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ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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Implicaciones políticas.

De todo lo dicho anteriormente queremos dejar sentadas algunas implicaciones políticas, a manera de principios y tesis, que puedan servir de orientación para poder definir la futura agenda de ruptura con el actual sistema histórico, así como para el mismo planeamiento de la revolución. Cuestiones como el “sujeto revolucionario” (¿quiénes hacen la revolución?), la organización, el cuándo, el cómo y otros detalles se dejan aquí de lado porque solamente podrán resolverse, más que ninguna otra cosa, mediante la praxis histórica:

• La revolución anticapitalista en su dimensión política significa al mismo tiempo la lucha contra todo poder, entendido este como exterioridad; poder extraño que expropia, aliena y se impone desde afuera y por encima de las condiciones de vida de los explotados y dominados, en toda la faz de la Tierra. La revolución anticapitalista es, en este sentido, expresión del anti-poder. En este contexto, la proposición cambiar el mundo sin tomar el poder (Holloway 2002) presupone necesariamente la previa derrota, supresión y/o abolición de toda forma de poder; y esto comprende en primer término al Estado clasista de nuestra época. Ciertamente que el poder no desaparece en acto, porque con la derrota (definitiva) del antiguo régimen (el del capital) tenemos una de dos: i] se abre inmediatamente un nuevo periodo de luchas para afirmar el poder constituido de los productores libremente asociados, la sociedad de los libres e iguales, la ciudadanía global, el comunismo auténtico; o ii] sucumbimos ante un nuevo poder burocrático y despótico que se apropia de la representación de esos libres e iguales “en nombre del socialismo”, especialmente cuando se bloquea o suprime la más amplia participación de las masas populares en la vida pública, como lo advirtiera Rosa Luxemburgo (1977b: 584-587). Creemos por eso que buena parte del debate sobre las ideas de Holloway siguió un rumbo que no tuvo para nada en cuenta la perspectiva que señalamos, puesto que por cambiar el mundo se entendió la clásica “toma del poder” leninista (primero hay que tomar el poder: el “asalto” al Palacio de Invierno). Leída de esta manera, la tesis de Holloway resultaba para muchos un absurdo y por ello un sinsentido, pero lo interpretaron (deliberadamente) mal.

• La “vigencia” del Estado, durante o después de la revolución, según las condiciones históricas específicas a cada país, solamente puede tener un carácter transitorio. Esta transitoriedad debe estar en función de su disolución y no de otra cosa (p. ej. “reformas democráticas”) ya que es la sociedad organizada y sus expresiones institucionales donde se afinca el nuevo poder constituyente. Durante el periodo de transición el Estado se halla sujeto a su propia extinción-disolución, pues de lo que se trata es de acabar con el actual estado de cosas y con la misma “cosa”-Estado. Fue la tesis enarbolada por Lenin meses antes del célebre octubre (Lenin 1971), tras su estudio de las experiencias revolucionarias de 1848 y 1871, pero de la que se “olvidaron” él y los bolcheviques al afrontar la reconstrucción de la República Federativa de los Soviets de Rusia luego de la guerra civil (el “nuevo” Estado era en realidad el partido, y con el ascenso de Stalin se afianzó la dictadura del partido, no la “dictadura de la clase obrera”).

• Como se indicó al comienzo de este trabajo, la revolución que estamos propugnando tiene como objetivo principal “salvar el planeta” de la depredación capitalista que está teniendo lugar en todas partes. Esto comporta disponer de un plan general y a distintas escalas territoriales, con sus respectivas estrategias, para “detener en seco” el funcionamiento de la maquinaria de la acumulación mundial, lo cual tiene que ver con las condiciones de producción a las que están sometidos los trabajadores y trabajadoras en todo el mundo. En este contexto, hay que reestablecer el papel protagónico de la “clase obrera”, tanto en el Norte como en el Sur. Pasar del “mito” a la acción combativa y en tal sentido interpelamos principalmente a los obreros de base, antes que a sus burocracias intermediarias. Apropiarse del aparato productivo por parte de los trabajadores, expropiándoselo a los capitalistas, es una de las tareas decisivas para el éxito de la revolución. Si se logra detener este aparato que solo sirve a la acumulación del capital, estaremos incidiendo de hecho en detener también la destrucción de la “naturaleza”, y todo esto exige –insistimos— un plan coordinado a escala mundial.

• Si la economía real es recuperada por la sociedad organizada, en todo el mundo, el capital financiero no tendrá adonde ir, huirá despavorido hacia ningún lado. Seguramente se desatará el “pánico” especulativo, pero si las condiciones vitales de la economía mundial están aseguradas solidaria y mancomunadamente por los trabajadores y ciudadanos, obreros y campesinos, indígenas y pequeños productores, de todas las razas y todos los colores, ese pánico representará únicamente el grito desesperado del fetiche inicuo (el capital-dinero) como acto final previo a su desplome –esta vez, que sea para siempre— en las bolsas.

• Junto al plan que expresara nuestra política de detente, para “parar” el capitalismo, debemos contar al mismo tiempo con otra estrategia que permita redirigir la producción a la atención de las necesidades mundiales más urgentes -vista la inoperancia de las “cumbres internacionales” en materia de alimentación—, especialmente hacia el llamado Tercer Mundo (hambre y malnutrición, pobreza). Esto podría considerarse un plan de emergencia de ejecución inmediata, dentro del plan general; pero debe haber otro plan ad hoc relacionado con la recuperación de la naturaleza para la preservación de la vida humana.

• Tengamos en cuenta estas palabras de Marx en El Capital: “El verdadero límite de la producción capitalista es el propio capital” (Marx 1976-1982, III/6: 321). Con la globalización ese límite coincide con los límites físicos del planeta, impactando sobre las propias leyes de la naturaleza, alterando el metabolismo de esta y transformando sus equilibrios ecológicos en crisis ambientales cada vez más severas, volviéndose contra el régimen de producción imperante en todo el mundo. El agotamiento de las tierras de cultivo; la urbanización desenfrenada; el avance de la desertificación; la desglaciarización; el agotamiento y la contaminación de las fuentes de agua; desaparición de bosques, especies y ecosistemas enteros, etc., son algunas muestras de la contradicción que acabamos de señalar. Un plan de emergencia en este sentido, realizado por sujetos colectivos y populares, debería priorizar las áreas más afectadas por -y sensibles a— la destrucción. En el caso de América Latina estamos hablando de la amazonía y los territorios indígenas allí existentes, cuencas, valles interandinos afectados por la deforestación, páramos, bosques nublados en zonas de estribación, manglares, humedales, concesiones forestales, áreas protegidas de alta biodiversidad o endemismo, ecosistemas de montaña, y tantos otros. Para que el plan sea efectivo se requiere impulsar la intervención organizada de las poblaciones locales cuyas condiciones de existencia están fuertemente interrelacionadas con el manejo y conservación de ecosistemas; y esto presupone el fortalecimiento de la organización y el poder autónomo de lo que Martínez Alier llamó desde hace tiempo el «ecologismo popular» (Martínez Alier 1994).

• El crecimiento de la población mundial, que ya adquiere dimensiones malthusianas con respecto a la disponibilidad de los recursos del planeta, impone asimismo un severo límite al capital. Son millones de millones de seres cuyas capacidades humanas de producción y potenciales creativos son negados por el capital, debido a la relación de exclusión pero también de segmentación que este les impone. Representan entonces fuerzas productivas que no pueden desarrollarse en el marco de las relaciones capitalistas, excepto para servir a los propósitos de la acumulación si el capital puede succionar de ellos y ellas más plusvalor. Como el capital no los explota directamente, y si lo hace ocurre según el llamado “ciclo de los negocios”, esa población que habita mayormente en las áreas periféricas de las grandes ciudades y en las zonas rurales más deprimidas, se vuelca a engrosar el llamado “sector terciario” (comercio y oferta de servicios populares) y/o a extraer de la naturaleza lo que puede para poder complementar sus ingresos monetarios que obtiene en el mercado local-regional. En este contexto, podríamos decir que la contradicción entre esas fuerzas productivas desdeñadas por el capital y las relaciones de propiedad bajo su dominio, que bloquean el libre desarrollo de aquellas, se desenvuelve en el tiempo como una contradicción latente. El acceso a los derechos de propiedad (entrega de títulos) por parte de los pequeños productores y pequeñas empresas familiares, concedidos por el capital y su Estado, no suprime esa contradicción porque el sistema siempre está generando sobrepoblación relativa y «marginales», de manera permanente.

En países como el Perú el «sector informal» funciona como receptáculo de todos los que son expulsados del aparato productivo y gubernamental del sistema, siendo asimismo el espacio donde la mano de obra desechable y/o “no calificada” puede generar su propia “ocupación” (autoempleo), o inventársela. Este sector informal convive y se relaciona cotidianamente con la parte “moderna” en el mismo espacio, tal como se puede observar, p. ej., en la vida urbana; de manera que carece de sentido seguir hablando de «dualismo». Para la crítica de la visión liberal de la «informalidad», desde la perspectiva histórico-estructural de la «marginalidad», véase Quijano (1998: 63-108). Nuestra propia crítica a la concepción liberal de Hernando de Soto sobre el capital y la propiedad se encuentra en Romero (2009b).

• Pensar y hablar de revolución mundial conlleva que cualquier acto “subversivo” a poner en práctica desatará irremediablemente (es cuestión de tiempo y dependiendo del escenario y las condiciones que este reúna) reacciones en cadena por parte de los poderes hegemónicos, principalmente reacciones de carácter ideológico-cultural junto con una respuesta violenta no menos represiva. El control de los aparatos y medios masivos de comunicación, así como la producción-emisión de mensajes y discursos, han sido convertidos por los capitalistas en la muralla de justificación (en tiempos de “paz social”) y primera línea de defensa (en tiempos de crisis) de su sistema. No es un hecho fortuito que mucha gente, en realidad miles de millones, crean ilusamente que el capitalismo tiene todavía “algo bueno” que darles, porque es consecuencia de la alienación de las subjetividades y mentalidades debido a la apropiación por el capital de las condiciones de comunicación. La batalla por las ideas y el trabajo clandestino al interior de las fuerzas armadas son dos frentes de lucha de vital importancia que no pueden ser descuidados.

Como podemos darnos cuenta fácilmente, la vieja pregunta de Lenin sobre el ¿Qué hacer? –y ¿por dónde empezar?, añadimos nosotros para complicar el asunto—, abordándola desde nuestro tiempo histórico, tiene hoy en día connotaciones más complejas, radicalmente distintas a la época en que vivió el extraordinario y sagaz dirigente bolchevique. Pero si como dice Carr, “Lenin [...] estuvo dirigido y dominado durante toda su vida por un único pensamiento y un solo propósito” (1985: 37) fue porque dedicaba las 24 horas del día a pensar y dar cada paso, por pequeño que fuese, en dirección de la revolución y más allá de esta. No fue infalible, tampoco creemos que haya nadie capaz de negar la estatura intelectual que tuvo ni rebajarle la condición de primer revolucionario marxista victorioso. Y sin embargo, ¿Lenin hubiera sido Lenin sin la época que le tocó vivir?, ¿sin la heroicidad del pueblo soviético (obreros, campesinos pobres, soldados)?, ¿sin la presencia de sus camaradas de partido (los otros dirigentes del bolchevismo histórico) con quienes compartió la clandestinidad, el destierro, las persecuciones, el exilio y la cárcel, pero que posteriormente sucumbieron bajo el Termidor de Stalin y sus secuaces? Su experiencia vital como político y revolucionario marxista, su tremenda capacidad de organizador, propagandista, de polemista temible, su misma dimensión de estadista y estratega, aun tienen no poco que aportar a nuestra época, así sea para evitar repetir lo que juzguemos que el mismo Lenin haya hecho o pensado mal.

Las cartas están sobre la mesa, y antes de optar por cualquiera de ellas (el momento y el lugar para iniciar el proceso revolucionario) es necesario primeramente reivindicar estas palabras: revolución, emancipación, comunismo. Por eso cerramos esta parte –pero el debate queda abierto— con un extracto del mensaje final de Daniel Bensaïd:

“El comunismo no es una idea pura, ni un modelo doctrinario de sociedad. No es el nombre de un régimen estatal, ni el de un nuevo modo de producción. Es el de un movimiento que, de forma permanente, supera/suprime el orden establecido. Pero es también el objetivo que, surgido de este movimiento, le orienta y permite, contra políticas sin principios, acciones sin continuidad, improvisaciones de a diario, determinar lo que acerca al objetivo y lo que aleja de él. A este título, es no un conocimiento científico del objetivo y del camino, sino una hipótesis estratégica reguladora. Nombra, indisociablemente, el sueño irreductible de un mundo diferente, de justicia, de igualdad y de solidaridad; el movimiento permanente que apunta a derrocar el orden existente en la época del capitalismo; y la hipótesis que orienta este movimiento hacia un cambio radical de las relaciones de propiedad y de poder, a distancia de los acomodamientos con un menor mal que sería el camino más corto hacia lo peor.” (Bensaïd 2010).


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