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BAHÍAS, DEVENIRES Y HORIZONTES. LOS PERFILES DE MARX, Tomo II

Edgardo Adrián López




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NOTAS

(1) Hinc el planteo de Bourdieu respecto a las estructuras que estructuran (que podrían subsumirse en la superestructura) y las estructuras estructuradas (que son pasibles de integrarse en la base), deba ser enriquecido con la idea del suegro de Aveling de que son procesos (no obstante, Canclini remarca que los lexemas que puso en escena Bourdieu se pergeñaron para esquivar el economicismo de Marx y los marxistas –2004: 4/5). En última instancia, a pesar de la “rigidez” de la “basis”, las dos esferas son estructuras-devenir. [afirmaciones con pretensiones de cientificidad]

Sin embargo, la hipótesis del sociólogo francés nos permite englobar en la base rasgos que los marxismos ortodoxos no estarían dispuestos a ponderar. Igual acontece con la hiperestructura.

(2) Mientras el capital no se hace gigantesco y colectivo, las mejoras en sus condiciones generales de producción y valorización las descarga en el Estado, con la excusa de que son actividades de “interés nacional” y “público” (1972 a: 21).

Digamos de paso, que la forma global especulativa y por acciones es un modo de existencia del capital que es contradictoriamente privado y “comunitario”. El forcluido por Derrida, considera que ése es el rostro del capital desarrollado y el futuro hacia el que se orienta el régimen burgués. Contra los que afirman que habría capital pero no capitalistas, puesto que se habría vuelto “difuso” y anónimo.

En otro espacio de axiomas, la construcción de caminos puede ser tan cara que en su venta sólo sea factible medir la tarea necesaria y no el plustrabajo (op. cit.: 22/23). De donde argumentamos que en el régimen burgués, puede haber plustarea sin que ésta sea plusvalía (loc. cit.: 22), y que puede haber valor de cambio que venda sólo trabajo necesario (op. cit.: 23). Sin embargo, el caso en que el capital es incapaz de valorizar el plustrabajo empaquetado en el camino es raro, ya que tiene a mano “instrumentos” (como los peajes, los monopolios, la coerción estatal, etc.) para obligar a los ciudadanos siervos a abonar la plusvalía (ibíd.).

(3) Aunque el padre de “Jennychen” no incluye a los recursos naturales que mencionamos, acaso sea apropiado añadirlos si los evaluamos condiciones generales: f. i., en los rubros del petróleo y del gas el pluscapital es resultado de un excedente bajo la forma de interés, antes que de un lucro que se derivaría de un supervalor amasado por el sometimiento de fuerza de trabajo o en lugar de ser un tipo especial de renta del suelo. Por consiguiente, los precios de producción no estarían compuestos por elementos análogos a los de las otras clases de riqueza. Tanto es así, que es factible que (idéntico a lo que pasa con la renta de la tierra) el precio de las materias estratégicas citadas, no sufra la injerencia de la cuota probabilística de lucro. De ahí que los Estados “canallas” del siglo XX y del XXI, que se adueñan de los recursos de Medio Oriente como si fuesen sus legítimos propietarios, ambicionen regular esos precios no sólo para obtener combustible barato y para financiar a bajo costo su propio desarrollo, sino para limitar los márgenes de alza de un tipo de bien que no se orienta por el tiempo de tarea invertido; su valor monetario se fija por monopolio y sin incluir la “pérdida de futuro” con el que se perjudica a las generaciones venideras.

La aclaración es importante para advertir que el plusdinero obtenido no se consigue de la subordinación de los obreros que laboran en la empresa (que entonces son trabajadores improductivos o, si es la circunstancia, pertenecen a los sectores independientes), sino del interés que se cobra por el uso de materias esenciales en el resto de las industrias. Au fond, este tipo de capital es una clase de capital comercial sui generis. Por eso es que la consideración de una “industria” extractiva como la petrolera en el denominado “sector primario”, tal cual lo realizan los economistas burgueses, pierde de vista que se catalogan órbitas desiguales: la explotación petrolera pertenecería en parte al “sector secundario”, por ser un comercio, y en parte al “terciario”, por ser un servicio, pero no podría colocarse al lado de las minas, de la agricultura, etc. (incluso, determinadas explotaciones mineras estratégicas y por ende, que se ubican en la zona del interés y no en la de la renta del suelo, tampoco se identificarían con lo extractivo sin más...).

La no consideración de lo anticipado conduce no únicamente a confundir valor y precio, sino a la caracterización inexacta que efectúa Gouldner de los precios del petróleo “mostrando” que la hipótesis del valor de Marx no es adecuada para explicarlos (1983: 236). Como lo hemos remarcado, lo que se observa es el desconocimiento de la teoría que se critica dado que el exiliado en Londres estaría dispuesto a reconocer que, según nuestra interpretación, los precios de materias fundamentales para la economía capitalista, detentan un carácter “similar” al de la renta de la tierra, pero siendo interés (aludiendo a otras “razones”, Habermas cincela innumerables “debilidades” de la hipótesis del valor -1989 c: 479, 481/482, 527–528).

(4) Pero tal cual lo explicita el ejemplo en escena, la “media” que predomina es la dialéctica complejamente simplificada.

(5) Los “insumos” en juego muestran que ni siquiera un capital universal, es apto para absorber en su contabilidad el movimiento total de reproducción de la comuna. Lo que manifiesta que la reproducción del capital es sólo una fracción de la autogénesis de los hombres.

En lo que respecta al Estado, la falsificación y su continua complejización influyen para que ese conglomerado de aparatos incremente su poder. En suma, un fenómeno económico y marginal como el fraude de la falsificación repercute en el robustecimiento del Estado (1972 a: 337). Lo que sugiere que una causa de la subestructura no tiene porqué ser de significativa trascendencia para inducir grandes efectos.

Otro caso de sucesos nimios que accionan a tal extremo en la vida humana, que llegan a alterar la composición de las clases de una etapa, son las hondas depreciaciones monetarias que en la antigua Roma hicieron que los plebeyos se convirtieran en esclavos de los patricios (op. cit.: 356, 358/359). Pero precisamente a causa de ello, es que es inaudito que fenómenos insignificantes de un universo acotado como es el de la economía, posean tanto poder.

(6) Las condiciones de producción que se aglutinan poco a poco en la manufactura, son definidas por el suegro de Lafargue como asociaciones objetivas (loc. cit.: 93). Por inducción, la “basis” es una asociación objetiva mientras que, por contraste, la superbase es una asociación subjetiva.

(7) En ese capitalismo, el capital fijo es sinónimo de avance técnico-científico (op. cit.: 201, 220/223, 226, 230–231, 234, 239, 279, 282, 394). Es una muestra de que el valor de uso, según Adam Smith, encierra y acosa al valor (loc. cit.: 255). Por añadidura, el capital fijo es fuerza de producción producida (op. cit.: 279).

Pero la “esencia” del capital reside en circular para valorizarse, y hete aquí que el valor fijado en el proceso de producción no circula sino a lo sumo formalmente (loc. cit.: 201/202, 219, 261, 269), lo que es una determinación contradictoria (op. cit.: 202, 220–221, 262).

Por otro lado, el capital fijo cada vez más inteligente, que es una objetivación de las capacidades del cerebro (loc. cit.: 220) o del intelecto social (op. cit.: 229/230, 233 –haciéndose “infocapital”), convierte al proceso de tarea en mero apéndice (loc. cit.: 219/220, 228–229, 233), cesando el devenir productivo y dejando de ser trabajo inmediato, tal como lo hemos anticipado en el cuerpo del texto (op. cit.: 219, 222, 228/229, 233).

(8) El capital, a medida que se desarrolle, se acercará a una velocidad máxima por la cual el tiempo de circulación (que es de desvalorización) se aproximará a cero (loc. cit.: 30, 36–37, 140/143, 176, 178, 183, 226). Ese tiempo actual es para algunas operaciones, el de la luz, pero en el siglo de Marx era el del crédito (op. cit.: 178–179, 408). Sin embargo, si se lograra que dicha temporalidad fuese nula se habría conseguido suprimir la necesidad de dinero y, con esa eliminación, la circulación en sí (loc. cit.: 141). Entonces se habría negado al capital (cf. nota 13). Antes de proseguir, es oportuno alegar que el dinero es tan absurdo que su valor nominal es un mero signo (op. cit.: 368/369) y, siendo de simple pergamino o de “fantasía”, su valor existe al costado del papel (loc. cit.: 369), pero sufre depreciaciones como si realmente tuviese valor (ibíd.).

Retomando el problema de la circulación, si el lapso en juego es mayor que cero acaba “indemnizado” (op. cit.: 40, 182) porque el capitalista se hace pagar con la plusvalía ajena, el tiempo en que no fue capaz de crecer (loc. cit.: 40, 176–177, 182). Entonces induce la impresión de que el “Zirkulationszeit” tiene valor (op. cit.: 178, 182), lo que se refuerza con el gigantesco sistema planetario de crédito (loc. cit.: 178). Se apuntala el prejuicio respecto a que el capital crea valor (op. cit.: 40, 277).

En síntesis, los costos/tiempo de circulación implican la irracionalidad, el absurdo, el paralogismo de que el capital se vea obligado a gastar los valores creados en un año para aumentar la suma posible de plusdinero (loc. cit.: 179).

(9) A partir de que el admirador de Engels no se opone a Pellegrino Rossi, economista vulgar, en el pasaje que comentaremos, inferimos que acepta sus conclusiones: tal cual lo señalamos en otros locus de la desteñida Tesis in progress, el avance en la Historia consistiría en reemplazar las asociaciones opresivas del pasado, por tipos de sociedad que logren mayores grados de libertad (op. cit.: 92). [perfiles emancipatorios críticos]

(10) F. e., la economía de los comunitarismos primitivos de las “manadas” de Australopithecus muy “simiescos”, ampliará sus efectos en lo social (en la que la tarea es labor inmediata –loc. cit.: 124– y en la cual no se aprecia reparto de trabajo –op. cit.: 123/124), por medio de la ausencia de estructuras de parentesco simbólicamente esquematizadas. [hipótesis para la contrastación científica]

Lo económico asociado con los comunalismos arcaicos de hordas y bandas del Paleolítico Inferior, y con las tribus del Paleolítico Medio (en las que la labor es trabajo que forma reservas de manera menos irregular –loc. cit: 124– y en las cuales la distribución de labores emerge poco a poco –op. cit: 123/124), extenderá sus contundencias a partir del complemento de las estructuras parentales. La economía de los colectivismos de algunas bandas y tribus (donde la tarea es trabajo que gesta reservas de modo constante –Paleolíticos Medio y Superior), deja sentir sus improntas por la mediación de las relaciones de género y del lugar de determinados sistemas semióticos como magia, hechicería, chamanismo, etc.

No está de más advertir que tales especulaciones pueden ser refutadas por nuevos descubrimientos en la Paleoantropología.

(11) Los brochazos que da el amigo de Wolff respecto a que la libre competencia estimula una defensa dogmática de la libertad en sentido capitalista (loc. cit.: 167/168), nos permiten concebir que la súper–estructura afirma (en el doble sentido de “postular” y “tornar firme”) enfática y dogmáticamente a la “basis”.

Por otro lado, la interferencia abierta, no regulada, casi “salvaje” entre los capitales por los mercados es así en las etapas de profundización del capitalismo. En sus períodos maduros, la competencia se encuentra amortiguada en sus efectos disruptivos (op. cit.: 168), que es lo que acontece en parte, en la actualidad.

(12) Desmantelando la ideología burguesa del capitalismo como fin de la Historia, postula que el despeje de lo que implica la supuesta libertad bajo el capital es una respuesta racional a la retórica (1972 a: 169). [hojaldre de las ilusiones deconstructivas autocontroladas]

(13) El alejado de los hermanos Bauer y a pesar de los abucheos que provengan de los leninistas que evalúan tal categoría como propiamente “burguesa”, define lo que podríamos imaginar en calidad de “población económicamente activa”: es la que acaba forzada a emplearse para valorizar capital (ibíd.: 15, 116). [cosmos de las definiciones científicas]

(14) A pesar de haberlo explanado en el Apéndice II con insistencia casi obsesiva, es justificado argüir que una de las reglas “naturales”/sociales que se conforman con perfiles rígidos es la ley del valor: el requerimiento de calibrar por el tiempo de trabajo la riqueza gestada, es propia de un “... trabajo social no organizado (y de) determinado nivel del proceso social de producción” (1972 a: 121). Su fin debe significar, como lo dice Marx cuando rescata del olvido las palabras del economista Galiani, que los hombres mismos sean el étalon para la génesis de objetos de disfrute (op. cit.: 417).

Empero, las normas que acaban siendo tales porque la comuna no está organizada, que son, de manera desenfocada, tendencias vitales (loc. cit.: 168) y que, como lo apunta la anarquía de la competencia, son las leyes del no sujetarse a previsiones (op. cit.: 176), se licuan cuando desaparece un modo de producción y emergen cuando se estabiliza otro. V. g., la competencia no principió en calidad de regla (loc. cit.: 167) en la mayor parte de la intrincada fase de transición de los modos de producción pre–capitalistas hacia el capitalismo (op. cit.: 168), sino que se autocreó como tal luego de un tiempo (loc. cit.: 167).

(15) Aunque repetimos algunos ejes al glosar el libro II de los Borradores, nuestro desagrado no pudo ser compensado puesto que la exposición hacía impostergables tales reiteraciones, al igual que lo ya ocurrido al sintetizar el tomo 1 en el Capítulo IV.

Por otro lado, con esas poco elegantes repeticiones constatamos que lo enunciado respecto a ítems que parecen insólitos en el pensamiento del “economista” exiliado en Londres, cuenta con apoyo.

(16) Cuando critica la teoría de la población de Malthus, afirma que las investigaciones históricas son importantes porque la multiplicidad de lo empírico evita que las abstracciones reduzcan las complejas y cambiantes relaciones concretas entre los agentes, a sencillas cabriolas intelectuales (1972 a: 112).

(17) El hecho de que los comerciantes pertenecientes a los sectores “medios” no sean miembros de las clases dominantes, se debe a que la circulación al menudeo que se entabla entre mercaderes y ciudadanos consumidores es un movimiento periférico para el capital (loc. cit.: 154, 197). Y eso porque al capital no le interesa el consumo improductivo; de ahí que detenta hegemonía la circulación entre mercaderes (op. cit.).

Ahora bien, el crecimiento de los obreros improductivos y de los segmentos independientes en el orden burgués, tal como ocurrió en la época feudal (loc. cit.: 115), indica que los individuos de las clases dominantes no son suficientes para consumir ellos mismos la riqueza suscitada. Como reverso, subraya en paralelo que se induce tesoro por encima de las necesidades de la comunidad (op. cit.: 332), aunque éstas no sean cubiertas para todos debido al reparto irracional de la riqueza.

(18) Paradójicamente, el dinero como medio de circulación fue inventado para ahorrar tiempo en las transacciones; es una maquinaria que, aunque costosa por las contradicciones que no puede resolver, limita el tiempo de circulación para abultar el tiempo de tarea (1972 a: 192).

Desde otro ángulo, tenemos en perspectiva una de las sendas por las que la norma valor se conserva y abole en el capitalismo (ver López, 2010 a). A pesar que los insumos de circulación, de intercambio y de transporte no ponen valor, el valor total de lo gestado es el resultado de multiplicar el tiempo de tarea invertido de acuerdo a lo socialmente dispuesto (lo que a su vez, es una media estadística distribuida entre la globalidad de las mercancías suscitadas), por la cantidad de rotaciones del capital (la cual depende de los costos/tiempos nombrados –op. cit.: 139/141, 170–171, 183, 271, 277/278). El tiempo de trabajo acaba por ser determinado por la circulación (loc. cit.: 139–141, 175), con lo que pierde su autonomía (op. cit.: 139/141).

En otro hojaldre de polémicas, la teoría de los precios del amado por “Lenchen” es una indicación de que los insumos-valor (que son los costos para la producción de valor –loc. cit.: 177) resultan determinados por otros factores (op. cit.: 175, 335), tal cual ocurre con el tiempo de tarea y la circulación. Pero porque son condicionados es que son determinantes (loc. cit.: 175): al operar como “polos” de atracción de los elementos que los interfieren, los componentes en juego (marcas, oferta, demanda, moda, publicidad, marketing, etc.) son influidos en su incidir.

Ahora bien, tanto la dependencia del “axioma” valor respecto de la circulación y el impacto enmarañado de los gastos/valor en los precios, indican que el capital tiende a autosuprimirse (op. cit.: 141). La limitación del tiempo de trabajo por el tiempo de circulación (loc. cit.: 141, 153, 175, 183), por los precios y por el descenso de la tasa de ganancia (op. cit.: 175, 279–280, 282/284, 288–289, 292, 299), implica que esa temporalidad no puede ya funcionar para colocar valor. Pero entonces el valor se debilita y el capital, que es valor autócrata, se desgrana.

En lo que respecta a la cuota de lucro (merma de la cual los economistas contemporáneos se mofan, al proferir que el capitalismo demostró que los beneficios aumentan –observación que había imaginado Ricardo, loc. cit.: 290/291), Marx sentencia que la plusvalía que se diferencia de la ganancia (y que incluiría la “plusvalía intrínseca” y “extrínseca” –ir a López, 2010 a) se denomina “plusvalía efectiva” (op. cit.: 279), con lo que el lucro sería un plusvalor “mediado”.

(19) En la obra 1 de los Grundrisse, se habían establecido las diferencias entre la circulación simple y el proceso de producción simple, y la circulación y producción propias del capital.

Aquí, luego de deslindar entre la fase del “crédito” y del “capital por acciones” como etapa superior de la circulación (que va allende el sencillo intercambio –loc. cit.: 194), de separar “proceso de trabajo” y “proceso de producción”, de distinguir entre “tiempos/costos de circulación” y “tiempo de labor”, de diferenciar entre la “rotación” que es la reiteración de la génesis por la que se incrementa plusvalor y la “reproducción” completa del capital (op. cit.: 243, 267), etc., analiza la existencia de una “pequeña” circulación (el intercambio cotidiano entre capital y trabajo –loc. cit.: 195/200, 223, 249, 262–263, 271) y una circulación grande. Ésta es el movimiento por el cual el capital es inserto en la esfera concreta de la génesis de tesoro, y es el devenir por el que el capital que debe transitar por las metamorfosis economicistas para monetizar la plusvalía en ganancia, padece zarandeos que confluyen en el encoframiento de la valorización por los insumos de circulación (op. cit.: 201, 247, 271).

Pero si adoptamos el punto de vista de la reproducción social del capital total, in fact hay que ponderar tres “secciones” desiguales de autoconservación (loc. cit.: 251/252): la de la “circunvalación” ínfima (I), la de la circulación significativa (II) y la reproducción global (III). En ella, el capital fijo no es a su vez producto sino punto de partida (ibíd.); se trocan los valores de uso entre ramas de actividad generales (op. cit.: 257). Desde esta “terraza”, en realidad no se puede diferenciar entre capital fijo y circulante: f. i., un industrial que ensambla máquinas las articula para sí, por lo que su capital circulante es su capital fijo (loc. cit.: 267). Entonces, lo que se revela es que cesan las determinaciones económicas (op. cit.: 267) y que, para estudiar la reproducción aludida, empleamos los lexemas “sectores I y II” (y también, III y IV…).

Ahora bien, lo que es factible encadenar de lo precedente es que un porcentaje considerable de los elementos de la base o la mayoría (según la forma de suscitar tesoro), tienen “eslabones” que los “comunican” de manera directa o indirecta con lo económico. Aparte de lo anterior, podemos aducir el ejemplo del consumo: en tanto que uno de los momentos fundamentales del proceso vital de una asociación, está fuera de la economía pero, cuando existen los precios, a partir de ellos el consumo se “amarra” a lo económico. Y es ese “amarre” lo que motiva que su universo sea tan “omnipresente”, en el resto de las prácticas y de los “niveles” en los que se estructuran las acciones.

En otro eje de isotopías, es justo delinear que en la perspectiva de la reproducción global del régimen burgués, entran en juego las “anomalías” históricas. Entre los pueblos del mundo, no todos son capitalistas (e. g. China –loc. cit.: 257, 419) y dentro de un mismo país existen esferas económicas que son precapitalistas (op. cit.: 257). Por ejemplo, en las colonias inglesas (Maryland, Virginia, etc.) que luego serían los Estados Unidos, comerciaban por medio del trueque (loc. cit.: 325, 409).

(20) Además de las conceptuaciones que separan el capital productivo del capital de circulación (cf. López, 2910 a), el capital constante del capital circulante (el capital fijo puede ser capital que circula; f. e., cuando se vende una empresa –1972 a: 211, 250, 252), el “economista” crítico pergeña la diferencia entre el capital fijado (el cual puede ser productivo o de circulación, constante o circulante) y el fluido (op. cit.: 210 –respecto del valor déspota circulante, aclara que es valor de uso circulante; loc. cit.: 257). Esa clasificación permitiría atender a la protesta de la economista Joan Robinson, respecto a que Marx no distingue entre stock y flujo (ver nota 26 de p. 144).

(21) El nacido en Tréveris encuentra disponibles conceptos como “fuerza de trabajo” en economistas vulgares al estilo de Pellegrino Rossi (1972 a: 95). En Malthus halla la intuición de la definición de “tasa de lucro” como la proporción entre el plustrabajo y los valores invertidos (op. cit.: 98). Lo que hace es darles contornos inesperados, a partir de la deconstrucción de los contextos de génesis.

(22) Sin embargo, lo emancipatorio en el despliegue inimaginable de la automación (inteligencia artificial, robotización extrema, informatización, etc.) es sólo posible; no implica, si tenemos presentes los asertos de Marx en los que éste niega la transición inevitable al socialismo, que sea fatum. [advertencias deconstructoras]

Empero, las crisis son en sí el anuncio (1972 a: 282/284) de que el capitalismo se transmutará en otro orden, aun cuando todavía no haya llegado a su “cierre”.

Por lo dicho al comenzar la nota, cuando aparece el lexema “necesidad” debe entenderse que la violencia en la que hemos existido como especie, hace ya impostergable que aflore un tiempo en el que vivamos con otras pasiones. Lo imperioso surge aquí de que es necesario que escapemos de la tosquedad y que abracemos la belleza de ser hermanos, tal cual lo entona la Novena Sinfonía.

Con todo, es probable, puesto que todavía somos brutalmente animales, que advenga un régimen burocrático o de otra índole, conducido por obreros improductivos privilegiados y/o sectores “medios” que acapararán excedente suscitado allende la miseria de la apropiación de trabajo ajeno, con la ayuda de una tecnología que parecerá magia. Lo que ocurrió en los llamados “países del Este” podría resultar ser apenas un pálido anticipo.

Para terminar, el papel significativo de lo posible en la teoría deconstructiva, lo constatamos en afirmaciones en las cuales el “economista” engelsiano opina que todavía no se arribó a un estado en que se dirima si lo que parece viable en el ámbito de la especulación, realmente lo es. Ése es el caso de la proposición referida a que en el siglo XIX (y aún hoy), no sabemos cómo producir metales (op. cit.: nota de p. 241) o cómo crear las materias de las industrias extractivas (loc. cit.: 253 –en este terreno, diferencia entre industrias extractivas “puras” y “derivadas”; éstas son las que acaban aptas para reproducir sus productos como en la pesca, las explotaciones forestales, etc.).

(23) El proscrito de Europa cita a Owen pero no lo critica en el palimpsesto. El socialista desesperado por su bondad, sostuvo que los individuos tienen que dejar de ser máquinas secundarias y subalternas (1972 a: 235). Por otro lado, el distanciado de Bakunin dirá que el desarrollo pleno de los agentes, capaces de refinar su capacidad de goce, reactúa como fuerza productiva máxima sobre el resto de las potencias (loc. cit.: 236).

En otro hojaldre de sentencias, Robert caracteriza al tesoro como riqueza constituida (op. cit.: 238); de allí deducimos que es legítimo abocetar la acción de dialécticas constituidas: si los valores de uso son el resultado cristalizado de interacciones objetivadas, tales retroimpactos pueden delinearse como dialécticas “estables” o en “reposo” [recuperamos el plano de la ciencia]. Por inferencia, si comprobamos las deformaciones generadas por dialécticas constituidas se pueden asumir las dialécticas “constituyentes”.

(24) Esos fenómenos genéticos pueden ser de larga duración: v. g., el cercamiento de tierras duró alrededor de ciento cincuenta años o más (loc. cit.: 264, 307). Por lo que es perfectamente factible que en análoga pausa, no nos topemos con los “eslabones” que empalmen el vagabundaje abultado y las disposiciones legales asociadas.

En tales fases de transición, se observa que la parte de la riqueza social que le corresponde a las desiguales clases (y por extensión, a los disímiles grupos) no es repartida a través de la lucha directa, sino por instrumentos burocráticos (decretos, pregones, etc. –op. cit.: 265, 307, 327) que fijan el tiempo de labor necesario (loc. cit.: 265). Lo que es coherente con la circunstancia penosa de que individuos habituados a otros ritmos, a disciplinas divergentes, a nexos “tradicionales” con el cuerpo, a cierta “libertad”, etc. son forzados a acostumbrarse a lo que demanda el trabajo asalariado que valoriza poder bajo el rostro duro de los capitales (op. cit.: 265/266, 307, 327).

Lo antedicho podría finalizar con una advertencia epistemológica (que suelen esgrimir los detractores de Marx contra él): de ningún modo es legítimo extrapolar observaciones cosechadas en el corto plazo o en la mediana duración, para formular “leyes” inamovibles al estilo de las que alucinaba Ricardo (loc. cit.: 286).

(25) Sin embargo, ese “contra–texto” no es completamente anti/sistema de forma que una teoría deconstructora no puede adoptar sin más sus intuiciones. F. i., un socialista consecuente no tendría que creer en todo lo antiburgués que pudiese existir en una concepción favorable al orden capitalista (op. cit.: 356).

(26) Acepta las caracterizaciones de los autores a los que re escribe, que sostienen que el Imperio Romano era in fact una enorme colección de municipios (loc. cit.: 400), en los que se legislaba para evitar que creciera en demasía la propiedad entre los ciudadanos y así garantizar cierta prosperidad estadística (ibíd.). Se vedaban a los ciudadanos la práctica de la industria, del comercio al por mayor y al menudeo y las actividades asociadas al préstamo (op. cit.: 401).

(27) La tensión de los capitales involucrada en la libre competencia, enseña que la lucha refuerza las condiciones desde las cuales partimos para introducirnos en el “escenario” del conflicto (loc. cit.: 169). Hence que no siempre sea conveniente enfrentar la desigualdad, el dominio, el poder, la explotación, la jerarquía, etc. con la lucha franca. Esto tampoco avala un reformismo “radical” ni la pasividad.

Tal como lo advertimos en el tedioso López, 2010 a, recurrir a la fuerza, a la lucha y a la violencia revolucionaria es un medio que nos lo pone en el camino el parergon general de las desigualdades de clase. Sin embargo, Benjamin (en un opúsculo que revelerá con crudeza que él y la elogiada Escuela de Frankfurt, no pasaron de ser educados liberales de “izquierda”) opina que la violencia, aun la rebelde, no está “justificada” (1995).

Admitiendo como paradigmas de la “mala” violencia a la empresa de guerra (op. cit.: 38) y a la confrontación revolucionaria, dice de esta última que es la suprema manifestación de la pura violencia que a su vez, en su destello enceguecedor, es mítica (loc. cit.: 76).

Si pudiésemos resumir en unas líneas el efecto perlocutorio que atraviesa dicho corpus, acaso sería viable subrayar que procura deslegitimar la acción revolucionaria, mostrando las “irresolubles” contradicciones que enredan a los que apelan a su fuego. ¡Y después intelectuales de esa envergadura, bendecidos por las instituciones, son los que aconsejan despejar lo que hubiera de “irracional” en Marx, a los fines de articular un proyecto insurgente “mejor” fundamentado! ¡Son este tipo de obreros improductivos reproductores de legitimaciones, los que acaban considerados más “ácidos” que el viejo, genial y contradictorio Engels!

Aunque no lo podemos detallar aquí, albergamos la sospecha de que tanto las vertientes pacíficas y/o pacifistas, cuanto las opciones rebeldes o “violentas”, se encuentran atravesadas por dilemas que son más o menos irresolubles. Sin embargo, el ejercicio del dominio y la situación social de desigualdad y opresión, conducen a que se tenga que decidir, sin empozarnos con ello en ningún decisionismo, qué hacer.


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