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EXPERIENCIAS MICROESCOLARES DE INTERCULTURALIDAD, PROYECTOS E IDEAS

Eduardo Andrés Sandoval Forero y otros




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El académico dentro del proceso educativo ¿entre la topía y la utopía?

Víctor Alfonso Serna Ramos
Universidad Autónoma de Querétaro
Escuela de Bachilleres “Dr. Salvador Allende”-Facultad de Filosofía

Resumen

En la presente propuesta se aborda una breve nota en torno al complejo pero apasionante proceso educativo, en el que la actividad del académico , puede verse –y de hecho lo es- como agente de cambio, en el que está implicada la delicada tarea de transmitir, formar, fomentar valores, actitudes, etc., en las personas, de tal manera, que el académico tiene la posibilidad, de que con su práctica diaria, se favorezca al proceso de cambio.

La labor académica, no se restringe a la actividad dentro del aula, ya que la promoción y práctica del respeto a creencias, valores, ideas y prácticas sociales entre sus colegas y entre los estudiantes, conlleva al ejercicio cotidiano. Como haría referencia un proverbio, la palabra mueve, el ejemplo arrastra.

En esta noble labor, el académico, tiene una posibilidad de incidir en la promoción de utopías, que a su vez tiendan a la construcción de una sociedad mejor, respetando y valorando la pluralidad de ideas, creencias, convicciones, etc., sin embargo, esta utopía, se construye desde la topía, ‘sin perder el piso’, guardando una especie de tensión, de la que el académico es partícipe.

Palabras clave: académico, educación, topía, utopía.

Una nota introductoria

Enseña y aprende lo mejor.

Tales el Milesio.

La educación en los diversos grupos humanos constituye la posibilidad de trasmitir cultura, a través de ella se adquieren, heredan, construyen, crean y recrean conocimientos, ideas, experiencias, costumbres, formas de explicar el entorno, etcétera, por lo que la educación es considerada como uno de los pilares fundamentales en la búsqueda del desarrollo integral humano que se puede reflejar en la construcción y constitución de una sociedad más equitativa y justa.

La educación constituye un proceso –complejo- en el que intervienen distintos actores sociales, por mencionar algunos están los académicos, los padres de familia, los administrativos, personal de limpieza, el personal que da mantenimiento a las instalaciones físicas, los bibliotecarios, y por su puesto las y los estudiantes, que junto con los demás actores sociales juegan un papel elemental en el proceso educativo, escribo la palabra ‘elemental’, pues cada actor social, representa un elemento, que participa y forma parte del sistema educativo, generando redes de relaciones, posibilidades, ideas y retos, que conllevan a la complejidad del proceso educativo.

Escribo lo anterior, con y desde una honesta y escasísima experiencia en el ámbito docente al cual me incorporé aproximadamente hace dos años y medio -desde la que trazo estas breves notas-. La práctica docente me ha ‘invitado’, por no decir exigido, a tomar en cuenta considerables elementos, que en muchas de las ocasiones, como estudiante no alcancé a apreciar, quizá uno de estos elementos se refiere a que el proceso educativo, representa un gran ‘tejido’ de posibilidades, en el que confluyen diversos elementos, es decir, no sólo es el hecho de ‘dar clase’ frente a un grupo de estudiantes, sino es un proceso en que intervienen desde el preparar las notas para la clase, el análisis y síntesis de las diversas fuentes de información, la planeación de las actividades, el compartir la información, el dar seguimiento al proceso de enseñanza-aprendizaje, esto matizado por un ambiente favorable en el que se puedan generar relaciones afectivas, de confianza, de respeto, que posibiliten un mejor aprendizaje.

Las presentes notas, tienen la intención de abonar en la propuesta de que en el proceso educativo, la labor del académico, representa la posibilidad de ser un agente de cambio, promoviendo ‘rasgos de la utopía’, esto, tomando como punto de partida, los elementos con los que se cuenta, es decir desde la topía, guardando un relación conducente, y una especie de tensión.

El académico dentro del proceso educativo ¿entre la topía y la utopía?

Busco en la muerte la vida

Salud en la enfermedad

En la prisión libertad,

En lo cerrado salida

Y en el traidor lealtad.

Pero mi suerte, de quien

Jamás espero algún bien,

Con el cielo ha estatuido

Qué, pues lo imposible pido,

Lo posible aún no me den.

Comienzo este apartado con un epígrafe haciendo referencia a un fragmento de la obra el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en la que alude a una serie de conceptos que están en tensión (muerte-vida, salud-enfermedad, prisión-libertad, etc.), con la que trato de mostrar (recordar) que la actividad académica, no está exenta de situarse en continuas tensiones, una de ellas, es la de cómo llevamos la práctica académica versus cómo deberíamos llevarla, en este contexto nos situamos, en una relación conducente entre lo que es y lo que debe ser, similar a la tensión entre la topía y la utopía.

En la citada tensión, la actividad del académico, implica el compromiso de trabajar con y para las personas, en este sentido, el docente puede verse –de hecho lo es- como agente de cambio, en el que está implicada la delicada tarea de transmitir, formar, crear, fomentar valores, actitudes, etc., en las personas, de tal manera, que el académico tiene la posibilidad de que con su práctica diaria, favorece al proceso de cambio, pues nuestra labor no se restringe a la actividad dentro del aula, ya que la promoción y práctica del respeto a creencias, valores, ideas y prácticas sociales entre sus colegas y entre los estudiantes, conlleva al ejercicio cotidiano. Como haría referencia un proverbio, la palabra mueve, el ejemplo arrastra.

De lo anterior, el académico, promueve de cierta manera, lo que Adolfo Sánchez Vázquez, distingue como rasgos de la utopía, apuntando que la utopía es valiosa, deseable, representa una alternativa imaginaria a los males y carencias manteniendo un distanciamiento de lo existente, así como la impotencia o imposibilidad de realizarla (Sánchez, 2003: 534-535), sin embargo esta utopía, no surge de la nada, al contrario, tiene su origen, su ‘génesis’, en la topia, guardando esa relación mutua.

La utopía, de esta manera se convierte en especie de guía, de anhelo, que contrasta con lo que es, representando la posibilidad de lo que debe ser, guardando esa tensión, en la que uno de los retos es tener la claridad de distinguir entre lo realizable de lo que no es, de tal manera que no desvirtuemos la realidad, que no ‘perdamos el piso’, y desde éste, se pueda proponer, o vislumbrar lo deseable, pues como apunta Sánchez Vázquez: “no se puede vivir sin metas, sueños, ilusiones o ideales; o sea, sin tratar de rebasar o trascender lo realmente existente” (2003: 544).

Lo apuntado por Sánchez Vázquez me sugiere que el compromiso del académico –entre otros- implica tener ideales, ilusiones y metas, que lo guían, y hacer partícipes de esos ideales tanto a los estudiantes, colegas, familia, etc., que permean su actividad, desde la preparación de las notas de la clase (‘la clase empieza antes de entrar al salón’, cuando se estructuran los contenidos de las asignaturas, de las sesiones, esto recordando la importancia de la planificación de los contenidos programados), además de involucrar al estudiante en su proceso formativo, de tal forma que se promueva el desarrollo intelectual, motivándolo a participar en clases y en su formación, esto a través de utilizar materiales didácticos adecuados, es decir, realizar nuestra labor con creatividad y efectividad.

Considero que habría que irse con cuidado para ‘no perder el piso’ y ‘evitar construir castillos en el aire’, esto lo apunto pues, más de alguna ocasión me he dado cuenta de que mis estudiantes carecen de alguno de los supuestos ideales que he dado por sentado, por ejemplo que todos y cada uno de ellos están exentos de tener algún problema, o inclusive doy por hecho, que tienen un lugar reservado para realizar las tareas o repasar las notas de clase, o bien que desayunan en casa antes de llegar a la escuela, o que han dormido bien, y además que tienen una estabilidad emocional, en la que las situaciones familiares están ausentes de divorcios, de intentos de suicidios, de trastornos alimenticios, etc., sin embargo, en ellos, en los estudiantes, está la energía, la fuerza, el ímpetu, las ganas de cambiar algunas situaciones, y sobre todo la esperanza de un mejor futuro (la utopía), en el que se deposite la semilla del conocimiento, en un campo fértil, este conocimiento, se tiene que abonar, si no va creciendo adecuadamente, ponerle una guía, podarlo de vez en cuando, y en su momento, dará frutos.

Además, como académicos, tampoco estamos exentos de idealizaciones por parte del estudiante, en la que como maestro ideal, figurarían elementos tales como: ser sabios, alegres, dinámicos, trabajadores, “buena onda”, altos, no ser enojones, que no faltemos a clase, no dejemos tarea, que tenga carácter pero que sea flexible y compresivo en su forma de pensar, explicar y evaluar, y que además el maestro ideal tuviera una voz ‘sexy’, para ponerle atención . Ante esta idealización, habría que recordar que los académicos, somos humanos, y que como tal, no somos perfectos, que también estamos susceptibles a no saberlo todo, a equivocarnos de vez en vez, a mostrar en ocasiones cansancio, a estar preocupados por alguna situación de carácter personal o laboral, y ante ello, nuestro compromiso nos impulsa a crear expectativas, motivaciones, compartir el conocimiento, y a mostrar disposición al diálogo en un ámbito de respeto mutuo, de humildad y disposición. En este sentido, comento que han sido muy provechosas las cartas a los estudiantes, que al final del curso, les presento a nivel grupal, en ellas, les expreso a los estudiantes, de inicio mi agradecimiento, por permitirme acercarme a su vida, por darme la oportunidad de aprender de ellos, por compartir con los estudiantes este momento de su formación, esperando impactar lo mejor posible en ellos, en su vida, en la que además expreso, cuales fueron mis sentires durante el semestre, cuáles consideré que fueron aciertos, así como lo que considero que posiblemente pueda mejorarse, inclusive las debilidades del curso, todo esto matizado en su proceso de desarrollo. Esto lo anoto, pues en esta tensión entre la topia y la utopía, no podemos perder de vista los elementos con los que contamos, ya éstos constituyen la topía, que nos conducirá a la utopía.

De lo anterior, resalta la importancia de la participación de los académicos, en la proyección y construcción de utopías, de hecho, ahora estamos inmersos en el proceso de Reforma Integral de Educación Media Superior (RIEMS), en la que se propone –entre otras cosas- una educación centrada en el aprendizaje (quizá ese sea uno de los ideales que nos guían) en la que todos y cada uno de las y los estudiantes son portadores, depositarios, receptores y emisores de conocimiento, lo cual desde mi humilde opinión, constituye un tesoro innegable, inagotable y con un potencial ilimitado que como académicos, considero que tenemos el gran compromiso de despertar, aprovechar y canalizar las distintas capacidades de las y los estudiantes, eso me hace recordar la frase que reitero en innumerables situaciones “el conocimiento viene de todos los horizontes”.

Finalmente, podemos agregar que la actividad del académico, ‘promoviendo utopías realizables’, en algún sentido está comprometida a elevar o potenciar las capacidades de los estudiantes, esto aludiendo al concepto en francés de la palabra alumno, que se escribe como éleve, en el que se muestra con la transparencia lingüística, una de las actividades del académico, que es la de ‘elevar’, al estudiante, promoviendo su desarrollo integral.

Consideración final

Hace falta toda una aldea para educar a un niño.

Proverbio africano

Sin duda alguna, queda mucho por hacer, los procesos de enseñanza-aprendizaje de la educación contemporánea nos presentan enormes retos que debemos atender, entre ellos la búsqueda incesante de métodos para transmitir el conocimiento, en un contexto de relaciones inter y multidisciplinarias. Además de la búsqueda de formas para ‘anclar’ el conocimiento que favorezca a involucrar a las y los estudiantes en su proceso de formación (relación entre la lectura de la palabra y del mundo ), y por su puesto la gran responsabilidad de formar personas íntegras que puedan responder a las exigencias actuales (culturales, económicas-laborales, sociales). En las que además está el enorme desafío de que ante un panorama en muchas ocasiones desfavorable o poco alentador , se genere y conserve la motivación, la reflexión y la esperanza de un mundo mejor (construcción de la utopía), esto al considerar, que lo que los estudiantes ven, viven, observan dentro y fuera del aula es, en muchas ocasiones distinto y distante.

En este sentido, siendo heredero y partícipe de la moral socrática (aquella en la que, entre otros preceptos, está el que ‘el hombre sabio es el hombre bueno’), considero que la educación representa un cúmulo de posibilidades para sembrar la esperanza de creer en y crear un mundo más equitativo, justo, en el que se privilegie el diálogo en la resolución de conflictos, en el que el “sueño imposible” expresado de manera quijotesca, comience a tornarse a difícilmente posible y luego a posible, el camino no es fácil, sin embargo, considero que podemos, poco a poco llevarlo a cabo (la relación entre topia y utopía) es decir se tienen que considerar, aprovechar y potencializar las experiencias y capacidades de cada uno de los elementos que integramos, de un modo u otro, el tan importante, apasiónate y complejo ámbito de la educación. En este sentido, me gustaría concluir estas breves notas, con el mensaje que regularmente constituye la parte final de las cartas a los estudiantes, en que les apunto lo siguiente, tratando de contagiarlos de mi utopía:

Primero, nunca dejen de aprender, pues hay tres cosas que el hombre desde que nace hasta que muere no deja de hacer, una es respirar, la otra es amar, y la tercera es aprender.

Segundo, habría que conservar la capacidad de asombro, pues de esta manera descubrirán lo que otros no ven.

Tercero, recuerden que los libros les pueden dar conocimiento, más, la vida (reflexionada) les dará sabiduría, no dejen de leer el gran libro de la realidad.

Cuarto, sigan aprendiendo, ya que el conocimiento viene de todos los horizontes y, por último, quinto, sonrían, porque por fortuna sonreír, en este país, aún no causa impuesto.

Bibliografía

Sánchez Vázquez, Adolfo, “La utopía de Don Quijote” en A tiempo y destiempo, FCE, México, 2003, pp. 531-544.


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