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ESTUDIO ETNOHISTÓRICO SOBRE UNA UNIVERSIDAD NEW AGE, SUS PROCESOS DE EDUCACIÓN, SEDUCCIÓN, CONFUSIÓN E INICIACIÓN Y SU RELACIÓN CON EL CONTEXTO

José Luis Montero Badillo



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La historia de Bernarda

Ésta no es la historia de una persona, sino de dos. Se trata de dos monjas de la Orden de las Bernardas que llegaron a cursar la Licenciatura en Pedagogía en el año de 2005 en la modalidad sabatina. La razón de estudiarla en esta modalidad es que, entre semana, se dedican a las actividades de su orden, que por carisma es la educación. Ellas viven en una de las casas de la congregación que se halla en San Mateo, Naucalpan de Juárez, Estado de México, y que también funge como institución educativa de nivel básico -jardín de niños- en el que laboran como “educadoras”.

Ellas son originarias del estado de Veracruz, del mismo lugar de donde proviene la joven congregación, que fue fundada hace no más de veinte años por dos hermanas que actualmente ocupan los puestos de madres superioras.

De las dos religiosas que asisten a la universidad, para cuando ingresaron al primer semestre una contaba con, aproximadamente, veinticinco años de edad y la otra poco más, poco menos de treinta y cinco.

En conversación personal, cuentan que la mayor de las dos andaba de misionera en las rancherías de Veracruz, cerca de Fortín de las Flores y que en una de sus “pláticas”, la menor de ellas estaba presente. “Las palabras escuchadas -cuenta la menor- fueron como ‘el llamado de Dios’”. Después de eso, la menor, que en ese entonces vivía con sus padres en una situación sumamente precaria, decidió escaparse de casa para seguir a la mayor y desde entonces ambas se dedican “en cuerpo y alma” a la congregación.

Para cubrir los gastos de las colegiaturas, ambas reciben apoyo de sus familias con las que actualmente tienen una buena, pero muy lejana relación, y fueron precisamente éstas, sus familias, las que les propusieron que estudiaran y que las apoyarían en eso, cada caso por separado, pero en la misma situación.

En la orden, debido a que hacen votos de pobreza, no perciben ningún tipo de remuneración económica y sólo poseen lo indispensable para vivir. Ellas asisten, invariablemente, vestidas con su hábito que es de color azul marino. Terminaron, ambas, sus estudios de nivel medio superior en preparatoria abierta y su intención es licenciarse en pedagogía para continuar obedeciendo al carisma de su congregación y para poder acceder a un nivel jerárquico más alto dentro de la misma Orden de las Bernardas.

En las tareas que se les solicitaron por parte de las diferentes materias, durante los tres primeros semestres, los trabajos los entregaban a mano o a veces se les veía, muy temprano, antes de comenzar las clases, en el área de cómputo de la universidad, pasándolos en limpio e imprimiéndolos ahí mismo. Pero después, según cuentan, la congregación compró computadoras para el jardín de niños y a determinadas horas les permiten usarlas para hacer sus tareas.

Cuando comenzó el “bombardeo ideológico” a su grupo a través de la materia de Desarrollo Humano, sus compañeros contaban, de manera un tanto jocosa, que a cada una de las “invitaciones” para “mejorar” la salud, las monjas contestaban algo entre dientes. Por ejemplo, cuando les decían que ducharse diariamente por la mañana -entre las seis y las siete horas- con agua “natural” era bueno para el cuerpo, ellas murmuraban que ni agua caliente había en la casa de la orden y que ellas se levantaban a las cuatro de la mañana a comenzar con sus deberes. Cuando les decían que evitaran los alimentos cárnicos, ellas susurraban que no pensaban dejar de comer carne porque en la orden se trataba de un gusto debido a lo poco frecuente del acontecimiento -una vez por semana, cuando mucho- y además, si no la comían, no había otra cosa. Y cuando les hablaban del desapego material, ellas se preguntaban irónicamente si acaso tenían que renunciar a uno de los dos hábitos que poseían.

Sin embargo, son dos los detalles que resultan de interés para la investigación en este caso doble:

El primero es sobre las “técnicas psico-corporales” que realizan cada día, durante una de las dos horas que le dedican obligatoriamente a la materia de Desarrollo Humano. Está, por un lado, lo “peculiar” a simple vista. Es decir, no todos los días se ve a un par de monjas en posición de “flor de loto”, practicando yoga o haciendo los acompasados movimientos del taichi. Y por otro lado, que en sus casos es el más importante, están las creencias. Una palabra que ellas, específica y enfáticamente ellas, utilizan con mucha frecuencia, es la de “ser”. Se trata de una palabra que suelen integrar todos los alumnos a su léxico en sustitución de “persona” o “individuo”, pero las Bernardas han encontrado en este término algo que les significa más que los dos anteriores.

Las definiciones del Diccionario de la Real Academia son muchas y variadas, pero sobre todo hacen referencia a la esencia o naturaleza de una cosa o para referirse a algo dotado de vida. Para la Nueva Era -y para este grupo específico-, “ser” engloba, primero, siete planos: denso o material, vital o doble etéreo, astral, mental, de conciencia, alma espiritual y espíritu. Los dos primeros corresponden, según ellos, a lo biológico. Los dos segundos a lo psicológico. Y los tres últimos a lo social, que para ellos implica lo trascendente y espiritual. Entonces, al juntarlos, se tiene al “ser bio-psico-social”. Y segundo, el “ser” como poseedor de siete cualidades:

1. El Ser es idéntico a sí mismo.

2. El Ser es increado.

3. El Ser es omniabarcante.

4. El Ser es inmóvil.

5. El Ser es inmutable.

6. El Ser es imperecedero.

7. El Ser es único.

Y éstas son “características” que las monjas pasan por alto. No las ignoran, porque, de algún modo, se las enseñan en la clase de Desarrollo Humano, sino que más bien les “agradan” por el simple hecho de referirse a algo “espiritual” y hacer, de vez en cuando, referencia a algún santo católico, sin analizar en lo más mínimo la incompatibilidad con la fe de la iglesia católica.

Pero esto no es una confusión nueva. En el verano de 1966, casi inmediatamente después del Concilio Vaticano II, comenzó un proyecto encabezado por Carl Rogers, de “atención a las religiosas” que en este caso eran las del Inmaculado Corazón de María. Las religiosas confiaron plenamente en los psicólogos que coordinaban el proyecto y al año de iniciarse éste, más de la mitad de las religiosas escribieron a Roma pidiendo dispensa para salir de la orden. Uno de los coordinadores del mismo proyecto y discípulo de Rogers, W. Coulson, dijo tiempo después de terminado éste: “Cuando empezamos había 600 religiosas y 59 escuelas. Ahora, cuatro años más tarde, un año después de la conclusión del proyecto, quedan dos escuelas y no hay religiosas”. Está, también, “el caso Milwaukee”, que es como se le conoce a la crisis de las religiosas de School Sisters of St. Francis, sucedida entre 1966 y 1967 a partir de un cuestionario “psico-religioso” aplicado para sondear el estado de las religiosas y, casualmente, también ideado por Carl Rogers y sus discípulos del Esalen Institute. Son más los casos que se podrían citar y en la mayoría de ellos involucran a personas del Esalen Institute, junto con padres jesuitas, cuyo carisma también es la educación.

El asunto es que, para los religiosos católicos, el discurso novoerista puede sonar “familiar” y más aún si desconocen los caudales de pronunciamientos por parte de la iglesia católica con respecto a la New Age, a lo que habría que tomar en cuenta la ocultación de la realidad por parte de la universidad, por un lado, y el desconocimiento de la filosofía en la que se sustenta la misma fe católica, por el otro lado. En este caso, las Bernardas carecen de estudios de tipo teológico, salvo, dicen ellas, “por los rezos que hacemos todos los días allá en la casa con las demás hermanas”. Por tanto, cualquier discurso que suene “espiritual” es, para ellas, de su menester. Pero es la resignificación de términos de la New Age lo que, en este caso, marca la diferencia entre una religión y la “espiritualidad” de la Nueva Era.

Ellas comentan, en charla personal, que cuando en las clases de Desarrollo Humano les mencionan a dios, piensan en “su Dios”. Pero al preguntarles si se creen, ellas mismas, parte de ese Dios, responden que “sí, porque que todos somos parte de Dios, por eso es omnipresente”, ignorando lo que dice el Concilio de Toledo .

Y más aún, comentan que, como ellas son las únicas dentro de su congregación que actualmente tienen la oportunidad de estudiar una licenciatura gracias al apoyo de sus respectivas familias, son las que “capacitan” al resto de las Bernardas que viven con ellas en la casa-jardín de niños, llevando las nuevas ideas que aprenden en la universidad.

Para este grupo novoerista, las religiosas no representan posibles adeptas que ellos quieran captar. Pero en este caso pareciera que las cosas son a la inversa, como si fueran ellas las que, sin saberlo, se estuvieran acercando, a través del lenguaje -y no olvidemos que en términos saussurianos el lenguaje es pensamiento-, a la Nueva Era.

Pero las preguntas que uno no puede dejar de hacerse con la historia de las monjas Bernardas es ¿qué tanto más resistirán la constante embestida de las ideas newagers sin alterar las creencias católicas que, se supone, ellas tienen? ¿Cuántas creencias se están llevando a su congregación con la idea de que se trata de innovación educativa?


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