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ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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Los aportes de Rosa Luxemburg a la comprensión del capitalismo histórico y a la estrategia de lucha revolucionaria.

Espíritu más filosófico y moderno que toda la caterva pedante que la ignora […] puso en el poema trágico de su existencia el heroísmo, la belleza, la agonía y el gozo, que no enseña ninguna escuela de la sabiduría. (Mariátegui citado por Guadalupe Gandarilla 2001)

Reconocemos en Rosa Luxemburg (1871-1919) a una destacada precursora del moderno análisis de la economía-mundo capitalista, marco en el que inscribimos nuestra contribución anterior. Inmediatamente decimos el por qué de tal reconocimiento.

En su magnum opus Luxemburg (1967) abordó una realidad que se había quedado sin explicación en el Tomo II de El Capital pero que ya pesaba en su tiempo: la realidad de lo que en su época eran conocidos como países coloniales y semicoloniales; o sucesivamente, de los años 50 en adelante, países subdesa-rrollados, dependientes, del Tercer Mundo, en vías de desarrollo, de reciente industrialización y “emergentes”. El capitalismo puro estudiado y analizado por Marx, en la obra de toda su vida, estuvo centrado en Europa (más específicamente, Inglaterra tomada como paradigma) pero además había dejado de lado los temas del Estado, el comercio exterior y el mercado mundial, que según el plan original darían lugar a la escritura de los libros III, IV y V de El Capital, respectivamente. El plan original se halla al final del apartado «El método de la economía política», en la Introducción de 1857-1858 a los Grundrisse (Marx 1970-1971, I: 44).

Dicha ausencia, sin embargo, no impidió a Marx tener plena conciencia de la globalidad del capitalismo de su época, tal como lo hace notar claramente al criticar el proyecto del Programa de Gotha (1875) del socialismo vulgar representado en Lassalle:

«Naturalmente, la clase obrera, para poder luchar, tiene que organizarse como clase en su propio país, y este es la palestra inmediata de sus luchas. En este sentido, su lucha de clases es nacional, no por contenido, sino, como dice el Manifiesto Comunista, “por su forma”. Pero “el marco del Estado nacional de hoy”, por ejemplo, del Imperio alemán, se halla a su vez, económicamente, “dentro del marco del mercado mundial”, y políticamente, “dentro del marco de un sistema de Estados”.» (Marx citado por Wallerstein 1999: 175).

A Rosa Luxemburg le tocó vivir un periodo histórico donde el capitalismo de la libre concurrencia había mutado en capitalismo de los monopolios o imperialismo, y se libraba una nueva oleada de reparto del mundo que llevaría a guerra de 1914-1918. Por ende, su mirada y agudeza críticas se proyectaron sobre el capitalismo como un todo, es decir, viéndolo como un sistema mundial (una totalidad lógica e histórica).

Ella tuvo plena conciencia que la dinámica de reproducción ampliada -utilizando esta categoría de El Capital- solamente podía ser apreciada a nivel planetario, lo cual implicaba incorporar en el análisis el papel que venían a cumplir los países menos desarrollados, coloniales y semicoloniales. Sin embargo, el problema planteado sobre las condiciones de realización del plusvalor para la prosecución de la reproducción ampliada del capital (Luxemburg 1967: 24-25) en el marco de una economía de mercado con ausencia de “control ni plan sociales”, problema irresuelto por Marx en el Tomo II de El Capital, terminó desembocando -según Mandel- no en “una teoría marxista de la crisis ni una teoría marxista de los límites internos del modo de producción capitalista, sino precisamente [en] una teoría del crecimiento capitalista.” (1969; 14). Esta crítica honesta de Mandel no le impidió valorar el enorme aporte de Rosa Luxemburg a la comprensión de la dinámica capitalista en su globalidad. Pero también hay otra dimensión en la que ella destacó sobremanera, en la praxis, pues su portentoso pensamiento teórico y político no operaba en un vacío ahistórico ni al margen de la lucha sociopolítica y los conflictos de clase.

“El mundo de Rosa Luxemburg está clausurado: nos separan de él tal suerte de acontecimientos de alcance histórico-mundial que casi parece que no haya nada en común. Sin embargo, […] determinadas cuestiones como la relación entre reformas y revolución, democracia y dictadura del proletariado, los problemas organizativos y la dinámica de los movimientos de masas, así como la cuestión nacional, etc., resultan de una actualidad paralela a la pervivencia de los problemas de base, a la pervivencia del modo de producción capitalista, que es lo que tenemos en común con la época de Rosa Luxemburg. Mientras persista el capitalismo, la experiencia de aquellos que lucharon por acabar con él en otras épocas iluminará de algún modo la acción de aquellos que se esfuerzan hoy por comprender y transformar.” (Muñoz 1977: 8).

Como producto de su estudio sistemático de la primera revolución rusa de 1905, Rosa Luxemburg sostenía que la espontaneidad de las masas populares, puesta de manifiesto a través del mecanismo de la huelga general, tenía que ser vista como un proceso de constitución en el tiempo de un “movimiento global”. Es lo que se desprende del proceso histórico previo a enero de 1905 y después (Luxemburg 1977a: 151-178). Veámoslo con algo de detalle.

En Rusia “la gran huelga política de enero de 1905” representa la culminación de un periodo que se remonta a 1896-1897. La propia Rosa lo resume con claridad (la cursiva es nuestra):

“[L]as huelgas de masas y generales precedentes se habían formado a partir de luchas salariales aisladas en confluencia, que, en el ambiente general de la situación revolucionaria y bajo el efecto de la agitación socialdemócrata, se habían transformado rápidamente en manifestaciones de carácter político; el elemento económico y la disgregación sindical habían sido el punto de partida, la acción de clases global y la dirección política fueron el resultado final.” (Luxemburg 1977a: 162).

Enero de 1905 fue entonces la culminación de un periodo previo; después de febrero de ese año la lucha política contra el absolutismo devino en lucha económica contra el capital, aunque en “la forma de luchas salariales aisladas y dispersas” (Luxemburg 1977a: 164); dos intentos adicionales de huelga general se organizaron en octubre y diciembre de ese año. En el tránsito de uno hacia otro episodio huelguístico, nuestra autora destaca un proceso de maduración efectiva del proletariado ruso y otras capas sociales aliadas: su fortalecimiento organizativo (creación de sindicatos, lucha por su reconocimiento y por la reducción de la jornada laboral); el desarrollo de la conciencia política y de su “sedimento espiritual” en términos de “crecimiento desigual intelectual y cultural” (Luxemburg 1977a: 170); la preparación para transitar “de la huelga de masas al levantamiento popular general y a la lucha callejera”.

El movimiento global es una construcción social y política que dista de agotarse en lo inmediato, lo circunstancial y la lucha meramente reivindicativa, que sí son importantes pero adquieren otra envergadura y dimensión cuando se emprenden como un proceso de larga duración al que debe apuntar el trabajo político de organización y de dirección. Sin embargo, Rosa Luxemburg nunca fue así entendida y su tesis fue interesadamente distorsionada como un pecado de culto hacia el “espontaneidad”.

He aquí uno de los pasajes del texto que diera lugar a los más desencajados ataques de “espontaneísmo” de sus críticos:

“Precisamente en el curso de la revolución es extremadamente difícil para cualquier órgano dirigente del movimiento proletario prever y calcular qué motivos y qué momentos provocarán explosiones y cuáles no. Aquí también la iniciativa y la dirección consiste menos en ordenar según libre arbitrio que en mantener una adaptación lo más ajustada posible a la situación, así como un contacto lo más estrecho posible con el estado de ánimo de las masas. El elemento espontáneo juega, como hemos visto, en todas las huelgas de masas rusas sin excepción un papel de enorme importancia, bien como elemento impulsor o como elemento de freno. Pero la causa de esto no está en que en Rusia la Socialdemocracia sea todavía joven y débil, sino en el hecho de que en todo acto de la lucha intervienen tantos elementos invisibles de carácter económico, político y social, general y local, material y psicológico, que ninguno puede determinarse y resolverse como si se tratase de un problema aritmético. La revolución, aun cuando en ella el proletariado con la Socialdemocracia a la cabeza juegue un papel dirigente, no es una maniobra del proletariado en campo abierto, sino una lucha en medio del crujir incesante, del desmoronamiento y de la dislocación de todos los fundamentos sociales.” (Luxemburg 1977a: 188)

Aquella fue una de las importantes lecciones que la autora extrajo de la experiencia de la revolución rusa de 1905. La justeza de su apreciación se validaba, no mediante una discusión escolástica y la exégesis de textos sagrados, sino a la luz del análisis histórico de los acontecimientos rusos de 1917 y la efervescencia del nuevo movimiento revolucionario, cuyo “estado de ánimo” fue recogido por Lenin después de su llegada desde el exilio a Petrogrado el 3 de abril, y que sistematizó inmediatamente en sus famosas Tesis de Abril, en base a las cuales emprendió una dura lucha interna contra la mayoría del Comité Central del partido bolchevique que se aferraba al escenario de la revolución “democrático-burguesa”; fustigando el propio Lenin las posiciones “defensistas” y conciliadoras de la dirección de su partido con relación al Gobierno Provisional. Fue el momento decisivo para la reorientación política del partido que emprendió resueltamente Lenin, y está relatado por Trotsky (1981: 261-274) y el historiador británico Edward Carr (1985: 94-105).

Refiriéndose a la “peculiaridad del momento actual” (segunda de las Tesis de Abril) Lenin recomendaba: “Esta peculiaridad [es decir, el paso de la primera a la segunda “etapa” de la revolución, AR] exige de nosotros habilidad para adaptarnos a las condiciones especiales de la labor del Partido entre masas inusitadamente amplias del proletariado, que acaban de despertar a la vida política.” (Lenin 1917: 4). Siete años más tarde, muerto ya Lenin (21 de enero 1924), Stalin procedió a canonizar elevando a verdad suprema esa segunda tesis, en la fórmula de revolución “por etapas”, para justificar la introducción de la suya propia de “revolución en un solo país” (Stalin 1977: 81-83). Sobre ello dijo Trotsky años después: “Las Cuestiones de leninismo estalinianas constituyen una codificación de la nulidad, un manual oficial de la estrechez mental, una colección de trivialidades numeradas (y me esfuerzo por hallar los calificativos más moderados).” (Trotsky citado por Borja 2003: 855).

Trotsky hizo la siguiente interpretación de la cuarta tesis: «Cuando Lenin reducía todos los problemas de la revolución a “explicar pacientemente” quería decir: dirigir las conciencias de las masas en concordancia con la situación a la que han sido llevadas por el proceso histórico.» (1981: 270). El mismo Trotsky nos proporciona un “hecho” clave para comprender la actitud y el temple de Lenin en aquellos momentos álgidos para el viraje hacia la izquierda de la línea política del partido bolchevique:

“Para comprender acertadamente la conducta de Lenin en este periodo, hay que dejar sentado un hecho: tenía una fe inconmovible en que las masas querían y podían realizar la revolución, pero no tenía esta seguridad en cuanto al Estado Mayor del Partido. Al mismo tiempo, comprendía con una claridad absoluta que no se podía perder tiempo. La situación revolucionaria es imposible mantenerla arbitrariamente hasta el momento en que el Partido se ha preparado para utilizarla. Así nos lo ha mostrado hace poco la experiencia de Alemania.” (Trotsky 1972: 145)

Por último, el 16 de octubre de 1917, en vísperas de la “toma del poder” y en medio del debate interno sobre la decisión de la insurrección, Lenin opinaba en una reunión ampliada del comité central:

“La situación es clara: o dictadura kornilovista o dictadura del proletariado y de los sectores pobres del campesinado. Es imposible guiarse por el estado de ánimo de las masas, pues es voluble y no se puede calcular; debemos guiarnos por el análisis y la apreciación objetivos de la Revolución. Las masas han dado confianza a los bolcheviques y exigen de ellos no palabras sino hechos.” (Lenin citado por Carr 1985: 112).

Creemos haber demostrado, entonces, la vinculación genética -y no por mera coincidencia- entre las enseñanzas que extrajo Rosa Luxemburg de la revolución rusa de 1905 y el pensamiento político de Lenin de abril a octubre de 1917 en pleno proceso revolucionario. Sería de un simplismo extremo derivar de aquí que Lenin se volvió “luxemburguista” o que aplicó lo dicho por Rosa Luxemburg. La explicación más plausible es otra. Tiene que ver con la manera en que tanto ella como él habían asimilado a fondo el marxismo de Marx y el método dialéctico, a fin de comprender y contribuir a transformar la realidad que a cada uno le tocó palpar, sentir y vivir, liderando incluso esa transformación -como fue el caso de Lenin-, o entregando su vida al intentarlo -como fue el fin trágico de Rosa Luxemburg. En todo caso, la coincidencia de pensamiento entre Lenin y Rosa solo se puede explicar en esos términos.

En consecuencia, no era el culto al mecanismo de la huelga en sí, se trataba de resaltar lo que la huelga (económica, política) como forma de lucha permitía ganar en términos de maduración organizativa, ideológico-cultural y revolucionaria, como parte del proceso más general (global) de edificación de otra sociedad y otro poder -alternativo, si se quiere- en el seno de la formación social imperante. Es lo que nunca pudieron comprender quienes criticaron a Rosa Luxemburg desde los dogmas del “marxismo-leninismo” o las concepciones del “marxismo ortodoxo”.

Trayendo la cuestión anterior a nuestra realidad de hoy, ¿qué es entonces el movimiento social mundial por otra globalización alternativa, sino precisamente eso: la construcción de un movimiento global contra el capital como sistema (económico, político, social, cultural)? La historia, irónicamente, a pesar del disgusto de las mentes burocratizadas y anacrónicas que aun perviven en la izquierda, le ha venido dando la razón a Rosa Luxemburg.

Desde los años finales del siglo XX las “masas espontáneas”, otrora despreciadas y negadas por los cavernarios de izquierda, vienen haciendo la historia en América Latina. Allí están para demostrarlo los presidentes y sus gobiernos destituidos a fuerza de movilizaciones sociales en varios países, incluyendo por supuesto al Perú a fines del 2000 obligando la huida del ex-presidente-dictador Fujimori y sus principales compinches. Tampoco olvidemos que, en los ya lejanos años setentas y ochentas, fueron los sectores populares organizados (sindicatos, barriadas, campesinos, frentes regionales, etc.) quienes con sus movilizaciones, marchas, paros, huelgas y protestas, en varios países latinoamericanos, forzaron el “retorno a la democracia”. Lo paradójico de esas experiencias fue que el poder y el sistema terminaron en las manos de los de siempre, cierto que con nuevos rostros en la escena oficial, cierto que concediendo el Estado algunas reformas sociales, y así es como hemos venido avanzando, a punta de trompicones “en democracia”, pero ¿hacia dónde? Los pilares sobre los que descansa la estructura de explotación económica y de dominación política en nuestros países siguen allí, imperturbables.

Pero algo está cambiando en América Latina; así como es claro que la política de los dominadores se agota. Para empezar, están cambiando las conciencias de los individuos y de las colectividades, así como las actitudes frente a los tradicionales estilos de hacer política en nuestros países. Si la historia no deja de traernos sorpresas, tarde o temprano ese despreciado “espontaneísmo” ciudadano pero masivo empezará a dar muestras de que avanza hacia su (auto) organización en otras formas de sociedad, porque la política “tradicional” sigue demostrando ser incapaz de profundizar la democracia y de democratizar la economía. Hace rato que los dominadores han sido advertidos, y como decían los clásicos en su tiempo: “un fantasma recorre el mundo”. ¿Con qué palabra lo podremos designar? Independientemente del término que le pongamos, estaremos seguros que detrás de ese espectro estará siempre el pensamiento redivivo, crítico y revolucionario, de Rosa Luxemburg.


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