; documentos y objetos pertenecientes a las grandes personalidades del arte, la ciencia y la historia de luchas sociales; muebles e implementos de trabajo, instrumentos museales y demás objetos que reflejan como un grupo humano desde el más remoto pasado, se adaptó al medio y organizó su vida social, económica y cultural.

• Inmaterial: manifestación espiritual de la inteligencia y la sensibilidad. Entre los bienes espirituales están las tradiciones orales, la literatura, la música, el baile y el teatro, los descubrimientos científicos y la medicina tradicional.

El patrimonio cultural material de una nación está integrado por bienes:

• Muebles: Elementos u objetos que pueden ser movidos o trasladados.

• Inmuebles: No puede ser movidos o trasladados.

Se puede concluir que el patrimonio es la huella que deja el hombre en su ir y venir por la vida, impregnando un sello único capaz de desigualarlo de los demás tanto en el presente como en el futuro. Refleja con transparencia la identificación de países, localidades e individuos. Este contiene dos clasificaciones esenciales: natural y cultural, las cuales están completamente ligadas una a la otra. Se adiciona que hay patrimonios materiales e inmateriales; muebles e inmuebles.

El patrimonio es susceptible de ser gestionado en función de su correcta utilización, por lo que se hace necesario abordar los elementos teóricos relacionados con la gestión del patrimonio. Además de una intención social y educativa, el patrimonio tiene que gestionarse con el fin de su protección para futuras generaciones. Como señala Menéndez (1995), "la conservación es un paso previo y necesario por rentabilizar el patrimonio como instrumento de dinamización científica educativa y lúdica dirigido a la comunidad, que es el objetivo capital y final de la gestión del patrimonio" .

La gestión del patrimonio está dada por “la eficiente administración de recursos (patrimoniales, humanos, económicos y de todo tipo) ordenada a la consecución de objetivos sociales” . Cualquier acción gestora explícita debe estar dotada de objetivos y ser integral, es decir, que contemple todas las actuaciones relacionadas con el bien patrimonial desde el momento de su planificación hasta la presentación de los resultados.

Para Castells Valdivielso (1999) se entiende por gestión del patrimonio “todo un conjunto de actuaciones destinadas al conocimiento, conservación y difusión del patrimonio, que necesariamente deberán ligarse con las necesidades y la demanda de la sociedad del tercer milenio. En este sentido, el patrimonio necesita una política gestora particular y explícita que responda a necesidades concretas y busque la dinamización de su potencial…” .

Un objetivo fundamental de la gestión del patrimonio consiste en “comunicar su significado y la necesidad de su conservación tanto a la comunidad anfitriona como a los visitantes. El acceso físico, intelectual y (o) emotivo, sensato y bien gestionado a los bienes del Patrimonio, así como el acceso al desarrollo cultural, constituyen al mismo tiempo un derecho y un privilegio” .

De ahí que para lograr una gestión integral del patrimonio las principales funciones deben estar encaminadas a la “investigación, conservación y difusión” (ver Figura 1.2).

La investigación es, fundamentalmente, valorar. La investigación determina la mayor o menor dimensión histórica de los objetos y, por tanto, el grado de interés de conservación. Dentro de la variada gama de valores que se pueden otorgar a las manifestaciones humanas, resultan importantes primordialmente para investigadores como Martín (2003b) aquellos a los que se les adjudica un marcado valor histórico o de identidad.

La conservación es la acción material destinada a preservar la memoria histórica a partir de intervenir adecuadamente en la restauración y el mantenimiento de todos los objetos materiales e inmateriales que conforman el patrimonio. Es esta, quizá, la más compleja - a la vez polémica - acción relacionada con los bienes culturales, tarea en constante evolución de

la cual depende, en gran medida, la certeza de que un bien permanezca en el tiempo como testimonio material o inmaterial de una comunidad.

La difusión es una gestión cultural mediadora entre el patrimonio y la sociedad Martín (2003b). Este autor la considera gestión porque implica un proceso complejo que abarca documentar, valorar, interpretar, manipular, producir y divulgar no ya el objeto en sí, sino un producto comprensible y asimilable con relación a su pasado histórico y su medio presente; cultural, porque se opera con la obra del hombre, tangible e intangible, pasada y presente, que rodea e influye en el ciudadano de hoy hasta ser parte misma de su historia y, por tanto, de su identidad; y mediadora, porque requiere de una política, de un programa y de una técnica y un soporte material independiente del objeto y ajena al sujeto que la recibe.

La difusión es la acción social que da sentido al patrimonio, puesto que canaliza el esfuerzo de la investigación hacia la sociedad, aun cuando ha de estar forzosamente precedida y acompañada de las actuaciones de planificación y control de las actuaciones (conservación, investigación, difusión). Se dirige a desarrollar una actitud positiva, madura y correcta hacia el patrimonio, permitir a la sociedad su identificación, valoración y salvaguarda, a la vez que incentivar también su disfrute.

La difusión incluye la interpretación. Es la actividad que permite convertir al objeto patrimonial en producto patrimonial - “sistema diverso e integrado que mediante estrategias de interpretación, presentación, exhibición, conservación y promoción tenga como objetivo producir un complejo de mensajes, actividades y equipamientos que brinden al consumidor/turista una serie de pautas cognoscitivas, informativas y lúdicas, para que este satisfaga eficientemente su demanda de ocio cultural en su visita turística” - a través de un proyecto que integre la interpretación en sí, es decir, la materialización de la definición conceptual del bien convertido en mensaje apropiable e inteligible, y la comunicación, comprendida como un proceso de identificación y satisfacción de las necesidades del usuario, y que implica un conjunto de actividades destinadas a dar a conocer, valorar y facilitar el acceso a la oferta cultural.

La difusión del patrimonio está representada por todas aquellas herramientas conceptuales y prácticas que permiten establecer vínculos afectivos, educativos, lúdicos e identitarios entre el patrimonio y la sociedad. Aquí cabe la interpretación, como sistema de comunicación y herramienta de planificación; la museografía, la escenificación histórica, las técnicas expositivas, la animación cultural, las técnicas educativas no formales, la presentación, la puesta en valor y todas aquellas herramientas mediadoras que sirvan a los fines de la vinculación del patrimonio y la sociedad.

La clave de una correcta gestión se sustenta en el equilibrio entre investigación, conservación y difusión. La investigación sola remite a un mundo autista, elitista y vacuo; si se le suma solo la conservación, la tarea carecerá de fin social. Difusión e investigación remiten a una mera publicidad profesional, mientras que conservación y difusión habla de fines mediáticos carentes de contenido. Para ello es imprescindible una acción, una técnica y recursos materiales y humanos dirigidos y encaminados a ese propósito; se necesita también una interrelación y coordinación de agentes y objetivos comunes que permitan una lectura coherente del entorno cultural.

En los párrafos anteriores, se abordó la gestión del patrimonio en general, lo específico del Gestor de Patrimonio Cultural es el hecho de que el principal recurso que se le encomienda es un bien de patrimonio cultural (un yacimiento arqueológico, un museo, un recinto histórico, un castillo, una ruta cultural, etc.), bien cultural que debe conocer en profundidad; al gestor de patrimonio cultural se le exige que conozca a fondo el elemento patrimonial cuya gestión se le ha confiado, entre los objetivos que se le fijan, el principal, explícita o implícitamente, es la salvaguardia de la integridad de dicho bien cultural.

Por tanto se define la Gestión de Patrimonio Cultural como "la eficiente administración de recursos (culturales, humanos, económicos y de todo tipo) ordenada a la consecución de objetivos sociales que afecten al patrimonio cultural" .

El recurso patrimonial, tangible o intangible, adquiere una dimensión mayor que la que puede tener como bien de interés cultural aislado para ser considerado, con todas sus implicaciones históricas, ecológicas, culturales y sociales, por esta razón los autores asume el concepto de recurso patrimonial como “un medio y un bien que se ve afectado, por un lado, por todas aquellas normas de protección y conservación y, por otro, por la escala del proyecto, su contexto histórico y material y su capacidad de ser un acumulador cultural que permita ser reconocido por la sociedad en una dinámica de apropiación, uso, interpretación, disfrute y explotación sostenible” .

Teniendo el cuenta estos conceptos, la Gestión del Patrimonio Cultural se entiende entonces como la acción que, vinculando a los distintos profesionales de un Proyecto de Patrimonio Cultural, integra y articula equipos multidisciplinares, consigue, asigna y distribuye recursos, promueve y alienta la colaboración entre instituciones y evalúa sistemáticamente los resultados obtenidos.

Otra propuesta de definición se asocia al “conjunto de actuaciones destinadas a hacer efectivo el conocimiento, conservación y difusión de los bienes patrimoniales, lo que incluye ordenar y facilitar las intervenciones que en él se realicen” .

Por otra lado González Méndez (2003) entiende por gestión del patrimonio cultural, tal y como se hace en el contexto internacional actual, “la labor de identificación, preservación y presentación al público de los restos materiales del pasado de cualquier época, región o país” .

Son múltiples los factores que explican la oportunidad e incluso necesidad de la de Gestión del Patrimonio Cultural, en otros se pueden mencionar:

1. Para evitar los peligros para la integridad física y estética del patrimonio que conlleva una mala gestión del mismo.

2. Para obtener del patrimonio rentabilidad social (cultural y económica) sin detrimento de su integridad.

3. Para evitar los peligros consustanciales a su utilización como recurso económico.

4. Para administrar adecuada y eficientemente los otros recursos, además de los patrimoniales, asociados a la conservación del patrimonio: recursos humanos, equipamiento, edificios, presupuesto, etc., que una sociedad moderna no se puede permitir derrochar.

Del gestor de patrimonio cultural se espera que satisfaga una “triple demanda” :

1. En primer lugar, que asegure la preservación integral del bien patrimonial cuya gestión se le haya confiado; la conservación es una conditio sine qua non que debe primar ante todo, ya que una mala gestión puede poner en peligro elementos de patrimonio que son por su propio carácter irrepetibles.

2. En segundo lugar, que optimice los recursos (humanos, económicos, materiales) que la sociedad ponga a su servicio. Es decir, que sea un eficiente administrador de esos recursos.

3. Y, en tercer lugar, que obtenga rentabilidad social y (si ello forma parte de sus objetivos) también económica del bien patrimonial a su cargo, que maximice sus recursos hasta el punto que sea compatible con la conservación del bien lo que debe primar ante todo.


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