BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

ESTUDIO ETNOHISTÓRICO SOBRE UNA UNIVERSIDAD NEW AGE, SUS PROCESOS DE EDUCACIÓN, SEDUCCIÓN, CONFUSIÓN E INICIACIÓN Y SU RELACIÓN CON EL CONTEXTO

José Luis Montero Badillo



Esta página muestra parte del texto pero sin formato.

Puede bajarse el libro completo en PDF comprimido ZIP (199 páginas, 3.05 Mb) pulsando aquí

 


Primer acercamiento con lo New Age

Antes de continuar con el incidente recién narrado, debo explicar cómo es que me encontré con este grupo religioso, que es sobre lo que trata el presente libro. De hecho, más que seguir adelante con la narración del incidente, se trata de ir ambientando al lector en los contenidos a abordar. La intención es comenzar a entrever que las cosas que suceden en esta universidad tienen, al menos, una intención más. Algo como lo que coloquialmente llamamos “doble fondo” y que no es ni accesible ni comprensible para todos los que asisten a esta escuela.

Para poder seguir, comento brevemente cómo llegué a la Universidad Albert Einstein y algo de lo que se oculta detrás de ella.

Primero me di a la tarea de buscar un posgrado, preferentemente una maestría. Después de algunas decepciones debido a que las instituciones o los programas de estudio no me satisfacían, un amigo me comentó que él estaba estudiando una maestría que consideraba excelente por varias razones: el lugar en el que se encontraba el plantel, el plan de estudios, el cuerpo docente, el costo de las colegiaturas, la modalidad sabatina y otras cosas más como la de no pedir el título de licenciatura ni la cédula profesional de manera inmediata, sino sólo un certificado de terminación de estudios o el acta de examen profesional. Además, estaba el mismo nombre del posgrado: Maestría en Educación para la Paz, tema que últimamente había estado tan de moda en el ámbito de la educación. Me convenció con facilidad y me llevó a conocer el lugar, a pedir informes y casi un mes después ya estaba yo sentado en una de las aulas de esa institución tomando clases.

Desde el principio, los estudios me parecieron interesantes y la filosofía que nos fueron “metiendo en la cabeza” a los integrantes de mi grupo era, a mi parecer, sumamente atractiva. Nos dijeron que la escuela formaba parte de una red llamada Programa de Escuelas Asociadas a la UNESCO (red PEA) y que el programa estaba auspiciado por esta misma organización, asunto que resultaba digno de admiración y además enorgullecedor para nosotros por estar allí y formar parte de eso. Supongo que el efecto producido por el sentimiento de adscripción al formar parte de algo grande, de identificarnos con esa institución internacional, era, en general, grato y satisfactorio entre los integrantes del grupo.

También nos fueron haciendo parte de la idea de que la educación no era sólo información, sino que también requería formación, y por esto la escuela, dentro del plan de estudios, incluía aspectos no sólo referentes a lo intelectual, sino también a lo personal. Nos hacían la invitación a evitar los alimentos cárnicos. De hecho, en la cafetería del plantel no se vendía nada que contuviera carne de ningún tipo, excepto de soya, cuyo sabor es más parecido al del plástico que a cualquier otra cosa. Se destinaba una hora de clases para realizar actividades físicas bajo el nombre de “técnicas psicofísicas”, que en realidad se trataba de ejercicios propios de yoga, de taichi o de alguna de esas disciplinas de origen oriental que hoy en día están tan de moda.

Sucedió, también, que en ocasiones se nos hacían sutiles invitaciones a asistir a los Institutos de Desarrollo Humano que forman parte de la misma organización a la cual pertenece la escuela, institutos que se ubican en varios lugares de la Ciudad de México e incluso en el interior de la república. Para entonces, algunos de nosotros, en conversaciones informales, coincidimos en que creíamos que había algo más aparte de los estudios, pero no alcanzábamos a ver qué era ese “algo más”.

Notábamos que, eventualmente, un grupo de personas, entre ellas algunos profesores, vestía de blanco y se perdía en la parte trasera del Paraninfo Máximo, lugar de acceso restringido. Esto ocurría casi siempre los domingos, ya fuera muy temprano o cerca del crepúsculo; y que este mismo grupo vivía bajo una serie de normas y hábitos parecidos, como el de no comer carne, practicar alguna disciplina como las antes mencionadas, no tomar café ni bebidas que contuvieran alcohol, bañarse con agua natural, es decir, sin alterar su temperatura, a lo que cabe agregar que el lugar en donde se encuentra la universidad es un bosque húmedo que se encuentra a una altura aproximada de 2.700 a 2.800 metros sobre el nivel del mar y, por ende, es frío al grado de helar durante las estaciones de otoño e invierno. Parecía como si todos ellos formaran una especie de “gran familia”.

Pasó el tiempo y al cabo de un semestre muchos de nosotros, independientemente de la adscripción religiosa de cada uno, ya habíamos modificado considerablemente algunos de nuestros hábitos e incluso creencias, como la de que las enfermedades que nos atacan son producidas por nuestros estados emocionales y más aún, la idea de que las personas que estábamos allí, era porque allí teníamos que estar, como si hubiésemos sido escogidos por el destino para formar parte de este nuevo pensamiento que se estaba gestando en ese lugar, tan cerca de nosotros, y no en algún lejano país del primer mundo, sino justo en donde estábamos.

Después hubo problemas debido a que algunos compañeros desertaron por razones personales y el grupo ya no era sostenible para la escuela. O al menos eso nos dijeron. “Ya ni siquiera alcanza para pagarle a sus profesores”, era el discurso que nos manejaban. Por esta razón, nos propusieron esperar a la siguiente generación que ingresara a cursar estos mismos estudios y así juntar a dos grupos. La idea, en general, no gustó y la mayoría abandonó los estudios. En mi caso, continué dos semestres más y finalmente obtuve el reconocimiento de Diplomado en Educación para la Paz. Me alejé de la escuela durante un buen tiempo hasta que un día, a principios del año 2002, me llamaron para hacerme una invitación para participar en el cuerpo docente de las licenciaturas que se iban a abrir en el mismo plantel. Luego de una o dos entrevistas llegamos a un acuerdo y comencé a dar clases en el ciclo que comenzó el verano de ese mismo año.

Por tanto, es posible decir que la observación de este sistema religioso comenzó en el año 2000, que fue cuando ingresé a estudiar allí; y la investigación formal del objeto de estudio como tal comenzó a partir del 2004 que fue cuando lo comencé a ver con mirada de científico social, es decir, a plantearme preguntas sobre todo de carácter explicativo acerca de lo que observaba.

A lo largo de la investigación he contado con el apoyo y la guía de excelentes antropólogos e historiadores, pero claro que todas las imprudencias, las infracciones, las negligencias y las omisiones se deben, absolutamente, a mí. Considero que la indagación científica debe realizarse de manera tal que sus descubrimientos queden en la mayor medida posible libres de sesgos morales, pero eso no significa que la investigación científica deba (o pueda) efectuarse en un vacío moral.

Después sucedió que al leer un artículo titulado “Más allá de la pertenencia religiosa: católicos en la era de Acuario” , que fue uno de los primeros textos que revisé sobre el tema, fue que me encontré con aquel “algo más” que en otro tiempo no había alcanzado a ver. Me parecía que en este artículo describían los hábitos que esa “gran familia” practicaba y la filosofía que se difundía en aquella escuela en la que había estudiado. Leyendo ese artículo y buscando más información acerca del tema, noté que mucha de la información ya la sabía porque la había obtenido de la misma fuente de la que se hablaba en el documento, sin intérpretes ni intermediarios. Sencillamente lo había vivido.

Para los fines de la presente investigación, aprehendí aquel tiempo como parte de la etnografía que requería, de tal forma que, guardando las prudentes distancias entre ser casi feligrés y hacer investigación participativa, me di cuenta de que al comenzar la investigación formal, había estado trabajando desde hacía algunos años en el tema y lo conocía de primera mano.

Se trata de una investigación etnohistórica porque ha sido en esta relativamente nueva disciplina en donde, quizá debido precisamente a lo incipiente de la misma, he encontrado las herramientas necesarias para abarcar el objeto de estudio desde los ámbitos que en este libro se explican. Es decir, aprovechando la interdisciplinariedad a la que la etnohistoria se presta, este trabajo está basado en investigación etnográfica, sociológica e histórica principalmente.


Grupo EUMEDNET de la Universidad de Málaga Mensajes cristianos

Venta, Reparación y Liberación de Teléfonos Móviles