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BAHÍAS, DEVENIRES Y HORIZONTES. LOS PERFILES DE MARX, Tomo II

Edgardo Adrián López




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Capítulo I

“… (Prefiero) una miscelánea de hechos diversos y fragmentos escriturales, (figuras desmanteladas) …”

Michel de Certau*

“… (Einstein no) tenía necesidad ni deseo, de dominar a nadie …”

Banesh Hoffmann*

En virtud de que lo que fue la Tesis Doctoral que esculpimos es continuación de la tesina de Licenciatura, efectuamos un reducido “desmotamiento”(1) acerca de ella.

La tesina mencionada posee dos grandes “bloques”: uno, en el que se condensa la argumentación referida a la dialéctica estructura/hiperestructura; otro, contiene dos apéndices(2).

Esta peculiar disposición, contribuyó a que las 78 páginas del “cuerpo central” quedaran libres de abundantes notas y de consideraciones epistemo–metodológicas que entorpecieran su lectura(3).

El conjunto aludido, se compone de una “Introducción”, de tres capítulos y de las impostergables “Conclusiones”. En la “sesión” inaugural, se explicitan algunas de las dificultades suscitadas en un acercamiento a Marx, el otro, su fantasma, el muerto. En tanto desaparecido sin descendencia, impide que se hable de él reclamando pertenencia o filiación (le sobrevivieron un presunto hijo extramatrimonial –de lo cual se hizo un rumor de vecinos– y un nieto –Marx y Engels 1975: 319), efecto reforzado por las resonancias de la frase "yo no soy marxista".

En el “Capítulo I” es planteado un corpus de preguntas que acaso, habría preocupado al “político” contestatario en la resolución de las cuestiones vinculadas a la dialéctica base/superestructura. Entre ellas, contamos a la que exclama cómo es posible que, no habiendo dioses o demonios que se preocupen de los individuos, los hombres mismos sean los responsables de la miseria, de la explotación, del hambre, del poder, de las guerras, de la destrucción, de las jerarquías, de la exclusión de las mujeres y del otro en general, etc.

Por otra parte, son detallados los elementos que componen la estructura y la sobreestructura a fin de mostrar que: 1. la "basis" no se reduce exclusivamente a lo económico; 2. en la hiperestructura existen términos que pueden ser la base de otros; 3. hay aspectos de lo social que integran indistintamente la “subestructura” y lo supraestructural (como son las denominadas relaciones microfísicas de poder, etc.).

En el capítulo siguiente, fueron discutidas dos hipótesis (la tercera es elípticamente enunciada en las “Conclusiones”) que explicarían porqué lo colectivo se escindiría en dos esferas separadas:

1- Los hombres, al no controlar la praxis y sus poderes antitéticos, encorsetan su acción en la base y su capacidad de aprehensión semiótica, en la superestructura.

2- Estos ambientes refuerzan el materialismo cuasideterminista/mecanicista de las sociedades anteriores a su reconstrucción racional.

Una mayoría está empujada a un condicionamiento angustiante en la solución de los problemas de continuidad en el mundo; el resto minoritario, empero, no está menos encadenado a las necesidades. La complejidad de lo humano es reducida al estrecho marco de la “basis” y la supraestructura.

A continuación, se explicitan algunas imágenes o metáforas teóricas que Marx y Engels emplearon para graficar la escisión de lo colectivo en "planos hojaldrados".

En el “Capítulo III” son puestos a consideración ciertos procesos que influyen en aquella fragmentación negativa. En ese contexto, se estipula que la tarea improductiva, al implicar a obreros improductivos, se orienta a la génesis, ampliación y reproducción de semióticas, es decir, de lo superestructural. Por el contrario, todo lo que es faena productiva, al garantizar la persistencia del proceso suscitador de tesoro, integra la "subestructura".

En virtud de que la producción y reproducción(4) de lo humano en las asociaciones pre–comunistas tiene escasas valencias, su movimiento se reduce a las manifestaciones de la base. El excedente de riqueza inmaterial cristaliza a su vez, en hiperestructura.

Finalmente, la naturaleza de la interacción entre proceso vital y práctica que se autotransforma, condiciona lo que será “infra” y superestructura. Si el fluir de la vida significa que el despliegue de las fuerzas genéticas es un crecer que está en contradicción con los poderes de la praxis, y si implica que la acción expande sus impulsos para someterlos a continuas barreras, entonces la sobreestructura estará compuesta por aquellas formas de administración enajenadas de la voluntad social (v . g., el Estado).

De ahí las conclusiones: los hombres exteriorizan sus poderes "internos" (imaginación, deseos, sueños, etc.), sus vínculos con lo otro y sus fuerzas externas (medios de producción, modos de organización institucional, formas de propiedad, etc.), en “basis” y superestructura (esta es la tercera hipótesis). Pero si ello acontece en las sociedades no emancipadas, ¿es viable concebir que una colectividad liberada no reproduzca la vida mediante la fragmentación de la complejidad? Sobre esta pregunta en la tesina(5) casi no se abría juicio; Los perfiles de Marx en ejecución pretenderán esbozar alguna respuesta.

Ahora bien, de la investigación efectuada en 1998 para “calificar” la palabra en un orden de discurso(6), estaba implícito un corolario que, apoyándonos en Wacquant, es plausible articular hoy.

Reflexionando a partir del derrotero de la lucha de clases en los Estados Unidos, el discípulo de Bourdieu sentencia que la conversión de afirmaciones doxológicas en enunciados “científicos”, responde a un genuino trabajo de eufemización (2000: 106). Si extendemos el aserto, es creíble argüir que muchos componentes de la hiperestructura realizan un trabajo de eufemización por el cual el dominio, la desigualdad, etc. no se tematizan. Al mismo tiempo, esa producción de lugares comunes semánticos se encuadra en una guerra cultural(7) que emprenden los conjuntos dirigentes contra los grupos dirigidos (en especial, contra los productores directos de valor). Esa destrucción cultural, por la que los aglomerados subalternos se encuentran “desnutridos” en el plano de la educación, se completa con una guerra alimentaria que refuerza las carencias simbólicas y el sometimiento, a raíz de las consecuencias devastadoras que tiene una dieta incompleta, pobre y desbalanceada (idea que nos fue acercada en 2003 por el ahora Prof. Aníbal Romano de la Carrera de Historia, Facultad de Humanidades, UNSa., Salta capital, provincia de Salta, Argentina, mientras comentaba el auge de la soja).

Debemos realizar ahora una incursión epistemológica respecto a lo que entendemos por “explicación”, para que nos sirva a los fines de situar la causalidad en Marx.

Aquélla no supone necesariamente el razonamiento en términos causales (Campbell, 1985: 30). Hence que la hayamos vinculado con la aclaración respecto al contexto de génesis de un fenómeno (a), explicitación que puede efectuarse en términos causales (b), en inferencias amplias (c) y/o en un razonamiento sobre las características “internas” del corpus estudiado (d). También son satisfactorias las explicaciones que atienden a cómo los individuos o grupos se perciben a sí mismos (e).

Respecto a acontecimientos superestructurales como el arte, f. i., el análisis de la dialéctica base–superestructura puede realizarse causalmente, puesto que existen justificaciones suficientes para ello: las sociedades en las que los hombres vivieron endurecieron la riqueza de las interacciones entre sus componentes, en una dialéctica causal(8).

However, también implica algunas recomendaciones analíticas que enumeraremos(9) y que están fuera de lo estrictamente causacionista:

a) la mayoría de los textos artísticos proponen una versión de la dialéctica estructurahiperestructura;

b) un buen porcentaje de ellos alude a la vida material y/o a los modos de conciencia imperantes en la época en la que se sitúan;

c) otros referencian elementos pertenecientes a comunas fenecidas.

d) Si no ocurre nada de lo anterior, no pueden dejar de imaginar procesos de producción específicos y/o componentes superestructurales.

e) Empero, si ni siquiera d) acontece entonces es viable apelar al contexto social–global en que se inserta la obra de arte, el estilo, etc. para explicarla.

El caso paradigmático es el de la pintura abstracta no figurativa: en su lenguaje y semiosis, no encontramos piezas que permitan apostar por algunas de las recomendaciones de estudio abocetadas hasta el ítem previo al e). No obstante, el análisis del dinero llevado a cabo por el nacido en Tréveris nos enseña que la generalización de una abstracción como ésa es factible cuando el movimiento para suscitar tesoro, induce espectros déspotas. Por ende, la pintura abstracta será el resultado de un colectivo en que el dinero continúa desmaterializándose y en donde todo se taja en dos universos. De un costado, lo que es ofrecido para el gusto, la educación, el cuidado, etc. de las élites (en especial, de las clases que “importan”), y lo que les “corresponde” a los grupos dirigidos. En particular, lo destinado para las clases expoliadas o que son “sacrificables” si es “inevitable” implementar medidas que descarguen en las espaldas de los desfavorecidos, las retracciones (las crisis en el caso del régimen burgués) con las que suelen asociarse los puntos nodales de desarrollo (tales disposiciones son adoptadas por Estados “benefactores” de los conjuntos hegemónicos).

Sin embargo, acordamos que un diagnóstico de tal factura no es una explicación causal; no por ello es sólo comprensión o descripción.

En otro registro de claroscuros, pensamos que una postura de esos perfiles evita enredarse con las teorías del reflejo (tan caras a los marxismos leninistas) y elude la objeción de que una obra de arte no reproduce la realidad, sino que la prosigue en otras direcciones (Lotman 1996 c: 65, 84/85). En el caso “extremo” de la creación artística se logra explicación mediante la dialéctica base–superestructura, apelando “simplemente” a que en su textualidad misma enuncia algo respecto a ella o se enmarca en sus conmociones (e. g., la pintura abstracta).

El análisis de las ideologías y de las clases que postula Jameson (1989), de la autopercepción de los artistas como productores de signos (Bourdieu, 1999 c) o según su postura frente a la revuelta(10) (Kristeva, 1998), son otras vías para vincular la semiosis “cerrada”, casi autorreferencial de los textos artísticos y su medio histórico.

Acotada una aclaración que adelanta el debate pero que era impostergable con el objetivo de no descuidar una posible apreciación disidente, secuenciamos los sememas vinculados a “economía” enriqueciéndolos con los que afloran en otros textos(11). Presentaremos los enunciados acorde a su generalidad, yendo de lo más restringido a lo más amplio.

No obstante, la polémica que sigue no procura ignorar uno de los resultados de mayor trascendencia de la deconstrucción derrideana, cual es la idea respecto a que todo significado y juego de sentido fijos son autoritarios, fascistizantes, acaban por marginar “interpretaciones” plurales, instauran cánones, institucionalizan modos de lectura, etc. Al igual que en la obra de arte, donde la puesta en relación con lo que “quiere enunciar” no depende de su “en sí”, sino de los intereses, valores, posiciones, ideologías, tomas de partido, contexto político/económico–cultural del agente que anhela ser “vocero” de ese alucinado “querer decir”, el texto científico, filosófico, crítico, no posee un “en sí” independiente. En especial, desprendido de quien, quiénes o qué lo hace operar, injertándolo en determinado “hoy” y empalmándose con algunos proyectos en vez de otros, etc.

Pero lo que procuramos concretar es la explicitación de sememas, semas, lexemas, campos semánticos, isotopías de la semiótica/pensamiento del amigo de Wolff en torno de ciertos ítems que, habiendo sido nucleares para justificar ortodoxias (por ejemplo, “economía”), eran más ricos de lo que se creyó. Incluso, de lo que fue permitido circular. Sin embargo, y tal cual lo hemos sostenido en numerosos “locus” de este decurso, no venimos a cristalizar otros significados, efectos de sentido, juegos de lenguaje, usos, recorridos textuales que entonces (según un derrideano empecinado), funcionarían con el tono de nuevos “centros” que reprimirían lecturas diversas. Siempre se tratará de gestar un Marx posible.

Relevaremos ahora los sememas, efectos de sentido o Interpretantes que emergen en el palimpsesto del tomo de los Grundrisse, que es objeto inmediato de polémica:

Encontramos que cualquier economía es ahorro de tiempo (1971 c: 101). Sin embargo, no todos los problemas económicos pueden reducirse a cuestión de cálculo(12) (ibíd.). Una de las razones es que lo económico es una de las caras de las relaciones sociales (op. cit.: 179, 180, 196). En efecto, aun en lo económico hay aspectos situados al margen de la economía (loc. cit.: 210, 216, 220, 226/227, 241, 252, 261). F. e., en el caso de los contactos exclusivamente económicos que acaecen en el capitalismo, hay aspectos de ellos que están fuera de la economía (op. cit.: 180–181, 185, 196, 226). Esto ocurre en virtud de que, a pesar que las relaciones en la actualidad sean económicas, tienen un contenido(13) que es diferente del económico (loc. cit.: 180/181).

La siguiente proposición es la apuesta respecto a que cada etapa(14) histórica tiene su tipo(15) de economía (1971 e: 449, 472–476, 478).

Antes, el “filósofo” materialista había postulado que la economía era la que introducía la separación entre valor de uso y valor de cambio (1971 d: 261). Lo sostenido aquí por Marx es muy importante, dado que señala que la diferenciación en lid es establecida y ahondada por la esfera económica. Sin embargo, ello no indica que la economía nace o aparece cuando se puede realizar la distinción entre ambas facetas del tesoro (in fact, es lo que suponen sociólogos como Pierre Bourdieu o Godelier, cuando afirman que no existe economía en las comunidades etnográficas más “primitivas”). De cualquier manera, si ello fuera así es correcto hablar de la interferencia de lo económico en lo humano desde la época del trueque más sencillo (es decir, desde hace varios miles de años), por cuanto en él se perfila la división hilvanada (ver Aguerre y Buscaglia, 2001).

Por último y tal como lo desplegaremos en numerosas ocasiones, el giro más abstracto es el que apunta que la incoherencia, lo irracional, el sinsentido son un momento de la economía (Marx, 1971 d: 209). Y aunque esto sea algo acerca de lo cual anunciaremos puntos de vista, es oportuno expresar que es inapropiado hablar de “racionalidad”(16) en la esfera económica, aun en el caso del capitalismo (ir a Godelier, Habermas, Weber, etc. –al contrario de lo que se canonizó en la academia, imaginamos que el eterno rival de Marx era propenso a elogiar la racionalidad y el liderazgo, manifestando en la admiración un conservadorismo áspero –Campbell 1985: 34/35).

En lo que cabe al tomo II, detectamos:

De idéntico modo que en el corpus precedente, la economía resulta ser un ahorro de tiempo de trabajo (1972 a: 236). Igualmente, es una reducción al mínimo de los costos de producción (op. cit.: 236, 308).

A la par, existen reflexiones “epistemológicas” y críticas que alivian la redundancia. V. g., opina que son los economistas(17) quienes están estructurados por un tosco materialismo (loc. cit.: 211). De donde inferimos que el pensamiento libertario no supone un burdo materialismo(18). No obstante, los “fundadores de discursividad” de los marxismos políticos se vieron envueltos en expresiones de un realismo ingenuo bastante acentuado (cf. Lenin, 1972: 130, 409–411, 495; 1973: 13/14, 44–46; Mao, 1976 c: 36).

Ese materialismo exagerado es un idealismo (Marx, 1972 a: 211). Por consiguiente, a fin de que la deconstrucción no sea metafísica es necesario un materialismo habitado por matices, por pliegues(19). Pero aunque hallemos esta “joya” epistemológica y deconstructiva, Althusser compartirá con Alain Badiou (1993: 282) la hipótesis de que ni Feuerbach ni Hegel le permiten al exiliado en Londres realizar determinadas preguntas, crear problemas nuevos, escapar de la sintomática pre marxista que lo impulsa a hablar, etc. (ibíd.).

A continuación y con el objeto de que constatemos los Interpretantes del significante en la brecha en otra obra poco frecuentada, relevaremos los axiomas del tomo III de El capital:

Según el texto, un economista de 1834 emplea la noción “economía” en el sentido de ahorro de dinero(20) (1983 c: 412).

Comentando una obra de Balzac acerca de la ruina de un campesino que solicita un préstamo (op. cit.: 67), “economía” es definida so far que acción para gastar escaso capital constante, trabajo vivo, etc. (loc. cit.: 67, 103/111, 129, 194, 682–683).

En otro lugar, acota el lexema como “restricciones” en el uso de las condiciones de producción (op. cit.: 103/104, 110). Supone un empleo eficiente de los recursos, lo cual se logra a partir de las experiencias y observaciones acumuladas por el obrero colectivo (loc. cit.: 104, 128). Lo que a su vez depende de los avances en la producción intelectual(21) (op. cit.: 106, 128).

Sin embargo, esa eficacia es relativa por cuanto respira cierta irracionalidad en la economía de las condiciones objetivas de labor y del trabajo vivo, porque se dilapidan la vida y la salud de la fuerza de tarea (loc. cit.: 110). Esa economía–ahorro, no consigue que ni el contexto general en el que se produce ni el proceso de producción mismo sean agradables (ibíd.). El capitalismo despilfarra hombres, nervios y cerebros más que cualquier otro sistema social anterior (op. cit.: 112). En cierta medida, el capital es “caníbal” puesto que consume la carne y sangre de los agentes reducidos a obreros (loc. cit.: 157).

“En verdad, sólo mediante el más enorme derroche del desarrollo del individuo se asegura y mantiene el desarrollo de la humanidad en general, durante la época histórica que precede … a la reconstrucción consciente de la sociedad humana ...” (op. cit.: 112).

Otros sememas son el de economía como uso eficiente de la energía (loc. cit.: 121) y de los desperdicios(22) (op. cit.: 125, 127; 1972 a: nota de p. 241). Incluso, tiene que haber una baja cantidad de detritus(23) (1983 c: 127).

El padre de “Jennychen” también define el categorema en cuanto perspectiva que induce una percepción economicista sobre las cosas (entre otros cabos, por eso afirmamos que la “basis” tiene componentes y efectos superestructurales en su seno). Eso puede inferirse de lo que enfatiza respecto a lo que nos enseñan las contradicciones del capital: que desde un punto de vista puramente económico, se advierten las barreras del valor automático (op. cit.: 277).

Idénticamente, es sinónimo de dirección y control eficaces y sencillos del movimiento para suscitar riqueza (loc. cit.: 162). Así, resulta ser lo que caracteriza a toda una etapa de la Historia (op. cit.: 775, 789). Por ello es que resulta “equivalente” a una contabilidad y administración del tiempo de tarea (loc. cit.: 828). En consecuencia, “economía” es un término que se asocia a una fase en la que domina el imperativo de regular el tiempo.

Este sentido se puede derivar de las reflexiones de Marx que hallamos cuando dice:

“... como es preciso admitir que la producción de mercancías supone una división del trabajo, la sociedad compra (los) artículos (que requiere) utilizando, para crearlos, una parte de su tiempo disponible. La fracción de la sociedad a la que le corresponde, debido a la división del trabajo, emplear éste en la (génesis) de los artículos mencionados debe recibir ..., en trabajo social, un equivalente en forma de (objetos para) satisfacer esas necesidades ...” (op. cit.: 209). Pero en una colectividad de los perfiles de la capitalista, existe una constante desproporción entre el tiempo de labor social empleado y las necesidades sociales que efectivamente se cubren.

“Sólo cuando la producción se encuentra bajo el control real y planificado de la (comuna), ésta establece la relación entre el tiempo de (tarea) social (usado) para producir ciertos artículos y ... las necesidades sociales que ... satisfacen” (loc. cit.). Digamos que encontramos aquí uno de los innumerables indicios respecto a que el admirador de Engels incluía en la “canónica” ley del valor, la dimensión del consumo aun cuando estuviera “reprimida” por su funcionamiento (en el seno mismo de la norma y de la economía economicista asociada) en los colectivos existentes hasta hoy (ver López, 2010 a).

Por lo tanto, es factible argüir que existe una economía enlazada con la Necesidad y “otra” con la Libertad (op. cit.: 802 –evitemos cualquier tentación, fácilmente adquirible en las instituciones que estimulan la “disposición escolástica”, de ver en esos lexemas la metafísica hegeliana). Con el socialismo, será una baja inversión de recursos, con los mejores efectos en las condiciones más “dignas” (loc. cit.).

Acorde a lo relevado, existen cuatro grandes campos semánticos: dos de ellos, se enlazan con las definiciones standard de “economía” y los otros dos, se conectan con el momento de su nacimiento.

En el primer campo (A), la economía es una lógica mezquina de conteo del tiempo, afincada en el escaso desarrollo de las fuerzas productivas (A1) o en la ley del valor (A2). En el segundo (B), lo económico es una estrategia de administración global para el despliegue plenamente humano de las facultades complejas (pulsiones, deseos, inteligencias, etc.).

En la primera clase de economía (A) (sea la que se apoya en un despliegue tímido de las potencias creadoras, sea la que hace pie en una norma valor ya constituida), ocurren procesos de “ecónomo/génesis” por los que objetos sociales se cristalizan, tornándose economicistas y económicos(24) (ir a López 2010 b). Estos subtipos de economía son los que Marx cuestiona.

En el tercer campo semántico (C), se delinea que hay economía cuando aflora la mercancía, es decir, a partir de las sociedades de trueque sin moneda “natural” (cf. López, 2010 a). En el cuarto (D), cuando es preciso administrar el uso del tiempo, la economía viene de mucho más atrás que el Paleolítico Medio: a pesar de lo inaudito, desde el instante en que los Homo(25) utilizan sus miembros en calidad de herramientas de producción (acerca de la pertinencia “escandalosa” del lexema para aprehender fases alejadas en la Prehistoria, ver Aguerre y Buscaglia, 2001: 25; a pesar de los desacuerdos, ver Dieterich Steffan et al., 1998: 15).

En consecuencia, una conjunción emancipatoria no puede continuar en su seno con un caosmos autosubsistente, autorreferencial y replegado sobre sí, que disemine causas ásperas por doquier (como en otros casos, Althusser nos ofrece una concepción similar que incluso adelanta la idea brillante de que aun en el furioso mercantilismo capitalista, respiran “islotes” de comunismo en los que se huye del “doy para des”, etc. –1993: 300/301).

Poco a poco, con la disolución de la ley del valor, una “economía” que no será automática ni económica, irá orientando la vida de los agentes (B), hasta que no exista más ese nefasto invento, hasta que no haya más economía. Por ello es que se acabará la reducción de las interacciones de los ambientes sociales, a esquemas de causa/efecto. Hinc es poco atinado endilgarle a Marx (según lo analizamos en detalle en López, 2010 a), una percepción causacionista–reduccionista de los fenómenos: al igual que la constatación del materialismo brutal instalado en lo más hondo de las agrupaciones pre/comunistas, no permitía acusar a la teoría de enredarse en el mecanicismo, tampoco la comprobación de que la plétora de retroinfluencias propias de las entrañas de lo humano, se maniatan en cadenas causales, implica impugnar la crítica deconstructiva.

Sin embargo, el pensador inglés matiza el diagnóstico acerca de las sociedades previas a su reconstrucción libertaria, con lexemas tales como “condicionante” (ir a López, 2010 aI) y “primacía” (a los que un Althusser lúcido agrega, “sobredeterminación” –1973: 81, 86). El pensador francés completa su noción con la de “causalidad estructural”, que a su vez la adopta de lo que expuso Jacques Ranciere en la conferencia inaugural del seminario que se objetivaría en Para leer El capital (1993: 279) y la hereda del discípulo reconocido de Lacan (loc. cit.), i. e., de ambos (op. cit.: 280).

Y aunque no contamos con el espacio suficiente para dilucidar el estatuto de la causalidad(26) en el vapuleado por las instituciones, es adecuado “zurfilar” que la “preeminencia” se atribuye, f. i., para conceptuar en términos causales “blandos” la independencia de los elementos de la hiperestructura en relación con los impactos(27) de la “basis”.


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