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ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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Por qué la revolución tiene que ser mundial

El motivo que justifica la pregunta es poderosísimo: la manutención y supervivencia del capitalismo como sistema de explotación y dominación, junto con el orden civilizatorio que le es inherente, la modernidad occidental homogeneizante y destructiva de toda diversidad, se han convertido en serias amenazas para el planeta Tierra (Gaia, nuestra casa, Oikos) y para la propia existencia humana.

Es imposible esperar la autodestrucción del capitalismo en tanto que sistema socio-histórico, cuyos valores de “modernidad” y culto por el “progreso” –entre otros— ya no pueden seguir ocultando su “lado oscuro” (la colonialialidad del poder). No podemos seguir permitiendo la inercia devastadora proveniente del funcionamiento compulsivo y verdaderamente irracional del capitalismo Se desprende entonces que el objetivo primario de la revolución consiste en salvar nuestra casa y, junto con esta, a nosotros mismos de la autodestrucción. Esta lucha por salvar y preservar la Gaia tiene obviamente un carácter anticapitalista y –valga la redundancia—planetario; lo cual, inevitablemente, se engarza con la lucha emancipatoria contra todo poder y contra la reificación a la que nos somete el capital como relación cosica y cosificante/alienante, cuestión esta última resaltada también por Chesnais (2009).

En un artículo donde actualizaba su visión de la Tierra como una nave espacial (mediados de los años 60) el economista norteamericano Kenneth Boulding justificaba esta representación de nuestro planeta para llamar la atención sobre “la pequeñez, el hacinamiento y los recursos limitados de la Tierra; la necesidad de evitar un conflicto destructivo, y lo imperioso de generar un sentimiento de comunidad mundial cuya tripulación es muy heterogénea” (Boulding 1989: 273). Esta idea posiblemente le fue insuflada desde un contexto intelectual marcado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, 5-16 de junio 1972) que, a su vez, estuvo precedida por el arduo debate en torno al «crecimiento cero» y Los límites al crecimiento (Tamames 1985).

Las superpotencias y las actitudes del estado más poderoso de todos (los Estados Unidos) han demostrado que no les interesa la crisis ambiental, ni tampoco lo que Boulding recomendaba: “generar un sentimiento de comunidad mundial”. Lo acaba de corroborar el comportamiento deplorable y servil del presidente norteamericano Barack Obama en la fracasada conferencia sobre el cambio climático en Copenhague, en diciembre pasado (Monbiot 2010). En Copenhague el sr. Obama obró como funcionario del capital, ¿quiere el lector saber por qué?

“Presenciamos en los Estados Unidos la integración de negocios entre la esfera industrial-militar, las redes financieras, las grandes empresas energéticas, las camarillas mafiosas, las ‘empresas’ de seguridad y otras actividades muy dinámicas conformando el espacio dominante del sistema de poder imperial.” (Beinstein 2009: 9).

La situación es tal que la humanidad pareciera estar empecinada en autodestruirse, contaminando y deteriorando sin miramientos todo medio/recurso natural que forma parte de nuestras vitales condiciones de existencia (cursos de agua, aire, bosques, especies, ecosistemas, etc.). Las mega-corporaciones, grandes empresas y sus gobiernos, como los organismos que norman y «supervisan» el comercio y las finanzas internacionales, tampoco se comprometen mínimamente a tratar de arreglar todas las externalidades que se despliegan por el orbe, generadas por el funcionamiento y operación del sistema en un planeta finito como el nuestro. Para ellos el mundo puede venirse abajo pero nunca permitirán que pase lo mismo con las ganancias del capital. Ni siquiera estuvieron dispuestos a apoyar la Tasa Tobin (un impuesto minúsculo) sobre las operaciones del capital financiero y especulativo. El capitalismo no puede desprenderse de la naturaleza porque ha convertido al mundo en una gigantesca factoría para la acumulación, y aquella ha pasado a ser parte de esta inmensa -y siniestra— maquinaria mundial.

En suma, la «naturaleza» -o lo que queda de ella, comprendiendo recursos y territorios- está siendo privatizada por el capital mediante la renovación de sus mecanismos de acumulación originaria que siempre fueron permanentes (Galafassi 2009), aunque no para beneficiar a la humanidad en términos de bienestar, ni para prolongar la vida en el planeta; y todo esto es muy grave. Hace rato que hemos atravesado los límites permisibles y estamos transitando por la cuenta regresiva hacia la extinción, sin ninguna hipérbole. Para pruebas al canto véase Bellamy Foster (2005); Dickenson (2008); Quiroga (2008).

Fuente. Donnella Meadows, et. al. The Limits to Growth. A Report for the Club of Rome’s Project on the Predicament of Mankind, Londres, 1972, p. 124. Reproducido de Tamames (1985: 119).

Fuente. Beinstein (2009b: 11).

Los dos gráficos muestran la coincidencia temporal -en términos de tendencias— entre el «colapso» ambiental proyectado en el estudio del Massachussets Institute of Technology (MIT), que fuera liderado por Dennis Meadows, y el “agotamiento de la civilización burguesa” (Beinstein 2009b: 8). A fin de obtener una lectura e interpretación adicional, podríamos sobreponer en ambos gráficos la periodización que hiciera Amin (2001: 17-19) con respecto a las fases de la «mundialización» capitalista: mercantilismo (1500-1800), contraste centro/periferia (1800-1950) y mundialización negociada (1945-1990). Cada una de estas tuvo sus propias formas o modalidades de «polarización». El mismo Amin explica que la “mundialización polarizante” ha llevado a la constitución de cinco formas de monopolio que concentran el inmenso poder del “imperialismo contemporáneo”, correspondientes a los planos tecnológico, financiero, geoestratégico, cultural y militar:

“(i) el monopolio de las nuevas tecnologías; (ii) el del control de los flujos financieros a escala mundial; (iii) el control del acceso a los recursos naturales del planeta; (iv) el control de los medios de comunicación; (v) el monopolio de las armas de destrucción masiva.” (Amin 2001: 25).

Ambos gráficos permiten apreciar la transición histórica (el año 2000 sirve para indicar el cambio de siglo) en la que el actual sistema-mundo ingresó desde finales de los 60, pero del cual aun no hemos salido (Wallerstein 2005: 106,115 ss.), y que incluye por cierto el periodo del neoliberalismo. Veamos lo que nos dice Wallerstein al respecto:

“El periodo de transición de un sistema a otro es un periodo de grandes luchas, de gran incertidumbre, y de grandes cuestionamientos sobre las estructuras del saber. Necesitamos primero que todo intentar comprender claramente qué es lo que está sucediendo. Necesitamos después decidir en qué dirección queremos que se mueva el mundo. Y debemos finalmente resolver cómo actuaremos en el presente de modo que las cosas se muevan en el sentido que preferimos. Podemos pensar en estas tres tareas como las labores intelectuales, morales y políticas. Las tres son diferentes pero estrechamente vinculadas. Ninguno de nosotros puede excusarse de estas tareas. [...] Las tareas ante nosotros son excepcionalmente dificultosas. Pero nos ofrecen, individual y colectivamente, la posibilidad de la creación, o al menos de contribuir a la creación de algo que pueda satisfacer más plenamente nuestras posibilidades colectivas.” (Wallerstein 2005: 122).

Por los argumentos de Zibechi (2010) y en función de lo dicho arriba por Wallerstein, se desprende que el «movimiento de movimientos» aun está tratando de comprender “qué es lo que está sucediendo” en el mundo, esto es, cunde la desorientación general tras 10 años de activismo.

La transición implica una gran bifurcación que sintetizamos con la pregunta: ¿revolución anti-capitalista o barbarie?, o para exclamar sin tapujos junto con Chesnais (2009) y nuestra Junius: ¡Socialismo o barbarie! La dirección que se tome dependerá de las múltiples respuestas con que las presentes y futuras generaciones resolvamos con audacia la actual transición.


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