BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

FUNDAMENTOS DEL SERVICIO COMUNITARIO PRIVADO

Nelson de Vida Martincorena




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Sujetos

Del concepto de caridad que venimos de exponer, emana el rol trascendente del sujeto activo que ajusta su conducta al principio caritativo y por ende, concreta su amor al prójimo y a la divinidad (en la vertiente religiosa) en una acción que se basa exclusivamente en ese sentimiento.

Por tratarse de una virtud personal, la motivación resulta fundamental y cualquier móvil espurio (cálculo egoísta, temor a la divinidad, aspiración a una próxima recompensa, etc.) daña insanablemente el acto, que podrá tener importancia beneficiosa para determinada persona, pero que, desde el estricto punto de vista de la caridad, no se compadecerá con su exigencia.

Puesto que la caridad se mueve en el reino de los preceptos morales, su falta de observancia traerá la consecuencia propia de las infracciones éticas, esto es, radicará en la conciencia del sujeto, la vivencia de su desajuste al principio de amor fraterno a los semejantes. (*)

En tanto se ha definido a la caridad como una virtud personal, ella no necesita para manifestarse, la mediación de una institución, que implica una unión de voluntades para fines que trascienden el interés individual.

Esa conclusión nos llevaría a afirmar que en materia de caridad, poco tienen que hacer los sujetos colectivos. Sin embargo, en la realidad actual y a lo largo de la historia, han proliferado las «instituciones de caridad»...

Para explicar esta aparente contradicción, debemos realizar una clara distinción: si bien la caridad es una forma personal de vivir el amor, una actitud del sujeto que se traduce en actos hacia los semejantes, otra cosa muy distinta es la promoción de la misma, su difusión en el plano de los hechos.

Es así que la propagación de actitudes fraternas, que viene impulsada desde épocas pretéritas, ha tomado forma y se ha institucionalizado en organizaciones, religiosas y laicas.

Dichas entidades han contribuido con el ejemplo, han abierto canales, dando instrumentos prácticos para que los individuos encuentren facilitado su deber personal hacia el prójimo, potenciando los esfuerzos, en procura de concretos beneficios para los necesitados.

La importancia de tales organizaciones en todo el orbe, no necesita ser encarecida. Solamente en EEUU, se señala que el número de «charitables organizations» y de otras asociaciones voluntarias no lucrativas, puede llegar a los seis millones. (7)

(*) Si se consideran involucrados aspectos teológicos, que según vimos tuvieron tanta importancia en el afianzamiento de la caridad (en particular en la civilización occidental cristiana) las actitudes no caritativas, implicarán un clara transgresión religiosa.

Si bien en materia de caridad tiene tanta importancia el sujeto activo, dado que el acto caritativo es autosuficiente y se configura por sí, el receptor permanece en un segundo plano, siendo meramente el destinatario de una acción que se presume lo beneficiará de alguna manera.

Entonces desde el ángulo del sujeto pasivo, no hay connotaciones particulares; no son exigibles, el agradecimiento, la participación, el esfuerzo, ni otros similares requerimientos.

No obstante, en la vida de las instituciones son señalables conceptos calificativos de la persona del necesitado, que implican pautas organizativas para apreciar el merecimiento de la ayuda, que puede estar vedada si se juzga que la conducta anterior del sujeto ha dado mérito a su actual situación.

Lo expuesto no significa ignorar que partiendo de un concepto equivocado de caridad, que la asimila a la mera dádiva, muchos han señalado la producción de perniciosos efectos en el beneficiado, que se siente deudor, disminuido frente a una acción que le puede dejar en una posición inferior, acaso perpetuando las condicionantes que produjeron su carencia.

Por su parte, en el lado activo de la gestión de beneficencia, podemos encontrar individuos aislados y más comúnmente, instituciones con ese fin específico.

En plano subjetivo, las exigencias de la beneficencia son menores que las de la caridad, puesto que como ya vimos sólo es requerible realizar el bien en forma desinteresada.

En el lado pasivo de la relación, en general el sujeto receptor no presenta condiciones específicas: se tratará habitualmente de personas que no poseen medios que les aseguren una vida normal.

Los grupos carenciados tienen una importancia que podríamos calificar de refleja, puesto que la intención de solucionar su problemática, constituye la causa desencadenante de la constitución y desarrollo de la institución.

Así, la niñez desvalida, los huérfanos, los enfermos y discapacitados, son algunos de los grupos que tradicionalmente han merecido una preferente atención.

Lógicamente, las posibilidades son múltiples, pero como rasgo general, la determinación de objetivos proviene de las peculiaridades de los beneficiarios.

Justo es reconocer que desde sus primeras manifestaciones modernas, las instituciones benéficas adoptaron ciertos principios de calificación de las necesidades y sus causas.

Ese criterio selectivo, encuentra origen en algunos casos en las opiniones de moralistas y benefactores, como Juan Luis Vives, quien decía en el Siglo XVI: «...los mendigos, vagos sin domicilio, si tienen buena salud deben declarar la causa por la cual mendigan; ellos deben ser compelidos a trabajar o bien ser encarcelados. Ningún pobre debe estar ocioso si por su edad y salud puede trabajar». (*) (8)


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