BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

EXPERIENCIAS MICROESCOLARES DE INTERCULTURALIDAD, PROYECTOS E IDEAS

Eduardo Andrés Sandoval Forero y otros




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La escuela intercultural

Para enfrentar los retos relacionados con el “aprender a convivir” que se explicaba en un inicio, ya no resulta suficiente propiciar el conocimiento, aceptación y valoración de las distintas entidades culturales que están presentes en los centros escolares. Lo que se requiere es promover toda una corriente política e ideológica intercultural, en la cual se consideren igualmente importantes las creencias, las costumbres, y en suma, todas las expresiones culturales de tal o cual grupo, las cuales deben resaltarse y celebrarse a través de diálogos y actividades equitativas.

Un modelo educativo intercultural pretende rescatar las raíces históricas y culturales de los individuos, y propiciar la interacción y el intercambio continuo de los diversos miembros de una comunidad, aun cuando sean social y lingüísticamente diferentes. Si la convivencia se establece en un marco de igualdad de condiciones, entonces ahí se manifiesta la interculturalidad. Para Ehrlich (2001, p. 36) “… la educación intercultural es enseñarles a los niños que hay otros que también son mexicanos, que existen otras culturas, que nadie es inferior a otros”.

Es decir, se trata de valorar en el mismo nivel a todos y tratar que se entienda que la interculturalidad consiste en establecer una relación entre iguales en términos de importancia y aprecio de los rasgos distintivos de cada quien. Para que en la escuela pueda existir una verdadera comunidad intercultural, en la que se consideren igualmente importantes las creencias, costumbres, y en suma, toda la cultura de tal o cual grupo, deben resaltarse, no únicamente aceptarse las diferencias.

Para Sylvia Schmelkes –quien fungiera como Coordinadora General de Educación Intercultural Bilingüe de la Secretaría de Educación Pública en el sexenio foxista-, la interculturalidad supone que “… entre los grupos culturales distintos existen relaciones basadas en el respeto y desde planos de igualdad. La interculturalidad no admite asimetrías, es decir, desigualdades entre culturas mediadas por el poder, que benefician a un grupo cultural por encima de otro u otros” (2005).

Porque en la actualidad coexisten en las aulas grupos o alumnos que se consideran superiores a otros; aquéllos que pretenden someter, sojuzgar o subordinar a sus compañeros, por considerarlos poco dignos de atención y respeto. Y estas asimetrías valorativas a las que hace referencia Schmelkes, propician actitudes de dos vías: las del grupo de poder, que se manifiestan a través de la intolerancia y la discriminación, y las de los grupos sometidos, que comienzan a sentirse o verse ellos mismos como inferiores.

De aquí que resulte indispensable introducir cambios en la escuela, tanto en lo manifiesto como en lo inconsciente. Debe reconocerse que el fracaso escolar al que se enfrentan algunos estudiantes procedentes de minorías étnicas o de otras culturas, no siempre se debe a razones inherentes al propio alumno (falta de vocación, desinterés, etc.) sino muchas veces al choque sociocultural al que se enfrenta cualquier estudiante cuando logra ingresar a alguna institución educativa del país, y por ende, cuando se encuentra con personas y condiciones distintas a las de su origen y costumbres.

Aun cuando ya se ha empezado a hablar de multiculturalidad en las instituciones educativas, e incluso se han ido incorporando a los Planes y Programas de Estudio algunos temas transversales relacionados con la cultura, con el reconocimiento de los “otros”, con la conformación de redes de colaboración y equipos de trabajo, la verdadera interrelación de culturas se ha quedado en el discurso, y no ha logrado permear a todos los ámbitos de la vida académica.

El reconocimiento y valoración de la diversidad es lo que permite ir construyendo, alimentando y enriqueciendo a una sociedad. Son sus miembros los que la engrandecen y la distinguen de las demás. Representa incluso un acto de afirmación de la propia identidad: al asumir una condición étnica, la pertenencia a un grupo cultural específico, la afiliación a una familia, se está adquiriendo la responsabilidad y el compromiso personal de tener convicciones propias, y de aceptar que los otros tengan las suyas; de poder gozar de derechos y libertades sin vulnerar los del prójimo, de vivir y dejar vivir a los demás.

Pero hay que recordar que para fortalecer la propia identidad, cualquiera que ésta sea, resulta indispensable saber perfectamente quiénes somos, cuáles son nuestros orígenes tanto culturales como étnicos, y reconocer la experiencia histórica que podemos aportar a la comunidad; porque una falta de identidad, o una débil posición identitaria, es propicia a la asimilación, a la integración de símbolos ajenos a la propia cultura o, lo que es peor, a permitir condiciones de intolerancia y discriminación.

De aquí la urgencia de promover, tanto en la sociedad como en las Instituciones de Educación Superior –que constituyen los factores de cambio de una colectividad-, actitudes y valores de solidaridad, respeto, y reconocimiento hacia “el otro”, ya que cada individuo y cada grupo cultural aporta o puede contribuir con algo a su comunidad.

Así, si abrazamos el modelo de educación intercultural que se propone, podremos empezar a definir nuestros propios límites de tolerancia hacia los demás y comenzar a erradicar las actitudes discriminatorias que por momentos, manifestamos; esto, como una medida prudencial y oportuna para garantizar el futuro de instituciones educativas interculturales, en las que el respeto a las diferentes creencias, costumbres, tradiciones, y culturas en general, constituya la base para el reconocimiento y reafirmación del “yo” y de la libertad individual, para la aceptación y revaloración de los “otros”, y para la integración del “nosotros”, en el marco de convivencia pacífica que nos conduzca hacia el bienestar común.

Fuentes de información

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