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ESTUDIO ETNOHISTÓRICO SOBRE UNA UNIVERSIDAD NEW AGE, SUS PROCESOS DE EDUCACIÓN, SEDUCCIÓN, CONFUSIÓN E INICIACIÓN Y SU RELACIÓN CON EL CONTEXTO

José Luis Montero Badillo



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Epílogo

Ahora que hemos llegado a la parte final de las conclusiones, sólo resta responder a la pregunta planteada desde inicio, que, en resumidas cuentas, dice: ¿por qué algunas personas se involucran en el sistema religioso objeto de estudio y otras no?

Después de cuatro años de conocer la Universidad Albert Einstein -lo que he considerado que me ha permitido tener una parte emic en la investigación- y otros dos más de estudios formales -que constituyen la perspectiva etic-, concuerdo con el historiador Eric Hobsbawm cuando dice que “desde finales de los sesenta [se da un] auge de los «grupos de identidad»: agrupaciones humanas a las que una persona podía «pertenecer»...”

Las causas para que esto sucediera fueron muchas y muy variadas: el incremento en la economía mundial que en el caso de México se le ha llamado “El Milagro Mexicano”; el deseo de estabilidad después de haber pasado por el largo período de guerras mundiales; los movimientos contraculturales y más, a lo que habría que aunar la “poca fe” -por llamarlo de alguna manera- con la decreciente eficacia simbólica del catolicismo y, simultáneamente, al nacimiento de los Nuevos Movimientos Religiosos, entre los que aparece la Nueva Era. Movimiento que finalmente no es más que un grupo que está creando una identidad propia y, al hacerlo, está desplazando a otros sistemas identitarios aparentemente débiles o al menos ya no tan eficientes.

Al llegar este sistema religioso a la región en la que se inserta con su universidad, se encuentra con un contexto frágil en cuanto a identidad nominal e inconsistente, en general, en referentes identitarios. La gente de Nicolás Romero, especialmente la gente joven, los adolescentes, salvo contadas excepciones, no quieren o no le gusta ser parte de ahí. Lo son porque no tienen opción. Porque ahí es más barato vivir, en comparación con la Ciudad de México y porque queda relativamente cerca de ésta, situación que los vuelve vulnerables, como sociedad, ante nuevos marcos identitarios.

A los jóvenes la universidad se les presenta como una “puerta al mundo”, como una opción de pertenecer a algo diferente a lo nominal y además con supuesta relevancia internacional, que es como se les exhibe la gran organización a la que pertenece la universidad.

Si este grupo está construyendo identidad a través de la educación tan sólo por el hecho de pertenecer a una institución de educación superior, de manera connotada está fabricando y fomentando pertenencia con respecto a la ideología del sistema religioso con la promesa, a los posibles adeptos, de pertenecer a grupos de dignidad y prestigio, satisfaciendo así una necesidad social: el estatus. Y una vez involucrados, aunque sea sólo un poco, aunque sea sólo por participar en algún rito de paso, será más fácil identificarse con la idea de que es mejor ser una parte del “dios cósmico”, parte del Uno -y también parte de esa gran organización-, que parte de una región “poco relevante”, sin trascendencia mundial y con un dios ajeno y lejano en el que creen por costumbre pero que ya no satisface las necesidades de esta época.

¿Por qué algunos se quedan y otros no? Un primer factor es la identidad vista desde una perspectiva social. Es decir, a las personas les puede resultar más atractivo formar parte de este grupo social. Un segundo factor es la vulnerabilidad personal, es decir, los posibles problemas que una persona arrastre y al llegar a la universidad, ésta le hace creer que se los resolverá. Y un tercer factor es debido a la combinación de ambos, es decir, la vulnerabilidad que los habitantes de la región suelen tener por falta de referentes identitarios.

Los pasos para descubrir esa vulnerabilidad comienzan en las clases de Desarrollo Humano con actividades de las llamadas de “sensibilización”, con cursos de autoestima, con talleres de los llamados empowerment, etcétera.

Después viene el acercamiento por parte de algún miembro del sistema, que suele ser alguno de los mismos profesores de Desarrollo Humano. Y de ahí en adelante todo depende de qué tan “seductor” haya sido lo anterior como para que el adepto en potencia comience a dar sus primeros pasos hacia la Nueva Era.

Pero son muchos los aspectos que se quedan en cuestión. Por ejemplo, desde lo social, con el breve panorama del contexto presentado en el primer capítulo y con lo que reiteradamente se ha dicho a lo largo del documento sobre la endeble identidad de la región, ¿cómo conciben los habitantes su propia historia? Es decir, sabemos que poseen un pasado prehispánico otomí, un pasado colonial, un poco de participación en los movimientos revolucionarios -que los llevaron, en algún momento, a integrarse ya fuera por seguridad, porque la unión hace la fuerza o por lo que sea, pero cohesión al fin- y una contemporaneidad católica. Pero, ¿lo saben ellos? Y, en razón de esto, ¿de qué manera conciben la llegada de la New Age a su contexto?

Culturalmente hablando, ¿cómo perciben los habitantes de la región la concepción determinista astrológica de la New Age? ¿La “sincretizan” con sus propias ideas tradicionales? Porque aparentemente sucede que en algunos casos las personas se adscriben a esta concepción histórica determinista, pero lo hacen porque su propia concepción de la historia ya era de alguna forma determinista antes de tener contacto con este grupo, como consecuencia de una arraigada educación tradicionalista en la región, en la que parece que cada persona ya tiene un rol designado, comenzando por el género y la condición económica, lo que los lleva a, simplemente, “dejarse llevar por la corriente”, sin tomar decisiones personales, sino deslindando esta responsabilidad primero en los padres, luego en la escuela y los maestros, y posteriormente en el jefe para el que trabajen, obedeciendo la “norma social”.

Y si partimos de las historias de vida del “doctor” Francisco y de José, tomando en cuenta que sus pasados fueron poco afortunados y que sus futuros no eran tan prometedores, como ellos mismos conciben sus vidas, ¿podríamos decir que, para algunas personas, ser parte de este sistema novoerista puede ser una “buena” opción de vida?

Esto, por otro lado, nos lleva a un más profundo análisis de la institución y sobre todo a respondernos qué sucede en Monterrey y en Chile, ¿tiene, la gran organización, la trascendencia internacional de la que hablan?

Y de la relación servus-dominus, ¿quién se aprovecha de quién? Las personas involucradas en el sistema religioso, ¿tienen conciencia de esta relación? Porque, planteado en los términos explicados, ¿puede suceder que los integrantes de este grupo religioso no crean en lo que se supone que deberían creer y sólo formen parte del sistema por conveniencia, como si se tratara de un trabajo de tiempo completo? ¿O es que realmente conciben al líder como el “Cordero de Dios”?

Y, finalmente, una vez que los estudiantes terminan sus estudios con las ideas que les fueron transmitiendo a través de las clases de Desarrollo Humano y falseándoles una parte de la realidad, ¿egresan iniciados en la Nueva Era, queriendo parecerse a lo New Age o sólo con algunos indicios acerca del movimiento, confundidos y con la tendencia a seguir consumiendo sus productos?

La cuestión es que se trata de una fachada tras otra. La forma exterior es, en este caso, la universidad. Por tanto, podríamos decir que sus fines son educativos, pero no es precisamente así. El fondo lo constituye un sistema religioso novoerista. Por tanto, podríamos decir que sus fines son espirituales. Pero tampoco es precisamente así.

Pero, ¿cuál es el fin último de este sistema religioso novoerista? Y más aún: el fin último, ¿es del sistema religioso o es de una persona que en este caso sería el líder del grupo?


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