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BAHÍAS, DEVENIRES Y HORIZONTES. LOS PERFILES DE MARX, Tomo II

Edgardo Adrián López




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NOTAS

(1) Ese “simple” divulgador leía en veinte (Stepanova, 1957: 155) ó 24 idiomas, y hablaba, leía y escribía de forma correcta en doce, lo que incluía a 10 lenguas actuales de Europa, además de la “clásicas” (op. cit.: 154). [universo de la ciencia]

Tenía un conocimiento enciclopédico en la mayoría de las áreas del saber, incluso en rarezas como el arte militar (loc. cit.: 197). Su inteligencia dúctil le permitía trasladarse de un tema a otro, como si estuvieran colocados en la misma isotopía o campo problemático (ibíd.). Pensaba sobre literatura, historia, lingüística, etc. (op. cit.: 148, 154). Hinc Engels no pueda ser tratado como figura de segunda frente al beneficiado por Wolff.

(2) Casi siempre, en lugar de una compulsa seria, metódica y atenta de las obras del creador de la tradición, se apeló a manuales; lo mismo suele realizarse con las ortodoxias y de lo que se trata es de abandonar los manuales.

(3) La apuesta por la que bregamos sólo puede asomar “revisionista” para ojos acostumbrados a un Marx fácil de refutar por los automatismos en los que “incurre”. Pero una fracción considerable de nuestro esfuerzo consiste en impugnar esos tópicos o “imágenes” ritualizadas. [ídem a nota 1]

Muchos se escandalizan de un profesional “pequeño/burgués” que, autopromoviéndose en la categoría de intelectual comprometido, desmantela las propuestas de agentes que tuvieron la enorme fortuna de hacer la revolución y de no dedicarse sólo a hablar de ella [a raíz del tono de los asertos, es fácil constatar que nos encontramos en el laberinto de los pareceres políticos]. Pero si Guevara se atrevía a opinar que el padre de Laura era etnocentrista (1973 c: 126 –y en más de un pasaje, el lucreciano lo confirma), ¿por qué no adquirir “mayoría de edad” con relación a cualquiera de las versiones de su pensamiento?

(4) Ello no quiere decir que no se detecten desigualdades entre los diferentes marxismos [nivel de las recomendaciones críticas]. No obstante y a pesar de la belleza de una frase de Guevara, respecto a que un comunista tendría que ser apto para segar una espiga con infinita ternura (1973 c: 153), existen innumerables puntos en común en lo que cabe a la praxis política.

(5) Que hay una filosofía leninista, no lo cuestionamos. Empero, nos resistimos a aherrojar al germano rebelde en un “phylum” discursivo de tal factura, así sea “materialista”. Con el pensador del siglo XIX se termina la metafísica, incluso antes que con Nietzsche –de quien Lou sospechaba que su crítica estaba motivada por impulsos religiosos (1980: 75, 81, nota 68 en p. 218, nota 74 en p. 228).

Retomando el hilo, la parte de la frase anterior vinculada con la filosofía es parcialmente sancionada por Heidegger, quien expresa que ambos la invierten (1960 c: 89), mas sin llegar a subvertirla del todo, puesto que Marx y Nietzsche siguen presos de sus mitemas (op. cit.: 92, 94). No obstante, el pensador nazi cree que es necesario un diálogo con el militante exiliado (loc. cit.: 94).

A partir de esa “pausa”, la glosa se injerta en el plano de lo científico. Ahora bien, cabe aclarar que si parece que confiamos tanto en unas diferencias que son frágiles, por cuanto no es simple saber cuándo se habla/escribe/vive/piensa so far “mero” crítico, científico, ideólogo, político, es a raíz de las presiones institucionales que nos obligan a especificar los “saltos” discursivos en calidad de práctica que autoobjetiva las transiciones de un nivel a otro.

Pero también es porque anhelamos evitar legitimar cuestiones de opinión, como son las cosas ubicadas en el registro de la manipulación/persuasión o retórica, id est, de la política, con efectos de verdad. Si disfrazáramos de esa suerte lo opinable, nos encontraríamos al borde de justificar la eliminación del otro puesto que en cuanto tal, se halla en lo improbable, en el error o en lo falso.

(6) De una indudable filiación psicoanalítica, el lexema proviene de Althusser (1973: 49, 52, 54, nota 30 en p. 54, 59, nota 35 de p. 59). Señala una estructura de relaciones de la que no se fuga, apelando simplemente al deseo de invertir dicho orden de términos. Lástima que el maestro de Balibar confía en derivar su descubrimiento interpretando de mala fe, las declaraciones de Marx orientadas a la subversión de la dialéctica hegeliana (op. cit.: 143, 150).

(7) La posibilidad de acercarse a un corpus no tiene que ver ni con las herramientas de análisis, ni con la perspicacia, ni con la consulta de las fuentes en la lengua del “autor”. Por descontado que todos esos elementos inciden, pero lo que tiene significación es el entramado en el cual nos situamos y que, si no parte de la irreducible diversidad de un texto, genera puntos de vista imperativos, intolerantes, escasamente abiertos. Se falta entonces, a una “ética” de la enunciación y de la espera sin condicionamientos para el arribo del otro (lo que acogotó Derrida con referencia a Marx).

(8) El dogmatismo no es un “detalle” menor que se puede dejar de lado; no es una “inexactitud” que no basta para recusar una propuesta escolástica y lineal. Posee repercusiones severas: desde expulsiones de las organizaciones militantes, hasta el ostracismo del silencio y el aislamiento, pasando por el asesinato y los trabajos forzados en los “campos de concentración” de turno [registro de la praxis política]. Semejante tipo de proceder, que para los grandes objetivos de la Revolución “tendría” que ser “minimizado” (afirmarían un leninista o maoísta convencidos), es la que inyecta el “veneno” de las pequeñas miserias que terminan en los delirios estalinistas. Son esos “defectos” los que acaban por pudrir la belleza de la insurgencia.

Cierto que una perspectiva así no resuelve los difíciles problemas de la defensa legítima de la insurgencia libertaria, frente al seguro ataque de una contrarreforma interesada en un régimen de clases. Habrá que confiar en que la “cara de hereje” de lo concreto, no dictamine horrores “necesarios”.

(9) Bajo el aspecto de un Derrida improvisado, es factible solicitar la pausada justificación de los cuatro escritos en tanto que “ejemplos” de una tradición que aflora polémica. Nos basta que respondieron al horizonte anclado por el IMEL de Moscú. [plano de lo científico]

En el caso de Badiou, aun cuando entienda el Materialismo Dialéctico como epistemología de las ciencias y no con el carácter engelsiano/leninista de un “orden” dialéctico que estaría presente en todos los registros, su solidaridad con el IMEL (a pesar de su denuncia contra el stalinismo), es perceptible en la conservación de una división entre Materialismo Dialéctico y Materialismo Histórico (que habría puesto en duda Gramsci –Gruppi 1974 div: 85– y por eso, se lo desprecia como “revisionista” –!!!).

(10) Recobrando una distinción entre “Economía Política vulgar” y otra (inaugurada por Adam Smith) que no lo es, argumentamos que en el siglo XX respiró un marxismo empobrecido. En virtud de que hegemonizó lo que podía decirse de Marx, lecturas “aberrantes” quedaron sin ser formuladas, sin condiciones de recepción o carentes de alternativas para circular. [ídem a nota 9]

El problema de la difusión de apuestas teóricas “herejes”, que aparentemente se distancian de la “letra” del amigo de Engels (o de cualquier “autor”), no es algo sin relieve: un buen número de espacios de publicación ejercen un “bloqueo” no sólo por una “orientación” que desanima los comentarios “pasados de moda” acerca del emigrado alemán (o de un “phylum” que ya no sea “éxito”), sino también por evaluadores que, sin distinguir entre las objeciones que acaso enriquecerían un artículo y una refutación “en regla” (en circunstancias, enunciada en un tono que violenta la “ética” del decir que mencionamos supra), impiden el debate [estrato de lo político]. Se amparan en el anonimato, en las instituciones que les donan reconocimiento y/o en su rol de “tamizadores” de lo “publicable”. Un efecto colateral es que los que se ajustan a los preceptos canonizados y a las tomas de partido de los evaluadores, tienen más facilidades para acrecentar poder simbólico, mientras que a los “re/negados” se les asoma muy difícil escapar de su condición marginal y sin consenso.

(11) Tal cual lo explicamos en López, 2010 a y 2010 b, la empresa del intelectual militante de Inglaterra estaba a medio camino entre ciencia y crítica “pura” (v. g., Anderson establece que Marx desmantelaba la Economía Política y que no hacía análisis económico –ir a 2000: 171). [registro de las apreciaciones deconstructivas]

Hacia 1840 redactó un opúsculo llamado “La crítica moralizadora y la moral criticadora”, donde destejía al demócrata alemán Karl Heinzen (Zaródov, 1974: 154/155, nota 1 de p. 155). El deconstructivismo no debe moralizar ni es moral en sí; por ello no es “simplemente” crítico. Por añadidura, una actitud que cerca los automatismos que conducen a evaluar patrones de valor como “naturales” y “objetivos”, es decir, que suspende la moral, no es tampoco ciencia. Más todavía, el hecho de ser conscientes de que en el “amor a la verdad” que habita en el científico pulsan valoraciones, no lleva a asumir con tranquilidad axiología alguna.

(12) No obstante, a partir de lo que Zadórov indica en (1974: 7) el socialismo puede ser abocetado a manera de un acelerador de los procesos históricos. Por inferencia, la idea nos viabiliza concebir que las comunas existentes hasta ahora fueron ralentizadoras de los fenómenos, ocasionando que los cambios tardaran siglos en surtir efectos emancipatorios.

Acerca de ese último filo, Habermas profiere que si es inevitable a veces emplear el lexema “progreso” sin avalar la Filosofía asociada, es porque las transiciones de los modos de producción que hubo allanaron posibilidades crecientes de libertad, respecto a la necesidad de que aflorasen múltiples formas de coerción (1982: 96, 99). Engels, en un escrito donde polemiza con los anarquistas, cuestiona que la vida humana deba regirse por estructuras afincadas en tipos de autoridad que constriñen la autonomía (2004: 3).

Por otro lado, las cosas, los procesos en general transcurren o manifiestan derrames, flujos, chorros, “ritornelos” diversos. El problema es que en las colectividades pre–comunistas, las palpitaciones no humanas (las de la biosfera, los ritmos de las máquinas, etc.) y las condiciones sociales se “hieren” mutuamente. Tal vez el socialismo tenga que ser el principio del fin de un condicionamiento destructor. Cabe anhelar incluso, que si los aspectos fundamentales de la reproducción de la sociedad/totalidad no requieren de estructuras apoyadas en clases de autoridad que son tiránicas, éstas se licuen (ibíd.). [ídem a la nota 11]

En otro orden de claroscuros, si objetamos sin amortiguaciones a Riazanov y sus compatriotas, reconocemos que el primero supo rescatar tres fenómenos que los ideólogos y doxósofos de la globalización entienden que son “inéditos” [enunciados performativos científicos]. Sostiene que hacia 1862, Marx se percató que el despliegue del capitalismo había “disuelto” las naciones/estados particulares a los fines de subsumirlas en una economía mundial integrada (2003 d: 119 –recordemos que Riazanov escribe en 1922). También postula que era consciente, junto con otros, que el grado de interconexión que presentaba el capital en Europa, le hacía posible burlar las huelgas, f. i. en Gran Bretaña, contratando trabajadores franceses, belgas o alemanes (op. cit.: 123).

Por lo demás, la injerencia del Estado en la regulación de la lucha entre capital y trabajo (intervención que casi siempre, es producto de las demandas proletarias o de los grupos subalternos que presionan), le sirvió al expulsado de Francia para imaginar la alternativa de un poder obrero que controlara la génesis de riqueza (loc. cit.: 131). Finalmente, agrega que la violencia del régimen actual para suscitar tesoro es tal que los presos (al menos, en ciertos países) llegan a alimentarse mejor que una buena parte de las clases dominadas (loc. cit.: 129 –of course, sólo la mala fe foucaultiana podría apreciar en lo que anotamos una defensa del encierro).

(13) En la Contribución a la crítica de la Economía Política, mientras el refugiado de Europa especula acerca del dinero, el capital, la mercancía, entre otros items, su escritura interrumpe un discurrir dialéctico típico [especulaciones deconstructoras]. Descontando que ello sea un problema de estilo o de error en la exposición, nos induce a sopesar que la dialéctica crítica no va necesariamente desde la a/tesis al cuarto momento, sino que puede iniciar series “paralelas” en puntos previos:

Si lo anterior es aceptado allende las apariencias de “heterodoxia”, entonces la dialéctica tiene lugar para lo estocástico, imprevisible, etc., tal cual lo gubiamos en López, 2010 d. Por añadidura, los instantes se desgranan en los otros dándole aire a un esquema fractal.

Por último, los procesos no siguen inexorablemente, una a una las “cadencias” puesto que, tal como lo imagina Engels, luego de aplastar un insecto se interrumpe cualquier dialéctica (1975). Pero en virtud de que es factible abocetar otro plano en que cierta dialéctica tenga respiro (e. g., el de la acción de los descomponedores), hay que aceptar que existen niveles en los que acontecen desiguales clases de dialécticas. Por ejemplo, uno en que la interacción se “detiene”, otro en que se desvía en paralelo, etc.

Por lo precedente es que en la Naturaleza se puede optar por enfocar fenómenos mediante las claves dialécticas o no. Cabe la alternativa de que no haya una dialéctica lo suficientemente compleja para abordar un suceso o, por el contrario, que el fenómeno sea tan “sencillo” que el razonar dialéctico sea prescindible. Incluso, puede significar una falta de “economía” en la explicación.

(14) Guevara opina que Lenin superó (!!!) a Marx en innumerables temas, en especial en el relativo a la transición del capitalismo al socialismo (1973 c: 97) [universo de la ciencia]. Precisamente, si podemos esgrimir algún ítem en el que no se aprecia tal superación (asumiendo que se trate de eso) es en los enormes problemas conceptuales y prácticos de la intrincada disolución de un modo para suscitar tesoro, que origina otra forma de economía y sociedad (estos últimos lexemas consisten a su vez y en parte, en la concreción histórica de un determinado modo de producción –1983 c: 799).

(15) Tal cual se discute en López, 2010 a, el forastero de Rusia no estipuló jamás cinco modos nucleares para crear riqueza. En una compulsa superficial de los Grundrisse, y descontando los que hemos agregado para cubrir “baches” en el discurrir marxiano, se constatan más de veinte.

En cambio Gouldner, aprovechando que su obra podría ser consultada por un interesado como material propedéutico (por ende, ignorante del corpus), sostiene que la reflexión marxiana acerca de modos de producción no occidentales se debía a que sus teorías estaban fallando y que, por un afán de reprimir esas anomalías, fingía considerarlos (1983: 335/336). A su vez, ese subdesarrollo de una hipótesis que abarcase a tales formas de sociedad, tiene su causa en un etnocentrismo a lo Hegel (!!!) (op. cit.: 353, 355; ver Le Roy Ladurie, 1989 k: 203).

(16) Tampoco comprobamos tal previsibilidad [hojaldre de la praxis]. Quizá haya sido apoyada por el leninismo a causa de las demandas de la militancia: sostener ante grupos subalternos, tal cual me lo explicitó el Sr. Balmaceda, que las mutaciones del orden burgués que todavía espera, puede “estirar” su dinamismo dos siglos adelante (si contamos desde los tímidos comienzos del XXI), no es demasiado estímulo. La impaciencia revolucionaria hizo el resto (por supuesto, no titubeamos en considerar que en más de una ocasión la impaciencia también es legítima).

En lo anterior intervino el vanguardismo: para eludir equívocos, en la defensa de la vanguardia también se cae en él puesto que para nosotros, marxistas no leninistas, no existe distancia entre uno y otra.

(17) La semióloga Boves Naves, aun cuando cae en afirmaciones envejecidas (1973: 25, 41), postula que el objetivo de las Ciencias Sociales y Humanas es descubrir las estructuras y los sistemas, en lugar de cuantificar las relaciones, encuadrar en fórmulas las descripciones y de arriesgar la enunciación de leyes (op. cit.: 29, 41) [perspectiva científica].

Compartiendo en general el parecer, advertimos que las reglas que inciden en lo social se debe, tal cual lo dijimos en innumerables situaciones, a la impotencia que los individuos mismos se obligan a sufrir: la puesta al día de dichas normas tiene un interés crítico, político y científico. Por ello, no es verdad que el admirador de Engels haya descuidado la fundamental importancia de crear en una sociedad dispositivos orientados a la explicitación de los mecanismos de dominio, tal cual lo alucina Habermas (1982: 100).

En lo que cabe a otros aspectos, en cierta fracción de los militantes de izquierda existe el convencimiento de que el único medio para quebrar la injerencia de leyes “inapelables” en la Historia, es la insurrección armada. [registro de la praxis política; por ende, las afirmaciones no son evaluables en términos de verdadero/falso , error–exactitud, incertidumbre/probabilidad sino en parámetros de decisiones racionales, adoptadas en el ejercicio de una democracia implementada en el seno de las organizaciones de masas y fuera de ellas]

Pero sin convertir a Marx en un adocenado liberal, es oportuno recordar que en determinadas circunstancias el “economista” británico era del parecer que las armas debían usarse donde fuese necesario; los medios pacíficos, donde fuera posible. Tan singular opinión se halla en una reseña acerca de la acción política de la clase obrera, donde reitera la “trotskista” categoría “revolución permanente” (que asoma en el “Mensaje del Comité Central a la Liga de los comunistas”). En una carta a Herson Trier, Engels avala igual perspectiva (Zaródov, 1974: 167). Un marxista revolucionario no es dogmáticamente partidario de la fuerza ni de un guerrillerismo casi demencial (op. cit.: 175/181).

Sin embargo, lo anterior no significa que haya que negar de plano la vía de la insurgencia, como lo hace cierta “izquierda” posmoderna, puesto que los grupos hegemónicos (en particular, las clases dominantes) no son propensos a entregar los aparatos de coerción ni a colectivizar la propiedad (existe por añadidura, una violencia que proviene del Amo). El dominio de los grupos dirigentes, se garantiza por múltiples formas de violencia que van desde la armada hasta la espiritual (op. cit.: 169 –de lo último, cabe especular que Bourdieu acaso no haya sido el primero en aportar sobre lo que bautizó “violencia simbólica”, tal como lo pincelamos en López, 2010 a).

(18) Aun cuando hubiésemos deseado ocultar nuestro nombre, los imperativos institucionales nos forzaron a asumir la “necesidad” de “creer” en él [especulaciones críticas]. En un bello pasaje de los tempranos escritos preparatorios de la Tesis Doctoral de Marx, éste sostiene que el nombre propio es una mentirosa ficción (1988 a: 150). Andreas-Salomé, a pesar que se la percibe reacia al levantamiento de los soviets (1980: 44/45, 55, 57–58), resulta moralista (op. cit.: 46, 60, 90) e incluye al marxismo en una “marea pos/kantiana” (loc. cit.: 79), supo indicar que el “nombre ... es ... ruido y humo” (op. cit.: 27).

Los autores de la obra que motivó la nota al margen, imprimieron en un pequeño rincón imperceptible el patronímico que los de–signa. Nos parece ver en un gesto mínimo, la apuesta por una estrategia que deconstruiría el “yo”, el nombre propio, la propiedad de lo que se rubrica, etc. en beneficio de lo anónimo, de la escritura misma, de la multiplicidad del texto y de la intervención así aliviada, del “lector”.

(19) Sin embargo, a partir de lo que asevera del obrero en la ex URSS (Vlásova, 1987: 126) se puede deducir que, por contraste con las asociaciones humanas previas a su reconstrucción por individuos en clinamen respecto de cualquier poder, en las comunas pre/socialistas el trabajador colectivo no es creador libre y consciente de la Historia [recuperamos el estrato de la ciencia]. Además, no es capaz de alterar la naturaleza del trabajo y no puede transformarlo en actividad espiritualizada en escala ascendente.

(20) Allí, el pensador olvidado en esta hora de borrosa niebla elucubra que, para los grupos hegemónicos, los

“... organismos (del Estado) se convierten en los oídos, los ojos, las manos y los pies con los que (aquél) escucha, acecha, evalúa, agarra y corre”, en beneficio de tales grupos (Vlásova, 1987: 139).

“Enganchado” con lo precedente pero desde un ángulo “aberrante”, el distanciado con los anarquistas comparte la idea, que formula un contemporáneo inglés suyo, de que la sociedad no conoce lo que sucede (1983 c: 539). De este aserto, es viable imaginar que las esferas de actividad colectiva son sistemas de información que no están entrelazados y entre los que se interrumpen los flujos de datos. La cuestión es que las interrupciones no son casuales, debido a que los hegemónicos desean que una fracción significativa de la población sea mantenida al margen de los asuntos que en realidad son de su interés.

(21) Tal cual lo definimos enLópez, 2010 b y lo discutimos López, 2010 a, la teoría de las clases, que se enlaza con el nivel de abstracción del “modo de producción”, es completada por una hipótesis de los aglomerados sociales, más general y sin embargo, emparentada con una categoría menos abstracta (la de “formas de economía y sociedad”).

Para ir deprisa, sostenemos que se infieren dos grandes conjuntos: los grupos dirigentes y los subalternos. En las comunas con relativa complejidad como para que el materialismo violento en que se encuentran inmersos los agentes, haya simplificado las valencias humanas en dos gruesas esferas en mutua tensión (“basis” e hiperestructura), los dirigentes pueden estar constituidos sólo por obreros improductivos privilegiados y/o por ciertos individuos asignables a los sectores independientes (Aguerre y Buscaglia, 2001: 25). Antes de dichos colectivos, no es seguro que se pueda hablar de aglomerados dirigidos o hegemónicos. Tal vez, no había la suficiente cantidad de riqueza disponible como para diferenciar a los hombres entre obreros productivos e improductivos.

Con la emergencia de las clases, los grupos dirigentes se integraron por las clases apropiadoras de tesoro, por los obreros improductivos de elevado consumo y por los sectores independientes con “status” o interesados en la defensa del orden. Simétricamente, los subalternos son acompasados por las clases sometidas, los trabajadores improductivos no privilegiados, por los sectores de bajo consumo y por algunos excluidos (Marx y Engels, 1975: 425).

Esa teoría de los aglomerados, permite sortear las “objeciones” de académicos que no encuentran cómo ubicar, en el universo–Marx, a profesores, abogados, comerciantes al menudeo, artistas, etc. Arguyen con razón que no son clases y “tendríamos” que, prosiguen sin basamento, remitir tales individuos a una clase u otra, “según” la crítica post/metafísica.

Por último, el lexema “status” no es anacrónico si se lo vincula con un acceso diferencial a objetos de disfrute y a bienes culturales valorados. En el caso de la época burguesa, ese nivel de consumo diferencial puede cuantificarse con los indicadores apropiados pero en ausencia de ellos, la categoría (que no es weberiana) es operativa.

In fact, los sectores extra/clases pueden ser numéricamente superiores a las clases pero asumimos, de acuerdo a lo que se comprueba en los casos históricos medios, que las clases explotadoras de plustiempo "exigen" un "mínimo" de entre el 30 y el 50% como "piso" de consumo. En el fondo, si tenemos en cuenta que, de una tasa del 200% de bienes generados, el 100% y hasta el 150% se destinan a reponer los materiales brutos, las materias primas, los medios de producción gastados, etc., lo que resta para el consumo improductivo se ubica en una escala que va del 100 al 50%. Sin embargo, para simplificar los cálculos se adoptó la primera cifra y se asumió que los “ingresos” se gastan por completo (ver figura 4 –en los “esquemas” que siguen y en la Tesis Doctoral no incluimos a los “no garantizados” ni a los que, según determinado Marx, podríamos bautizar como “población económicamente ‘inactiva’”, excedentarios que también son particionables en acomodados y no destacados):

Por su lado, si aceptamos que los grupos que no son clases absorben alrededor del 35%, la apropiación de tesoro, acorde al lugar en la esfera de la producción, puede delinearse según el gráfico 5:

Si contemplamos la distribución de bienes por enormes conjuntos, arribamos a la figura 6:

Podemos imaginar que los obreros improductivos privilegiados (algunos de los cuales son parte de las clases amo), son capaces de incrementar su acceso al consumo en un 5%. Mas si ello es teóricamente factible es históricamente conflictivo, por cuanto las clases acaparadoras de plustrabajo no se resignarán a ceder su entre el 30 y 50% de consumo–ingreso, y tendrán que luchar contra un nuevo aumento del consumo/ingreso de dichos obreros y bregar para arrancarles una fracción del tiempo de trabajo necesario a las clases que suscitan objetos útiles (gráfico 7):

(22) Al respecto, Zaródov agrega un criterio adicional para concretar una taxonomía de las desiguales relaciones sociales que intervienen en la génesis de tesoro, sea de manera directa, indirecta o muy lejana. Clasifica los nexos aludidos en económicos, políticos, sociales y espirituales (1974: 8). Lo que el soviético postula en primer término, podría denominarse “vínculos intersubjetivos ‘estructurales’” a los fines de esquivar un economicismo torpe.

Luego, acaso los distintos tipos de contactos humanos que deslindamos en López, 2010 a puedan remitirse a cada uno de los “planos” ya nombrados. V. g., las relaciones elevadas de trato y las que acontecen en el seno de lo simbólico (f. i., las relativas a cualquier “fe”) corresponderían quizá al registro de los nexos “espirituales”. Por añadidura, Habermas define las relaciones de producción con tal nivel de abstracción que incluye instituciones y mecanismos sociales diversos (1982: 93).

(23) Sabemos que la traducción correcta del germanismo “basis” no es “infra” ni “subestructura” y que dichos lexemas se enraízan en la tradición a la que impugnamos, pero el pulido de la frase los impone. El problema es que llegamos a dar de bruces con glosadores del pensamiento de Marx que, equiparando “basis” con el significante aludido, tienen que “imaginar” un espacio “intermedio” al que denominan “estructura” (Zambón, 2001: 94).

(24) No es cierto que el amigo de Wolff no haya contemplado el factor ecológico en sus análisis puesto que sopesa que el capitalismo es destructivo con respecto a la biosfera, tal como lo repetimos en López, 2010 a. Al decir del historiador filo/marxista Thompson (que no pierde oportunidad para matizar asertos demasiado “duros” de Marx –e. g., respecto al Estado; ir a 1995: 43), la subordinación de la génesis de riqueza a los imperativos del capital, y la traducción de las necesidades y esperanzas en los términos del mercado tendrán consecuencias lamentables para el planeta, que afectarán a las naciones con una elevada industrialización y a las que son obligadas a permanecer en el subdesarrollo (op. cit.: 27/28), a través de mecanismos como el de la Deuda Externa.

Por si fuera poco, Ricardo también había dibujado que en la explotación agrícola del suelo emergía que las fuerzas originales y potencialmente indestructibles de la Naturaleza, son erosionadas (Marx 1976: 34). El “continuador” de Adam Smith, sostiene que se vuelve tacaña de sus dones (op. cit.: 36).

Finalmente, considera en sus análisis a la energía, por ejemplo, la del viento y la del agua. Enfoca la “elasticidad” del vapor. Ello nos permitiría hablar de un “factor de elasticidad” de las distintas clases de energía. Pero si esto es así en el que confiaba en las posibilidades de cientificidad de la Economía Política, ¿cuánto más en aquel que volvió imposible la fundamentación de un saber acerca de las irracionalidades que atraviesan la economía?

(25) Sin que implique que “modo de producción” sea un concepto más amplio que el de las esferas, es legítimo emplear una paráfrasis que lo contenga para definir la superestructura: es un modo de producción de semiosis, id est, un modo de producción inmaterial de lo inmaterial. F. e. en el capitalismo, la hiperestructura suscita hábitos, costumbres, prejuicios, visiones, etc. que influyen de tal manera en los capitalistas, que no se arriesgan fácilmente a invertir sus ganancias fuera de lo que conocen (v. g., otros países –Marx, 1976: 57).

(26) Detectamos varios sentidos para los lexemas “modo de producción”. Cuando el amado por “Lenchen” efectúa sus descripciones históricas, los entiende como formas de trabajo (1).

También se refiere a las clases de tareas desplegadas según ramas de actividad (2). En el statu quo burgués, existen esferas de inversión en las que se produce con base en capital circulante o con apoyo en capital fijo (1976: 31, 33). A pesar de lo certero, Robinson (que se autocaracteriza como economista burguesa y en calidad de keynesiana de “izquierda” –1985: 201) dispara que Marx no distingue en el capital constante, lo que es “stock” de lo que es flujo anual de valor (op. cit.: 203). Sin embargo, el fantasma cazado agrega que una composición orgánica baja del capital implicaría preponderancia de capital circulante (Marx 1976: 33).

Hay otros campos en los que el capital fijo es menos duradero y se aproxima al capital circulante (ibíd.). De plano, una de las definiciones rigurosas de “pequeña burguesía” es la que indica que este segmento de la clase de los capitalistas posee un tipo de capital en la que una fracción considerable del capital circulante o casi su totalidad, actúa en calidad de capital fijo. En consecuencia, la reproducción en escala ampliada es casi nula (empero, “pequeña burguesía” no es igual que “comerciante al menudeo”, pues éste es un miembro de los sectores independientes –cf. nota 27–, ni de capitalista mediano).

Aparte, encontramos el semema que se opone a los otros elementos de la dialéctica que, en algunas circunstancias, denominamos “clásica” u “ortodoxa” (3). La forma de gestar tesoro es un “estilo” para extender las fuerzas productivas (Marx, 1983 c: 269) y una estructura históricamente acotada del proceso social de producción (op. cit.: 799).

Por último, hay un giro que es el que se emplea para delimitar épocas y que casi es homónimo al de “sociedad” o totalidad de base/superestructura (4). Au fond, es este último semema, efecto de sentido o Interpretante el que condujo a Engels y al leninismo a evaluar el “modo de producción” so far diagrama de Venn que incluye a los otros componentes de la dialéctica ortodoxa para los cambios sociales (que Gouldner repite como un credo, adjudicándoselo no obstante al denostado por comentaristas a la moda –1983: 317).

(27) Si apreciamos las enseñanzas de la semiótica de Peirce, las variables que intervienen en la teoría no son dos sino tres: la “basis”, la sobreestructura y su mutua dialéctica en calidad de tercer elemento.

En otro plano de sentencias, verdad es que especulaciones de semejantes niveles de abstracción nos hacen perder de vista las “modestias” con las que se “envuelven” los procesos concretos. Categorías tales como “fuerzas de producción”, “relaciones sociales”, etc. tienen que ser definidas con el abrumador material de la realidad histórica “pedestre”. Sin embargo, no deja de tener menos importancia la tranquila, ardua y constante reflexión epistemológica y teórica por la que, f. i., la masa de los individuos pueden ser asignados con mejor precisión a determinados sectores.

Con el único propósito de que se aprecie la eficacia de una taxonomía afinada, comentaremos el cuadro 45 de Kriedte (1994: 201) y la hipótesis que hilvana Thompson (1995), para mostrar las notables divergencias que existen en la taxonomía de los segmentos sociales, cuando la teoría de las clases es amortiguada con la de los grupos. Antes, una aclaración: se mencionan los sectores que sopesamos con posibilidades históricas y no todas las alternativas. E. g., aunque sea viable imaginar que existen artesanos que se comportan como capitalistas y que por consiguiente, pueden ser miembros de las clases dominantes, éste no es el caso histórico “medio”:

Los trabajadores del comercio que allí se mencionan (salvo excepciones –por ejemplo, algunos de los empleados de panaderías) no son obreros productivos sino improductivos. Los pequeños artesanos son propietarios que laboran u obreros propietarios que se autoemplean, por lo que pertenecen a los sectores independientes (sobre la pertinencia de la noción, ver 1975 a: 295 donde Marx imagina un individuo independiente). Igual es el caso de maestros, pequeños comerciantes, soldados y suboficiales. Los empleados privados de personas son también obreros improductivos. De los “burgueses”, sin duda habrá que separar los que Kriedte caracterizó como profesionales, funcionarios e intelectuales, de los distintos tipos de capitalistas. En síntesis, tenemos (López, 2009 b):

• Conjuntos hegemónicos (no se incluye la población “inactiva” destacada):

a) clases dominantes: nobleza (baja, media y alta) + capitalistas (grandes comerciantes, etc.);

b) obreros improductivos privilegiados (medios y altos);

c) sectores independientes: oficiales, etc.

• Grupos subalternos (no se cuentan a los excluidos ni a la población “sobrante” no acomodada):

a) clases en calidad de fuerza de trabajo: siervos feudales, jornaleros, familias campesinas sometidas a la protoindustria, etc.;

b) obreros improductivos no privilegiados: la mayoría de los trabajadores del comercio, empleados privados de “civiles”, etc.;

c) sectores independientes con ingresos limitados: soldados, suboficiales, maestros, pequeños comerciantes, artesanos.

El historiador británico fallecido en 1993, apunta a lo largo de su voluminoso texto una lista (que no transcribimos entera) sobre las desiguales actividades: talabarterías, transporte, carpintería de carros, elaboración de cerveza, curtidos, molienda, gran industria lanera (1995: 29), pequeños campesinos, sirvientes agrícolas, artesanos rurales, yeomen, manufacturas, comerciantes, artículos de lujo, pobres, imperio ultramarino (op. cit.: 30), oficios, gremios, maestros (loc. cit.: 34), cortesanos, ministros (op. cit.: 40), gentry dividida en tory y en whig (loc. cit.: 41), dependientes de la marina y el ejército (op. cit.: 43). Herreros (loc. cit.: 88, 94), pescadores (op. cit.: 100), sectores profesionales (loc. cit.: 45) que constituyen una “clase media” creciente, trabajadores asalariados (op. cit.: 50), cocheros, caballerizos, jardineros, criados de librea, lavanderas, guardabosques, modistas, reposteros, vinateros, posaderos, fabricantes de coches, camareras, industria pañera, mineros, barqueros, peones, mozos de cuerda, pequeños comerciantes del ramo de la alimentación, artesanos urbanos (loc. cit.: 54). Bandidos, asaltantes (op. cit.: 56), taberneros (loc. cit.: 71), libreros, imprenteros, ferreteros, vendedores de papelería, jugueteros, cuchilleros (op. cit.: 107), periodistas, arquitectos, prostitutas, maestros de danzas (loc. cit.: 108), alto clero (op. cit.: 113).

Dada la abigarrada composición social que constatamos, sostiene Thompson, los hombres a lo sumo podían dividirse entre “patricios” y pobres o “plebeyos”. Es decir, entre una clase dominante más o menos definida y una enorme masa de gente que pertenecía a las más variadas ocupaciones (loc. cit: 73).

Obviamente, si efectuamos una “lista” de personas, empresas y actividades económicas que se secuencian de modo simultáneo el efecto probable sea el de desorientación, tanto para el especialista cuanto para el lector. Pero no es factible basar la “debilidad” de la teoría marxista de los aglomerados sociales y de las clases, apoyándonos en una enumeración inadecuada. Marx mismo se enfrentó a secuencias caóticas de individuos, en su polémica con los que rechazaban el categorema de Smith de “trabajo improductivo”: D’Avenant coloca, en razón de su concepción fisiocrática, en un idéntico registro a obreros agrícolas, jornaleros de las manufacturas, gitanos, ladrones, mendigos y vagabundos (1974: 150).

Aprendiendo de la enseñanza respecto de la necesidad de desagregar los hombres en segmentos delimitados, recordemos que un enorme cantidad de individuos que son propietarios que laboran, trabajadores propietarios y/o que logran acumular cierto dinero por vía patrimonial, constituyen conjuntos que no son obreros productivos, id est, sometidos a mecanismos de extracción de plusproducto; tampoco son clases dominantes ni obreros improductivos. De acuerdo al nivel de “ingresos” (que se mide de forma relativa por si se aproxima o sobrepasa el “costo de vida” de la época –categoría muy problemática de definir sin los parámetros estadísticos adecuados), pertenecen a los grupos dirigentes o subalternos.

Acorde a lo anterior, en la Inglaterra del siglo XVIII encontramos:

• Conjuntos hegemónicos (“patricios” en los términos revisionistas de Thompson; no son integrados los “inactivos” privilegiados):

a) clases dominantes: landlords nobles que no son gentry + capitalistas (industriales de la lana, pañeros, grandes comerciantes de ultramar, mercaderes a domicilio, propietarios de minas, comerciantes cerveceros, curtidores, ferreteros, cuchilleros de significación, grandes arrendatarios, etc.) + gentry (de “línea” whig o tory) + terratenientes + campesinos ricos; etc.

b) obreros improductivos privilegiados: ministros, alto clero, cortesanos depredadores, una fracción del personal doméstico dependiente de Palacio, profesionales (arquitectos, abogados, médicos), algunos miembros de la gentry, etc.

c) sectores independientes: oficiales de jerarquía de la marina y del ejército, arrendatarios medianos, artesanos rurales y urbanos con capacidad de consumo, pequeños comerciantes –del ramo de la alimentación, curtidores y otras– con acceso diferencial a la riqueza, empresarios modestos –transportistas, barqueros, tenderos, fabricantes de carruajes, talabarteros, cuchilleros, ferreteros, libreros, imprenteros, etc.– que no llegan a ser capitalistas pero que gastan por encima de las necesidades imperiosas, entre otros.

• Grupos subalternos (“pueblo”, “muchedumbre”, “pobres”, “chusma”, “turba” o “plebeyos” en las claves aristocratizantes y no frontales de negación del pensamiento de Marx, pergeñadas por Thompson –no se mencionan a los excluidos ni a los “inactivos” no destacados):

a) clases en calidad de fuerza de trabajo: jornaleros, familias campesinas sometidas a la protoindustria, obreros asalariados de la industria del algodón y de los paños, mineros, trabajadores de talabarterías, cervecerías, panaderías, peones de las canteras, etc. Encontramos aquí parte de la súper/población relativa que medra en calidad de desocupados (en esta categoría tendríamos que efectuar distinciones que, sin duda necesarias, nos alejarían del tema);

b) obreros improductivos no privilegiados: la mayoría de los laborantes del comercio, prostitutas, maestros de danzas, sastres, costureras, empleados privados de personas –sirvientes de librea, caballerizos, institutrices, camareras, jardineros, etc.–, funcionarios de escasa remuneración, guardabosques, algunos segmentos del lumpenproletariado –vagabundos, bandidos, ladrones, etc.–, cierto tipo de peones –aprendices de oficios, mozos de cuerda, etc.–, maestros, algunos empleados de Palacio, entre otros;

c) sectores independientes con ingresos limitados: pescadores, soldados, suboficiales, y oficiales de rango insignificante, libreros, tenderos, zapateros, carpinteros, pequeños transportistas, arrendatarios, imprenteros, algunos cuchilleros, tejedores, marineros, vendedores de papelería, drogueros, campesinos medios y pobres, cierta clase de peones, pequeños comerciantes –posaderos, taberneros, dueños de “bazares”, cerveceros, etc.–, maestros gremiales, pequeños artesanos rurales y urbanos –herreros, pintores, etc.–, oficiales de gremios, barqueros.

Que una misma categoría de actividad pueda integrar varios ítems, señala que en el admirado por Engels la taxonomía se afinca en el tipo de nexo que se entabla entre trabajo, retribución (monetaria o no), proceso de producción y estatuto de los medios fundamentales para la génesis de riqueza. No es pues, materia objetable; lo que se cuestiona es más bien el intento de aglutinar diferentes estratos de ingresos en una misma clase de rama económica, por el sólo hecho de tener eso en común.

Sin duda, podríamos buscar y encontrar más esferas de actividad pero no cambiaría de manera sustancial la composición aproximada de las comunas de la Gran Bretaña del siglo XVIII (López, 2009 b).

Para terminar, cabe aclarar que el nacido en Tréveris usaba el lexema “pueblo” para referirse al conglomerado de individuos posterior a la disolución de las clases, emprendida por la revolución socialista (1975 a: 88). En consecuencia, es legítimo emplearla para englobar a los grupos dirigidos.

En cuanto a los conjuntos dirigentes, a título provisorio y siempre que las monografías empíricas lo respalden, es dable abocetar que tienen un sub/grupo que sería acertado denominar “bloque dominante”; dentro de éste es justificable distinguir un “sector hegemónico”. Las matizaciones resultan impostergables siempre que percibimos que, aunque un ferretero británico del siglo XVIII sea capaz de un consumo privilegiado gracias a sus ingresos y a pesar que pertenezca por ello a los comerciantes que se ubican en los aglomerados dirigentes, no por eso se encuentra en el núcleo de los que integran las élites del bloque dominante.

Mientras en el bloque pueden existir “mezclas” variables de sectores independientes, obreros improductivos destacados y múltiples facciones de las clases/amo , en el sector hegemónico sólo juegan el juego del dominio algunos segmentos de las clases expropiadoras (éstas tienen apenas una alianza táctica inestable, pronta a dejar entrever los conflictos profundos). Las clases acaparadoras/hegemónicas son entonces, las clases en torno a la cual giran los intrincados procesos de los grupos dirigentes. Pero más que una imagen piramidal, lo adecuado sería invocar una serie de círculos concéntricos de amplitud inconstante.

Por añadidura, existen dos razones generales por las que la teoría de los conjuntos “empalma” con la desgastada teoría de las clases y por las que el pensador epicúreo “simplifica” la descripción de la sociedad. La primera es que el “club excluyente” del sector hegemónico, está hilvanado por algunas de las clases propietarias que orientan los procesos generales de producción y de circulación.

La segunda es que las clases expropiadoras de plustrabajo y las dominadas, son las funcionarias y los factores esenciales del proceso de génesis de tesoro (op. cit.: 128).

Pero aunque asome como un exceso de pulcritud semántica, decir “clase económicamente dominante” o “clase fundamental” no es similar a sentenciar “clase económica dominante”. Una clase en sí es más que su posición económica (Bourdieu), que es menos que su rol en el proceso productivo y circulatorio. Por ende, la clase propietaria no es “esencial” sólo por la economía sino por su capacidad de autolegitimación, por su habilidad para captar recursos del Estado y de disputarlos con los sectores independientes de prestigio y con los obreros improductivos destacados, por su destreza en imponer supuestos intereses comunes, por los “estilos de vida” que “universaliza”, etc.

(28) Au fond, el Estado ya es una mediación en el gobierno de la sociedad [diagnóstico crítico y político]. De nuevo Engels, vendrá a decirnos que es una clase de autoridad política déspota propia de las comunas en las que las funciones administrativas generales para el control de la reproducción de lo colectivo, se convierten en funciones políticas (2004: 6–7). Cabe aguardar que el Estado desaparezca cuando las instancias citadas no deban transformarse en mediaciones autoritarias, camufladas de políticas (op. cit.: 7).

En el caso del capitalismo, se revela la lucidez de la astucia: mientras en el plano de la reproducción de la vida material, en los movimientos generales para la génesis de tesoro y para su circulación y, en particular, en la economía, las clases expoliadoras del bloque y/o del sector hegemónico ejercen un dominio sin cortapisa, al resto de los conjuntos sociales (en especial, a los grupos subalternos o al “pueblo”) le dificultan el acceso al poder político a través de la ficción electoral y del aparato de Estado. Simultáneamente, democracia de las urnas y Estado le otorgan consenso, legitimidad, naturalidad y “racionalidad” a un orden estructurado en agudas diferencias. Los ciudadanos devienen siervos (Capella, 1993) y son obligados a aceptar que sean gobernados.

Por lo demás, sostengamos enfáticamente que las apreciaciones de Marx y Engels sobre el Estado y la política, son de hondas consecuencias. Una lectura prejuiciosa, conservadora, como la emprendida por Gouldner y otros, puede intentar fundamentar que no es así: incluso, que el descuido de tales elementos y de la sociedad civil es un factor que incidió para que el marxismo traicionara su proyecto libertario, dando aire a un Estado autoritario–burocrático (1983: 377, 384/386, 391, 400).

(29) However, contamos con una opción para interpretar el lexema “reflejo” de una manera no causacionista [registro de la ciencia]. Como sabemos, en la obra hegeliana es un recurso plus ou moins, continuo; v. g. es sinónimo de “repliegue”. Los sistemas que traducen las luchas políticas, las luchas de clases y las tensiones colectivas en lenguajes (i); las formas legales por las que las clases dominantes se apropian del gobierno para marginar de él (de una manera o de otra) a las clases dominadas y a los grupos subalternos en general (ii); los mecanismos por los que las crudas luchas de clases devienen en conflictos políticos regulados (iii), son repliegues de tales luchas de clases y de las contradicciones comunitarias (iv). Es decir, son un plegar de nuevo lo que acontece en otro lado.

(30) Ese hegelianismo no tematizado conduce a que para un porcentaje imponente de militantes e incluso, de “divulgadores” del enojado con Hess, el Prefacio de 1859 sea la fuente excluyente y exclusiva para abordar el feedback entre “subestructura” e hiperestructura (Troise, 1953). Pero una tal dialéctica es más de lo que encierra la supuesta metáfora del “edificio” y sus “cimientos”, id est, más de lo que entrevieron los que la denostaron con ahínco (Zambón, 2001: 93).

A pesar de ser un liberal de “izquierda”, Habermas aporta una observación lúcida: la retroinfluencia entre ambas esferas es grosera, áspera, cuasimecanicista, lineal, automática, etc., en momentos de crisis y de transiciones entre modos de producción (1982: 96–97). Sin embargo, es del parecer (que consideramos profundamente inexacto) respecto a que en las comunas pre/capitalistas hay “crisis” (1986 b: 37).

(31) Esa ruptura sitúa a Marx en otro espacio problemático que el que se asocia con Hegel, Feuerbach, Fichte, Bauer, etc., pero recién a partir de 1850 (Badiou, 1974 b: 12–13). La conversión es muy difícil para el “economista” epicúreo, porque al bregar con su formación ideológica anterior y al no contar aún con los elementos que le permitían definir los nuevos objetos, las cuestiones inéditas, las categorías adecuadas, etc., procedía “a tientas” (op. cit.: 13, 15). Respondía sobre una temática frente a la que sin embargo, no había explicitado la pregunta (ibíd.).

Es lo que les ocurre a economistas como Smith y Ricardo, porque “giran” en torno a la naturaleza de la plusvalía (problema y respuesta), mas sin poder articular el interrogante adecuado (f. i., ¿cómo se genera el supervalor?).

(32) Badiou comparte con Althusser que el proceso de demostración en una ciencia no radica en la verificación experimental, sino en que una Generalidad III sea inferida respetando la coherencia interna de la teoría o Generalidad II. La Matemática es la disciplina que mejor ejemplifica que la deducción es “inmanente” y que discute sus axiomas de construcción, no la supuesta correspondencia con el objeto (1974 b: nota 21 de p. 99). La cuestión de la adecuación es un “problema” de filosofía del conocimiento (op. cit.: nota 26 de p. 100), es decir, de ideología.

Sin embargo, la Matemática, al contrario de lo que evalúa Serres, no es capaz de pergeñar su propia epistemología y de auto/regularse. Según Althusser, dice Badiou (ibíd.), una ciencia es únicamente producción de conocimiento y no autoindagación de sus propias condiciones de génesis. Eso corresponde al Materialismo Dialéctico en su calidad de epistemología, o a la historia de los modos en que se suscitaron los efectos de saber asignables a las ciencias.

(33) En la actualidad, pasó al equipo de los antimarxistas furibundos; ejemplo que sirve para ilustrar la carga de las “modas intelectuales” en los que tienen personalidad sólo para ser dominantes en el seno de los trabajadores improductivos privilegiados, que son siervos de los grupos hegemónicos. [plano de las valoraciones políticas]

(34) Aun cuando Althusser objetive al estructuralismo como una ideología (1993: 247), Badiou lo coloca en el seno de esa corriente (1974 b: nota 23 de p. 99). [hojaldre de lo científico]

(35) El discípulo del francés aludido, postula que las diferencias entre el Materialismo Dialéctico (en cuanto epistemología general de las ciencias) y el Materialismo Histórico o Historia (en tanto saber de los modos de producción), deben conservarse (op. cit.: 14, 16). Ahora bien, la exigencia de mantener la separación no nos tiene que asociar con la Filosofía de la Identidad que siempre procura aislar diferencias “puras” (loc. cit.: 14/15). In fact, una escansión no metafísica es un espaciamiento que está allende las nociones de lo “puro” y lo “impuro” (ibíd.).

La “impureza”/complejidad de la différance entre Materialismo Dialéctico y Materialismo Histórico, es pautada por el primero (op. cit.: 16). Aquél tiende a explicitar lo que el emigrado dejó en silencio, a causa de que él mismo no era del todo consciente de lo que hacía (el enunciado es más diplomático, pero lo entablilla de ese modo –loc. cit.).

Estas cuestiones pueden elaborarse con base en Derrida, Lacan, Nietzsche, Freud, Heidegger, pero cada una de esas vertientes debe continuar con sus desarrollos de manera autónoma (op. cit.: nota 12 de p. 97). De lo contrario, es factible enredarse en un eclecticismo estéril.

(36) Una ciencia cualquiera no efectúa sin más un “relato”. Por un lado, está “presente” de modo virtual en las demostraciones que lleva adelante; por el otro, se encuentra “ausente” en ese mismo decir (loc. cit.: 17). Pero si el Materialismo Dialéctico es ciencia no es un “relato” acerca de su objeto, id est, de las ciencias. El Materialismo Dialéctico se halla ausente en las reflexiones en derredor de su objeto; está “presupuesto” (ibíd.).

(37) En ese punto, el “autor” efectúa una caracterización de lo que serían “ciencia” e “ideología”.

La primera es una práctica generadora de conocimientos (op. cit.: 18, nota 1 de p. 95). Suscita un “efecto de conocimiento” que consiste en la génesis regulada de nuevo saber; sus medios de producción son los conceptos (loc. cit.: 18 –en otro orden de registro, Althusser imagina que el modo para suscitar tesoro gesta un “efecto de sociedad” por el que los individuos se autoorganizan; ir a 1998 e: 73). Por ello, la ciencia es transformación (Badiou, 1974 b: 19/20).

La ciencia puede convertir en objetos de conocimiento los problemas, temas, etc. que están abocetados en la sintomática de la ideología (loc. cit.: 20-21).

El proceso argumentativo de una ciencia tiene una triple dimensión: a- so far saber, está “ausente” en su totalidad pero “presente” en los lexemas que se actualizan en la demostración (op. cit.: 21); b- hay un orden sintagmático por el que afloran las ideas encadenadas (loc. cit.: 21/22); c- insiste un registro paradigmático o sincrónico por el cual los conceptos son organizados acorde a la estructura de la teoría (ibíd.). De lo anterior, se infiere que ninguna ciencia puede auto presentarse completamente a sí misma mientras realiza demostraciones (op. cit.: 22). Tampoco puede auto/tematizar su sistema, estructura, etc. En consecuencia, el explanamiento del sistema de una ciencia no corresponde a esa ciencia (ibíd.). Sostengamos de paso, que ese es uno de los pivotes que nos habilitan para postular la diferencia entre ciencia y crítica deconstructora.

La ideología en cambio, es un sistema de representaciones que se autodesigna (loc. cit.: 18, 29, nota 19 de p. 98). No explica los nexos entre los hombres y sus condiciones de existencia (op. cit.: 18); más bien expresa la manera en que los agentes vivencian sus contactos con las condiciones de vida (loc. cit.: 18, 20, nota 19 de p. 98). Produce un “efecto de reconocimiento” (op. cit.: 18, nota 19 de p. 98); “duplica” en lenguaje los supuestos de existencia (loc. cit.: 18–19, nota 19 de p. 98). Amalgama lo Imaginario y lo Real, de tal forma que los individuos sienten la necesidad de vivir como viven, de hacer lo que hacen, etc. (op. cit.: 19). La ideología es pues, repetición (loc. cit.: 19, nota 19 de p. 98).

Mediante ciertas estrategias, la ideología es capaz de suscitar la sensación de que elabora teorías (op. cit.: 20). Marx nos dejó el estudio de una ideología con esos rasgos: la ideología económica que se autopresentaba bajo el aspecto de la Economía clásica (que era una ideología al borde de dejar de serlo, para funcionar como ciencia), y de la Economía vulgar (ideología atrapada en el campo inconsciente de lo ideológico –loc. cit.: 20/21).

Tiene el poder adicional de estipular las diferencias entre ciencia e ideología (op. cit.: 19). Eso se visualiza en el debate político, porque en esa arena el adversario es acusado con frecuencia de practicar ideología, descalificándolo.

Por último, es probable que siempre haya ideologías; ni siquiera el comunismo las podrá eliminar (ibíd.). [universo de lo performativo científico]

Rescatamos la hipótesis de que el sufriente en Londres procuró denunciar un saber, como el de la Economía Política, que pretendía constituirse en ciencia, pero resistimos la idea de que, luego de dejar de ser ideología, es viable articular una ciencia acerca de lo económico [estrato de la crítica]. Dudamos también sobre que en el comunismo haya ideologías: sin enredarse en la utopía de una colectividad “transparente”, la disolución de la base y de la superestructura supone la deconstrucción perpetua de los aquitinamientos (provenientes tanto del lado de las condiciones de vida, cuanto del flanco de las semiosis –es adecuado advertir que no emitimos juicio acerca de la inviabilidad de lo que creemos opina Marx; simplemente explicitamos la teoría).

(38) En sentido amplio, una práctica es cualquier proceso de transformación que altera en alguna escala una materia, a partir de una clase correspondiente de labor, utilizando determinados medios de producción a los fines de obtener un producto acorde a esa praxis (Badiou, 1974 b: 23) [asertos atribuibles a la ciencia]. Los elementos “fuerza de trabajo”, “tarea”, “medios de génesis” y “estrategias” por las que se vinculan la potencia de labor y los instrumentos de producción, constituyen la estructura de toda praxis. Pero lo esencial no son los términos que intervienen, sino la práctica misma.

Hay varios tipos de praxis (op. cit.: 23/24, nota 25 de p. 100): existe una económica (loc. cit.: 23), otra ideológica, otra que es teórica, una que es política (ibíd.), otra que es “técnica” (op. cit.: nota 25 de p. 100) y una que es empírica (ibíd.).

El Materialismo Dialéctico establece que en lo colectivo constatamos prácticas diferenciadas (loc. cit.: 23); el Materialismo Histórico comprueba que lo humano es una unidad desnivelada de praxis (op. cit.: 24). En ese punto, comprobar el parecer agresivamente opuesto en Sahlins, 1997 f, obra en la que el “autor” acusa a quien convierte en “enemigo”, de no haber comprendido la diversidad de las prácticas sociales, en especial, las culturales o simbólicas.

(39) En el fondo, la práctica económica se halla “representada” de manera distorsionada en la instancia económica (loc. cit.: 26–27).

Sin embargo, lo que sacamos en claro es que lo social es hilvanado por estructuras ellas mismas diversas (op. cit.: 26/27, 30/31). De ahí que el Materialismo Dialéctico indique que:

a. entre esas estructuras existen determinados nexos (loc. cit.: 26, 30–31);

b. tales lazos son causales pero de una factura atípica (op. cit.: 26/27);

c. esa causalidad se delimita por una influencia decisiva de la praxis económica (loc. cit.);

d. la práctica citada en tanto que estructura/causa condiciona qué nivel (que no necesariamente es la esfera económica) será dominante (op. cit.: 27);

e. en cada coyuntura, se suscita un desplazamiento por el cual el estrato hegemónico da paso a otro que antes estaba en posición subalterna (loc. cit.: 27, 30).

El Materialismo Histórico se encarga de comprobar en lo concreto las recomendaciones del Materialismo Dialéctico (ibíd.). Empero, no hay que analizar esa tarea en los viejos términos de lo “verdadero”, etc., puesto que lexemas como el señalado son ideológicos (loc. cit.: 29). V. g., justifica que un enunciador, en “nombre” de “la Verdad”, se autocalifique de científico y de hablar en representación de “la” Ciencia.

(40) Según Badiou, un conjunto es una multiplicidad en la que sus elementos tienen relaciones definidas (op. cit.: nota 28 de p. 101).

(41) La prácticacausa puede ser tal cual lo anticipamos, determinante sin ser dominante o determinante y dominante de forma simultánea (loc. cit.: 32). A su vez, el estrato asociado puede ser determinante o dominante (op. cit.: 32–33).

Estas alternativas de permutación, explican porqué la praxis/causa económica es determinante sin ser dominante en innumerables coyunturas (loc. cit.: 32).

(42) Wallerstein efectúa una clasificación de los ritmos históricos que adoptamos. Establece que las Ciencias Sociales tienen que operar con las nociones nucleares de Espacio y Tiempo; para repensarlas Braudel y el esposo de Jenny, son valiosos (1998 b: 5).

Recuerda que en el fondo, el historiador francés de los Annales propuso cuatro clases de tiempos históricos y no tres, como generalmente se comenta: a) el de los acontecimientos; b) el de la coyuntura y el de los ciclos; c) el de la larga duración; d) el de la historia lenta que es casi inmóvil (1998 b: 150/152 –desgajando la temporalidad de los ciclos, serían cinco los tiempos…). Cada una de esas temporalidades cuenta con su tipo de Espacio, por lo que se trata de TiempoEspacio (op. cit.: 153).

El tiempo episódico se corresponde con el espacio geopolítico cercano (loc. cit.: 154). El tiempo de moderada duración puede denominarse “tiempo ideológico” (op. cit.: 155); sería el de los conflictos y debates ideológicos como el de la Guerra Fría. El TiempoEspacio es el coyuntural/ideológico (loc. cit.: 163).

Al tiempo de larga duración o de las estructuras se le asocia el TiempoEspacio estructural (op. cit.: 156). Es el TiempoEspacio que delimita las “fronteras” de una economíamundo (f. i., en el siglo XVI la economía/mundo capitalista se asentaba en gran parte de Europa y en algunas zonas de América –loc. cit.: 157). Categorías de la factura “centro/periferia” pertenecen al TiempoEspacio estructural (ibíd.). El tiempo pausado, inmóvil, “geológico” de la larguísima duración se enlaza con un espacio casi inmodificado (op. cit.: 158/159).

A esas temporalidades, Wallerstein añade una conectada con las alteraciones estocásticas de las crisis y de las fases de transición. Dan origen a un TiempoEspacio transformacional (loc. cit.: 162–163).

Sin embargo, amparado en esa innovación no sólo critica a Marx por no haber sido capaz de pensar la categoría “subdesarrollo” (lo que no es del todo verídico), sino en virtud de que incurre en proposiciones economicistas (op. cit.: 177). Curiosamente, es Wallerstein el que “resume” algunas de las temáticas caras a la teoría crítica de una manera vulgar (ibíd.) pero, en un procedimiento típicamente frankfurtiano, le adjudica al compañero de Engels lo que afirma de él. Encontramos aquel mecanismo inconsciente denunciado por Lacan, que consiste en que un enunciador recibe del otro su propio mensaje, sus propios prejuicios pero creyendo (y haciendo creer) que es el decir de ese alter.

En otro orden de cuestiones y aunque sea operatoria, esta tipología guarda los defectos de inscribirse en una concepción del tiempo que es, tal cual lo sentencia Althusser (1998 f: 106/107), lineal y premarxista.

(43) Para escándalo de los marxismos ortodoxos (en especial, para los cristalizados en partidos leninistas) y de los que conocen su pensamiento, sin adoptarlo a manera de una guía reflexiva y orientado a la acción, el espacio central que tiene el trabajo no es algo que Marx elogie. [nivel de la crítica]

Sin caer en las concepciones utopistas, el exiliado judío entiende que las actividades que mejor expresarían las cualidades humanas libertarias, son el juego y el arte: por el primero, el individuo se emancipa de las normas que funcionan como terceros poderes; por el segundo, el agente se revela a modo de un pequeño dios capaz de articular universos y significaciones. El trabajo, que al ser central es por eso tarea penosa, condiciona la multiplicidad de la vida; tendrá que ser reemplazado por una estética y “lúdica” de la existencia. Las labores son nucleares cuando el hombre no es la primera potencia, para decirlo con las palabras de las cartas (Marx y Engels, 1975: 312).

Hence que el trabajo y no la economía, pueda ser concebido como la práctica “determinante” que influyó en el resto de lo colectivo a través de las declinaciones que interpusieron las condiciones materiales, en las que respiraron los agentes [registro asignable a la ciencia y a la crítica]. “Subconjunto” que impacta en lo comunitario a raíz de las “curvaturas” que suscita otro “subconjunto”: el ámbito de lo económico so far universo de la ley del valor. Si empleásemos un diagrama, tendríamos:

(44) Disentimos respecto a que en el forastero de Alemania haya vacilaciones, “oscuridades”, etc. y que su pensamiento necesite de explicitar lo que debiera haber vaticinado, pero que no fue apto para hacerlo por estar obnubilado por Hegel, Feuerbach, Fichte, entre otros. [plano de la crítica]

Reconocemos empero, que insisten algunas contradicciones (como la que apuntamos respecto a la división de labores) y que es oportuno desmantelar los mitemas que lo asocien con el falogofonocentrismo del narcisismo/racismo violentos de Europa. Pero a diferencia de la increíble sordera de Derrida manifestada en los Espectros de Marx, esa deconstrucción exige conocer la teoría. Un hecho tan obvio es enunciado porque encontramos profesionales que, habiendo declarado prescindible lo que efectuamos en la Tesis, se apresuran a refutaciones que tienen como blanco los marxismos ortodoxos y no los dichos del fantasma acosado, haciendo pasar sofismas por argumentos geniales (esto sucede incluso, con analistas al estilo de Foucault, con los teóricos de una “Economía Política” de la publicidad, del marketing, de la información, de los “intangibles” en general, y con los profetas* del “teletrabajo”, el “datacapital”, la sociedad “informacional”, el capitalismo “informacional”, etc.).

* Son modos de misticismo, aunque nos aflore exagerada la apreciación respecto a que el hipismo, la contra cultura de los jóvenes norteamericanos que se resistían ante la ideología de la Muerte de Johnson, sean también ejemplos ejemplares de una ideología mistisoide idiota (Certau, 1985: 393).


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