BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

FUNDAMENTOS DEL SERVICIO COMUNITARIO PRIVADO

Nelson de Vida Martincorena




Esta página muestra parte del texto pero sin formato.

Puede bajarse el libro completo en PDF comprimido ZIP (162 páginas, 779 kb) pulsando aquí

 


Contenido

Apreciemos ahora los fines y objetivos de los sujetos activos y las tareas que se cumplen.

Si la caridad se trasunta en actitudes del sujeto hacia sus semejantes debemos entonces referirnos a las manifestaciones, que ayudan a delinear la disposición que se vive en el fuero íntimo.

No obstante, esos actos, nada significan para el reino de la caridad, si no es ella y sólo ella la que los motiva.

Los actos o hechos son neutros; pueden ser representativos de una actitud caritativa o concretar una disposición meramente benéfica, sin carga subjetiva moralmente valiosa. Pueden incluso tener finalidades maliciosas, como el caso de quien gratuitamente brinda un servicio, para captar voluntades o en la búsqueda de un propósito deleznable.

Refiriéndonos a la situación normal, el amor se exterioriza en una amplia gama de actitudes que es imposible enumerar en forma taxativa, puesto que la fraternidad tiene mil formas de manifestarse.

Es evidente que la disposición caritativa y sus consecuencias concretas tienden a mejorar la condición del sujeto beneficiado, atendiendo necesidades del más variado tipo.

Las manifestaciones inmateriales o espirituales tienen un amplio campo de expresión, que refieren tanto a actitudes positivas como negativas.

Dentro de las primeras, se ha señalado: aconsejar al que duda, enseñar a los ignorantes, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar a las personas, ser paciente y tolerante, otorgar credibilidad a los demás. En suma «sentirse responsable por el prójimo y uno con él». (9)

La caridad exige a su vez, múltiples abstenciones: evitar daños e injurias, no ser envidioso, no obrar precipitadamente, no ser ambicioso, no buscar provechos desmedidos, no moverse por ira, no ser malicioso ni gozar de la iniquidad.

Si bien actitudes como las descriptas tienen un contenido espiritual valioso, resulta natural asociar la caridad con aportes directos a las personas carenciadas. Es en ese campo de satisfacción de necesidades imprescindibles para la vida, ayudando a quienes no pueden proveerse por sí mismos, donde la caridad encontró desde siempre, un lugar propicio para manifestarse.

(*) El propósito de las instituciones de no circunscribirse a la mera ayuda material, sino de actuar sobre las condiciones en que se desenvuelve el sujeto beneficiado, procurando remover las causas de la situación, tiene larga data y también encuentra en el pensamiento de Vives, un interesante precedente. Según dicho filósofo, a los indigentes debe proporcionárseles ayuda por medio de empleos, capacitación, auxilios y rehabilitación, en lugar de mera limosna.

Desde las épocas primeras del cristianismo, cobran trascendencia las preocupaciones por el cuidado de los huérfanos, las viudas, los enfermos e inhábiles para el trabajo, así como el rescate de los prisioneros, la manumisión de esclavos y el sostén de los peregrinos y de las comunidades perseguidas.

Con el paso del tiempo, a la provisión de los bienes materiales, se agregó el trabajo personal voluntario, la calidez del afecto y la preocupación fraterna, el trato directo con la persona necesitada, todo lo cual asegura los resultados; asimismo las actitudes caritativas tendieron a organizarse bajo la forma de instituciones especializadas en proporcionar auxilios y atenciones.

Nos resta decir que no hay actos que integren por sí, el contenido de la caridad, sean ellos expresión individual o de un actuar colectivo. No hay por así decirlo, una «materia» específica de la caridad.

Eso sí, en todo momento los actos deben guardar una estado de tensión y correspondencia con una verdadera actitud de amor; las manifestaciones externas deben estar permanentemente iluminadas por una fraternal disposición.

Los actos de beneficencia son por definición, más limitados que los que manifiestan la caridad.

En primer lugar, las abstenciones y omisiones, que tan importantes pueden ser en las actitudes fraternales, nada tienen que ver con la beneficencia.

En cuanto a los actos de contenido positivo, es dable señalar una clara evolución; partiendo de la atención y el alivio de acuciantes necesidades, fueron ingresando progresivamente a nuevos campos, proveyendo la satisfacción de valores espirituales.

Ello no significa desconocer que la esfera de las carencias materiales emergentes del estado de pobreza, es donde ha actuado y actúa la beneficencia, con tono prioritario, por más que su eficacia sea muy relativa.

Otros problemas individuales y sociales también han merecido preferente atención, tratando de compensar las desigualdades que se dan en el seno de la sociedad.

Así la discapacidad, la soledad que emana de la rotura de los vínculos familiares (orfandad, ancianidad), enfermedades especialmente inhabilitantes, delincuencia y drogadicción, para citar algunas.

La ampliación del contenido no dimana exclusivamente de la extensión de los objetos que se procuran, sino que también se vincula con la forma en que se cumple la actuación.

Las instituciones pasan a brindar «asistencia», que es un concepto más rico que «socorro» o «auxilio», que parecen propios de emergencias y carencias momentáneas.

Entendemos que la asistencia tiende a involucrar el concepto de permanencia en la acción y por lo mismo el aporte de un caudal científico, que perfecciona los procedimientos de la institución. (*)

Asimismo, el desarrollo de la personalidad y el cultivo del espíritu, el progreso de la ciencia y la promoción de las artes, no han estado ajenos a las actividades que consideramos; esos objetivos recogen la motivación filantrópica, que afincada preferentemente desde sus orígenes en obras de público beneficio más que en el remedio de aflicciones personales, se fue nutriendo de nuevas ideas que configuraron una orientación «científica» de la filantropía.

En una interesantísima exposición titulada «Desde la caridad a la filantropía», Daniel J. Boorstin, señala que en tanto en la caridad tradicional predomina el sentido privado y personal del sentimiento, así como su función religiosa («Quien da limosnas está tratando menos de solucionar un problema de este mundo, que ganando su derecho a entrar en el siguiente; el espíritu filantrópico, que tuvo un gran desarrollo en EEUU, traslada el interés, de quien da a quien recibe, de salvar almas a solucionar problemas, de un asunto de conciencia a un asunto de comunidad»). (**) (10)

Según el autor citado, la moderna filantropía tiene una vocación preferentemente comunitaria, que encuentra fundamento en una concepción particular del espíritu americano, propicio a las gestiones privadas a favor de la comunidad; a no esperar de las autoridades gubernamentales la provisión de todos los servicios públicos.

Dicha filantropía pone particular énfasis en el enriquecimiento comunitario, así como en la participación de la comunidad en obras de su propio interés, considerando a quien recibe el auxilio como un posible benefactor futuro. Al no fundarse la filantropía en un deber religioso absoluto e inamovible, la misma podrá cambiar y adaptarse a las nuevas necesidades colectivas.

Más adelante, nos resultará evidente que estos enfoques progresistas manifiestan algunos rasgos esenciales del moderno servicio comunitario.


Grupo EUMEDNET de la Universidad de Málaga Mensajes cristianos

Venta, Reparación y Liberación de Teléfonos Móviles