BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

FUNDAMENTOS DEL SERVICIO COMUNITARIO PRIVADO

Nelson de Vida Martincorena




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Función Social de las Actividades en Consideración

La exteriorización de la caridad y la filantropía es una acción social, que como tal, tiende a influir en una red de relaciones humanas, produciendo determinados efectos, individuales y generales.

Bajo este aspecto de la función social, intentaremos establecer las consecuencias que estas actividades producen en la sociedad. (*)

Si bien en el plano teórico del «deber ser», la caracterización de la caridad que realizan los pensadores y moralistas, luce como impecable, todos somos conscientes que en la vida real, los sentimientos filantrópicos juegan un modesto rol en las relaciones humanas.

Es así que debe reconocerse que quienes los practican, aparecen como perdidos en generalizados ámbitos de indiferencia y egoísmo.

Sin embargo, debemos concordar que tal situación en nada afecta el valor intrínseco de las actitudes fraternas. Es más, las cumbres espirituales que en todos los tiempos han existido, estuvieron siempre de acuerdo en propiciarlas.

Por otra parte, bien sabemos que en el terreno de los comportamientos personales, los criterios de las mayorías, no son ninguna garantía de acierto.

Es posible que la propia organización económica de la sociedad, plantee dificultades específicas para el desarrollo del sentimiento caritativo; no obstante, pensamos que el individuo, en el seno de estados regidos por gobiernos democráticos, que preservan las libertades y derechos fundamentales del hombre, tiene ante sí todas las posibilidades de ajustar su conducta a los altos preceptos caritativos, que pueden manifestarse en actos no sólo de contenido material (donde pesan las posibilidades económicas del agente) sino que abarcan todas las esferas de la vida.

Apenas se medita, aparece como una verdad evidente que el hombre que se ubica en el camino del amor fraterno, por más que ello le pueda implicar sacrificios y renunciamientos (o quizás por ello), transita una senda segura hacia su equilibrada

(*) Sociológicamente, la función social ha sido definida como «toda consecuencia observable producida por la presencia de un elemento en el seno de un sistema social, la cual aumenta o mantiene su grado de integración...», en tanto las «disfunciones» son «consecuencias observables que menoscaban, minan o erosionan una estructura dada».(15)

A nuestros efectos, de menor profundidad técnica, señalaremos las repercusiones más apreciables de la actividad en cuestión, sin limitarnos al aspecto específico de la integración.

Sin embargo las razones que justifican la caridad no bastan para asegurar su vigencia.

Por lo tanto, sus repercusiones sociales son doblemente contingentes: dependerá de cada sujeto, de los momentos de su vida, de sus posibilidades económicas, el que dé paso a sus sentimientos, con actuaciones concretas, habituales o esporádicas; igualmente aleatorio será el efecto en los beneficiarios, que podrán acaso superar una dura circunstancia, con la ayuda «venida del cielo», pero no podrán confiar en su repetición, y si lo hacen, crearán una dependencia disminutoria.

La actuación institucional de promoción de la caridad, trasladará la nota de eventualidad a los recursos, pues para obtener los mismos, siempre dependerá de las vivencias que pueda despertar en sus acólitos.

Si bien las consideraciones precedentes pueden aplicarse genéricamente a la filantropía, sus enfoques de obras de público interés la dotan de una posible mayor resonancia social.

En un informe producido por una Comisión sobre Fundaciones y Filantropía privada, publicado por la Universidad de Chicago, donde se analiza el rol de tales actividades, se aboga por el mantenimiento de un dual sistema privado y público, para el desarrollo del bienestar social.

Sin perjuicio de reconocer un intransferible campo para las acciones gubernamentales, se sostiene que la filantropía (entendida en el sentido amplio como las actividades del sector no lucrativo), refuerza la estructura social, estimándose que los ciudadanos y las instituciones privadas deben continuar en aquellas funciones que realizan tan bien como el Estado o incluso mejor.

Se recalca -entre otrasla función de las entidades privadas como «laboratorios sociales», donde es dable obtener avances acordes con las cambiantes necesidades modernas, superando así el atraso que manifiestan las innovaciones sociales, frente a los logros de la tecnología en otras áreas. (16)

Todo lo expuesto en cuanto intenta evaluar la función social de la caridad y filantropía, es aplicable a la beneficencia, que generalmente aparece como el fruto de tales motivaciones.

Como ya hemos dicho, en la beneficencia, al margen de actuaciones individuales siempre posibles, encontramos habitualmente instituciones estatutaria y administrativamente aplicadas a su desenvolvimiento; en cada caso las repercusiones sociales del trabajo de tales entidades, dependerá de uno y mil factores, tanto intrínsecos (integrantes, poder, recursos), como referidos a la latitud de los fines y a la capacidad para cumplirlos.

Al intentar una apreciación global, resulta justo recordar el papel precursor que tantas y tan prestigiosas instituciones tuvieron, constituyendo focos básicos de atención y preocupación por los desposeídos, donde más allá de los auxilios concretos que se dispensaban, se marcaban actitudes solidarias, que contribuyeron a la sensibilización de la sociedad civil y de las autoridades estatales, propiciando la asunción de responsabilidades colectivas.

Para evaluar la real incidencia que la beneficencia ha tenido y tiene en la actualidad, parece lícito centrar la atención en un área a la cual los esfuerzos benéficos se han dedicado en forma preferente pero no exclusiva: la satisfacción de las necesidades perentorias que aquejan a grandes masas de población en todas las áreas geográficas.

Frente a tal problemática, ¿pueden dichas actuaciones constituir una solución de verdadera importancia?

Parece evidente que plantear la cuestión, equivale a resolverla negativamente.

En forma diaria, la prensa nos impone de las duras carencias que golpean en todos los ámbitos de la sociedad moderna, afectando a todos los países del orbe, si bien con importantes variantes de grado.

Estamos en el oscuro reino de los «problemas sociales», situaciones extremas, en las que mal viven un gran número de individuos, sin culpa y sin posibilidades de superación, puesto que obedecen a causas sociales que emanan de la estructura como un todo y actúan más allá de las condiciones personales.

Enrique Amadasi dice que «...problema social es una discrepancia significativa entre la realidad y un estándar deseable». Esto nos remite a una relación entre dos planos, el de las cosas como son en realidad y el ideal, el deber ser.

Según una segunda definición, el problema social «es una condición, que afecta a un número significativo de personas, de modo considerado indeseable, y que según se cree puede ser solucionado mediante la acción social colectiva». (17)

La actuación se manifiesta en las políticas sociales, que son «...todas aquellas respuestas que desde la sociedad se dan para enfrentar los problemas sociales... Todas las políticas sociales tienen su origen en la sociedad... pero no todas... tienen que ser políticas desde el Estado...».

Entonces, frente a los problemas sociales y las políticas de variada índole y procedencia que se pueden aplicar, ¿que función social corresponde atribuir a las instituciones de beneficencia?.

Parece imposible formular una respuesta que abarque la infinidad de situaciones que se pueden dar, incluso en un mismo país y en períodos históricos de corta duración.

No obstante, algunas apreciaciones surgen como indubitables.

Dada la magnitud de la problemática y de la profundidad que debe procurarse en las soluciones, el rol del Estado deberá ser prioritario, pues sólo la organización jurídica de la sociedad puede disponer de los medios y potestades para establecer remedio a graves disfunciones que se dan en su ámbito. Las entidades benéficas podrán actuar, como lo vienen haciendo, en una función reparadora, asistencial, con intervenciones puntuales,

e indudable mérito y repercusión social, pero de transitorio efecto y escasa relevancia cuantitativa, si se las compara con las necesidades que permanecen insatisfechas.

Ante la extensión de los problemas sociales, la función de la beneficencia se revela como contingente, de pequeña incidencia en las soluciones, siempre sucedánea de políticas estatales y privadas de mayor compromiso colectivo.

En todo caso, deberá prevenirse que desde el ángulo de los receptores, los actos benéficos pueden propiciar acostumbramiento y el desarrollo de una perniciosa pasividad.

Conclusiones

Digamos para finalizar, que la realidad de la vida diaria muestra una gran distancia entre la reconocida validez de los preceptos caritativos y filantrópicos, cuya esencia es amar al prójimo como si fuera uno mismo, («...vivir la experiencia de unidad con todos los hombres, de solidaridad humana»... como ha dicho Fromm) y su efectiva vigencia en las relaciones humanas cotidianas.

Por más que la experiencia nos revela que los sentimientos de amor juegan un modesto rol en la sociedad moderna, limitándose a acciones puntuales que favorecen a

determinados individuos, sin implicar una solución de fondo para los problemas existentes, no por ello se deberá desistir de su promoción.

Se podrán poner en controversia una y mil teorías, intentando desentrañar la esencia de la condición del hombre y seguramente las discrepancias no se acallarán mientras haya seres pensantes. Pero el postulado de la fraternidad humana, luce al abrigo de las

discordias, inmune a toda crítica; sólo ha menester el incremento de fuerzas espirituales que intensifiquen su práctica.


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