BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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Espacio y territorio en la globalización: ¿pérdida de soberanía del estado-nación?

El desarrollo local ha pasado a constituirse en uno de los temas más frecuentemente abordados por las ciencias sociales latinoamericanas, siendo también el objeto de masivas intervenciones a través de planes y proyectos de la cooperación pública y privada. El territorio materia de intervención y su entorno, ciudades pequeñas, medianas o grandes, comunidades y cuencas geográficas, áreas naturales sometidas a la presión humana y/o a los impactos de la explotación de recursos, jurisdicciones político administrativas; en suma, toda forma del espacio construido dentro de los límites de un Estado, que recibe la influencia de procesos más complejos y que podemos sintetizar en dos grandes fuerzas: i) la globalización de las relaciones de producción comandadas por el capital, y ii) los cambios en las funciones y tamaño del Estado mediante reformas estructurales. Ambos procesos se caracterizan por su exterioridad a los espacios locales, es decir, provienen de fuerzas económicas y políticas mundializadas, asociadas o en alianza estratégica con los grupos de poder interno en cada país.

En este contexto, y visto desde la perspectiva de su “exterioridad”, tanto la globalización como las reformas estructurales están produciendo cambios de largo plazo en los patrones tradicionales de acumulación de nuestros países y en las relaciones sociales mismas, en función de las nuevas necesidades de valoración del capital y la consiguiente extracción de plusvalor en beneficio del centro. Lo cual se materializa en la cristalización de “nichos de mercado” que atraen inversiones, la negociación de acuerdos comerciales entre los países centrales y periféricos, así como en el papel que juegan las políticas macroeconómicas para las condiciones de reproducción y el crecimiento. En virtud de lo anterior, se han ido construyendo y ya vienen operando las líneas maestras de un nuevo modelo de acumulación y dominación, que está en trance de ser consolidado, y cuya máxima expresión vienen a ser los acuerdos globales de comercio como el TLC con los Estados Unidos.

La novedad del modelo radica en que los estados de la periferia son progresivamente incorporados como socios menores, y además en condiciones de subordinación, en la gestión de los intereses del capital a escala global, siendo la política macroeconómica el instrumento por excelencia para esa gestión. No es gratuito entonces el debate académico y político que se ha generado alrededor de las cuestiones de la pérdida relativa de soberanía de los estados, en la determinación de sus políticas de desarrollo, o en la forma como deben resolver las crisis cíclicas y coyunturales, así como sobre el tema más amplio de la validez del estado nación.

La globalización ha desencadenado también tendencias socio espaciales contradictorias que corroen al Estado como actor económico y político relevante en el mundo actual, especialmente respecto al Estado en la periferia del sistema. Por un lado, es observable la «territorialización» de regiones y espacios económicos determinados, que son incorporados a los procesos de producción y reproducción ampliada del capital, ya no al nivel de una sola empresa, o de empresas aisladas, como fue en el pasado, sino al de los grandes conglomerados y corporaciones. Se trata de una tendencia centrípeta que opera con escalas y en ámbitos distintos: i] en las llamadas mega-ciudades o grandes metrópolis que es donde operan los centros direccionales de la economía global, conformando «redes globales de nodos urbanos»; ii] en los nuevos espacios industriales o medios de innovación tecnológica, según patrones de localización territorialmente constituidos por la concurrencia de la alta tecnología (microelectrónica, informática) y el capital de riesgo, junto con condiciones sociales e institucionales; y iii] en aquellas áreas geográficas que aun exhiben rentas diferenciales con predominio de actividades extractivas de recursos, como la minería y el petróleo.

En contrapartida, la reducción del tamaño del Estado así como de su rol en la economía, mediante reformas estructurales de primera y segunda generación, para servir con la mayor prioridad a los intereses del capital mundializado, ha producido progresiva y paralelamente la «desterritorialización» de espacios y regiones que quedan al margen de la acumulación global, y que constituyen la mayor parte del territorio de un Estado. Si bien este mantiene su unicidad y formalidad como territorio delimitado por fronteras “nacionales” -hacia fuera- y por jurisdicciones político administrativas -hacia dentro-, en la práctica el estado periférico es territorialmente fragmentado en espacios locales, desconectados entre sí y que compiten por la transferencia de recursos y atribuciones que se descentralizan, así como por atraer a la inversión extranjera. Como sostiene José Luis Coraggio:

«Lo local está hoy atravesado por fuerzas del mercado global, si bien puede haber segmentación, abandono o aislamiento relativo por falta de interés del capital en los recursos o mercados de muchos lugares, y en su interior puedan coexistir o ampliarse dualismos inaceptables desde la perspectiva del desarrollo humano. Como siempre, el desarrollo libre del capital es un desarrollo desigual de las oportunidades entre comunidades, sociedades completas y sus territorios.» (Coraggio 2000: 10-11)

En estas condiciones el Estado en América Latina se encuentra tensionado por la presión de dos fuerzas con un poder extraordinariamente desigual: las fuerzas provenientes de la globalización de la economía, que son hegemónicas sobre -y disolventes de- toda soberanía; y las demandas sociales por mayor atención provenientes de las localidades y regiones, territorialmente dispersas y fragmentadas, sin un proyecto “nacional” que las articule. Mirando las cosas de esta manera, la gobernabilidad no pasa de ser un discurso sobre el equilibrio que tiene que lograr el ejercicio del poder, cuando en los hechos el Estado periférico y dependiente opera realmente como la “correa de transmisión” y en función de los intereses globalizados del gran capital.


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