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GOLPES, TRASPIÉS Y DEMORAS. LOS PERFILES DE MARX, Tomo IV

Edgardo Adrián López




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NOTAS

(1) Empero, una de las diferencias que mantenemos con el autor citado es que concebimos que desde los multiversos que integran la realidad hasta el objeto de conocimiento que se gubia, anida un progresivo estrechamiento del mundo para poder asimilarlo a nociones (Gráfico 2):

Como lo advertimos en otros espacios (López, 2010 c), esa parcial pérdida de complejidad es una estrategia para articular un decir significativo acerca de los desiguales caosmos que atraviesan la realidad y que, por una serie intrincada de mediaciones, percibimos en calidad de lo Real en sentido lacaniano. A su ez, de lo Real que insiste en tanto causa que no controlamos y que nos estructura, se cincela lo dado y de éste, a través de la confección de los datos, el Objeto de reflexión, puesto que el objeto de conocimiento no es igual que el “referente”.

No obstante, delinear que, con el ánimo de conceptuar de manera entendible y de aprehender la n dimensionalidad de los multiversos en objetos de saber acotados, sacrificamos algo de complejidad no implica asociarse a un paradigma de lo lineal. Morin argumenta de modo simple y sin hacerle honor en eso a la defensa del paradigma de lo complejo, que la idea “preconcebida” de reducir la realidad para asimilarla a categorías es un recurso cuestionable (1995 b: 423). Pero la mera existencia de una diversidad de ciencias indica que no es viable conservar la casi infinitud de niveles de la realidad, para hablar de ellos de forma “directa”.

Una senda que procura evitar que esa “artimaña” para comprender se introduzca en el moldeado de conceptos (que puede llevar a una “eliminación” de la complejidad por elección, aunque no necesariamente), es apelar a una dialéctica entre la “abstracción real”, una noción compleja y el concreto espiritual o de pensamiento, retroinfluencia acerca de la que hemos abocetado su dinámica (López, 2010 b). Morin, en su anhelo de reemplazar la “jerga” de la Modernidad (prejuicio con el que castra la operatividad de una dialéctica materialista), prefiere el lexema “dialógico” (op. cit.: 426).

(2) A pesar de ser innovador, el pensador centroamericano incurre en una concepción envejecida de los “caminos” de la verdad: reconoce que los datos son construcciones y que por ende, hay una distancia entre lo ofrecido por los sentidos y lo pergeñado por las abstracciones. No obstante, imagina que existe una Gnoseología o teoría del conocimiento que debe interrogarse acerca de la adecuación entre la percepción y la realidad asimilada en nociones, y entre lo percibido y lo que se dice (1997 a: nota 5 de p. 6, 45). Althusser dio una respuesta a la preocupación obsesiva acerca de hasta dónde el saber que poseemos es conocimiento: declaró que tal neurosis es una cuestión de metafísica; lo único que tenemos entre manos es la comprobación de la organización argumentativa de la teoría.

En otro orden de registro y a pesar de citar las investigaciones de Varela (1997 a: nota 41 de p. 32), se enreda en la idea tradicional respecto a que los colores, aun cuando dependen del aparato perceptivo del ser en juego, son una realidad física (1997 a: 15–16).

(3) Saltalamacchia bordea la distinción que efectuamos, a partir de los consejos del Lic. Juan Ángel Ignacio Magariños Velilla de Morentin, entre “tema” y “problema” pero sin llegar a explicitarla. Aunque no compartimos el criterio que eleva la discusión metodológica allende una sencilla cuestión estratégica (puesto que aceptamos la precavida intuición de los jóvenes Marx y Engels, respecto a que el método guarda la aspereza y el aburrimiento de lo administrativo*), creemos que la diferencia apuntada es productiva.

* Para Feyerabend**, existe una burocracia del saber que se instala para reprimir la espontaneidad (1994: nota 26, p. 138) lúdica, creativa y lúcida y en consecuencia, unos burócratas*** del conocimiento que pueden ser impulsados por peores odios contra sus pares, que los sacerdotes (Feyerabend, 1994: nota 184, p. 177).

** No compartimos su excesivo elogio de Lenin**** (1994: nota 38, p. 146), ni la ingenuidad de trasladar sin más, los análisis maoístas a la situación de esculpido de ideas (Feyerabend, 1994: nota 48, p. 153). Tampoco aceptamos su admiración yankee por los (mal) llamados Estados Unidos de América (EUA –1994: nota 49, p. 156).

*** Esos funcionarios del saber no sólo son capaces de las espantosas villanías e ilícitos, sino que integran una cofradía (que es la “comunidad científica”...) que en realidad es una mafia belicista (Feyerabend, 1994: nota 42, p. 150).

**** Frente a mi aserto sobre que Lenin es uno de los primeros y más jodidos revisionistas, mi amigo Carlos Balmaceda, sin compartir la caracterización, me dijo por mensaje de celular de 11 de julio de 2010, 13, 00 hs., que ojalá que la buena onda nos proteja. A lo que le respondí que nos cobije la revolución, el socialismo no leninista y el anarcomunismo dadaísta, atonal y dodecafónico.

El Sr. Balmaceda contestó que la mentada Revolución sea la de los indigenistas, artesanos, mendigos, locos, gays, lesbianas, intelectuales honestos, etc. A lo que a su vez, respondí que la revolución sea la Revolución de los enamorados del amor, de la paz y de la vida.

A poco, fue a buscarme en su flamante taxi por el bareto El Farito para compartir una prolongada charla y el partido España/Holanda, que terminó ganando la nación discriminadora contra los inmigrantes, en especial, si provienen de las regiones violentamente empobrecidas del Tercer y Cuarto Mundos.

En la inteligente conversación, el erudito no titulado en Historia de Salta, Carlos Balmaceda, se opuso con fundamento a mi apreciación respecto a que Güemes no era ni tan gaucho ni tan heroico (Chávez Díaz, 2010 b).

(4) Morin anuncia que un paradigma es un “esquema” que nos sensibiliza para ver lo que se permite observar y pensar desde esa “armazón”, y que nos “anestesia” para no ver lo que es excluido (1995 b: 425, 444). El epistemólogo centroamericano se hace eco de Khun y afirma que es una tradición conceptual que permite apreciar algunos ámbitos de la realidad, que a su vez no son observados por otros lenguajes o tradiciones; cada paradigma tiene su “ceguera” (1997 a: 25).

(5) Tal cual lo plantea Lacan en su estudio acerca del “estadio del espejo”, en el que se estipula una fase por la que el futuro sujeto se auto/reconocerá y será reconocido por un Otro, en el seno de las instituciones académicas existen intrincados juegos de reconocimiento. Las tomas de posición y las dificultades para asumir otras posiciones, pueden ser interpretadas en cierta manera por los impactos que ejercen los juegos aludidos (Saltalamacchia, 1997 a: 33).

Un investigador decide enfocar lo que analiza porque está motivado por intereses, en particular, por el deseo de ser reconocido (op. cit.: 34, 38). Por añadidura, un estudioso se allanará o no a las imposiciones de un paradigma, a los dictámenes y opiniones de colegas o de “autoridades” científicas, tendrá una mayor o menor “disposición” a la transgresión, etc., según haya sido el modo en que el “nombre del Padre” lo condicionó para insertarse en la cultura y en los intercambios sociales (loc. cit.: 35).

En virtud de que aparte de la familia palpitan otras instancias de construcción de la subjetividad, en las que circulan discursos específicos, peculiares formas de normalidad, legalidad, disidencia y lucha, etc., cada analista es un “nudo” en que interaccionan disímiles maneras de vínculo social y diferentes sistemas de obligación “moral” (op. cit.: 36). De ahí la pertinencia de la autoobjetivación: si en cada acto de saber el sujeto no se conecta sólo con un objeto, sino que aquél viene configurado por su pasado (loc. cit.: 40–41), por su anhelo de ser percibido como alguien útil e indispensable (op. cit.: nota 53 de p. 39), que desea ser aceptado (loc. cit.: 38) y que toma partido por disyunciones epistémicas y teóricas, es adecuado explicitar tales condiciones de producción, circulación y lectura (op. cit.: 42).

Sin caer en el “chismorreo” perverso que anida en la preferencia por los detalles, hay que subrayar las modas intelectuales a las que nos adscribimos, las fundaciones de las que dependemos, las revistas especializadas que aprueban o desaconsejan nuestros artículos, las antipatías, los recuerdos traumáticos en redor de las consecuencias desastrosas de ciertas opiniones, etc. (loc. cit.: 41).

Empero, el epistemólogo portorriqueño conserva la idea de que una sociología del conocimiento puede ser apta para tal recursividad (op. cit.: 42); nosotros lo negamos a raíz de establecer las diferencias metodológicas y epistemológicas entre ciencia, crítica y ámbito de la praxis (que es el universo no sólo de la política libertaria, sino de las valoraciones, los prejuicios, las costumbres, las tradiciones, etc.).

Para volver a justificarlas con celeridad, esas distinciones se revelan impostergables porque la acción emancipatoria necesita ser guiada por saberes ciertos que a su vez, sean cuestionables, no desde ellos mismos, sino por otro estrato (la crítica) capaz de auto observarse. Mientras la acción se orienta por el interés libertario de buscar una sociedad sin diferenciaciones violentas y destructivas, la ciencia adopta por horizonte lograr prognosis confiables.

La crítica realiza el interés de “fluidificar” lo científico e impedir que surjan “mandarines” en la ciencia (los “sabios”), en la crítica (los “iluminados”) y en la praxis (los “dirigentes”).

El suegro de Lafarque nos viene a respaldar, cuando en una carta a Kugelmann de 06 de marzo de 1868, expresa la opinión de que Dühring escribió una crítica de la Economía Política, pero en el marco de una Dialéctica natural (Marx y Engels, 1975: 196/197). Aprueba parcialmente lo primero y recrimina lo segundo (op. cit.: 197). Tenemos el enunciado más explícito sobre la resistencia del suegro de Longuet a alucinar una Macro Dialéctica (hegeliana o no) que sería la “sustancia” de todo.

Por lo demás, sancionamos la división entre ciencia y crítica. Ésta se refuerza con otro conjunto de palabras, dirigidas otra vez a Kugelmann el día 11 de julio de 1868.

Advirtiendo que aun cuando en su obra no hubiese ni una idea acerca del valor, los asertos referidos a cómo se tiene que distribuir la faena, lo temporal, los recursos, etc. para lograr aprovecharlos al máximo (loc. cit.: 206), guardan su importancia. Luego dice que a la hipótesis del valor no se le pueden reclamar evidencias empíricas que la apoyen, en virtud de que se elaboró a contrapelo de las apariencias directas (ibíd.). El empirismo que exige la contrastación de la correspondencia entre categoría y realidad, cae en el absurdo de pregonar que la ciencia principie antes de la ciencia (1975: 206–207). La cuestión aquí es que esa afirmación perteneciente al “fundador” de la tradición a la que nos adscribimos, no puede efectuarse desde la ciencia misma porque entonces nos enredaríamos en la aporía del comienzo de la ciencia antes de ella. Pero si habrá de tener sentido, proviene de un ámbito distinto al del registro científico y con igual validez; por consiguiente, se enraíza en la crítica. Ésta resulta caracterizada, por la práctica de Marx, como apta para enunciar recomendaciones metacientíficas y sin embargo, racionales, o sea, no metafísicas.

(6) A partir de la reflexión sobre que determinadas sociedades concibieron el “cero” (1997 a: 28), el “autor” centroamericano parece dar a entender que en las Matemáticas, la relación entre sujeto y objeto es menos opaca y que aquellas pueden ser “descubiertas” por las diferentes culturas si tienen la “disposición” pertinente. Sin embargo, efectuando una interpretación del “axioma de escogencia” se colocaría en polémica lo anterior.

En estricto sentido, el principio en liza establece que existen infinitas maneras de definir las funciones y sus términos. Si lo “ampliamos” (A1), es factible sostener que hay infinitas formas de acotar las categorías elementales de la Matemática (“número”, “suma”, “resta”, etc.) y que, por consiguiente, tenemos la Matemática que hemos elegido. Es decir, no existe ninguna “necesidad” por la que deba haber la Matemática que unos pocos de la especie articularon; esa lógica no es universal.

De existir seres inteligentes capaces de alguna clase de lenguaje que simbolice el entorno, implicaría que cada civilización extraterrestre podría contar con su Matemática (ampliación2 ó A2). Pero en última instancia, cada pueblo terrestre o intergaláctico puede elegir de entre infinitos sistemas de razonamiento, matemático o no matemático (A3). La Naturaleza no tiene una “esencia” matemática ni física, como imaginaba Galileo*; las visiones del cosmos dependerán de la constitución de los sentidos, del aparato de pensamiento y de la decisión que se haya tomado en torno a si se elige o no un tipo de Matemática o ninguna (A4).

* Einstein delinea que el físico italiano refutó la tendencia meramente contemplativa con relación al entorno (2010 c: 37), pero que Hume la rehabilitó dado que no es factible probar experimentalmente, el esencial principio epistemológico de la causalidad (Einstein**, 2010 c: 38); para conseguirlo, es ineludible regresar a la actitud “aristotélica”, apoyándonos en las facultades mentales. Agregamos que la Física moderna, demuestra que es necesario dialectizar a Galileo y Hume...: desde un vértice, es impostergable no quedarnos en abstracciones puras; por el otro, es necesario no renunciar a ellas –2010 c: 36, 39/40.

** Se consideraba a sí mismo no sólo un continuador de Newton, sino newtoniano (2010 h: 277–291), por lo que se comprende su resistencia a la mecánica cuántica y a la interpretación de Copenhague***. Empero, en esa aseveración parece escapársele que la Relatividad no es la “ampliación” de Newton ni su reformulación, sino que son dos Físicas discontinuas e inconmensurables, en el sentido de Feyerabend y Khun (1994).

*** Una matización de esa tendencia probabilística es la que gubia que el principio de incertidumbre implica que la observación de una partícula o de un estado cuántico, no puede ofrecernos la información exhaustiva para saber al cien por cien cómo “evolucionará” o se comportará, dadas ciertas condiciones “iniciales” (Einstein, 2010 h: 295).

(7) Consideramos que, como lo establecen epistemólogos contemporáneos, en la investigación se despliega un proceso tridimensional afincado en un eje epistémico, metodológico, y de técnicas de elaboración de datos y análisis.

Si optamos por el Paradigma Positivista o por el Paradigma de la Complejidad, practicaremos determinadas estrategias metodológicas e implementaremos ciertas técnicas. F. e., si elegimos la epistemo–logía de las verdades nos consagraremos a probar hipótesis deductivas, a privilegiar lo cuantitativo, a definir las categorías con precisión, entre otros aspectos. Si derivamos por la otra “huella”, valoraremos lo inductivo analítico, lo cualitativo, aceptaremos que las teorías son reconstruidas a medida que investigamos, que insiste un “pool” de métodos, etc.

(8) Aunque el trabajo de Beranger es propedéutico y significativo, a veces es demasiado positivista. E. g., sentencia que una de las diferencias entre las Ciencias Naturales y las Ciencias Sociales son los grados de medición y los tipos involucrados (1992: 10). O sea, toma como criterio de cientificidad la mayor o menor aptitud para articular mediciones (op. cit.: 14/15).

Por lo demás, no tiene en peso que al lado de la medición nominal hay una secuenciación nominal de los datos que es la que llevamos a cabo (sólo distingue un nivel de medición ordinal, intervalar y racional –loc. cit.: 10).

(9) Sin que eso implique una disculpa del proscrito de Europa por las expresiones ambiguas, que pueden determinarse con cierta paciencia a lo largo de su voluminosa obra, la ambivalencia de la que hablamos se debe al tipo de procedimiento que elegimos. No se trata de una imprecisión “intrínseca” sino de una vinculada a las técnicas y procedimientos que instrumentamos.

En otro registro de asuntos, ofrecemos una enumeración sistemática de los enunciados con los que enfocamos el despliegue del libro I de los Grundrisse (Cuadro 3):

1) Aclaración

2) Aclaración, advertencia y observación

3) Advertencia

4) Advertencia y definición

5) Advertencia y descripción

6) Advertencia y diagnóstico

7) Advertencia y observación

8) Advertencia, observación, diagnóstico y descripción

9) Caracterización

10) Clasificación

11) Clasificación y definición

12) Clasificación y descripción

13) Clasificación y enunciado de existencia

14) Clasificación, definición y descripción

15) Comparación

16) Definición*

17) Definición y caracterización

18) Definición y clasificación

19) Definición y enunciado de crítica y metateoría

20) Definición y enunciado descriptivo

21) Descripción y caracterización

22) Descripción y clasificación

23) Descripción y diagnóstico

24) Descripción, diagnóstico, y enunciado de crítica y metateoría

25) Diagnóstico

26) Diagnóstico y definición

27) Diagnóstico y descripción

28) Enunciado axiológico

29) Enunciado axiológico y comparativo

30) Enunciado axiológico, descriptivo, de advertencia y en calidad de diagnóstico

31) Enunciado causal

32) Enunciado causal e hipotético

33) Enunciado causal y explicación

34) Enunciado causal, diagnóstico y descripción

35) Enunciado crítico y de metateoría

36) Enunciado cuasi/hipotético

37) Enunciado de existencia

38) Enunciado de existencia y clasificación

39) Enunciado de existencia, clasificación y definición

40) Enunciado de existencia, clasificación y descripción

41) Enunciado de existencia, definición y clasificación

42) Enunciado descriptivo

43) Enunciado descriptivo y definición

44) Enunciado descriptivo y explicación

45) Enunciados causal y descriptivo

46) Explicación

47) Explicación y enunciado causal

48) Metaenunciado (es decir, enunciado que habla de otros)

49) Objeción

50) Observación

51) Observación, advertencia y diagnóstico

Se aprecia que basta con definir los enunciados sin combinaciones, para que los que son compuestos queden a su vez delimitados. Por añadidura, los enunciados “puros” son con frecuencia “anclados” en manuales de metodología, de forma que remitimos a ellos en vez de emprender una fase que nos haría asomar partidarios del Paradigma positivista, por su amor a las definiciones y estándares. No obstante, es cierto que a veces en los enunciados compuestos, los “límites” entre algunos de ellos son “borrosos” (f. i., “clasificación y definición”).

A pesar de lo anterior, reconocemos que “observación” se emplea para cuando no se realiza una descripción “clásica”, sino cuando lo dicho es un parecer más o menos objetivo. A su vez, los “enunciados de existencia” no se refieren sólo a lo que hallamos “fuera” del signo, sino que apuntan también a lo que encontramos al “interior” del lenguaje y/o de la “mente”.

Por último, los tipos puros de enunciados resultan de la “descomposición” de los enunciados complejos; entonces, no necesariamente figuran en el semanálisis.

* Si los axiomas son definiciones “implícitas” (Einstein, 2010 h: 257), las definiciones “explícitas” son axiomas o medianamente, axiomáticas.

(10) Los enunciados se caracterizan hacia el final de los mismos con un tipo diferente de letra. Por su lado, los asteriscos indican que los comentarios se conectan con los enunciados que los llevan como “marca”.

(11) Lo ideal hubiese sido ordenar los enunciados calificados de “hipótesis” y de “apreciaciones críticas...”, según grados de amplitud o ambición teorética. Pero tendríamos que haber extendido el semanálisis con una sección especial, y en el fondo no se habría ganado en elegancia expositiva.

Por lo demás, a algunos enunciados los hemos destacado en negrita porque sopesamos que son nodales para la reconstrucción del pensamiento del desterrado de Bélgica, en clave no ortodoxa.


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