BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

EXPERIENCIAS MICROESCOLARES DE INTERCULTURALIDAD, PROYECTOS E IDEAS

Eduardo Andrés Sandoval Forero y otros




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La escuela multicultural

En orden de aprender a convivir de manera pacífica, de relacionarse con los “otros” sin violentar sus derechos, sin transgredir sus espacios, tiene que reconocerse que la sociedad actual se encuentra conformada por comunidades multiculturales en las cuales conviven cotidianamente individuos con características distintas y con posturas diversas; no son multiculturales nada más porque en ellas coexisten diferentes cosmovisiones; lo son porque, a pesar de las divergencias, son capaces de establecer relaciones armónicas y democráticas, en las que se da cabida a todas las ideas y donde pueden levantarse todas las voces con la seguridad de que serán escuchadas.

Estas afirmaciones parecieran ser una utopía hoy en día, toda vez que en las escuelas difícilmente se conoce y se valora al individuo como tal. La educación y los procesos de enseñanza-aprendizaje contemporáneos suelen ser homologados, comunes a todos los sujetos, sin importar sus rasgos distintivos, sus características propias. Sin embargo, debe enfatizarse que lo que aquí se postula no es la educación individualizada, la cual sería prácticamente imposible en una Institución de Educación Superior (IES) pública como la nuestra, cuyos grupos de alumnos suelen estar conformados por más de 20 sujetos.

Lo que aquí se plantea, es que el centro escolar debe hacer el compromiso de identificar a los grupos culturales que convergen en sus espacios académicos, de favorecer su integración y organización, y de apoyar prácticas de socialización para que estos colectivos se conozcan, acepten y/o por lo menos, aprendan a respetar sus diferencias. Se tiene que reconocer que todos somos diferentes; no iguales, ni mejores, ni peores; simplemente distintos, y esto es precisamente lo que nos permite crecer como sociedad.

Entonces, se requiere transitar de un modelo educativo que ignora (en sus dos acepciones: desconoce, y la otra, que no hace caso) la diversidad cultural a otro que sí admita y haga posible la expresión y difusión de dichas diferencias en los modos de vida y costumbres de las personas. Se trata de empezar a caminar por la vía de la educación multicultural, para después poder dirigirse hacia la educación intercultural.

En este punto, resulta conveniente establecer la diferenciación entre ambos modelos de enseñanza. Bennett ha definido a la educación multicultural como: “El método de enseñanza y aprendizaje que se basa en un conjunto de valores y creencias democráticas, y que busca fomentar el pluralismo cultural dentro de las sociedades culturalmente diversas, y en un mundo interdependiente” (1990, p. 22).

Por su parte, Chapela (et. al., 2001) establece que el término multiculturalidad debe aplicarse a aquellas identidades culturales que convergen en espacios simbólicos o materiales, y que algunos valores, representaciones, conocimientos, significados y prácticas de una identidad cultural, pueden ser compartidos por otras identidades culturales. “Puede decirse que en esa posibilidad de compartir sin perder la identidad, radica la existencia cotidiana que es la base de la humanización del sujeto social” (2001).

Desafortunadamente los grupos hegemónicos o bien, el modelo educativo tradicional enfocado a perpetuar la idea de igualdad han provocado que se vaya perdiendo de vista la interrelación necesaria, el intercambio inevitable, el diálogo entre iguales, pero una igualdad entendida como la posibilidad de acceso a condiciones y oportunidades en un mismo nivel de importancia.

De hecho, debe enfatizarse que estos grupos mayoritarios, apoyados por el propio Estado –o viceversa- nos han inducido a tergiversar el término multicultural, cuyo significado y valor le es otorgado desde el punto de vista de las relaciones de poder que se establecen entre los distintos sujetos: el grupo mayoritario o la cultura dominante, suele “dictar” qué contenidos simbólicos y materiales deben ser eliminados (características de un grupo) por no adecuarse a las necesidades de los demás, o por no responder a los intereses del colectivo predominante; o bien, cuáles deben ser las prácticas y conductas “socialmente” aceptadas.

Una forma ancestral de erradicar usos y costumbres, ha sido la homologación de dichas conductas cotidianas, lo que resulta muy claro en los espacios académicos: los jóvenes universitarios, independientemente de la cultura o grupo al cual pertenezcan, comienzan a vestirse de forma similar a sus compañeros, a hablar de manera idéntica a los demás, con el deseo de ser aceptados o por lo menos, incluidos en las actividades comunes.

Por ello también resulta común ver a estudiantes provenientes de culturas indígenas –por citar un ejemplo- que tratan de “dejar de serlo” para estar a la “par” de los demás estudiantes: unos ya usan “frenillos” en los dientes o bien, lentes de contacto para cambiar el color de los ojos e incluso se tiñen el cabello; otros más han eliminado por completo el uso de su indumentaria tradicional –la que en ocasiones sí usan, pero cuando están con los suyos, en su propio territorio-, y hay quienes han preferido no continuar aprendiendo o practicando su lengua materna.

Y entonces la universidad, en vez de constituirse en un espacio donde se propicie y celebre la transmisión, intercambio y difusión de valores y representaciones culturales distintos, se convierte en una comunidad con actitudes discriminatorias y con rasgos de intolerancia, donde únicamente prevalece una sola forma de pensamiento y expresión.

Se dice que en nuestra sociedad sí se reconoce y respeta la diferencia; se afirma que sí se conoce al “otro” y se le acepta, pero esto sólo es en apariencia: docentes y alumnos suelen ignorar quién es el compañero, cuáles son sus orígenes, a qué cultura pertenece. Prevalecen las prácticas occidentales en términos de indumentaria, lengua y otras costumbres; ya sea por miedo al contacto –se teme lo que no se conoce-, por una actitud de indiferencia –no otorgarle la importancia debida a la convivencia- o por una franca predisposición negativa basada en los prejuicios –opiniones desfavorables hacia lo diferente, heredadas de nuestros ancestros-, se evita establecer una verdadera interrelación con los demás, en un mismo nivel de igualdad (tan importante eres tú, como yo, independientemente de nuestros orígenes y características) y en vez, se adoptan actitudes intolerantes y discriminatorias.

En este punto vale la pena diferenciar ambos términos, aun cuando ambos comparten un sentido peyorativo: la tolerancia se refiere al respeto hacia las ideas, creencias o prácticas de los demás, a pesar de que sean diferentes o contrarias a las propias. Para Ehrlich (2001, p. 35), “… la tolerancia a las diversas culturas en México es el respeto al ser humano”, y para O’Brien (2001, p. 22) “… implica la atención hacia la diferenciación y la diversidad como un proceso integrador que únicamente cobra sentido si es un proceso para todos”.

Entonces, tolerar significa reconocer que no existe un solo tipo de creencia o cosmovisión; que la cultura propia no es la única, y que no sólo deben conocerse y aceptarse las demás entidades culturales que nos rodean, sino que también deben respetarse. Asimismo, debe considerarse la libertad de cada individuo, ya que cada quien, desde el ámbito de su propia conciencia y actuación puede elegir las formas de conducta y expresión que estime más adecuadas, siempre y cuando no se altere la forma de vida de los “otros”.

Así, del otro lado de la moneda se ubica la intolerancia, esa falta de respeto a los demás que limita su libertad, que interfiere en el espacio del sujeto y le impide la manifestación de sus creencias y opiniones, la expresión de su propia autonomía. En algunos casos se considera que la propia tolerancia es una conducta negativa en sí misma, es decir, también constituye una forma de intolerancia, ya que implica tener que “aguantar”, “soportar” o “resistir” a alguien. Entonces, si no se tolera, tampoco se consiente o se acepta a la persona. Y en cualquiera de los casos, constituye una manifestación amenazadora y limitativa de los derechos de las otras personas.

De aquí los conflictos que van surgiendo en los espacios multiculturales: el grupo dominante pretende absorber al otro, condicionado por prácticas de intolerancia ancestrales, que a un mismo tiempo se traducen en rechazo o discriminación. De hecho, cometemos el pecado de etnocentrismo –una forma de discriminación-, entendido este término como “… el punto de vista que considera a nuestro grupo o cultura como el centro de todas las cosas y que todos los otros han de ser medidos y clasificados con relación a él” (Manzanos, 1999, p.18).

Y éste constituye el mayor peligro de las sociedades multiculturales: continuar perpetuando el patrón, y caer en la tentación de ordenar y controlar a sus miembros, hasta el punto de dominarlos y propiciar su amalgamiento a la cultura más fuerte. En una situación de este tipo, los grupos minoritarios o las culturas más débiles van perdiendo el poder de identificarse o de mantener su identidad, convirtiendo así a la multicultura, en un problema de discriminación y exclusión, conflicto que Sills (1968) denomina “asimilación cultural” :

… las personas de diferentes etnias y razas interactúan sin restricciones, en el seno de una comunidad más amplia. Pero es un proceso de una sola dirección en el que los miembros de una etnia abandonan su cultura de origen y son absorbidos por la cultura dominante.

Este modelo educativo que desconoce la diversidad, que trata de atraerla hacia sí para consumirla o anularla, ha sido perjudicial no únicamente para la propia educación, sino también para la cultura. El principio que reza “igualdad de condiciones y oportunidades” y que incluso se formula en nuestra Constitución Política, únicamente podrá alcanzarse si se integra a las IES, como parte de su misión institucional y de su currículum, un esquema de educación multi e intercultural en el que se valore la presencia de otras culturas y por ende, de todas sus manifestaciones, en un mismo nivel de importancia, en un intento de erradicar o minimizar la intolerancia y la discriminación, término que también se describe a continuación.

La palabra discriminación presenta en realidad dos acepciones: una, hace referencia a un proceso de selección o exclusión, pero no conlleva en sí misma una valoración ya que dicha elección puede ser tanto positiva como negativa; sin embargo, la otra definición del término, sí implica una carga peyorativa, ya que significa “dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE, 2005).

En el sentido social, la segunda alusión es la más aceptada toda vez que se ha convertido en un problema generalizado que atenta contra los derechos fundamentales de justicia y equidad en el trato hacia las personas. Así, la discriminación se constituye en un atentado contra la dignidad humana y en un obstáculo para la convivencia de grupos y personas. Para el estudioso Jesús Rodríguez (2006) la discriminación puede ser entendida como:

… una conducta, culturalmente fundada, y sistemática y socialmente extendida, de desprecio contra una persona o grupo de personas sobre la base de un prejuicio negativo o un estigma relacionado con una desventaja inmerecida, y que tiene por efecto (intencional o no) dañar sus derechos y libertades fundamentales.

En este orden de ideas, se considera que la discriminación, tal y como se ha ido planteando, procede realmente de la ignorancia, del desconocimiento de lo que se juzga; y también procede de la falta de capacidad y disposición de algunas personas, a propiciar el conocimiento y el intercambio de experiencias con los demás. Y esta incapacidad para convivir con los demás conlleva en sí no únicamente un reto personal que es necesario rebasar con miras a la superación tanto personal como profesional, sino que también constituye uno de los mayores desafíos de la sociedad actual, en orden de poder desarrollar y avanzar hacia un futuro promisorio.

Los retos, pues, se refieren a si las sociedades desarrolladas van a ser capaces de superar los problemas que se les presentan, rompiendo la lógica homogeneizadora imperante hasta la fecha y estableciendo en su lugar el diálogo enriquecedor que promovería otra forma de desarrollo de los pueblos. Esto significaría, en primer lugar, la necesidad de hacer explícita la aceptación de la diversidad, y el acabar con la política de la ignorancia, en el mejor de los casos, cuando no de la opresión, hacia la diferencia (Dossier, 2001, p. 18).

Con base en estos planteamientos, se evidencia que el gran desafío que enfrentan las instituciones educativas hoy en día, es establecer propósitos claros y determinar acciones reales para lograr integrar a los grupos culturales que han sido ancestralmente discriminados o absorbidos por la cultura hegemónica, darles “voz y voto” en los procesos cotidianos de enseñanza-aprendizaje, y a un mismo tiempo sensibilizar a la comunidad académica –y por ende, a la sociedad- respecto a la presencia e importancia que revisten todos los grupos culturales que convergen en las aulas.


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