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ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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III. Perspectivas de la transición latinoamericana

En el modelo eurocentrista, universalista y homogenizante, el “desarrollo” como tipo ideal se refiere -en el sentido de estado de desarrollo- a una situación definida como etapas de un hipotético camino hacia el “progreso” o crecimiento, según la jerigonza neoliberal más actual. Nos oponemos más bien al supuesto universalismo y a la hegemonía de ese paradigma. En cambio, cuando el tipo ideal alude al Estado, quiere significar: “Estado moderno, democrático y plural” siguiendo la clásica concepción liberal, que el pensamiento único llega a desprender, divorciar y contraponer a la esfera económica en tanto que entidades separadas, autónomas e independientes.

La consecuencia de esa abstracción llevada hasta sus extremos es la metafísica de los mercados “libres y perfectos”, autorregulados.

Nos pronunciamos por “otro” Estado y de su necesaria transitoriedad histórica, por “otra” sociedad y “otra” economía sustancialmente diferentes, ancladas asimismo en la historia y en la realidad de los pueblos, articuladas e interrelacionadas, que solamente pueden perfilarse, (re)configurarse y surgir -en tanto que diferentes- si formaran parte de un largo proceso de ruptura y transformación, que designamos como un periodo de transición.

En virtud de la transición histórica esas mismas entidades -diferentes de hecho y de derecho, pero también en cuanto a conocimiento y elaboración teórica- no pueden ser nuevamente eternas, en relación de continuidad con el antiguo pensamiento de la Ilustración, sino justamente transitorias.

El fracaso del capitalismo dependiente.

Hace más de 30 años Francisco Weffort (1972: 359) recomendaba abordar la dependencia como una cuestión inmersa o que debía ser necesariamente colocada “en el nivel general, supranacional,… de las relaciones de producción” capitalistas. Al respecto, la subsunción es una categoría relacional de la mayor relevancia, tanto teórica como práctica, para ayudarnos a replantear y reinterpretar dicho fenómeno. Esta categoría fue originariamente elaborada por Marx en el contexto de la tercera redacción de El Capital, es decir, de los manuscritos de 1863-1865 (Dussel 1990: 29-49; Marx 1985: 54-77), para dar cuenta de la relación de subordinación del trabajo al capital. Marx la expresaba de esta manera: “La dominación del capitalista sobre el obrero es… la de la cosa sobre el hombre, la del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, la del producto sobre el productor…” (Marx 1985: 19). Aquí hacemos extensiva la subsunción a las relaciones económicas y políticas entre países, comprendiendo a incluidos y excluidos, para expresar la relación de dependencia en el “nivel general” de la globalización. Nos apoyamos también en la noción que representa la globalización en una red organizada de “fábricas mundiales” (Barreda 2005), o como una gigantesca factoría de generación de plusvalor. Houtart (2003) utiliza la misma categoría de subsunción (formal y real) para ensayar la explicación del “por qué de la emergencia de tantos movimientos originados por grupos sociales no vinculados directamente con la relación capital-trabajo”, abstrayendo esta relación y el uso de esa categoría del escenario del sistema-mundo. En la relación capital-trabajo, que el capitalismo las expresa como una relación entre “cosas”, las determinaciones simples “capital” y “trabajo” se refieren respectivamente al “capital en general” y al “trabajo en general”, este último entendido por Marx como trabajo humano abstracto. Es el mismo craso error -y misma confusión- en que incurrieron muchos “críticos” que impugnando las “verdades” y vulgarizaciones consagradas por el “marxismo ortodoxo” pretendieron poner en cuestión el pensamiento del mismo Marx. Las consecuencias de esa confusión no son solamente teóricas sino de la mayor importancia política, para las perspectivas de la convergencia y de la eficacia política que a Houtart le interesaban en el marco del FSM. Para ponerlo de manera más concreta: el problema político y para efectos de la organización política-popular no se bifurca entre reivindicaciones salariales por un lado (para los “incluidos”) y en reclamos por bienes públicos del otro (para los “excluidos”). Otra cosa es que se lo siga entendiendo y manejando de esa manera por parte de la “izquierda tradicional”, las burocracias sindicales y los diversos reformismos, limitando así nuestras perspectivas de comprensión y capacidad de construcción de alternativas.

En el modelo representado por el gráfico la subsunción está expresando el “acto por el que una parte es asumida por el todo” (Dussel 1985: 58), donde la “parte asumida” significa que es succionada, es decir, implica succión, extracción de plusvalor a escala ampliada y, por eso mismo, “subordinación” de las condiciones de trabajo y de vida en el territorio o país cuyos recursos son efectivamente succionados/subsumidos, tanto formal como realmente, por la potencia hegemónica o el sistema como un todo. En este sentido, no hay ninguna duda acerca de cuál es el todo.

La Nueva Dependencia: subsunción real de espaciosy territorios al sistema del capital globalizado

Elaboración. El autor.

Enfocando de esa manera el problema de la dependencia, valiéndonos de la categoría de subsunción, la premisa o, mejor dicho, el “factor clave” viene a ser entonces el capital y la relación capitalista (no el Estado-nación) en la que se fundamentan las variadas relaciones entre espacios, territorios, países, regiones y continentes enteros. En consecuencia, es la relación de dependencia la que debe ser explicada en el marco del orden capitalista globalizado, donde el estado-nación cumple nuevos roles, antes que en los términos de la relación interno-externo entre países centrales y países periféricos, desarrollados y subdesarrollados. Estas perspectivas (manejadas mediante las categorías de centro-periferia y desarrollo-subdesarrollo) basadas en la relaciones entre estados-nación y que alimentaron el estadocentrismo de las ciencias sociales latinoamericanas, fueron válidas en su momento (hasta mediados de los 70), pero han visto debilitarse su poder explicativo por las grandes transformaciones mundiales desde los 80 y 90. Estos enfoques se abstraen de una perspectiva de clase, en el sentido que la clase de los capitalistas resulta de un proceso inextricable de exclusión y de polarización de la desigualdad, que a su vez es la necesaria contrapartida de la acumulación “interminable” de capital.

Tampoco se trata de abandonar del todo el “problema nacional”. Este debe ser replanteado y redimensionado en las nuevas condiciones históricas de actuación del capitalismo, entre las cuales está su escala global y su desenfrenada propensión a la integración expoliadora de territorios y espacios “nacionales”, de comunidades y pueblos enteros; todo esto eufemísticamente presentado como “integración de mercados”. En este marco deben ser situados los tratados de libre comercio promovidos por Estados Unidos con países latinoamericanos individualmente considerados. Tras varios años de negociaciones “técnicas” en secreto, iniciadas por el gobierno de Alejandro Toledo (2001-2006), el Perú representado por el gobierno de Alan García firmó con EEUU (16 de enero, en Lima y Washington, respectiva-mente) la puesta en vigencia del TLC bilateral a partir del 1 de febrero 2009.

Las cuestiones del imperialismo por desposesión (Harvey 2005) y la desterritorialización de los estados-nación (Gudynas 2005) se hallan inmersos en el mismo contexto. En cambio, los espantosos e infames bombardeos israelíes sobre poblaciones palestinas inocentes de la franja de Gaza, so pretexto de combatir el “terrorismo” del grupo Hamas, junto a la estrategia de ocupación que el estado israelí lleva a cabo en dicho territorio, contando para todo esto con el aval de los EEUU, ejemplifica al imperialismo por imposición. Para ponerlo de una manera muy burda pero quizás mejor comprensible: el capital se engulle al mundo y está haciendo lo mismo con el planeta entero.

Aplicando estas consideraciones al Perú, nuestro país tiene actualmente una configuración económico-productiva donde los medios de producción así como los bienes de consumo “modernos” son adquiridos del exterior. Los sectores de producción I y II de Marx, que guardan correspondencia con esas categorías, respectivamente, son dominados por empresas transnacionales con presencia en todo el globo. Dentro de este contexto mundial, un país como el Perú basa su desarrollo no en sus propias fuerzas productivas endógenas, sino más bien en la “dependencia” de importaciones de bienes y servicios “modernos”, que se obtienen con las divisas proporcionadas por las exportaciones. A diferencia de lo que ocurría con el desarrollo primario-exportador del periodo 1890-1930, donde el capitalismo subsumía formalmente y convivía con relaciones de producción precapitalistas; el “desarrollo peruano” ha transitado hacia un nuevo “modelo”, en el cual, sin romper del todo con el patrón anterior (lo cual se expresa en marcadas desigualdades regionales), nuestro país se encuentra subsumido mediante la tecnología y los métodos de producción modernos (subsunción real) a la acumulación de capital a escala global. En este nuevo contexto, el Perú o porciones de su territorio han pasado a ser nodos que son integrados en una red más vasta.

Todas las políticas que se afanó en implementar el segundo gobierno de Alan García en el Perú, y el propio presidente en particular, están en sintonía con el proceso arriba descrito. Nos referimos a las contenidas en el “huayco legislativo” de mayo 2008, relativas a concesiones de tierras comunales, aguas (cuencas hidrográficas), bosque amazónico, recursos genéticos, así como a la inversión extranjera en minería y petróleo, privatización de las empresas públicas sobrevivientes (como la entrega de los puertos en el pacífico), entre otras. Son políticas que, miradas desde los intereses del gran capital y sus socios “nacionales”, tienen coherencia con la economía política de la globalización, la cual se encuentra ideologizada por el discurso etéreo sobre el crecimiento y las “bondades” de los mercados. Las propias declaraciones públicas del presidente García llevan ese mismo discurso hasta el delirio: la crisis financiera internacional es vista por él como una “crisis de crecimiento” (!!), que repite incansablemente desde que lo enunciara en el marco de su discurso en el CADE 2008. Expresiones como esta solo logran poner en evidencia la falencia y pobreza de ideas de un paradigma económico que se ha agotado hace mucho tiempo, cuya persistencia persigue deliberadamente la negación de la totalidad del mundo: “Existe una deformación cultural en nuestra civilización que empuja hacia la fragmentación del conocimiento, hacia la negación del mundo como totalidad, como sistema complejo en movimiento.” (Beinstein 2008)

Desde el marco interpretativo -muy apretado por cierto- que ponemos a consideración para profundizar la reflexión y el debate sobre las alternativas en el Perú y nuestra América Latina, también puede entenderse hacia donde conducían en el mediano y largo plazo las políticas neoliberales, que de manera porfiada y persistente, son implementadas desde los años de Fujimori; con relación a las cuales las políticas de “estabilización” y “ajuste” ortodoxo, desde mediados de los 70 y toda la década de los 80 (exceptuando el “experimento heterodoxo” de 1985-1987) fueron condición sine qua non, pues la “exitosa” gestión económica de los 90 descansaba necesariamente en la premisa de lograr primeramente el sometimiento -económico y político- de los trabajadores organizados, deteriorar sus condiciones laborales y derrotar toda manifestación de resistencia o de defensa del salario real frente a la elevada inflación, a fin de (sacrosanto propósito) mantener o proteger las ganancias, así como cargar sobre las mayorías populares los costos sociales de la crisis.

Podemos apreciar, entonces, que el capital en el Perú sí tenía una política económica de largo plazo para el periodo post Velasco (1968-1975), la cual fue tomando forma y direccionalidad a través de las secuelas y estragos que fueron dejando sobre la sociedad peruana, y a través de la cual sabía por ende el rumbo a seguir y hacia donde quería llegar. Hoy vivimos las secuelas y consecuencias de esa política, habiendo llevado al país al nuevo escenario expresado por el gráfico anterior. En tal sentido los más de 30 años que corren desde la segunda mitad de 1975 hasta la fecha, pueden ser considerados como una larga transición histórica desde la perspectiva del capitalismo en el Perú, que el sr. García ha coronado exitosamente con la suscripción del TLC con una superpotencia hegemónica, nada menos que con los Estados Unidos cuya hegemonía económica languidece desde hace tiempo mediante crisis recurrentes, a pesar que se mantiene por la fuerza de su poder militar; y la crisis más reciente está llevando a ese país hacia una severa recesión. En el caso peruano, las políticas económicas fueron el instrumento económico y político privilegiado para azuzar los cambios que necesitaba el capital en el Perú. Refiriéndose a las políticas de estabilización y ajuste Schuldt (2005b: 373) destacaba que “sus efectos ni se limitaron al corto plazo, ni afectaron solo las variables macroeconómicas, sino que inevitablemente…tuvieron consecuencias que llevaron a un cambio radical en el modelo de acumulación, de estructuración sociopolítica y de inserción internacional”. Desde este punto de vista, el estado-nación fue utilizado con el doble propósito de apuntalar la dinámica capitalista en el país y asegurar hacia fuera la subordinación dependiente de la economía y sociedad peruanas, formando parte de un engranaje mayor que las sobredetermina: el “Estado Transnacional” o ETN. Ello fue así a pesar de la ideología sobre la “ineficiencia” del Estado o del “estado mínimo”. Al mismo tiempo que componente de un engranaje mundial, se pone en entredicho la “autonomía relativa” y la capacidad soberana del estado-nación para decidir sus asuntos internos, cuestiones sobre las cuales existe un extenso debate suscitado por las tesis de Hardt y Negri (2002).

Las connotaciones políticas que contiene la “nueva dependencia”, en el sentido que hemos explicado, son igualmente graves y aquí esbozamos solo algunas proposiciones básicas. 1º] Para romper con esa nueva dependencia, es necesario romper con el sistema y no solamente con respecto a un país dominante por muy “potencia” que este sea. 2º] La ruptura no puede consistir en una declaración política o manifestación de rechazo al poder imperial de otro estado; debe ser asumida como el resultado necesario de un proceso político y una difícil transición histórica, desde las propias condiciones internas pero también internacionales. 3º] Desde este último punto de vista, la ruptura de un país “dependiente” tiene que apoyarse, en lo posible, en una alianza continental o al menos haciendo causa común de intereses -formando un bloque- con países vecinos, o con fuerzas políticas, sociales y populares similares de estos mismos países.

Si echamos una vista al entorno geopolítico del país, encontramos un escenario complicado para las fuerzas sociales y políticas de la transformación. Con Chile el Perú mantiene un diferendo marítimo que ha llevado a la Corte de Justicia de La Haya, y nuestro vecino del sur, mejor dicho, los grandes grupos capitalistas de ese país, tienen importantes intereses y crecientes inversiones en actividades claves para la economía y sociedad peruanas. Con respecto a países muy similares al Perú, como Bolivia y Ecuador, el régimen neoliberal de García fue adoptando una creciente distancia tanto en el terreno de la diplomacia común (léase: Comunidad Andina de Naciones), como en el contexto de las vinculaciones comerciales con EEUU (TLC) y las posturas frente al régimen bolivariano de Chávez en Venezuela. El único aliado efectivo de García en la región es el que representa el gobierno igualmente neoliberal de Álvaro Uribe en Colombia, que hace su propio juego sirviendo y complaciendo los intereses norteamericanos y está ocupado en sus propios asuntos internos; aparentemente desentendido y reñido con la ola de cambios democratizadores que ha venido experimentando la subregión en los últimos años.

De este rápido recuento las relaciones peruano-chilenas atraviesan, desde hace varios años, por tensiones políticas y diplomáticas que ambos estados manejan en el terreno de la mesa de negociaciones; aunque la confrontación militar no está del todo descartada, sobre todo por parte de Chile, dados los preocupantes niveles de gasto militar de sus fuerzas armadas. La instauración de un hipotético gobierno “nacionalista”, la llegada al poder -mediante elecciones- de un frente izquierdista, la proyección de una coalición de fuerzas “progresistas” y antineoliberales en el Perú, con altas posibilidades electorales, serían inmediatamente mal vistas como amenazas por las elites internas así como por los intereses chilenos afincados en el país. En cualquiera de estos casos el riesgo de la guerra sería solo una cuestión de tiempo, con consecuencias más devastadoras que la de 1879-1883. Una pregunta interesante es ¿por qué no ha ocurrido con Bolivia ni Ecuador, pero sí podría ocurrir con el Perú? Los conflictos autonómicos en Bolivia y la penetración militar norteamericana en Ecuador, a través del affaire de la guerra contra el narcotráfico y la guerrilla colombiana, dan una pauta del “menú” de estrategias que el imperio tiene para cada país. Incluso no sería nada extraño que ese hipotético escenario de guerra y una nueva ocupación chilena del país -esta vez más prolongada- fuera instigada o permitida por los propios EEUU que verían al Perú como un Estado canalla si aquello ocurriera; esto es, “un Estado que desafía las órdenes de los poderosos” (Chomsky 2001: 45). Lo que ha venido ocurriendo en el Oriente Próximo, y lo acontecido años anteriores en Cuba, Vietnam, Timor Oriental, Kosovo, Irak y tantos otros rincones del mundo, hechos narrados y documentados magistralmente por Chomsky, ilustran fehacientemente el grado de intolerancia así como “una línea de conducta que…provoca una escalada en las atrocidades y la violencia;…una línea de conducta que socava -y que quizá destruye- los prometedores avances democráticos” (Chomsky 2001: 64). ¿Reproducirá esta línea de conducta el gobierno de Barack Obama, sometido por la presión de los “halcones”? No solamente los republicanos, Kennedy y Clinton también la siguieron.


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