BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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La manera de pensar de la derecha.

El artículo de Adrianzén (2009) representa un buen ejemplo de la lógica con la que piensa, se orienta y toma posición la derecha económica y política frente a las cuestiones del país y el mundo. Aunque nuestro sesgo de economista nos conduzca a abundar más en esta materia, intentaremos mostrar que la misma lógica es aplicable al discurso político. En la derecha ambos discursos, el económico y el político, se expresan mediante el uso de “universales” (mercado, democracia, libertad, crecimiento), donde el primero fundamenta al segundo y la ideología de los intereses políticos está convenientemente camuflada por el lenguaje de los economistas. Veamos como se construye el pensamiento de derecha, donde la secuencia que presentamos no significa necesariamente que se siga un orden estricto. Al menos servirá para quienquiera entender la lógica con la que se escriben las columnas de opinión.

Primera cuestión. Distorsionar los hechos sin respetar la historia, y sin importar matices ni diferencias.

Esta es una suerte de regla de oro cuya finalidad principal es desacreditar/descartar los argumentos contrarios provenientes de las críticas (sean o no radicales) al sistema, vengan de donde vengan. El pensamiento de derecha nunca supo razonar la historia, ni menos aun ofrecer una historia razonada de los acontecimientos, por más coyunturales que estos sean. Adrianzén exagera cuando mete a las voces críticas (los “no pocos iluminados”) en el mismo saco, presuponiendo él que todas esas voces vaticinaron “el fin del capitalismo occidental” a raíz de la explosión de la burbuja financiera en los EEUU. Sin entrar a especular sobre lo que nuestro crítico haya leído, nos parece que hizo una mala lectura del debate que suscitó la misma crisis y su impacto a escala global. Hay al menos tres gruesas posturas que se perfilaron: la visión ortodoxa del “derrumbe”, que se expresó como una caricatura de las concepciones marxistas de los años 20; la socialdemócrata, de centro-izquierda o reformista, que cree aun en la capacidad de corrección del capitalismo si se le ajustan los mecanismos de supervisión y control (es la posición que dominó políticamente al interior del G7 o G8, al menos en la fase más crítica); por último, quienes sostuvimos que esa crisis permitió develar una crisis más profunda que corroe al sistema desde hace un buen tiempo (la larga duración), y que empata con una crisis civilizatoria que está abierta en el horizonte (una transición histórica); es decir, podemos discutir pero no podemos determinar cuándo ni cómo acabará, porque la respuesta descansa en las relaciones de fuerzas. ¿Dónde está en esta última postura el argumento del “fin del capitalismo occidental”? Igualar esta tesis con aquella argumentación es confundir las cosas (futurología con visión). En cada una de las posiciones enunciadas, ciertamente, hubo matices y diferenciaciones, tanto argumentativas como teóricas, de corto y largo plazo, desde el marxismo como del keynesianismo y otras escuelas, desde la historia como desde la coyuntura.

Segunda cuestión. Privilegiar la realidad aparente sobre la verdad oculta.

Como al sr. Adrianzén quizás no le gusta confrontar sus ideas con las ideas rivales, en el marco de una “sana” competencia de mercado, lo elude mediante un acto de prestidigitación (generalizar de un porrazo) para pasar a decir inmediatamente su verdad. Este es justamente el efecto que tiene un procedimiento de ese tipo: que existe una sola y única verdad, con la cual se busca convencer y ganar la adhesión de los lectores.

Esa “verdad” está distribuida en cuatro lecciones que el sr. Adrianzén nos revela luminosamente. La primera es una constatación: no existe depresión porque el “PBI gringo” se redujo en menos del 3% y el desempleo no es –ni de lejos— similar al de los años 30. Así, el sr. Adrianzén, mediante este malabarismo estadístico, borra, abstrae o ignora de un plumazo las diferencias históricas para sustituirlas por el simple indicador estadístico como criterio de verdad. ¿A cuántos puntos porcentuales en el PBI de los años 30 equivale la disminución de 1 punto o medio punto del “PBI gringo” de hoy? ¿Acaso la “tasa de desempleo” toma en cuenta, por ejemplo, la calidad y capacidad de la fuerza laboral que distingue a una y otra época? ¿A cuántos trabajadores desocupados de los años 30 equivaldría un trabajador desempleado de principios del siglo XXI, supuestamente con mayores conocimientos técnicos, más adiestrado y más productivo (en síntesis, más calificado)?

La segunda lección se enmarca sutilmente en la alternativa del Estado versus Mercado: la crisis financiera hubiera golpeado menos a países como Argentina y Bolivia si sus economías hubiesen estado menos y no “más pesadamente reguladas”. En esta “verdad” se refiere solo a esos y –seguramente— a otros países latinoamericanos, pero sin implicar a los países que fueron literalmente “arrasados” inmediatamente al producirse la implosión (Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, por mencionar a los socios más industrializados de EEUU); países que, según el catecismo neoliberal, ostentan la condición de ser “economías libres” aunque existiera cierta regulación (se hallaban menos pesadamente regulados). Hay algo poco claro en esta parte del artículo: si se desprende que la magnitud del impacto externo de la crisis, desde el país sede del capitalismo globalizado, es directamente proporcional al tamaño (peso) del Estado en el país potencialmente afectado, cualquiera que se trate, ¿por qué solamente para los latinoamericanos, sr. Adrianzén? En otras palabras, a mayor Estado mayor impacto (casos de Argentina y Bolivia); en cambio, a menor tamaño del Estado menor hubiese sido el impacto (supuestamente, UE y Japón), y es esta segunda parte del enunciado la que está reñida con los hechos –como ya se dijo— en los países de la UE y Japón. ¿Qué clase de pensamiento económico es este de postular una “lógica” de validez parcial, solamente para la América Latina? Para salir del empantanamiento a que conduce el “luminoso” pensamiento del sr. Adrianzén, convengamos en que estamos ante una “lógica” con nombre propio, donde tácitamente nos plantea que el problema a resolver consiste en una simple cuestión de medición y ajuste del peso del Estado en la economía, lo que en buen romance implica reforzar la internacionalización del país (aperturismo, privatizaciones y más TLCs), lo que supuestamente, a la vez, representa la mejor estrategia de defensa contra la crisis. Toda la reflexión y el rodeo que hemos dado en esta parte, inducidos por la clarividencia de nuestro reputado economista, nos lleva a la conclusión de que la fe del sr. Adrianzén confluye con la misma fe del presidente García. Nada más y nada menos, aunque nos impide apreciar la verdadera lógica del sistema.

La tercera lección parece insinuar que la culpa de la crisis la tienen los economistas “que se quedaron callados” (sic!), mencionando a Krugman y Stiglitz. Dejemos que estos economistas se defiendan solos si se enteran del artículo de su colega. Por lo pronto, el primero de ellos ha publicado un artículo («How Did Economists Get It So Wrong?», New York Times, September 2, 2009) que ha “encendido la pradera” en los EEUU, donde cuestiona la eficacia de los actuales métodos de la macroeconomía y la “ceguera” de la mayoría de macroeconomistas (sin distinción de género) con relación a la reciente crisis internacional.

Tercera cuestión. Echar todo el lodo o por lo menos proyectar todas las penumbras que se pueda sobre el Estado para que “lo privado” reluzca, en el subconsciente colectivo, como la única alternativa.

Algo así como una ley natural y universal que podemos expresar de esta manera: los vicios son públicos, la virtud es de los privados. En el Perú tenemos que los dineros, patrimonios, tierras y recursos, algunos servicios, infraestructuras y otros son todavía públicos; pero su apropiación y usufructo es crecientemente privado, gracias a los vicios de quienes administran (o lo han hecho) la “cosa pública”.

La tercera cuestión calza con la “lección crítica” que extrae nuestro interlocutor. En realidad, se trata del viejo discurso maniqueo de lo privado versus lo público, de este contra aquél, etc. Es la consecuencia lógica, de carácter político, que se desprende del tamiz previo que separa y hasta opone al Mercado vis a vis el Estado en el terreno económico. El pensamiento de derecha ha creado un discurso pretendidamente novedoso en que “los privados” comprenden seguramente a un diverso y heterogéneo abanico de actores con sus respectivos intereses, desde los grandes empresarios, banqueros, capitalistas y capitanes de industria, hasta los pequeños emprendedores rurales y urbanos; todos unidos por la “sana competencia”, la “visión empresarial” y la aspiración socialmente validada de “hacer buenos negocios”. Es el nuevo mundo de las armonías universales, tan caro a la belle époque. Ningún discurso económico está librado de contenido ideológico, ni de intereses políticos o de otro tipo a los cuales se remite, por muy “técnico” que sea el lenguaje con el cual se expresara.

El mensaje de fondo del discurso que Hernando de Soto ha llevado recientemente a las comunidades amazónicas del país, consiste en venderles la sublime idea que la formalización de sus propiedades individuales y comunales, recursos y territorios, con el consiguiente saneamiento de sus títulos, traería ventajas y beneficios a los indígenas. En buena cuenta, el proyecto “modernizador” se resume en intercambiar territorios y modos de vida por nuevos papeles, gracias a los cuales aquellos serán enajenados como bienes transables en el mercado. Es la manera más “decente” y civilizada que el capitalismo dispone, a través del genio de De Soto, para expropiar recursos y territorios en el tercer mundo, sin tener que recurrir a la violencia de épocas pretéritas, pero García lo comprendió tardíamente después de la masacre de Bagua. Ofreciendo pura ficción económica y economicismo puro, este economicismo proviene del hecho que el pensamiento de los economistas está contaminado y plagado de fetichismo (cf. Romero 2009b).

El discurso y pensamiento maniqueo que manejan actualmente los dominadores en el país, de que lo privado es siempre y en todas partes mejor que lo público, persigue el desencuentro –y lo está logrando— entre lo social (en sentido amplio, incluyendo otras formas sociales como la comunidad) y lo público, para aislar y “apropiarse” con la lógica y la racionalidad de los intereses privados (es decir, del capital) de los recursos y productos, así como del ejercicio de la autoridad, que pertenecen al dominio de lo público; suplantando así al Estado -al menos en áreas claves— como responsable ante la sociedad del manejo de lo público y principal referente de los intereses, demandas y aspiraciones sociales de desarrollo. ¿Pruebas al canto? El descrédito, aislamiento y deslegitimación que las encuestas de opinión recogen en forma de “malestar” de la población con relación al Estado y sus instituciones, la política, los políticos y el ejercicio del poder en el Perú. La atrofia y la anomia corroen lenta pero inexorablemente a nuestro país, a pesar de los “éxitos” de la macroeconomía; los jóvenes están asqueados de la política “tradicional” pero carecen de las fuerzas necesarias para hacerla cambiar; tampoco existe oposición organizada ni sujetos colectivos de cambio. El maximalismo de la derecha peruana, afín al neoliberalismo internacional, consiste en que todo puede resolverse o ser atendido “con eficiencia” mediante las “fuerzas libres” del mercado.

Que de lo dicho hasta aquí se interprete que abogamos por el retorno del estatalismo o del populismo, solo demuestra que se está preso de un maniqueísmo puro y duro, difícil de extirpar.


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