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MULTIPLICIDADES SEMIÓSICAS Y CHORROS DECONSTRUCTIVOS. UNA MÚSICA CONTRASIGNIFICANTE

Edgardo Adrián López




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I.1. Antecedentes

Como es sabido, la Semiótica surge en tanto producto del desarrollo de la Lingüística del siglo XIX, f. i., al menos en el contexto europeo (Rosa, 1978: 79); de ahí que sea im/postergable una historia(1) condensada de ella.

E. g., comenzaremos por destacar que la preocupación(2) por el lenguaje ha sido común tanto a los griegos (Kristeva, 1988: 19, 111), como a los hindúes (loc. cit: 92) y árabes (op. cit.: 136–137). Por ejemplo, Platón re/elaboraba los orígenes de las voces griegas. El erudito hindú Panini (loc. cit.: 93, 134), brindó una nueva concepción del lenguaje y una gramática innovadora para la época(3) (cerca del siglo IV a. C.), al realizar un compendio sobre el sánscrito (lengua de la religión, filosofía y literatura de la India).

Después de las incursiones del fundador de la teoría de las Ideas, Dionisio de Tracia en el siglo I d. C., construyó un sistema gramatical de la lengua griega que se divulgó con el formato de una “gramática tradicional” (op. cit.: 122). Los estudiosos romanos Elio Donato y Prisciano del siglo VI d. C., adaptaron el sistema al latín (loc. cit.: 123, 130–131). La traslación fue operativa porque, como se supo más tarde, ambas lenguas son indoeuropeas y cuentan con una estructura análoga. Esa gramática se usó hasta la Edad Media, momento en que se la quiso aplicar a las lenguas romances, lo que llevó a comprobar las limitaciones de dicha gramática puesto que el italiano, el francés y el español eran estructuralmente distintas a su “fuente” (op. cit.: 133).

Con la expansión violenta de Europa a fines del siglo XV, esa cultura narcisista, agresiva, etnocentrista y logocentrista, entró en contacto con otras lenguas. Este acontecimiento estimuló la búsqueda de un meta/sistema que funcionase para la mayor cantidad de formas de comunicación. En el siglo XVII, esa empresa se estampó en las llamadas gramáticas universales(4) que no obstante, venían de la Edad Media (Kristeva, 1988: 142). Al mismo tiempo, es descubierta la notable similitud entre el sánscrito, el latín y el griego. El británico Sir William Jones, sugirió en el siglo XVIII que las tres lenguas podrían haber aflorado de un tronco madre. Con ello, se abrió el campo para los estudios históricos y comparativos de la Lingüística del siglo XIX. Entonces se buscaron las conexiones entre las tres lenguas mencionadas, y el germánico, el celta y otras lenguas indoeuropeas.

En las postrimerías del ‘800, los eruditos centraron su atención en la organización y función de la lengua; con ello nacía la lingüística sincrónica, por oposición a la diacrónica o histórica. El suizo Ferdinand de Saussure, aconseja estas dos modalidades en su Curso de Lingüística general, publicado póstumamente en 1916.

En la década del ‘20, las lenguas aborígenes de los pueblos originarios de Estados Unidos fueron abordadas por lingüistas–antropólogos como Franz Boas (Kristeva, 1988: 58, 241). Con las tareas etnográficas volvieron a adquirir vuelo las descripciones, por lo que algunos, como el norteamericano Leonard Bloomfield, anhelaron hallar en 1933 fundamentos teóricos en los principios estrechos del conductismo(5).

Por su lado, las preocupaciones semióticas emergen con los griegos(6). Una vez más, Platón con su Cratilo se ubica a manera de un “antepasado” de la Semiótica (op. cit.: 113; Lozano, 1979b: 10); también Aristóteles (Lozano, ibíd.). En la “Hermeneia”, Libro II de la Lógica, el estagirita precisa y define algunos de los lexemas que utilizará luego en los “Analíticos”, tales como “nombre”, “verbo”, “proposición”, entre otros (Bobes Naves, 1973: 78/79). Prosigue el análisis de los sustantivos en su Poética (Kristeva, 1988: 118–119). En suma, el lenguaje es desmenuzado según sus relaciones sintácticas (Bobes Naves, 1973: 80).

Alrededor del 300 a. C. en Atenas, surge una polémica entre los epicúreos y los estoicos en torno a las diferencias entre los signos “naturales” y los “convencionales” (ir a Kristeva, 1988: 121 –para los estoicos, el modelo de signo par excellence es el síntoma médico(7)).

En la temprana Edad Media, san Agustín discurre acerca de los signos sociales o humanos. Sostuvo que las palabras parecen ser los correlatos de “palabras mentales”. Consideró que la lengua era un sistema de signos (Bobes Naves, 1973: 80). A su vez, pensaba que las cosas eran significables pero que ellas no eran signos. Idénticamente, palpitan signos que se refieren a otros, como las letras que figuran en lugar de sonidos (loc. cit.: 81). Distingue entre “objetos”, “nombres” y “conocimientos” referidos a unos y otros.

A mediados del siglo XIII, la Lógica comienza a evaluarse junto con la Gramática. El “zócalo discursivo” elevado por santo Tomás, se preocupaba por depurar la lengua para evitar conclusiones absurdas, a pesar de haberse utilizado razonamientos correctos (op. cit.: 81/82). En la época existen gramáticos “menores” de la talla de Pedro Hispano, Raimundo Lulio y Rogerio Bacon (loc. cit.: 82–83).

En la Baja Edad Media, se constata la presencia de una gramática “elemental” para la enseñanza, y otra especulativa que se afirma en la lógica (op. cit.: 83). Al mismo tiempo, se multiplican los nominalistas quienes creen que se puede predicar “verdad” o “error”(8) de los lexemas en sí y no sólo de las proposiciones, según opinaba Aristóteles (loc. cit.: 86).

A principios del siglo XIV, el franciscano inglés Guillermo de Occam profundizó los asertos agustinianos (Kristeva, 1988: 146). Parece aflorar una “proto”/teoría del metalenguaje: existen conceptos de conceptos (Bobes Naves, 1973: 86–87).

Por su lado, Tomás de Erfurt redacta una Gramática especulativa que versa sobre los signos (loc. cit.: 84). Una de las insuficiencias de la obra estriba en que por ejemplo, clasifica los adjetivos alternando criterios morfológicos, semánticos y hasta lógicos, esto es, apelando a patrones no homogéneos (op. cit.: 85).

A mediados del siglo XVII, Hobbes en el Capítulo IV (“Del lenguaje”) de la Parte I (“Del hombre”) de su cuerpo/texto Leviathan, plantea algunos problemas asociados a la ciencia y a la lengua (loc. cit.: 87). Sopesa que la verdad y falsedad son atributos del lenguaje, no de los entes; en consecuencia, lo científico radica en comprobar si las palabras fueron correctamente formuladas. En líneas básicas, es el mismo nervio que sustenta la Gramática de Port–Royal de los eruditos Lancelot y Arnauld (Kristeva, 1988: 163/164).

A fines de siglo, John Locke creyó que en los procesos de significación se encontraba una base novedosa para una lógica inédita (op. cit.: 178–179; Lozano, 1979b: 11).

Los “solitarios” de Port–Royal y sus continuadores, tuvieron eco en el racionalista siglo XVIII puesto que en él se afirma que la variedad de lenguas no oculta una matriz lógica fundamental, que la dona una naturaleza humana invariable (loc. cit.: 174/175).

Con el historicismo inaugurado por Herder en el siglo XIX, a partir de su Ideas sobre la Filosofía de la Historia de la Humanidad (op. cit.: 196), los estudios cuasi–semióticos se llevan adelante sobre el piso del desarrollo diacrónico y de los análisis comparados (loc. cit.: 198).

Nietzsche utiliza de manera expresa el lexema “semiótica”, tal cual lo apuntamos en la nota 20 de la “Introducción” de López, 2010e.

De la brillante exposición de Sini, es viable inferir que el lenguaje es “socrático” y que cualquier preocupación por el lenguaje (recuérdense sus célebres ironías contra los filólogos), se inscribe en la tradición occidental y metafísica que convirtió a la ciencia en una voluntad negadora de la vida (1985: 86/87).

De manera simultánea, Marx estudia el proceso de valorización a modo de un devenir por el que el producto real, concreto se convierte en puro signo de valor (1983c: nota 1 en p. 830). De ahí que sea legítimo sugerir que trata a los modos genéticos mercantilistas (desde el trueque simple al capitalismo), bajo el aspecto de un proceso semiótico que transustancia la riqueza en signo(9).

A partir de fines del siglo XIX, la Semiótica reconoce tres grandes filiaciones: las investigaciones de la semiperiferia europea, los estudios norteamericanos y lo gestado en Europa “central”. Para no enredarnos en el etnocentrismo europeizante, comenzaremos con los avances del Este para continuar luego con Estados Unidos.


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