BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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II. Revolución anti-capitalista y Socialismo planetario

Discutimos las cuestiones de la revolución y el socialismo teniendo en cuenta a la “naturaleza” mediante la crisis ambiental. Un corolario que se desprende fácilmente de esta discusión es que la “naturaleza” no puede ser dejada de lado por el pensamiento crítico y revolucionario, menos aun en el diseño de estrategias transformadoras de nuestro mundo, en un sentido radicalmente diferente a como lo hace la civilización burguesa. El capitalismo trata a la “naturaleza” como cosa y hasta la aprovecha (capitaliza) políticamente en situaciones de desastre. Lo mostró muy bien Naomi Klein (2007). Si todavía hay incrédulos, vean sino lo que sucedió con la paupérrima Haití tras el terremoto del 12 de enero que la acabó de arrasar.

Nos zambullimos también en un recorrido por la historiografía del pensamiento socialista acerca del desarrollo histórico y los alcances de la revolución mundial, especialmente en los escritos de Marx, Engels, Lenin y Rosa Luxemburg. De la literatura consultada creemos haber captado lo esencial.

Lectores y lectoras podrán darse cuenta fácilmente que la “naturaleza” estuvo ausente en las reflexiones y debates sobre esos asuntos, debido a dos razones: de un lado, en la época de Marx-Engels, de Lenin y Luxemburg no había la “crisis ambiental” que tenemos ahora; de otro, la revolución era y sigue siendo un problema de organización de fuerzas políticas y sociales. Pero la “naturaleza” estuvo invisibilizada en el tema que le era pertinente, el del desarrollo histórico, subsumida dentro de este en la categoría general de modo de producción y con mayor razón en la categoría más específica de fuerzas productivas. Por lo demás, desde hace tiempo sabemos que esta crítica ya es parte del patrimonio del ecologismo radical. Solamente fue en el libro tercero de El Capital (los manuscritos dejados por Marx y editados por Engels) donde Marx rescató a “las fuerzas de la naturaleza”, a través del rol de uno de sus elementos constitutivos y considerado por él –en ese momento— como más representativo (la tierra), para el examen de la renta y su apropiación.

Aun cuando hayamos establecido de antemano los porqués de la ausencia de la “naturaleza”, es oportuno y urgente retomar el asunto de las fuerzas productivas, vis a vis el rol de la naturaleza; cuestión que ha permanecido cerrada durante tanto tiempo, dominada por la interpretación del llamado “materialismo histórico” de hechura estaliniana. Esta urgencia no debe eclipsar ni hacer pasar a un segundo plano la problemática del desarrollo histórico junto a la de la revolución mundial, que para nosotros siguen siendo dos temas vitales y mutuamente imbricados, cuya incomprensión junto a otros componentes de la realidad histórica (entre ellos la invisibilidad de la naturaleza debido al eurocentrismo y el racionalismo moderno) influyó decisivamente sobre la suerte y la tragedia del socialismo en el siglo XX.

Por último, replanteamos la actualidad de la revolución mundial a través de la categoría de heterogeneidad estructural, en base a la cual postulamos un marco estratégico que estimamos apropiado para pensar y actuar la cuestión de la revolución anti-capitalista, en y a partir de América Latina.

¿Es posible el socialismo (o cualquier otra utopía sobre la sociedad que deseamos) sin revolución?

Planteamos la pregunta porque la cuestión -valga la redundancia— persiste desde que se empezó a publicitar el Socialismo del siglo XXI, así como desde que se lanzó la utopía del Otro mundo es posible. Tal como lo sostuvo Werner Bonefeld hace algunos años:

“El resurgimiento de movimientos anticapitalistas en todo el mundo, es por lo tanto, una señal de esperanza. Pero no hay lugar para complacencias. Lo más terrible es la actual indiferencia a la revolución. ¿Qué significa el anticapitalismo en su forma actual de antiglobalización, si no es una crítica práctica al capitalismo? ¿Y qué querrá lograr, si su anticapitalismo no se une al proyecto revolucionario de la emancipación humana? La indiferencia anticapitalista a la revolución es una contradicción en sí misma.” (Bonefeld 2005).

Para evitar los malentendidos, no estamos hablando de un evento (la revolución) que deba darse de la noche a la mañana; ni siquiera tenemos en cuenta el modelo leninista de «toma del poder» ni la fórmula estaliniana de «socialismo en un solo país». Nos referimos a un acontecimiento de envergadura mundial precedido necesariamente de un proceso histórico que debe ser construido social y colectivamente; reuniendo las condiciones materiales, así como subjetivas e intersubjetivas, y (auto) realizándose a distintas escalas territoriales (localidades, países, regiones y continentes). Llevar a cabo la revolución mundial implica un proceso cuidadosamente planeado y organizado, meticulosamente coordinado y sincronizado.

Podemos estar seguros que el Imperio toma en cuenta –en sus ejercicios de prospectiva donde participan seguramente el Departamento de Estado, el Pentágono y la CIA— la eventualidad de cualquier conmoción revolucionaria en el mundo, y se viene preparando para enfrentar este escenario. En América Latina la instalación de bases militares norteamericanas en Colombia así como el armamentismo del Estado chileno (especialmente contra el Perú), forman parte del despliegue reactivo contra ese futuro escenario en el cual, para los poderes que se hallan detrás del mismo, lo importante y prioritario es la apropiación de territorios y recursos así como la rentabilidad de las inversiones; pero donde la vida humana en los territorios que no son angloamericanos, para esos mismos poderes, es del tamaño de un rábano.

“[...] la soberanía fue y sigue siendo un arma de doble filo. La soberanía es un discurso de la modernidad que, al mismo tiempo, se ejerce como colonialidad del poder, es decir, como forma de control. El Plan Colombia se presenta, por un lado, como parte del discurso de limpieza ét[n]ica y, por otro, como una cuestión de gobernabilidad en la que la soberanía del Estado colombiano está entre fuegos cruzados: el negocio de la droga y la guerrilla, por un lado, y Estados Unidos, por el otro. Si a esto agregamos que además de la coca como mercancía y de la cuestión de gobernabilidad, muchas otras riquezas naturales están en juego (petróleo, minerales, explotación forestal), el Plan Colombia sería un factor de los nuevos diseños globales puestos en práctica por el diseño neoliberal [...] se trata ahora de un diseño contrario a los anteriores, que ha llegado a poner la acumulación por encima de la vida humana. Mientras que a lo largo de la misión cristiana y civilizadora se restaba valor a las poblaciones colonizadas, marcando la diferencia colonial que distinguía culturas superiores de culturas inferiores, hoy, en cambio, lo que ha perdido valor es simplemente la vida humana.” (Mignolo 2002a: 35-36).

Para nosotros, por el contrario, se trata de ponerle fin a esta prehistoria de miseria humana.

Cambiar de época, hacia una que se digne en ser llamada Historia de la Humanidad, implica que el capitalismo debe ser necesariamente abolido, expropiado, suprimido y políticamente derrotado. Todo esto conlleva un tiempo histórico de luchas y procesos revolucionarios, de cambios y transformaciones, tanto en lo material como en lo cultural y espiritual; en síntesis, todo este movimiento podemos identificarlo con la transición socialista: un periodo de luchas decisivas contra un sistema decadente como el actual, que implique al mismo tiempo la “restauración del mundo humano” (Marx), o de manera equivalente, la concreción de la «sociedad de los libres e iguales» (Bonefeld 2003); y a fin de alejar cualquier sospecha de eurocentrismo, diremos que esas palabras están recargadas al mismo tiempo de diversidad, heterogeneidad e interculturalidad.

Existen al menos tres pilares sobre los cuales el sistema ha demostrado ser “formidablemente poderoso”: 1) fuerza militar; 2) poder económico-tecnológico; y 3) hegemonía cultural. De los tres quizás el último es clave para dar la batalla por el socialismo en esta nueva era, en el sentido de un proceso de transformación cultural de larga duración (la construcción de un sujeto social histórico y contra hegemónico culturalmente hablando, en el decir de Gramsci) porque el socialismo empieza por un cambio de mentalidad y pasa necesariamente por la liberación / (auto) emancipación de los sujetos, lo cual no es un cambio de la noche la mañana. Porque este sistema no solamente se nutre del trabajo subvalorado y de todos aquellos mecanismos de extracción de excedentes; este sistema para seguir existiendo y reproducirse como tal requiere mantenernos a todos sin excepción en el individualismo desenfrenado y en la competencia, en la apatía y en la indiferencia, aceptando sus reglas de juego sobre la libertad a medias y de la democracia a medias, como individuos alienados. Es fácil constatar que todo esto lo viene logrando, pues el sentido común de la mayoría de la gente es incapaz de ir o de ver más allá de lo que el capitalismo le permite, independientemente de su ubicación en la estructura social de dominación.

Ciertamente, el capitalismo ejerce sin mayores sobresaltos una hegemonía ideológica y cultural a escala global. La globalización y el deseo de globalizarse, de integrarse a los mercados, de formar parte de bloques comerciales, de suscribir un TLC, constituyen la mejor constatación de esta hegemonía que ha ganado la adhesión incondicional de los gobernantes tercermundistas quienes, a su vez, han logrado inocular este virus ideológico en las ilusiones de desarrollo de las masas y los pobres. Un nuevo “opio de los pueblos” se podría decir. Es por eso que el capitalismo lleva una gran ventaja sobre cualquier intento político de oposición, en cualquier país y a escala planetaria.

La mundialización de las relaciones capitalistas de producción, o el capitalismo polarizado que representa el imperialismo hoy en día, ha hecho más palpable y visible “las premisas objetivas de la realización del socialismo”, (Lenin 1916a: 114) que solo es realizable a escala mundial, y ello pese a todas las derrotas, traiciones y deformaciones que ha experimentado el socialismo en el siglo XX. Aun suponiendo la existencia de un gran frente anti-hegemónico o anti-imperialista, no se puede perder de vista que (las cursivas son nuestras):

“La revolución socialista no es un acto único, no es una batalla en un solo frente, sino toda una época de exacerbados conflictos de clase, una larga serie de batallas en todos los frentes, es decir, en todas las cuestiones de la economía y la política, que pueden culminar únicamente en la expropiación de la burguesía” (op. cit., 115).

El socialismo, además, no puede relegar a un segundo plano la lucha por la democracia, la cuestión nacional ni los derechos a la autodeterminación de los pueblos oprimidos (el “colonialismo interno” en palabras de Pablo González Casanova) tanto en el Norte como en el Sur. Todas estas cuestiones fueron debatidas por Lenin en el seno de la socialdemocracia rusa y europea, plasmadas en un conjunto de tesis, algunas de las cuales están ciertamente desactualizadas y requieren de reformulación, pero es indudable la relevancia que esto tiene para la orientación política de la izquierda que en muchos países –como los latinoamericanos- anda muy desorientada.

Hoy, en plena globalización capitalista, el socialismo tiene la oportunidad de resurgir con una energía y vitalidad renovadas, que sea capaz de conquistar la dirección y darle sentido histórico a todas las manifestaciones sociales globales que están ocurriendo cada vez con nuevos bríos e ímpetus. El verdadero Socialismo y no su remedo burocrático sigue siendo una esperanza latente, sigue esperando ser realizado, pues lo que se viene es bastante grave en términos de los retos para los que el cambio de época nos convoca. Para emprender grandes y trascendentales cambios, los socialistas honestos, consecuentes y revolucionarios tienen que esforzarse por conquistar un lugar en los movimientos sociales, ganar un espacio, y competir democráticamente por ganar la dirección de esos movimientos o compartirla mancomunadamente, sin sectarismos ni hegemonismos inútiles que, en lugar de fortalecer, más bien debilitan y dividen.

Al globalismo neoliberal y capitalista solo se lo puede enfrentar políticamente, no con un pliego de reclamos sino con un proyecto de sociedad y un modelo de economía alternativos, construido y consensuado entre todos los actores del cambio; construcción que debe hacerse desde abajo y cuyo proceso estar acompañado de prácticas democráticas innovadoras y novedosas, lo cual permitirá replantear también la democracia formal vigente. Esa política no debe tener como límite las fronteras de cada país, sino que deberá confluir en un proceso de unidad continental porque es principalmente en este nivel donde descansará su fortaleza y su fuerza. Además se deben respetar las diferencias nacionales y regionales (al interior de cada país), las identidades étnicas, las nacionalidades indígenas, los derechos de las mujeres y de las minorías discriminadas en la actualidad. En suma, la unidad descansa en nuestra diversidad y esa política debe hacer lo posible para que cada pueblo o nación escoja con libertad y democráticamente sus propias formas de gobierno, así como el tipo de estado o régimen político que más le convenga. Lo que más debe importar es que nuestros países superen la postración, el estancamiento y la pobreza, donde la dirección de la política la determine el pueblo, los sectores populares organizados. Para llegar a este estado de cosas tenemos que preparar el camino desde ahora: educación y concientización, construcción de una ciudadanía militante, participación popular en los asuntos públicos, gobiernos locales (que no se confunda con municipios) participativos, fiscalización, vigilancia ciudadana, democratización de las decisiones, derecho a la información, búsqueda y experimentación de modalidades alternativas de organización económica (en niveles territoriales micro y meso). Se trata de un proceso largo y difícil.

James Petras, reconocido intelectual norteamericano de izquierda, crítico acérrimo de los dogmatismos del pasado y observador atento de cuanto acontece en el mundo, escribió:

“El amplio rechazo del liberalismo y del imperialismo de los EE.UU. y el crecimiento del socialismo programático sin estalinismo es un evento histórico de categoría histórica mundial.

“Hay desafíos inmensos en la creación de una nueva conciencia socialista revolucionaria, generalizándola para que llegue a los millones que están en movimiento; organizando y suministrando una nueva teoría inclusiva para proveer una diagnosis y una dirección estratégica. Una cosa está muy clara. El progreso intelectual de esta Izquierda pujante, no depende de las modas y flaquezas de los intelectuales prosternados... que han perdido contacto con la realidad.” (Petras 2001a).

La política revolucionaria frente a los intereses globales imperialistas no puede ser otra que la del socialismo revolucionario y un nuevo internacionalismo. En el marco de la irrupción de renovados movimientos anti-capitalistas y por una «globalización alternativa», el capitalismo globalizado y su estado más poderoso no pueden seguir sosteniéndose sino a costa de agudizar y amplificar la violencia. En este sentido, el futuro del socialismo lo decidirá una nueva confrontación, donde se juega la suerte de la humanidad o la continuación de la barbarie, esta vez a gran escala. En cambio, la suerte de cualquier socialismo con posiciones de centro será la que siguió la II Internacional en los años de la primera guerra mundial, es decir, podrá sobrevivir en el sistema pero al precio de su bancarrota y sumisión. ¿Estamos retornando a esos tiempos turbulentos? La historia puede traer ironías pero no se repite.


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