BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

EXPERIENCIAS MICROESCOLARES DE INTERCULTURALIDAD, PROYECTOS E IDEAS

Eduardo Andrés Sandoval Forero y otros




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Genealogía Carlos Huchín

Una vida de trabajo y de estudio

María de Lourdes Cruz C., es originaria de X-Hazil Sur, Municipio de Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo. Nació en diciembre de 1979, tiene 28 años de edad, tiene siete hermanos, ella es la menor de todos. Su padre fue chiclero y ahí conoció a su mamá. Después se dedicaron al comercio. “Mi papá siempre nos dice que lo que él hizo sus hijos lo deben superar, y lo que sus hijos hagan, sus nietos lo deben superar, esa es su filosofía”.

Su papá estudió hasta quinto año de primaria, su mamá estudió hasta tercer año de primaria.

Su hermana mayor, Ausencia está casada y tiene tres hijos, estudió nada más la primaria. Su papel fui de cuidar a sus hermanos menores, por eso no pudo estudiar más allá. Ella se sacrificó por sus hermanos menores para que todos los demás pudieran estudiar.

Sigue Guadalupe, casada, tiene dos hijos. Terminó la preparatoria y tiene una carrera trunca en Administración en el Tecnológico de Chetumal.

Consuelo está divorciada, tiene tres hijos. Estudió la preparatoria y tampoco terminó la carrera de administración en el Tecnológico de Chetumal.

Rogelio es el hermano que sigue en edad, es casado con dos hijos. Estudió hasta la maestría en el Tecnológico de Monterrey a distancia.

Fernando es casado, tiene tres hijos. Estudió hasta la secundaria. Ingresó al Colegio de Bachilleres número uno, pero según María de Lourdes se consideraba una escuela a la que iban a estudiar los hijos de los más “pudientes de Chetumal”. Por ello piensa que no pudo seguir, ya que era muy tímido y enfrentó un choque cultural. Decidió regresar al pueblo y ahí siguió estudiando.

Sigue Juan, está casado y tiene tres hijos. Sólo estudió la secundara.

Luego está Luisa, casada con dos hijos, estudió hasta la licenciatura en la Universidad de Quintana Roo.

María de Lourdes estudió el kinder en la comunidad de X-Hazil Sur, recuerda los bailables y los vestuarios que les ponían:

“Todos los trabajos que hicimos en el kinder nos lo entregaron al final en una caja, yo la tuve casi toda la primaria guardada. Desde el kinder yo estaba en la escolta. Sí nos permitían hablar la maya, pero no había enseñanza en maya. Con mis compañeritos hablábamos la maya porque habían unos que sí entendían pero no podían responder. Yo sí podía entender y responder tanto el español como la maya. Las maestras no entendían maya. La enseñanza en las escuelas siempre fue en español. Mi mamá mis abuelos y mis tías sólo nos hablaban en maya, mi papá y mis tíos nos hablaban en español y maya. Yo fui bilingüe desde que aprendía a hablar.

Mi familia siempre participaba en las fiestas del pueblo. Como los esposos de mis tías tenían cargos religiosos, siempre participábamos todos, desde los más chicos hasta los más grandes. Nos la pasábamos en el matan, como en el gremio y durante el baile de la siembra del yalche, estábamos ahí participando. Participábamos en todos los preparativos de las fiestas y teníamos que madrugar para poder preparar la comida.

En la primaria yo destacaba como alumna aplicada, los maestros hablaban bien de mí, era una de las mejores. También pertenecía a la escolta. Pero no me gustó mucho la primaria, bueno el último año no me gustó mucho porque tuve un maestro muy regañón. Desde niños participábamos en las actividades económicas de la familia, yo atendía la tienda, lavaba el molino, barría y sacudía la tienda, pero también criaba puercos, le llevaba ramón al ganado, o hacíamos la guarda raya en el rancho durante la época de quema. Nos íbamos desde muy temprano y también sacábamos pepita. En el pueblo ayudábamos en la panadería de mis papás, mis hermanos iban a venderlos a los pueblos cercanos. Ya en la noche, todos a cenar en la mesa pan con café. El desayuno era huevo con tortilla y chile.

Mis papás hacían chac chac, pero lo hacían en la milpa. Desde muy temprano nos íbamos todos los miembros de la familia, incluyendo tíos, tías y primos. Los hombres atendían lo del rezo, limpiaban y ponían todo en orden, las mujeres nos encargábamos de la comida. Desde niñas nos decían que nos mantuviéramos cerca, a la vista de los mayores, ya que había aluxes (les decían nocuch-pok, o grandes sombreros) y nos podían perder. Así aparecían y decían que con sólo ver los sobreros de ellos se va uno acercando y de repente uno se pierde.

En la secundaria cambió nuestra rutina, porque no había secundaria en el pueblo y teníamos que ir a la secundaria federal en la cabecera municipal de Carrillo Puerto. Viajábamos todos los días en una combi que salía a las seis de la mañana para llegar a las siete a la secundaria y regresábamos al pueblo a las dos o tres de la tarde. En la secundaria había grupos de burguesitos que decían que no se comparaba la gente de dinero de pueblo, con la gente de dinero de ciudad, y Carrillo era la ciudad más grande cercana a varios pueblos. Según mis hermanos (hombres), mi hermana y yo no teníamos la suficiente madurez. Ellos ocultaban su maya y sólo lo hablaban entre murmullos. A mi me daba pena ir por la calle o a la escuela con mi mamá porque mi mamá es mestiza. En la junta, si no iba mi papá, tenía que ir mi mamá. Hasta años después se mi hizo normal andar con mi mamá en Carrillo, pero al principio me daba pena, ya después me valía que ella fuera mestiza, porque antes había una especie de vergüenza. A veces pasaba y me quedaba viendo a ver qué decían mis amigos. Mis compañeros, aunque venían de varios pueblitos cercanos y eran mayas, por su forma de vestir ya no se delataban como de pueblo, ya se habían aculturado. Mi papá puso una sucursal de su tienda en Carrillo y a partir del tercer año ya no viajaba todos los días, me quedaba con mi hermana y prácticamente sólo viajaba los fines de semana. En la secundaria no fui excelente estudiante, sino de las regulares, era de ocho. En mi pueblo fui vaquera hasta el segundo año de secundaria, porque mi mamá hizo una promesa por tres años. Después seguí participando en las fiestas.

En la prepa también fui en Carrillo Puerto y me sentí más estable emocionalmente. Prácticamente comencé a vivir en Carrillo y sólo viajábamos los fines de semana a la casa de mis papás. Económicamente la íbamos pasando, pero con limitaciones. Ahí conocí más compañeritos que venían de comunidades cercanas. La maya fluía más en las bromas y en albures. Se notaba menos presencia de la gente no maya. Eran pocos, pero se hacían notar en la escuela. No había discriminación, pero se separaban los que venían de pueblito y los que eran de ciudad. Otra vez mi nivel académico bajó. En el primer semestre reprobé tres materias de siete, pero las llevé a regularización y las pasé a la primera. En segundo semestre reprobé dos materias, pero me junté con algunas compañeras estudiosas y mejoré mi promedio. El seis todavía era pasable en ese tiempo, y yo tenía algunos seises. No me gustaba juntarme con los burguesitos. Y con los varones no tuve mucha empatía. Me comenzó a preocupar mi peso y me puse a practicar deportes para bajar. No quería llegar a la universidad estando gorda. Yo era tímida de por sí. Rodeaba espacios públicos para no llamar la atención. Comencé a ir a aerobics y comencé a correr para atender el problema de mi peso. Cuando me tocaba exponer en clase, yo tartamudeaba, me ponía temblorosa y las ideas se me borraban, era un golpe muy fuerte para mí pararme al frente del salón.

Como una de mis hermanas reprobó cuando estudiaba la prepa en Chetumal, se escapó y se fue a Mérida. Pensábamos que ya no la volveríamos a ver, pero después regresó. Entonces mi papá decía que si yo iba a estudiar a Chetumal seguramente también reprobaría y también me escaparía. Por eso me mandaron a Carrillo y tal vez eso influyó para que mi rendimiento bajara. Al final tuve 7.9 de promedio. Me recuperé en los últimos años, ya que me interesaba seguir estudiando y entrar a la Universidad.

En los bailes sí había gente cruel y que se burlaba, por lo que yo me cohibía las pocas veces que fui a un baile. Eran de luz y sonido, porque no había discotecas, iban grupos a tocar. No me gustó exhibirme para que otros se rieran. Yo me identificaba más con los grupos juveniles de la iglesia. Con los compañeros de la escuela, por cuestiones de tarea los veía y eran mis amigos.

Para salir del pueblo sólo se tiene una sola oportunidad, si se fracasa, ya no hay otra oportunidad, por eso mi hermano nos aconsejó para que pudiéramos seguir estudiando. Mi papá era duro, y decía que no estaba para perder el tiempo y el dinero con nosotros, por eso había una oportunidad nada más. Mi mamá era más considerada. La vida en el pueblo es dura y sólo hay dos opciones, dedicarse a la vida del pueblo, o aprovechar la oportunidad para superarse y tener un proyecto de vida diferente. Nos veíamos en el espejo de nuestras hermanas casadas, ya que ellas no pudieron seguir estudiando. Mi papá no creía mucho en la escuela como una forma de obtener ingresos, hasta que mi hermano mayor avanzó en sus estudios. Pero yo me proyecté para poder seguir estudiando más allá.

En la Universidad de Quintana Roo comencé a valorar más nuestra cultura y nuestra lengua. Supimos que es valiosa y que somos importantes porque sabemos maya y no sólo para los antropólogos, sino para otros. Yo elegí la carrera de economía, porque sentía que era buena para la administración. Desde niña ayudaba a cobrar en la tienda y siempre me salían bien las cuentas. Hice el examen de Ceneval para ingresar a la UQROO, pensaba que no lo iba a pasar. Pero sí pasé el examen, y mi hermana no pasó. Acá en Chetumal vivíamos en casa de uno de mis hermanos, pero de todos modos yo experimentaba cierta soledad. En mi salón había de todo, desde esos burguesitos que se creían, y otros no tanto, incluso había otros más pobres que yo. A mí se me perdieron dos calculadoras en el salón y una vez me robaron lo de mi semana. Alguna vez hasta una compañera comentó, ‘pues si no tienen dinero para que vienen a estudiar’. Comencé a ir a las discos y a las fiestas con algunas compañeras, pero no dejo de sentirme rara en ese mundo. Veía a la gente bonita, pero ya después se me hizo muy normal. Después fui a dos congresos regionales y en una ocasión presentamos una ponencia mi amiga y yo, pero ella la presentó, porque yo seguía siendo tímida. Mi promedio era de 7.6 por lo que no podía acceder a una beca. Comencé a trabajar como asistente contable en una constructora, además de estudiar. En los últimos años de la carrera subí mi promedio. Había días en que casi no dormía por estudiar. Pero alcancé el promedio de 8.1. Tuve mucha empatía con mis compañeros que hablaban maya, aunque vinieran de otras comunidades. Así nos identificamos. Mi experiencia más desagradable en la universidad, fue la ocasión en que hubo una fiesta de fin de año, ya que algunos compañeros hacían bromas de mal gusto. Mi desempeño académico nunca me gustó. Yo quería tener mejores calificaciones, a veces pensaba que no debería de estar aquí, ya que era mucho el esfuerzo de mis papás para sostener nuestros estudios. Mi autoestima mejoró en los últimos semestres, ya que durante los primeros años mis calificaciones no eran buenas y me estaba acoplando a la experiencia de la universidad.”

Hasta aquí las historias de tres jóvenes mayas. Como vemos, su situación no es la misma que la de otros estudiantes, ya sea desde el punto de vista económico, social y cultural.

El contexto y realidad en que surgen estas historias, nos permite comprender mejor el problema de exclusión. No estamos ante una situación menor, o sin importancia, ya que tan sólo en América Latina la población indígena representa un total de 49 millones de personas. Cada país latinoamericano es diverso y tiene números distintos de población indígena, México, junto con Perú, Guatemala, Ecuador y Bolivia son los países latinoamericanos con mayor población indígena. Tanto la escolaridad, como los ingresos económicos, son reducidos entre la población indígena (Didou y Remedi, 2006: 28).


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