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BAHÍAS, DEVENIRES Y HORIZONTES. LOS PERFILES DE MARX, Tomo II

Edgardo Adrián López




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Capítulo II

Aquí* se relevarán grosso modo, los tópicos con los que se interpretó a su vez una metáfora sobre la dialéctica estructura/hiperestructura que acabó cristalizada en un mecanicismo poco afortunado.

Aunque nos preocupamos por consultar las fuentes a los fines de poner entre paréntesis los comentarios secundarios(2), obras representativas de Lenin, Trotski, Stalin, Mao, Guevara han sido desmenuzadas con algún detalle en el resto de la tesis.

Por añadidura y sin que lo anunciado implique un “prejuicio” o el conservadorismo de un intelectual “revisionista”(3), existen escasos matices entre las líneas teórico–políticas especificadas, al menos en nódulos decisivos(4) como el de la dialéctica en escena. De allí que se haya elegido documentar las opiniones sobre la retroinfluencia aludida, en redor de cuatro palimpsestos.

Tres corresponden a soviéticos que escribieron para divulgar los problemas de la transición del capitalismo al socialismo (Zaródov, 1974), una supuesta filosofía(5) marxista (Vlásova et al., 1987) y el pensamiento de Marx (Riazanov, 2003 d). En lo que cabe al intelectual que organiza el IMEL, nos detenemos en su firma porque, acorde a lo que nos comentan, fue opositor de Lenin en algunos puntos de consideración (Maiello, 2003 c: 14/15); por ende, nos sirve para mostrar que en cierta clase de disidencia con el leninismo hallamos idénticos supuestos.

El cuarto es un opúsculo de un sistematizador de Althusser, acerca del que hemos adelantado apreciaciones (Badiou, 1974 b).

Aceptamos que la lectura minuciosa de los que prosiguieron el leninismo, de una u otra manera, tendría que elaborar la “sintomática”(6) por la que la teoría les fue “inaccesible”(7) debiendo “inventar” un Marx rígido y peligrosamente(8) dogmático. Pero tal como lo hemos anticipado en la Introducción, nos está vedada una empresa de tales perfiles. Sin embargo, si los ejemplos mencionados son genuinamente ejemplares(9) podremos condensar en su deconstrucción, sentencias que serán extensibles a los “clásicos” del marxismo. Tales opiniones alcanzan a grandes teóricas como Rosa de Luxemburg, quienes, aun cuando se distanciaban de Lenin en lo que hace a los rasgos de la dictadura del proletariado, repiten tópicas leninistas (2003 f: 57 –así acontece incluso con la Escuela de Frankfurt).

Pero la operatoria que asumimos, no supone (como lo quiere Gouldner, 1983: 342, 345) que tracemos una línea divisoria que nos “identifique” en calidad de “genuinos” marxistas, ni para santificar al suegro de Longuet, ni con el pobre objetivo de “silenciar” su partes débiles o refutables (op. cit.: 344, 347/349).

Escrita la advertencia es factible proferir que en términos amplios, que engloban a los tres primeros “autores” citados supra, se reiteran los lugares más comunes y por eso, obviados, respecto del marxismo vulgar(10).

Hay un materialismo dialéctico (Riazanov, 2003 d: 25, 48) que, en cuanto filosofía incluye al materialismo histórico (op. cit.: 25); la dialéctica no idealista es un método (loc. cit.: 27, 80); la crítica de la Economía Política es una ciencia(11). Marx es científico y economista (op. cit.: 25, 47); hay un socialismo científico (loc. cit.: 48–49, 60 –a pesar de ello, tiene la perspicacia para pincelar al programa revolucionario en calidad de comunismo crítico –op. cit.: 77, 79).

La enumeración se completa con la presunción de que el socialismo(12) es un destino; la dialéctica(13) tiene leyes fundamentales (loc. cit.: 56); los avances de la humanidad se determinan por el desarrollo de las fuerzas productivas (op. cit.: 62); el leninismo es el marxismo adecuado a lo contemporáneo(14) (loc. cit.: 73). Concluye con los axiomas que estipulan que: se aprecian cinco(15) modos de producción “fundamentales” (Zádorov, 1974); insiste una sucesión previsible(16) entre ellos (ibíd.); se detectan “leyes inexorables”(17) (op. cit.); etc. Pero así no hierve “... la caldera de la maga Historia” (Marx y Engels, 1975: 215).

En Vlásova(18) encontramos además que palpita una concepción positivista y cientifista de la ciencia (1987: 179), lo que se engarza con una idea estrecha del trabajo(19) (loc. cit.: 112) y una perspectiva pobre de los sectores que integran la sociedad (en especial, un punto de vista escasamente plurívoco acerca de las clases –op. cit.: 120/121). En lo que respecta al positivismo, se ignora que el padre de “Tussy” había manifestado sus reservas con relación a Comte (Marx y Engels, 1975: 258 –sin embargo, Gouldner lo acusará de ser su clon; 1983: 127/128). Por supuesto, se observa un mecanicismo sin atenuantes en la sucesión de los modos de gestar tesoro (Vlásova, 1987: 114–115, 128, 150).

A pesar de citar una frase(20) punzante de Marx, cae en una caracterización esquemática del Estado (op. cit.: 137, 139/142, 175). Subsume bajo las categorías de “clases no fundamentales” y de “sectores sociales”(21) a clases, obreros improductivos y sectores independientes (loc. cit.: 122). Por ello, son “binarizadas” las formas de la lucha de clases del proletariado (op. cit.: 123). Lo que según nosotros, es armónico con una reducción de lo polivalente de las relaciones sociales(22) de producción, que acaban por ser atribuidas a las cuatro esferas de la vida social (loc. cit.: 113).

En la misma página, enuncia la idea de que el modo de producción subordina los otros términos de la dialéctica “clásica”. La “subestructura” es constreñida a las relaciones comunales para suscitar tesoro, y las potencias creadoras son una especie de “base general” de la “basis” (op. cit.: 98). El resultado es una dialéctica escolástica entre la “infraestructura”(23) y su correlato (ibíd.).

Si pincelamos lo que acabamos de sintetizar con diagramas de Venn–Euler, obtenemos:

Al amparo de tales giros, la “basis” es enmarcada en una “ecuación” (sorprendentemente, Habermas reitera este prejuicio; cf. 1982: 93/94, 96):

{base = [economía = (modo de producción = fuerzas de producción + relaciones sociales)]}

Todo lo cual se remata en la “imagen” de la superestructura que se apoya cual “edificio”, en sus “cimientos” de hormigón. Una de las fuentes(24) para “sustentar” el diagrama, la “equivalencia” y el tópico es el conocido “Prólogo de la contribución a la crítica de la Economía Política” (1985 f). However, una versión alterna de esa introducción se encuentra sobre el final de la III obra de El capital:

“... las formas históricas ... (del proceso de trabajo en tanto movimiento entre el hombre y la Naturaleza) desarrollan sus bases materiales y sus formas sociales ... (Andando el tiempo) ... se profundizan la contradicción y oposición entre ... el desarrollo material ... y su forma social ...” (1983 c: 854). En virtud de que en el palimpsesto nos sale al cruce una enumeración, la “basis” o el despliegue material de los agentes comprende los nexos de distribución, los enlaces intersubjetivos, las habilidades creadoras, el grado de capacitación de los hombres, etc. Por su lado, la hiperestructura es entendida como una forma social o so far que conglomerado de estructuras humanas (op. cit.: 593). De lo que se trata entonces, es de una dialéctica entre las formas concretas que adoptan las aptitudes de los individuos (lo que denominaremos como sus desiguales prácticas) y los aspectos sociales, socializantes y socializados de las primeras. Incluso, podríamos añadir la observación inaudita del volumen I: que la división del trabajo “... encuentra ... preparado su material en forma de hombres y cosas ...” (1983 a: 333). Individuos y “entes” son materias esculpidas.

En suma, esa “segunda versión” de lo expuesto en el Prefacio de 1859 es más representativo de un pensamiento complejo en Marx: ¿por qué, a no ser que las intenciones no sean las de una “valoración” positiva, insistir en un fragmento que, si se quiere, es lineal? (sin embargo, no lo es tanto como alucinan sus detractores).

Ahora bien y aunque en estos momentos pueda resultar no pertinente la diatriba, es inaplazable que encontremos más de un elemento que no siendo económico pertenezca a la base (conjunto “A”), a los fines de romper con la ecuación atribuible al marxismo vulgar que iguala estructura con economía; eso nos servirá también para “redondear” el exordio.

De forma análoga, si hallamos más de un componente de la “basis” que no se incluya en el modo de producción (subconjunto “D”), quedará impugnada la equivalencia. Por último, si demostramos que las fuerzas de producción y los nexos intersubjetivos para la génesis de riqueza son del mismo nivel de generalidad que el modo de producción, no se podrá continuar justificando la apuesta leninista que hace del modo de producción el diagrama de Venn que engloba a los otros factores. Sin embargo, luego de colocar en suspenso una ecuación mecanicista nos queda por elucidar cuáles son las relaciones entre estructura, modo de producción y economía.

Un camino rápido sería ubicar un factor que no fuese ni parte de la economía ni del modo para emplear el trabajo, pero preferimos elegir la demostración pausada: en verdad, las extremas topicalizaciones académicas lo hacen ineludible.

Con el propósito de conseguir que se especifique simultáneamente la subordinación de la economía con respecto al modo para crear tesoro, mencionaremos un elemento que sea parte del segundo pero no de la primera. Así, el modo gestor de artículos de disfrute tendrá que ser un conjunto más amplio que el de la economía y que por ende, la incluya en calidad de subconjunto “D1”.

El devenir para la génesis de tesoro en tanto la convierte en un tercer poder, no es un proceso económico pero sí depende del modo de producción. Que los entes materiales e inmateriales de goce funcionen como una fuerza extraña para los agentes que tendrían que disfrutarlos, y que esto haya acontecido en la Historia de la especie con una continuidad aterradora se debe, entre otros factores, a que las potencias de los individuos (que son lo suficientemente multivalentes como para crear el mundo en que respiran), tienen una menor potencia que los medios de producción de los que se valen. Y a riesgo de ser reprendidos por antropólogos a lo Radecliffe-Brawn o por historiadores a lo Thompson, al “incurrir” en anacronismos que disuelven los caracteres distintivos de las comunas en las nubes de las abstracciones, postulamos con el amado por “Lenchen”, que ese minusvalor de los hombres con respecto a los medios que usan y las riquezas que surgen, es algo que atraviesa el comunalismo primitivo (por la inconsciencia con relación a una disposición democrática de la vida), las sociedades estratificadas sin clases (a raíz del limitado desarrollo de las fuerzas genéticas, en comparación con el poder sin cortapisa de la biosfera) y los colectivos clasistas (a causa de una agresividad alimentada en el acaparamiento del excedente, con su paroxismo en el régimen burgués). Au fond, que el tesoro opere a manera de un poder soberano es un índice de que las mayorías de las instancias esenciales en la dinámica de la existencia son automáticas, imperativas, difíciles de subvertir y que hacen padecer a los agentes como si se encontraran “malditos” de todos los dioses.

El anterior componente es factible de ser enriquecido con otro; si con ello no convencemos a los ofuscados por ideologías e innumerables mecanismos, que el Materialismo Histórico había considerado problemas relativos a la dinámica de los ecosistemas (ver nota 24 de pp. 128/129 y las cartas acerca de Podolinski en Marx y Engels, 1975: 332–333), evitaremos en una ínfima escala que se enarbole la acusación contra algunos marxistas.

En un lenguaje contemporáneo pero que halla asidero en el corpus, es creíble decir que ese integrante es el tipo de empleo de los recursos (loc. cit.) y las clases de energía. En términos engelsianos, las comunas que advinieron hasta hoy utilizaron de forma parasitaria lo dispuesto por la Naturaleza(24) y las energías usadas, costosamente acumuladas por la Tierra, fueron dilapidadas. Ese tipo de factor remite más allá de lo económico en sí, pero se vincula con el modo para distribuir los medios de trabajo entre los diferentes grupos de individuos. Es también un elemento de la base, dado que acorde a si la asociación de agentes es depredadora de los recursos, a si hipoteca el entorno de las futuras generaciones, etc., en síntesis, a si el impacto ambiental es menor o mayor, habrá una forma de suscitar excedente u otra. Tendremos en paralelo, un modo(25) de significar la Naturaleza: sea bajo los ribetes del patriarcalismo, del homocentrismo y de la negación de lo opuesto a lo masculino (lo femenino, las sexualidades alternas, etc.), sea por el florecimiento de los devenires anti/falocentristas.

Empero, si el modo de producción(26) es un conjunto que tiene en calidad de subconjunto a la economía, y si la ecuación estipulaba que ésta era idéntica a la “base”, de la destrucción de la igualdad se arguye que el primero no puede ser mayor que la estructura. Tampoco cabe esperar que sea de la misma potencia que ella, porque el modo citado es una de sus partes.

Para demostrarlo, es suficiente que nombremos un componente de la misma amplitud que la que caracteriza al modo para la distribución de los medios inductores de riqueza. Fácil sería aludir al uso de los recursos y los tipos de energías dentro de una dialéctica sociedad-biosfera, para concluir el razonamiento. Sin embargo, preferimos apelar a otro atajo. El azar, la casualidad, lo imprevisible son un factor de la basis(27) que sin embargo, no es del orden del modo para vincular excedente y trabajo (Kriedte, 1994: 202). En consecuencia, si la “infraestructura” detenta un elemento que no es del registro mencionado, la primera incluye al segundo.

Nos queda razonar respecto a si el modo de producción es un conjunto que somete como subconjuntos, a las fuerzas y relaciones sociales.

Acorde al tomo 3 de los Borradores, podemos transcribir una cita que parece avalar lo contrario de lo que intentamos socavar; la ortodoxia sale fortalecida.

Hablando del dinero, axiomatiza que es el

“... resultado de un largo desarrollo histórico, el resumen de muchos trastrocamientos económicos, y presupone la decadencia de otros modos de producción [relaciones sociales de producción] y determinado (despliegue) de las fuerzas productivas ...” (1976: 216). No obstante, si está enfocando un ente económico/economicista como el dinero las subversiones a las que se refiere, son económicas por ese motivo, no por un dogmatismo a ultranza.

Por añadidura, de los sintagmas emerge con claridad que “modo de producción” no incluye a “fuerzas de producción”, puesto que los separa el conector “y”. ¿Habrá que deducir que la mención entre corchetes de los “nexos intersubjetivos” los convierte en miembros del término que discutimos? Una lectura apresurada lo suscribiría sin titubeos. Pero si asumimos que Marx adopta una postura dialéctica, basta con entender que los tres componentes son “fracciones” de una dialéctica compleja. Como en cualquier interacción n dimensional, lo que importa es la dialéctica en sí; por consiguiente, los tres factores son igual de esenciales y ninguno tiene primacía sobre el otro. El modo de producción no es un diagrama de mayor alcance.

En acuerdo con lo anterior, tenemos la figura 2 (ir a López, 2009 a):

Advirtamos que en “A” existen más elementos que los dibujados; asimismo, los que corresponden a la sobreestructura habría que incluirlos en el conjunto “S”.

Por lo precedente, si la producción y reproducción de la vida puede adoptarse como definición alterna de “basis”, ésta no es ni el modo de producción ni la economía en tanto estructura. El educado empresario de Manchester podría haberse evitado las irritaciones de los posmodernos, los metodólatras de la complejidad, etc.

Dejando en suspenso las objeciones, Engels postula una serie de “eslabones” por los que los acontecimientos de la base repercuten en la superestructura y de aquí “retornan”. Para el caso en que existan clases, las luchas entre ellas suelen transfigurarse en conflictos políticos (Marx y Engels, 1975: 379). Esas pugnas son influidas por las clases dominantes a su vez, para que adopten la forma jurídica (v. g., mediante Constituciones) que regulará el gobierno político de la sociedad y del Estado(28).

Por otra parte, las tensiones sociales y en especial, las luchas de clases son transpuestas en sistemas que las significan en diversos lenguajes. Con el tiempo, esos sistemas (ideas religiosas, teorías políticas, jurídicas, filosóficas, etc.) se cristalizan en dogmas, en “evidencias” naturalizadas como las únicas posibles. Empero, en esta nueva “eidola” el admirado por las hermanas Burns incurre en la metáfora del “reflejo”(29) lo que, como puede observarse, no es necesario y ahorra múltiples críticas.

Finalizamos el comentario de los “recursos lingüísticos” que trae a escena el amigo de Marx, con dos advertencias metodológicas.

La primera que extraemos es que en la narración de los sucesos, no es factible seguir hebra por hebra los procesos que llevan los efectos de un ambiente a otro (cf. misiva a Konrad Schmidt de 05 de agosto de 1890 en Marx y Engels, 1975: 378). Hence que los que indican esa presunta “debilidad” en la teoría, no acusaron recibo de que es un ideal imposible de alcanzar. En los términos definidos por el “Glosario”, nos encontramos con una incertidumbre propia de la dinámica del sistema que, por más información que dispongamos, no puede ser eliminada (ir a las nociones vertidas sobre la estadística en el Capítulo IV, Sección II).

La segunda consiste en que, a pesar que una de las esferas sea el “topoi” de nacimiento de las consecuencias (“basis” o superestructura), tampoco significa que sea el elemento activo par excellence y que el otro sea el pasivo(30) (correo para H. Starkenburg de 25 de enero de 1894 en op. cit.: 412). Por orden secuenciado, la economía, el modo de producción, la dialéctica intrincada entre los tres grandes factores de los cambios sociales, la base en su totalidad no son lo único activo. Engels opina incluso que en determinados pueblos el modo de producción es menos decisivo que f. i., las relaciones de parentesco (loc. cit.: 328/329).

Después de la digresión (necesaria para objetar uno de los puntos de partida más caros al leninismo y a los reacios a Marx), queda analizar a Badiou; comentaremos primero su crítica a Althusser, las diferencias que presenta con él y la re/estructuración sugerida de su apuesta teórica.

En primer término, le objeta al pensador hospitalizado que no se decida a abocetar al Materialismo Dialéctico como ciencia (1974 b: 28/29). Pincelándolo sólo en cuanto filosofía, no llega a diferenciarlo de otras filosofías ideológicas (loc. cit.: 29). En efecto: uno de los rasgos de las ideologías es que son auto referenciales y pretenden auto/explicarse. Ocurre que el Materialismo Dialéctico posee esa capacidad recursiva (op. cit.: 29, nota 26 de p. 100); por ende, se podría concluir que es una ideología más (ibíd. –para nosotros, lo es).

Conectado con lo precedente, profiere que no logra evitar que se convierta en una especie de nuevo Saber Absoluto (loc. cit.: 30). Si el Materialismo Dialéctico es una teoría de su propia práctica (op. cit.: 29/30) y de las rupturas epistemológicas, tiene que ser una historia de sus inflexiones (loc. cit.: 29). Es apto para dar cuenta de sí, tomándose por objeto (op. cit.: 29-30).

Acaso una salida para esquivar el doble peligro de que el materialismo en liza opere como una ideología y con el formato del Saber Absoluto hegeliano, es que sea elaborado a la manera de una epistemología del Materialismo Histórico (loc. cit.: 30).

Específicamente, el Materialismo Dialéctico se ocuparía de los problemas epistemo/metodológicos asociados a la causalidad estructural (ibíd.). Por su lado, el Materialismo Histórico, despejados tales boundaries, se ocuparía de los “modos de producción”, de las “vías de transición” y de las formas peculiares en que, en el decurso del movimiento de la especie, la nombrada causalidad se concretiza (op. cit.).

En tercera instancia, le enrostra a Althusser que no sea hábil para observar lo que todavía queda de ideología y de metafísica en el Materialismo Dialéctico, tal cual lo desarrolló apenas Marx, y en el Materialismo Histórico (loc. cit.: 34), ambos integrados por nociones que ni llegan a ser genuinos conceptos (op. cit.: 33). Las lagunas, vacilaciones, imprecisiones, etc. que irrumpen en la pareja de Jenny, se deben en parte a que no las pudo abordar porque él mismo estaba auto deconstruyéndose (e. g., La ideología alemana) con categorías que no estaban todavía “pulidas” (loc. cit.: 15 –el maestro de Badiou sumará que el ilustre desconocido, suele ser oscuro y contradictorio; 1993: 295).

Althusser es ciego con respecto a sí, dado que no detecta las resonancias kantianas en su teoría de las condiciones de producción de las categorías (Badiou, 1974 a: 34).

En quinto lugar, su celo por separar la ciencia de la ideología lo encajona en una vigilancia policial de la verdad (loc. cit.: 35).

A pesar que critica el causacionismo aconsejado por Spinoza, su preferencia por la causalidad estructural se asemeja bastante a los planteos del radicado en Holanda (op. cit.: 35/36, nota 5 de p. 96, nota 24 de p. 100).

Por añadidura, no abandonó el categorema hegeliano “contradicción” para especular en derredor de la causa metonímica (loc. cit.: nota 22 de p. 99). En ese registro, Gouldner le enrostra a Marx su incapacidad para manejar la lógica al confundir la “negación” con lo “opuesto o contrario” (1983: nota 1 de p. 96, 99). Pero Engels había advertido que era sencillo efectuarle la misma crítica a Hegel, y que en cualquier caso la “viveza” no aportaba nada, extraviándose lo mejor en ese tipo de ejercicio escolástico (Marx y Engels, 1975: 389).

En séptimo término, insiste una paradoja que no es fácil de diluir ni en Althusser ni en cualquier estructuralismo: el elemento que estructura la articulación de los otros y las incidencias mutuas, debe estar simultáneamente presente y ausente. En el caso de la causalidad discutida, la praxis–causa y la instancia dominante (cf. infra) son factores de organización de la sociedad/totalidad que se desnivela en jerarquías. Influyen en las relaciones entre los componentes de la estructura, pero ellos mismos, en tanto que condicionantes, se auto-excluyen de una posición “visible” en la estructura, a raíz de que sólo se los detecta por sus efectos (1974 b: nota 23 de p. 99).

Se distancia de Althusser porque cree que las elucubraciones matemáticas (ver infra), deben tener preeminencia sobre la conceptualización no matemática. Badiou afirma con énfasis que una categoría es una palabra que se usa y que no es definida con rigor; por el contrario, sólo se logra una definición cabal en una fórmula lógica o matemática (loc. cit.: nota 28 de p. 101).

Por último, el leninista que mató accidentalmente a su compañera de reclamos, sugiere una epistemología “regional”, “local”, kantiana, sobre la construcción de las ideas; al mismo tiempo, enarbola una teoría global de los efectos de estructura (op. cit.: 36). Pero estas dos últimas aporías de envergadura, son las que nos tienen que llevar a decidir si el Materialismo Dialéctico está “autorizado” a recomenzar (ibíd.). El nuevo inicio del materialismo en juego es un re/comienzo del marxismo; este impulso inédito tiene que ser una obra cooperativa (loc. cit.: nota 14 de p. 98).

En cuanto a las divergencias con respecto a Althusser, además de la teoría de las permutaciones a la que alude (op. cit.: nota 27 de p. 100) y de la teoría de los conjuntos que aplica (loc. cit.: 31–33), propone criterios sistematizadores de las diferentes clases de marxismos vulgares (op. cit.: 12) que a nosotros nos ayudan en la confrontación con sus mitemas.

Uno de los rasgos generales de estos marxismos es que, a pesar de rechazar que la dialéctica materialista sea igual a la de Hegel, la interacción que ponen en escena es hegeliana. Althusser muestra que entre Hegel y Marx no hay inversión, préstamo, subversión, etc., sino ruptura epistémica(31) (ibíd.), de idéntica forma que entre la “física” de Aristóteles y la de Galileo no se observa únicamente “hiancia” (loc. cit.: nota 9 de p. 96). Pero los marxismos vulgares desconocen, eliden, reprimen, ocultan, etc., la existencia de dicho quiebre (op. cit.: 12). Al no aceptar que el nacido en 1818 efectuó mucho más que una simple inversión de la dialéctica ideologizada de Hegel, no son en el fondo marxistas sino hegelianos (loc. cit.: 13).

Los tres grandes tipos de marxismos dependen de tres “gestos” ideológicos característicos (op. cit.: 10/11). El primero consiste en querer fundamentar los conceptos de una ciencia; giro que nos encierra en un marxismo “filosófico” y fundamental (loc. cit.: 10). Éste explica la interacción base/superestructura a través de una causalidad “expresiva” (op. cit.: 11).

Por otro lado, subordina el Materialismo Dialéctico al Materialismo Histórico. Construye una categoría previa de “Historia”, evitando elaborar en cada caso la historicidad que sea menester (loc. cit.: 14).

El segundo “gesto” no se ubica por encima de lo científico sino por “debajo” de él (op. cit.: 10); vuelco que nos encorseta en un marxismo autoritario porque elogia la cientificidad que a su vez, se “garantiza” en la eficacia de la praxis (ibíd.) y en la correspondencia(32) de la noción con el referente.

El marxismo déspota alucina unas pretendidas normas dialécticas que actúan en una totalidad social que resulta esquematizada (loc. cit.). Postula “leyes”, “contradicciones”, etc. en general y las oposiciones en los modos de suscitar tesoro son entendidas munidos con esas intelecciones dialécticas de vasto alcance (op. cit.: 14).

Asimismo, opone un Marx joven (que sería esencial y “filosófico”) y un Marx de las dialécticas naturales (loc. cit.: 11). Aboceta una causalidad lineal (algunos, como Garaudy(33), se trasladaron del marxismo totalitario a uno metafísico –op. cit.: nota 4 de p. 96).

Somete el Materialismo Histórico al Materialismo Dialéctico (loc. cit.: 14).

El tercer punto de partida implica colocarse “al lado” de la ciencia; entonces se origina un cuasi/marxismo o marxismo analógico (op. cit.: 11). En él son empleados con obsesión los conceptos económicos y se elogia a El capital como obra “cumbre” (loc. cit.). Tiene una marcada preferencia por los lexemas “lucha de clases” (op. cit.: 14). Al mismo tiempo, se homologa el Materialismo Histórico con el Materialismo Dialéctico (ibíd.).

La interacción entre “subestructura” e hiperestructura es reducida a una operatoria por la que la misma organización que se halla en un plano (loc. cit.: 11), se encuentra también en los otros. Por ello, estamos ante un marxismo de la Identidad. Combina la rigidez mecanicista del totalitario y restaura la Unidad del marxismo “filosófico”.

Siendo inhábil para problematizar la construcción de la totalidad colectiva, la imagina estructurada en “niveles” identificables de forma automática (ibíd.). En lugar de establecer las mediaciones por las que se esparce la causalidad estructural(34), y de determinar cómo incide la estructura sobre sus elementos, nos topamos con un sistema de jerarquías (op. cit.: 11, nota 6 de p. 96).

Respecto a la sistematización que emprende de las aseveraciones althusserianas, es viable comentar lo que sigue:

Es del parecer que uno de los méritos del emigrado alemán, a pesar de no haberlo conseguido de manera consciente, es instaurar una nueva ciencia (loc. cit.: 13, 17, 21, 34) y otorgarle estatuto de cientificidad a un saber en curso –la Historia (ibíd.). Pero aun cuando el Materialismo Dialéctico sea más amplio que el Histórico, depende de éste (op. cit.: 17): es una teoría histórica de las ciencias (loc. cit.: 17, 29). No es una epistemología clásica, sino que analiza las formas de racionalidad (en especial, las que se convierten en disciplinas científicas) en el seno de lo acaecido (op. cit.: 17). En definitiva, palpita una invaginación entrambos (loc. cit.).

Por la ciencia recién nacida, la Filosofía ya no es un ámbito ideológico; arriba a las playas de lo científico (op. cit.: 15). Esa ciencia inaudita se denomina “Materialismo Dialéctico” (loc. cit. –puede que el nombre no sea el ideal; op. cit.: 13); se encarga de justificar la cientificidad del Materialismo Histórico(35) (loc. cit.: 13, 15/18, 24). Tal como lo adelantamos, es su epistemología (op. cit.: 24). Pero también se ocupa de indagar cómo emergen las ciencias; es la ciencia(36) de la cientificidad de las ciencias (loc. cit.: 15, 29). Así, con una fundación comprobamos una doble ruptura: las conversiones de la Filosofía y de la Historia en ciencias (op. cit.: 15–17).

Si el Materialismo en perspectiva analiza cómo una ciencia funciona en cuanto tal y si estudia las vías por las que la ciencia se escinde de la ideología(37) (loc. cit.: 18), es un saber respecto a las rupturas epistemológicas (op. cit.: 21, 29/30).

Por lo demás, el Materialismo Histórico, aparte de enfocar los pliegues mencionados supra, se aboca al “efecto de sociedad” que genera toda comuna (loc. cit.: 21) y a las desiguales prácticas(38) (op. cit.: 23–24).

Cada gran clase de práctica se vincula con un ambiente, nivel, instancia, plano, etc. (loc. cit.: 24), de manera que se detecta un “vacío” entre praxis y la esfera asociada (cf. infra). Hay también una autonomía de instancias. Esa independencia relativa ocasiona que sea factible escribir una historia de la ciencia, de las religiones, de lo político, etc.

Un estrato es dominante cuando ese hojaldre es necesario para explicar el juego de las interacciones y la dependencia relativa de los otros planos. El registro condicionante posibilita aprehender la dependencia mutua en la que se engarzan las otras esferas (ibíd.).

Obtenemos una definición de “coyuntura”: es el “corte” que permite otear la interconexión de los niveles y sus grados de libertad relativa (op. cit.: 24, 31). En ella se aprecia la acción de la instancia dominante, la cual posee una mayor repercusión o eficacia en sus impactos en el todo social (loc. cit.).

Cada tipo de coyuntura detenta su estructura/estructurante que es la más eficaz (op. cit.: 24, 30/31). Por ejemplo, una coyuntura con apoyo en lo político se manifiesta en una crisis en alguna esfera decisiva del Estado (loc. cit.: 25). Hay entonces, un “efecto de coyuntura”.

Sin embargo, no existe un nivel “maestro” que legitime argumentar a priori que, cuando varía la coyuntura, el plano que antes era dominante, no sea desplazado. El marxismo economicista habría incurrido en ese error, dado que para éste la economía es el factor clave en cualquier coyuntura y el que permite explicar si la crisis se ubica en el universo político, en la lucha de clases, etc. La instancia económica puede o no tener primacía; depende de la coyuntura; no cuenta con ningún privilegio (ibíd.).

De lo que acabamos de enunciar, no sólo percibimos una diferencia entre praxis y nivel, sino entre “determinante” y “dominante”. Lo precedente significa que a la práctica económica se asocia un registro de lo económico, pero que el estrato de la economía no tiene importancia per se. El hojaldre de la economía puede ser dominante o no. Sin embargo, la práctica económica puede ser determinante (una formalización más rigurosa se ofrecerá infra).

¿Cómo ocurre que una práctica se convierta en determinante? Acaece por la influencia de la sociedad/globalidad (ibíd.); su determinismo está desviado (op. cit.: 26, 30) a su vez por:

a- las incidencias del todo en sus elementos/estructuras;

b- los impactos de los términos aludidos entre sí;

c- el tipo de coyuntura;

d- los desgarramientos o profundos terraplenes que atraviesan las disímiles instancias.

La praxis/estructura no sólo sería estructurante sino que también se encontraría reestructurada (loc. cit.: 26). Poseería una doble función: i) la de ser un registro decisivo; ii) la de condicionar el lugar que ocupa cada una de las otras esferas en la totalidad desigualmente configurada. Pero la práctica económica en tanto que práctica/causa o determinante no está sencillamente “presente”; se manifiesta a través de las consecuencias, en especial, a través de la esfera económica(39).

¿Cuál sería la “imagen” adecuada para interpretar las repercusiones de la praxis–causa retraída? (op. cit.: 30). Una solución provisoria vendría de una teoría de los conjuntos(40) históricos que a su vez, dependería de la teoría matemática respectiva (loc. cit.: 31).

Con ayuda de estas especulaciones, sería viable concebir las grandes series de posibilidades que engloban grandes tipos de influencias por las que el nivel dominante(41) (colocado en ese orden por la práctica/causa) “distribuye” los lugares que ocupan el resto de las esferas y por las que se convierte en un “destinador” de “funciones”.

Supongamos entonces, continúa Badiou:

1. una multiplicidad “L” de lugares a ser “ocupados” según el grado de eficacia en la “propagación” de consecuencias (op. cit.: 31/32). El conjunto “L” significa que en cada lugar suyo reside una práctica (loc. cit.: 32);

2. una multiplicidad “F” de funciones o prácticas que asignan “topoi” a las propias funciones (op. cit: 31/32);

3. que, acorde al ítem anterior, “praxis” sea un proceso mediante el cual se destina a un lugar a otra práctica (loc. cit.: 31);

4. que, por ende, la praxis “donante” será aquella que se autoasigna un espacio (ibíd.);

5. que el grado en que una práctica o función “f” impacta en otra “f’”, al determinarle el lugar que ocupa, se denominará

6. un subconjunto “H” del conjunto “F” de prácticas es determinante si (op. cit.: 31/32):

a) distribuye las praxis de “H” en todos los lugares disponibles del conjunto “L”;

b) se autodistribuye a sí mismo;

7. una práctica es determinante si opera con eficiencia sobre los “topoi” de “L” y en las funciones del subconjunto “H” (loc. cit.: 32);

8. la determinante condiciona el ámbito de dominio de la función dominante (ibíd.);la eficacia de la que es capaz la dominante, consiste:

a) en operar sobre sí misma;

b) en convertirse en una función que hace consigo,

es decir, que se trata como la función (f’) que se autoenvía a sí misma (f’’) para ser dominante, según lo que dispone la determinante (que es “f”). De esta suerte obtenemos: ; ;

c) en objetivarse como la función (f’) que se autodistribuye el lugar para ser dominante (f’’).

9. la praxis dominante está en posición de instancia dominante cuando cada lugar “l” de “L”, se halla influido por dicha práctica;

10. la esfera dominante distorsiona el grado de impacto que tiene la praxis determinante en el resto de las prácticas y registros.

Esos serían algunos de los axiomas a partir de los cuales se podría incluir poco a poco, las categorías fundamentales del Materialismo Histórico –mientras tanto, esos “conceptos” apenas tendrían un status nocional (op. cit.: 33). Por su lado, el Materialismo Dialéctico debe elaborar una teoría “pura” de los conjuntos históricos y una teoría de las estructuras históricas, pero la primera tiene que preceder a la segunda.

Ahora bien, en lo que cabe a las críticas que Badiou le dirige a Althusser, las compartimos. Agregamos que el militante francés es parte de los marxismos ortodoxos, puesto que su teoría de la causalidad estructural y de los terraplenes que tensionan las esferas sociales, cae en el supuesto engelsiano del determinismo en último término de la economía (ver infra).

Respecto a la definición de “coyuntura”, nos resulta interesante, mas precisa ser completada con las ideas vinculadas a “crisis”, “estructura” y “ciclos” (ir a López, 2010 b). Lo que a su vez se tiene que matizar con la tipología de los tiempos históricos(42). De esa manera, oteamos coyunturas de tiempos cortos y medios; crisis coyunturales en contraste con crisis estructurales; etc.

El boceto de las clases de marxismos ortodoxos es operativo, tal cual lo anticipamos, pero rechazamos el espacio esencial que tiene el debate en torno al Materialismo Dialéctico. El sufriente en Londres nunca habló de una dialéctica tan ambiciosa que se la atribuyera a la organización de la materia, a la energía, al universo, a la biosfera, al pensamiento y al lenguaje. Incluso, y según nuestras impresiones, aprehendió el despliegue de los procesos sociales en clave dialéctica, no porque la Historia sea “en sí” dialéctica, sino a causa de la impotencia de los hombres (cf. una postura similar en Habermas, 1995: 212/214). Es el “auto boicot” que ejercen los agentes consigo, a través de abultadas estrategias (formas de poder y violencia, reparto de las tareas, entorpecimiento del desarrollo de las fuerzas de producción, empobrecimiento de la riqueza, centralidad del trabajo(43), etc.), lo que ocasiona que se instauren dialécticas constituidas, impidiéndose el clinamen que nos emancipe.

En cierta medida, el responsable del materialismo polemizado es el Engels del Anti-Dühring y el de Dialéctica de la Naturaleza que hallamos diseminado en “opúsculos” menores (ver 2004: 3). Pero el que terminó de canonizarlo fue Lenin, junto a Kautsky y Plekhanov. Su impronta es tan decisiva en este terreno que los que niegan su formulación en Marx(44), son considerados revisionistas, procapitalistas y hasta contra/revolucionarios.

En lo que hace a la matematización del Materialismo Histórico y, por extensión, de las teorías en las Ciencias Sociales, adoptamos la postura que indica que no es condición necesaria para una intelección certera. La matemática se empleará allí donde sea oportuna, como en los análisis estadísticos, demográficos, de evolución de los precios, entre otras cuestiones. Pero no tiene porqué caerse en un cientifismo fuera de época, que evalúe el rigor alcanzado por un saber por el grado de formalización. Eso es rancio positivismo.

Respecto a la perspectiva de imaginar la sociedad en tanto unidad de prácticas desiguales, es factible acordar con su inteligencia. Lo que sin embargo objetamos, es que la complejidad del movimiento para gestar tesoro sea reducida a praxis económica. Y en esto Badiou junto con Althusser, comparte los supuestos que homologan “basis” con “estructura económica” y “modo de producción”. La práctica económica y el plano de la economía son una parte del “estilo” para inducir riqueza, el cual es uno de los tantos elementos de la base.

Por ello también, cuestionamos el espíritu mecanicista con el que se elaboraron las diferencias entre “práctica” y “nivel”, y entre factor “determinante” y “dominante”. Por añadidura, lo colectivo no es un simple diagrama de Venn–Euler, a pesar que nosotros mismos apelemos a él para didactizar las oraciones de una Tesis árida. Empero, las ideas de que la praxis determinante es la que distribuye los lugares que ocupará cada estrato, la que se autoasigna su espacio, la que acotará el alcance de los impactos de la función dominante, etc., son conceptos disparadores.

Concluido el tedioso capítulo, podemos regresar a la pertinencia de la digresión que colocó en tela de juicio la “ecuación” leninista entre “base”, “economía” y “modo de producción”: sin dicho excursus, hubiera sido difícil entender la crítica a los “representantes” del “estructuralismo” marxista (las comillas son empleadas por lo esgrimido en nota 34 de p. 155).


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