BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

INTEGRACIÓN. TEORÍA Y PROCESOS. BOLIVIA Y LA INTEGRACIÓN

Alberto Solares Gaite




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6. SUSTENTACIÓN DOCTRINAL

En este punto y como sustento para los anteriores, seguiremos la reseña doctrinal que realiza Gustavo Magariños en sus reflexiones acerca de la integración para el desarrollo (7).

Según Magariños, a partir de las observaciones formuladas a las concepciones de la teoría clásica de las uniones aduaneras, se dio una creciente tendencia a establecer una relación directamente vinculante entre la teoría de la integración y la teoría del desarrollo. Este enfoque le ha dado sustentación lógica a los sistemas regionales entre países periféricos y ha puesto en tela de juicio la aplicabilidad a estos casos de los principios de la doctrina ortodoxa.

La integración es concebida como un instrumento asociativo impulsor del crecimiento de economías que individualmente afrontan dificultades para desarrollarse autónomamente en un entorno internacional poco favorable, tal es el caso de todos los procesos latinoamericanos de integración. La validéz de esta concepción fue reconocida por diversos tratadistas, que destacan las dificultades de los países subdesarrollados para aceptar el comercio libre a nivel mundial, porque necesitan restringir sus importaciones en resguardo de sus propias economías e industrias.

Gunnar Myrdal (8), opinó que ellos deben unirse en bloque comerciales y erigir un muro protector con el fin de benefiarse de la división del trabajo dentro de los grupos o fortalecer el poder de negociación entre sus miembros.

Bela Balassa (9), puso en duda el criterio de que los acuerdos preferenciales entre países en desarrollo no son deseables porque la adquisición de bienes entre ellos se haria a precios más altos que los mundiales y consideró ventajosa la creación de agrupaciones regionales, de las que, a su juicio, pueden redundar beneficios muy superiores a los que se lograrian a través de la liberalización unilateral. También justificó la protección de industrias incipientes en el marco de estas agrupaciones, pues sería menos costosa que a nivel individual de país, dado que el mercado ampliado permitiría trabajar a mayor escala.

Burenstam Linder (10) , señala que para los países en desarrollo el objetivo principal de la integración es acelerar el crecimiento a través de una transformación sustancial de sus estructuras económicas, concebida como un fenómeno global en cuyo marco los efectos comerciales fuera de la unión tienen relativa importancia. Los intercambios internos, dentro del mercado ampliado, al aumentar fuertemente a influjo de la liberación, contribuirían a esa transformación. La aplicación de los criterios de creación y desviación tienen en este contexto escasa relevancia.

Por su parte Harborth (11), menciona la aparición de nuevos enfoques dinámicos que podrían constituir una teoría de la integración esfecífica para los países menos desarrollados, diferente a la tradicional. A su juicio esta es una teoría concebida para atender la situación de Europa Occidenteal después de la guerra y orientada a reordenar su economía con base en las capacidades de producción que ya existían antes del conflicto. En cambio, la integración económica fue concebida por las naciones periféricas como un instrumento idóneo para impulsar el crecimiento y fomentar la industrialización. En América Latina, por ejemplo, el establecimiento de un mecanismo de preferencias comerciales discriminatorio con respecto al resto del mundo y la ampliación de los mercados en el área fueron considerados como un requisito del desarrollo.

En los inicios del proceso latinoamericano, en la década de los años 50, la principal òptica integracionista derivaba de la teoría de Raúl Prebisch en torno al subdesarrollo, la cual le asignó especial importancia a la variable externa constituida por una realidad internacional adversa a los intereses regionales que cimentó la doctrina sobre el deterioro de los términos del intercambio. El aumento de las exportaciones fue estimado como indispensable para el desarrollo económico individual y colectivo de los países del área y para cortar el nudo gordiano de la insuficiencias de divisas aplicable a compras en el exterior, necesarias para la expansión económica y para evitar la recurrencia de desequilibrios externos. Estos fueron los principales objetivos de la concepción cepalina de la integración económica regional, bastante desacreditada posteriormente por la prevalencia posterior de un liberalismo económico a ultranza.

En todo caso, en América Latina se consideró siempre que integración y desarrollo son términos indisolublemente unidos entre si, en una relación de objetivo instrumental a objetivo final: se desea la integración para facilitar un mejor y más rápido desarrollo y no como una meta que se agota en su propio logro. Esta línea de pensamiento interpreta la integración regional como un proceso de reforma estructural de las economías involucradas y difiere sustancialmente del método análitico ortodoxo aplicado a las uniones aduaneras. Se trata de promover conjuntamente el crecimiento económico y acelerarlo lo más posible en forma equilibrada, la integración no debe servir ùnicamente para comerciar entre si, sino para crecer juntos.

En este sentido, también se puso en duda que el principio de la libertad de comercio sea efectivamente un instrumento para lograr un creciente bienestar general con equidad distributiva para las diversas economías. Se pensaba que la aplicación indiscriminada del criterio de las ventajas comparativas como ordenador de los intercambios internacionales había generado un sistema injusto, llevando a los países subdesarrollados a concentrarse en las actividades primarias y a ser excluidos de la producción de manufacturas, en desmedro de la dinámica de su crecimiento.

Aunque parezca actualmente superada esta visión negativa en relación a la libertad de comercio, y abocados como están los países en desarrollo a procesos de apertura económica, la integración mantiene sin embargo su connotación desarrollista, solo que ahora se trata de realizar ajustes y provocar transformaciones con vista a las más rápida y eficiente inserción en la economía internacional. Los mecanismos regionales siguen poniendo en evidencia que los países se unen o se asocian para crecer y fortalecerse juntos y no sólo para comerciar más entre sí.

Si bien no existe una teoría de la “integración para el desarrollo”, orgánica y definida, son perceptibles sus principales elementos, generalmente orientados a inducir cambios estructurales en las economías de los países involucrados, a diversificar y expandir sus industrias, fomentar las inversiones internas y externas, fortalecer su poder negociador en lo internacional, consolidar su estabilidad política creando sistemas de solidaridad democrática, atender diversas preferencias sociales o bienes públicos colectivos. Lo importante es multiplicar las interacciones entre los agentes económicos, crear nuevas oportunidades industriales improbables en los ámbitos nacionales, ingresar al campo de la innovación tecnológica, trabajar aprovechando las economías de escala derivadas del mercado ampliado, efectos éstos no contemplados por la teoría clásica de las uniones aduaneras, imposibilitada para interpretar cabalmente los procesos de integración entre países en desarrollo.


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