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MULTIPLICIDADES SEMIÓSICAS Y CHORROS DECONSTRUCTIVOS. UNA MÚSICA CONTRASIGNIFICANTE

Edgardo Adrián López




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I.2. La Semiótica en la semiperiferia europea

“… (Para la Sociología del ‘sentido mentado’), … la acción social no es idéntica … a una acción homogéna …”

Max Weber*

“… (La) postrera luz llama a los vencidos …”

Virgilio*

A principios del siglo XX, un teórico soviético llamado Valentín Volóshinov expresa su desacuerdo con el axioma de Saussure, respecto a que la lengua es el locus donde podemos comprobar la genuina naturaleza de la comunicación humana (algunos piensan que este crítico es en realidad, Bakhtine, quien solía firmar sus primeras contribuciones con el nombre de amigos y conocidos suyos –Kozhinov, 1986 b: 8–, a causa de la marginación intelectual que padecía). Por el contrario, propone al habla, por cuanto ésta responde a una situación concreta y se altera acorde al contexto; a pesar de sus variaciones es factible indagar en ella en qué consistiría el intercambio simbólico.

El lingüista danés Louis Hjemslev, perteneciente a la Escuela de Copenhague (Kristeva, 1988: 236), a diferencia de Volóshinov, consideró que la lengua y no el habla, era el sistema de signos maestro, sobre el que era oportuno elaborar modelos de producción semiósica.

Generaliza el principio de arbitrariedad saussureano y elucubra que la lenguasistema es arbitraria; ésta resulta ser un “álgebra” puramente relacional entre elementos que son “contingentes” (Rosa, 1978: 24, 88).

Hacia 1948 sistematiza sus investigaciones efectuadas durante años en Prolegómenos a una teoría del lenguaje (Kristeva, 1988: 236/237). Dedica gran parte de la exposición a describir los procedimientos metodológicos adecuados para entender la lengua en tanto sistema (ibíd.). Cavila que el lingüista tiene que ser epistemólogo y que la epistemología es la que determinará si las premisas de indagación, requerirán de una justificación a posteriori (loc. cit.: 237).

Para este analista, el signo no sólo es, como en Saussure, el nexo entre una sustancia material o significante, y un concepto mental o significado, sino que implica una relación recursiva consigo mismo (op. cit.: 238) y con otros órdenes de signos. Dicho enlace es lo connotado, que entonces se separa de lo denotado (loc. cit.: 240 –más adelante, cuando des/glosemos a Barthes, tendremos ocasión de ahondar en la intuición hjemsleviana). Muñidos con tales categorías, es viable arribar a la idea de que hay un “lenguaje de connotación” que se apoya sobre un “lenguaje de denotación” (ibíd.).

Define “función” y “términos funtivos” para describir ciertos contornos del lenguaje: la función es una “estructura” en la que sus elementos tienen una dependencia entre sí; los funtivos son esos integrantes (loc. cit.: 238). En pinceladas amplias, existen dos grandes clases de funciones: a) las de conjunción, que son propias de los textos y/o de los procesos de significación en general; b) las de disyunción, que se predican de la lengua–sistema (op. cit.: 238). Los procesos de significación y los textos aludidos son pues, segmentos de la lengua/totalidad.

Los signos son funciones que “coordinan” dos aspectos: el contenido y la expresión. Como el signo es una materialidad, hay una materia del contenido y una remisible a la expresión. Pero si detectamos la materia, es que su correlato es la forma. A su vez, ésta tiene una sustancia. Por ende, los componentes del signo son cuatro y no dos: contenido–expresión; forma/sustancia (ibíd.).

Acodándose en esa cuatripartición, el danés infiere que la lengua tiene un triple aspecto: a- es un esquema o forma pura; b- es un conjunto de normas o una forma material; c- es un sistema de usos o conglomerado de hábitos. Desde este perfil, el habla resulta abocetada como los “usos en acto”, la “ejecución”, “performance” o “proceso” (Rosa, 1978: 65).

Hjemslev postula que la Semiótica se aboca a la deconstrucción de todos los objetos que tengan una estructura análoga a la del lenguaje (Kristeva, 1988: 239). En virtud de que el lenguaje articulado se tenía que desmadejar sobre los planos de la expresión y del contenido, el danés amplía el aserto para definir que algo es lenguaje si y sólo si cuenta con ambos registros (op. cit.: 240).

A raíz de que la Semiótica, que es un lenguaje, habla de otros aquélla es un metalenguaje del cual el lenguaje–objeto es uno no científico (ibíd.). La Meta/Semiótica sería un metalenguaje omnicomprensivo que absorbería en calidad de lenguas–objeto, cualquier semiología particular (loc. cit.: 240/241).

Ahora bien y por desusado que parezca, la semiótica rusa tuvo algunos antecedentes tímidos en marxistas de la estatura de G. V. Plekhanov(10). Por su lado, Sergei Karcevski influyó en 1917 en el Círculo Lingüístico de Moscú ataviado con los aportes del curso que había tomado de Saussure en Ginebra. El Círculo estaba conectado con otra organización (La Sociedad de Petrogrado para el Estudio del Lenguaje Poético), a la que pertenecía Roman Jakobson(11). La Sociedad, que fue caracterizada por sus opositores como “formalista”, intentaba descubrir lo que constituía la “literariedad” de la literatura y los mecanismos de la creación que la llevaban a suscitar lo extraño, llamativo, etc. a partir de lo “menos” estético. En complemento, el Círculo estudiaba la peculiar función artística que “cualificaba” al lenguaje poético. Ambos centros, estipulan que los textos pertenecientes al arte no representan nada, ni son un simple documento de historia cultural, ni de relaciones sociales, ni de factores biográficos. La literatura no debía ser interpretada de acuerdo a variables sociológicas.

Luego de la (fallida) revolución bolchevique de 1917, que terminó por derrotarse a sí misma con la burocracia y Stalin, Jakobson emigró en 1920 hacia Praga; fundó el Círculo Lingüístico de Praga (Kristeva, 1988: 227). Allí elaboró una idea de “estructura” diferente de la que se articulaba en la Europa central: por ejemplo, para Claude Lévi-Strauss la cultura era una “gramática”; para el refugiado moscovita las estructuras no eran sólo un lenguaje. Estaban abiertas a otras y no podían evaluarse “cerradas”. A esta idea la había elaborado apoyándose en Wilhelm von Humbolt: el lenguaje era un proceso y no un resultado o producto final. Por ende, las estructuras evolucionaban y no eran estáticas (loc. cit: 227/228). Todo sistema existe en permanente cambio y la evolución posee una naturaleza sistémica.

También abandonó el axioma de sus ex compañeros formalistas (sobre quienes influyó –Lozano, 1979b: 15, 28), postulando que la obra de arte era independiente pero no al extremo de estar apartada de su entorno histórico. Cualquier producto estético contaba con sus estructuras y con el sistema que las articulaba; la diferencia con otros valores de disfrute era que el componente “estético” sobresalía y le daba su impronta (op. cit: 296/297).

En 1939, cuando los nazis invadieron la ex–Checoslovaquia se dirigió a Escandinavia. Hacia 1941 emigró a los Estados Unidos y se ubicó como una de las principales figuras de la Semiótica norteamericana. A partir de su contacto con la obra de Charles Sanders Peirce, especuló que algunos símbolos pueden ser por igual íconos e índices. Por añadidura, sostuvo que la lengua era un sistema de símbolos (en el sentido peirciano), en el que se mixturan íconos, símbolos e índices (Rosa, 1978: 20). Consideraba que uno de los aportes de Peirce, era afirmar que los tres tipos de signos citados eran los fundamentales y que, pese a sus diferencias, todos los signos poseían en alguna medida “simbolicidad”, “iconicidad” e “indicialidad” (op. cit.: 20/21).

Estipuló que existían índices que se hallan en una relación de causalidad con el que los enuncia. Jakobson los denominó “conmutadores”; señalan el contexto de una enunciación y sus posibles causas o motivaciones (en la actualidad, son llamados deícticos). Estos “marcadores” trasladan el foco de la atención desde el enunciado, al contexto de enunciación por cuanto se tiene que estar atento a quien dice “yo” en cada caso, v. g., para saber quién es el que lo afirma. Además de ser sensibles a la situación general de comunicación, cumplen funciones referenciales.

Combinando estas inflexiones con la teoría de la información, establece que la estructura de todo acto dador de sentido consiste en transmitir datos (Kristeva, 1988: 292; Rosa, 1978: 45; Lozano, 1979b: 29):

A dicho esquema, le superpone las funciones correspondientes (Kristeva, 1988: 293; VVAA, 2001):

De ello resulta que la comunicación puede tener varias “capas” que predominan según los giros de lo enunciado, aunque todas las enunciaciones contengan idénticos elementos. F. i., la “función emotiva” es hegemónica cuando el centro está puesto en el emisor. La “conativa” asoma cuando el acento se encuentra colocado en el destinatario. La “función fática” aflora en el instante en que el tono de lo proferido intenta “intimar” con el interlocutor o “atraerlo”. La “metalingüística”, cuando el mensaje habla de sí mismo o de otro texto. Por último, la “función poética”(12) domina cuando el eje es el mensaje (Rosa, 1978: 45). En suma, la comunicación es el resultado de una jerarquía estructurante de funciones.

También cuestionó la noción saussureana respecto a que los nexos entre significado y significante eran, en parte, arbitrarios y, en parte, motivados. Postuló que la lengua sistema ocasiona que los hablantes introyecten esos vínculos, de tal forma que ni siquiera se los evalúa “sociales” (loc. cit.: 21). Por último, en lo que corresponde al plano de la producción de sentido las reglas sintácticas tienen un carácter cuasi lógico que imposibilitan las construcciones aberrantes y con ello, demuestran su “necesariedad” (loc. cit.: 21–22).

Hacia 1936 otro miembro del Círculo de Praga, Jan Mukarovsky, cree en la existencia de una “función estética” en la mayoría de los objetos culturales. Asimismo, piensa que en casi todos ellos hay una “función comunicativa”.

La función estética, que no es patrimonio exclusivo de los productos del arte, se divide en la “norma estética” y en el “valor artístico”. La primera, pauta lo que habrá de considerarse estético o no; el segundo es sostenido por las instituciones e internalizado por los individuos. En efecto, la sociedad gesta mecanismos, instancias, etc. que jerarquizan las obras de arte y que vigilan el ejercicio del artista. Los críticos, la comercialización de las obras, los museos, las exposiciones, etc. son parte de ese conglomerado que sanciona lo que es arte y lo que no lo es.

El valor estético es en parte, adjudicado por el destinatario. Sin embargo, éste posee valores “extraestéticos” que pueden interactuar con los que se carga el texto a lo largo de su recorrido social. Fue un discípulo del autor sintetizado, Felix Vodicka, quien postuló que se debía especificar (VVAA, 2001): a. cómo se percibe la obra; b. qué valores se le atribuyen; c. en qué forma se presenta ante sus potenciales consumidores; d. qué conexiones semánticas evoca; e. en qué entorno colectivo existe; f. cuál es el orden jerárquico en la que se injerta.

A pesar que el modelo comunicacional más que semiótico en sentido estricto, propuesto por Jakobson, cuenta con la alternativa que ofrece la teoría de la enunciación, sus desarrollos implicaron intuiciones geniales. E. g., se relevó el papel del entorno en la diseminación del sentido que ocurre en las producciones semióticas; fue destacado el rol del receptor/destinatario/lector de los textos; la semiosis acabó visualizada a manera de un devenir de múltiples “capas”, etc.; ejes que son el núcleo de innumerables vertientes actuales (Kristeva, Eco, Pêcheux, etc.).

Un estudioso que inauguró líneas de análisis que fueron reconocidas casi post–mortem, fue Mikhaíl Mikháilovich Bakhtine, excluido tanto por colegas cuanto por la desgracia contrarrevolucionaria que fue el estalinismo.

Hizo su primer asomo en la prensa en 1919 con el artículo “Arte y responsabilidad” (Bakhtine, 1985c; Bubnova, 1985b: 9).

Aunque la producción es pasible de dar la impresión de inorganicidad, durante cincuenta años el semiólogo ruso elaboró un espacio de problemas, temas y objetos de reflexión que guardan unidad y acerca de los que escribió, de cuando en cuando, reseñas periodísticas (Bubnova, loc. cit.).

Una de las preocupaciones recurrentes, fue la crítica sin descanso a los formalistas que entonces tenían un acentuado prestigio (Kozhinov, 1986b: 8). En el contexto de esta polémica, pone en duda el torpe causacionismo “marxista” que enlaza de una forma directa, reduccionista e irrelevante las condiciones de la vida material y las axiologías que se despliegan en las novelas.

A manera de un criterio orientador que por ende, reconoce sus limitaciones, es dable afirmar que Bakhtine se preocupa, en la década del ‘20 (Bubnova, 1985b: 10), de los problemas de la estética, de la filosofía del lenguaje, de cuestiones metodológicas, etc.

A fines de 1923, conduce trabajos de investigación en el Instituto de Historia de las Artes de la actual san Petersburgo (antes Leningrado –Kozhinov, 1986b: 7). De aquí surgen los artículos que darán nombre a un texto en español denominado Estética de la creación verbal (1985a).

En la década del ‘30, analiza la construcción del hombre en la literatura, el tiempo y el espacio en tanto que coordenadas de la significación artística del mundo, entre otros (Bubnova, 1985b: 10). Se inicia con Problemas de la poética de Dostoievski (1986a; Lozano, 1979b: 17); es también la etapa en la que esparce las reflexiones acerca de Rabelais, las que concluirán en su obra acerca de la cultura popular en la Edad Media (Kozhinov 1986b: 9).

En el ’40, finaliza una parte del trabajo sobre el literato nombrado y lo eleva en 1941 para su consideración como Tesis Doctoral ante el Instituto de Literatura Universal de la Academia de Ciencias de la URSS, Moscú. Pero la Segunda Guerra demora su graduación hasta 1946.

En los ‘50 retorna a las cavilaciones en redor de los géneros discursivos, del enunciado, de cómo se constituye un autor, de las bases filosóficas y metodológicas del pensamiento humanístico, etc. (Bubnova, 1985b: 10).

En los ’60, reedita sus análisis en torno a Dostoievski y publica François Rabelais y la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (Kozhinov, 1986b: 9). En tanto que estudio de la cultura de los grupos subalternos (Bakhtine, 1987), revela que en épocas festivas como el carnaval, acaecen una serie de inversiones de los valores standard: en la época de las maneras refinadas, se elogia lo obsceno; en el siglo en que el hombre “es” espíritu, las fiestas de las plazas públicas lo recuerdan de carne; si sólo hay oración y fe, se otorga acogida a las réplicas “viles”; etc.

En la edición castellana de escritos dispersos titulada Teoría y estética de la novela (1989), el pensador se aboca a un vasto campo de problemas de teoría literaria y de poética, procurando desentrañar en qué consiste la esteticidad de los dos “géneros” mencionados. La Estética de la creación verbal (1985a) recoge artículos inconclusos (Kozhinov, 1986b: 10) que procuran dar una panorámica de sus objetos, temas y problemas. En calidad de “marco” o parergon, cierra el libro uno de sus últimos ambiciosos escritos que versa acerca de la necesidad de una metodología precisa en las Ciencias Humanas (1985l; Bubnova, 1985b: 10).

Otro gran semiólogo ruso es Iurij Mikháilovich Lotman**. Acorde a lo que nos informa el estudioso Manuel Cáceres Sánchez, en vida llegó a ser Miembro del Consejo de Ciencias Sociales de la UNESCO y del Comité Ejecutivo de la Asociación Internacional de Semiótica, entre otras distinciones y actividades (1996d: 249). Poseedor de una cultura enciclopédica, solía estar al corriente de las revelaciones científicas más novedosas, como las del Premio Nobel de Química Ilya Prigogine (loc. cit.: 250).

Habiendo sido alumno de Vladimir Propp en la Universidad Estatal de Leningrado, es probable que haya entrado en contacto al menos con algunas de las obras de Mikhaíl Mikháilovich Bakhtine (op. cit.: 251). Hacia 1950, se traslada a la universidad marginal de la entonces República federada de Estonia, en la que integra la influencia del formalismo ruso. A partir de ese viaje inaugural, la trayectoria del intelectual comentado se podría escandir en tres períodos (loc. cit.: 252).

En la fase 1950–1964, las preocupaciones de Lotman se afincan en la literatura rusa de los siglos XVIII, XIX y XX (op. cit.: 253). El corpus artístico es analizado como lenguaje, en el marco de las interconexiones texto/estructura extratextual, mediante las dicotomías forma–contenido, la dupla unidad lexical/ unidad semántica (Lotman, 1982: 210), por la constitución de semas (op. cit.: 192), entre otros recursos.

En la etapa propia de lo que sería con los años la reconocida Escuela de Tartu (1964–1974), en la que tuvo una participación decisiva su esposa Zara Grigórievna (Cáceres Sánchez, 1996d: 254), empezaron por tabular las dificultades asociadas a una traducción “automática” y temas de lingüística sazonados con análisis semióticos.

Hacia 1961, un Instituto moscovita denominado Sección de Tipología Estructural de las Lenguas Eslavas y el Consejo de Cibernética de la misma localidad, organizan un gran Symposium acerca de los sistemas de signos. Entre los temas figuran “semiótica lógica”, “sistemas no verbales de comunicación”, “semiótica del ritual”, etc. (ibíd.). A pesar de las dificultades para publicar y de las barreras de la censura, las conclusiones se difunden en círculos restringidos del resto de la ex/URSS y de la Europa del Oeste (op. cit.: 255). Entonces se apuesta a que en los márgenes tal vez las investigaciones resulten menos llamativas; se deciden encuentros regulares en Tartu, Estonia. Allí, la creatividad, paciencia y sagacidad de Lotman en la gestión, acaban por nuclear los análisis semióticos en los sucesivos volúmenes de Trabajos sobre los sistemas de signos.

La idea es mostrar tanto que la Semiótica es capaz de abordar desiguales clases de objetos, como estudiar un mismo objeto con diferentes métodos complementarios. Esa “primera” generación (loc. cit.: 256) de eruditos establece una diferencia entre la Semiótica basada en las concepciones del signo (Peirce, Morris, Saussure, Hjemslev, etc.) y la Semiótica apoyada en la deconstrucción de todos los tipos de lenguajes, teniendo en cuenta particularmente al lenguaje articulado (op. cit.: 257). Es cuando se distingue entre los “sistemas modelizantes secundarios” y la lengua como “sistema modelizante primario” (loc. cit.: 258).

Obviamente y a pesar de las críticas que efectúa Lotman contra los formalistas, la influencia de éstos se percibe; también la de la lingüística estructural, y la de las teorías de la información y de la cibernética (op. cit.: 257; Lozano, 1979b: 18).

Con la “segunda” generación (loc. cit.: 256), la Escuela principia sus investigaciones, ya en los ‘70, en torno a la cultura, la que es definida a manera de un sistema secundario de modelización, por el cual las disímiles culturas entienden el signo de modo particular y construyen un mundo. Es en paralelo, la totalidad de la información no hereditaria adquirida, conservada y legada por los múltiples grupos sociales (op. cit.: 259).

Para Lotman y los suyos, la Semiótica no es únicamente un método o una ciencia sino una forma de “metacrítica” que permite sopesar épocas y sociedades lejanas. Es el modo de conciencia típica del siglo XX pasado.

Tal como lo hemos indicado supra, el pensamiento inaugurado bajo la influencia notable de la Escuela, evolucionó hacia un enfoque cada vez más complejo, rico y dinámico de la cultura y el texto (Navarro, 1996b: 17). De concebir la cultura a manera de un “sencillo” sistema de información, Lotman, a la cabeza de la “tercera” generación (Cáceres Sánchez, 1996d: 256), pasó a evaluarla en tanto productora de sentido para especular luego que es una “semiosfera”.

Incluso, pensó acerca del discurso histórico (Lotman, 1996c: 18). A la sazón, postuló que los historiadores están cercados por una triple tentación: a) linealizar los procesos al extremo de enredarse en una óptica finalista o providencialista, por la que la dinámica de los hechos es relatada como dirigida a cierto punto; b) no admiten que los acontecimientos puedan haber dado lugar a otros que, por determinadas razones, eran posibles pero quedaron excluidos; c) los investigadores evalúan lo sucedido como lo único viable (op. cit.: 74).

En cuanto a la semiosfera, esta idea deriva de los planteos de un estudioso de las formas vivas que argumenta que la biosfera es un sistema que condiciona lo que ocurre en ella. Los seres son una función de esa naturaleza–organismo (loc. cit.: 23). La semiosfera/cultura es el “espacio” abstracto fuera del cual es imposible cualquier semiosis (op. cit.: 24). Cada semiosfera delimita espacios “no semióticos”, que son los de otras semióticas articuladas por formas de economía y sociedad (loc. cit.: 29).

Si nos fuera permitido efectuar una panorámica de los “núcleos de interés” de la Escuela, allende sus generaciones (Cáceres Sánchez, 1996d: 256; Lozano, 1979b: 20–21), podríamos estipular que consistieron en:

1- buscar la interdisciplina equilibrada con los estudios de caso;

2- diluir al máximo las fronteras entre las llamadas ciencias “duras” y las humanísticas;

3- estudiar la literatura (sin descuidar la rusa) en el seno de la historia de los sistemas de pensamiento;

4- valerse de la noción clave de “sistema modelizante”;

5- estudiar cualquier forma de comunicación;

6- considerar los citados giros de intercambio en tanto que modelos (afincados en la combinación de signos de desigual factura) de expresión, aprehensión y adquisición de conocimientos (Cáceres Sánchez, 1996d: 260);

7- evaluar las formas de comunicación en calidad de lenguajes estructurados jerárquicamente, lenguajes que se enfocan con la estadística, la semiótica, la lógica, la cibernética, la teoría de la información, entre otros instrumentos;

8- una tipología de las culturas que enumere sus mecanismos elementales de funcionamiento y los integrantes comunes a toda semiosfera humana. La idea no es ofrecer explicaciones respecto a los fenómenos culturales, sino dar cuenta de por qué una cultura fue capaz de inducir determinados universos.


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