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ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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El mercado como relación social en el periodo de transición.

Entender el “mercado” como cristalización de relaciones sociales y no como una realidad metafísica de ecuaciones y variables (en otras palabras: modelos de mercado), nos remite al problema de la inversión existente en la “ciencia económica”, similarmente a como la relación Estado-sociedad civil había sido invertida por la filosofía hegeliana. Marx caracterizó el método de razonamiento de los economistas burgueses como “el movimiento de la razón pura” (Marx 1974: 87), el cual, para nuestros tiempos de globalización y del “fin de la historia”, ha mutado en pensamiento único (Amin 1998).

Marx en su crítica a la Filosofía del Estado de Hegel (Marx 1968) decía que esta se hallaba puesta de cabeza; algo así se encuentra hoy en día la economía como “ciencia cuasi-teórica” (Figueroa 1992: 22). Las “cuasi-teorías” clásica, neoclásica y keynesiana comparten el mismo paradigma del mercado abstracto por dos razones: de un lado, en términos de sus fundamentos, la realidad histórica del capitalismo está idealizada como economía de mercado, y con respecto a la cual los “modelos de mercado” son derivaciones particulares; de la misma manera, la filosofía política hegeliana idealizaba al Estado prusiano como encarnación del “espíritu universal” (la Idea absoluta, el sujeto, lo determinante), y con relación al cual la “sociedad civil” venía a ser la expresión deducida (el fenómeno, el predicado, lo determinado). De otro lado, para que el “modelo” se corresponda o encaje con su teoría, las relaciones económicas tienen que ser manejadas y manipuladas como relaciones entre cosas, sean bienes, recursos, factores, capital, tecnología, dinero, etc., incluyendo por cierto al elemento humano en general. Es el mundo de la producción de mercancías por medio de mercancías (Sraffa 1966). En el periodo histórico del capitalismo globalizado resulta indudable que Naturaleza, Sociedad y Estado forman parte de ese mundo puesto al revés por el capitalismo como modo de producción, relación global de explotación y sistema interestatal.

En ese mismo paradigma las categorías más simples como mercancía y dinero son consagradas como los modernos demiurgos (fetiches) de la humanidad cosificada, siendo la “teoría económica” (macro/micro económica) la expresión en el pensamiento de esos modernos demiurgos. A la teoría / ciencia económica que discrepa abiertamente o carece de correspondencia con la realidad donde se le aplica, debería retirársele ese reconocimiento de teoría o ciencia. Con mayor razón aun, si sus postulados solo guardan consonancia con la riqueza, los recursos, las propiedades, los capitales y el poder que ostentan las minorías dominantes y privilegiadas. Una realidad así, donde las condiciones de vida y de reproducción social, así como de todas las actividades humanas, sus recursos y productos, están monopolizadas y controladas por unos cuantos; donde, por consiguiente, las mayorías se encuentran privadas y/o excluidas de esas condiciones, es una realidad donde el imperio de la lógica del capital engendra y perpetúa, en un metabolismo aparentemente interminable, una sociedad alienada (Mészáros 2006).

Un mérito a resaltar de las perspectivas económicas “alternativas” (economía de solidaridad, economía del trabajo, economía popular, economía política institucionalista y otras) es que procuran poner al derecho lo que se encuentra por el revés, recuperando para la economía la dimensión ética (valores sociales, juicios de valor, derechos, justicia, equidad, sustentabilidad, generaciones futuras, relaciones de género), las relaciones sociales en general así como la cuestión del poder. Si aceptamos que la civilización del capital (la “prehistoria de la sociedad humana” la llamó Marx en su conocido Prefacio de 1859) se caerá o será reemplazada “cuando la gente decida tumbarlo” -como sostuvo Petras (2002)- pero además con “organización, construcción de fuerza social y empuje popular” (Kohan 2008), se necesitará inevitablemente de un cuerpo organizado de ideas y de pensamiento, lógicamente coherente, que contribuya a ese propósito, como parte de un movimiento (praxis) que nunca deja de renovarse, entre el “conocimiento transformador” y la “transformación conocedora” según las acertadas expresiones de Grüner (2006). Es pertinente recordar también que hace más de dos décadas Wallerstein lanzó un llamado a construir una ciencia social histórica.

En el Perú y otras partes del mundo existen muchas formas de intercambio (mercantil y no mercantil) que están fuera de sintonía con respecto a las reglas de funcionamiento y la racionalidad del mercado capitalista, es decir, que de esos mercados sui generis no resultan ni la ganancia ni la concentración de la propiedad en unos cuantos. Hablamos de mercados de bienes que, por ejemplo, operan mediante el trueque (ferias dominicales en muchos pueblos de la serranía), con sus propias reglas de equivalencia y cambio; mercados en base a criterios de “comercio justo” y otras experiencias inspiradas en principios de solidaridad (Cotera 2008); experiencias de “moneda social” o de dineros alternativos (Schuldt 1997a; Romero 1997). La reciprocidad y el comunitarismo son prácticas sociales de antigua data que asumieron distintas modalidades entre las poblaciones altoandinas de Bolivia, Ecuador y Perú; pero su incorporación en el pensamiento social se produjo recién, en el caso peruano, a comienzos del s. XX (Montoya 2008). Estas realidades antecedieron a la aparición de perspectivas de pensamiento que actualmente se inscriben en las corrientes de ideas sobre la economía de solidaridad y la economía del trabajo.

Durante mucho tiempo, desde diversas interpretaciones “marxistas” y aun desde las ciencias sociales “críticas”, hubo la obsesión por tratar de derrumbar un concepto, una idea, un dogma: el concepto, la idea y el dogma del mercado que nos implantó Occidente desde la teoría y la práctica a la vez. Un autor como Atilio Boron (2000) llega a identificar mercado con capitalismo y neoliberalismo, con el propósito de descartar de plano la utilización del “mercado” en cualquier alternativa transformadora. En el contexto de la contraposición que establece entre mercado y democracia, el término “mercado” tiene la connotación de ser mercado capitalista, el cual experimentó a escala global una profunda reestructuración desde mediados de los años 70, conducida por “el imperio de las ideas neoliberales”, que para todo efecto práctico son identificadas con los intereses de los “nuevos leviatanes”: las “gigantescas empresas transnacionales” (Boron 2000: 103-104; 117-123).

Dicho razonamiento conduce necesariamente, para todo efecto práctico, a la separación de la lucha económica de la lucha política, rechazando concomitante-mente al mercado como escenario de lucha política y económica a la vez. La postura intelectual subyacente es creer que desde dentro del mercado no es posible (más bien es inviable) cambiar ni reformar el sistema. Para hacerlo se tiene que propugnar -desde fuera de la órbita del mercado- la democracia desde la esfera política, es decir, una política democrática. Coraggio (2008: 1) lo expresa así:

«Esta economía capitalista periférica no va a integrar por sí sola sociedades justas, que requieran y permitan el reconocimiento y el desarrollo pleno de las personalidades y capacidades de todos los individuos y comunidades. Se requiere una política democrática y poder social de las mayorías.» (Subrayado: AR)

La corriente de la economía política institucionalista plantea de otra manera la cuestión:

“Una economía política institucionalista (EPI) no separa el análisis de los mercados de la reflexión sobre el telón de fondo político y ético de una economía. Más precisamente, no cree que sea posible analizar: 1º) primero el mercado o la economía, y 2º) únicamente después, las instituciones necesarias a su buen funcionamiento. A la inversa, cree que las instituciones económicas están estrechamente mezcladas con normas políticas, jurídicas, sociales y éticas, y que se deben estudiar y pensar al mismo tiempo. Lo político –en un sentido distinto a la o a las políticas económicas– es el lugar o el momento en el que esta imbricación encuentra su forma.” (Caillé 2008: 31)

En el marco del Estado clasista donde, por ende, la lucha económica y la lucha política son manejadas y mantenidas adrede como esferas separadas, una política democrática lanzada a la búsqueda de “otro modelo” de sociedad pero que carece de voluntad subjetiva y del respaldo social organizado para emprender la transición histórica, conduce necesariamente -las más de las veces- a ser asimilada por los canales institucionales existentes. Por ejemplo, en los últimos años la emergencia de diversas modalidades de emprendimientos económicos populares, operando con una racionalidad social y solidaria, no ha dejado de estar en tensión con las reglas (ley del valor) del mercado capitalista. Ciertamente, pese al contexto adverso que enfrentan diariamente, han adquirido una densidad que ya es respetable en varios países latinoamericanos, mientras que su potencial de expansión y crecimiento está fuera de duda. Sin embargo, dentro de un contexto como el señalado, dichos emprendimientos son convertidos por el Estado en un sector más de la estructura económica existente (el “sector solidario”), o legalizados como Mypes (micro y pequeñas empresas). Hacia eso conduce la búsqueda de su reconocimiento por el Estado a fin de obtener una ley o un marco adecuado de políticas diferenciadas; lo cual nada tiene que ver con un genuino proceso de transición. Situación similar ocurre cuando se toca el tema DEL/desarrollo económico local.

Los neoliberales separan lo económico y lo político concibiéndolos como dos esferas independientes entre sí. Cuando particionan el concepto de libertad en dos, desprendiendo de allí una libertad económica y otra de naturaleza política, la consecuencia práctica es perniciosa en sus alcances porque quedan separados los espacios de las relaciones donde se interviene en uno u otro sentido: los reclamos salariales jamás deben sobrepasar el marco legal y reivindicativo, ni atreverse a poner en cuestión la política gubernamental (económica o sectorial); toda huelga o paro si bien es reconocido como un “derecho a la protesta” nunca deben extralimitarse a exigir el “cambio de rumbo” general o de determinadas medidas del gobierno, pues de lo contrario son descalificadas, amenazadas y reprimidas. El reino del neoliberalismo consiste en esto: la economía y las finanzas (de los privilegiados y poderosos) son intocables, pero la política debe aguantar todo, canalizar los “desbordes” sociales y mantener el orden.

En América Latina el mercado tuvo -y tiene aun- una realidad impuesta con métodos de violencia (física y legal). A la luz de esta realidad el discurso del mercado puro o perfecto, su autorregulación, es una irrealidad y una ficción. ¿Cómo se resuelve en la práctica del capitalismo esta paradójica realidad de una de sus estructuras pilares? Con tres instrumentos básicos, a saber: poder, Estado (léase: leyes y coerción) y aparatos ideológicos, cuya finalidad consiste en mantenernos a todos en la misma prisión mental, sin dejarnos avanzar en el sentido de una genuina emancipación. ¿Cómo podemos resolver la misma paradoja desde la trinchera opuesta? La respuesta se halla en la práctica, enmarcada asimismo en la praxis. Los sectores populares a pesar del sometimiento y la opresión a que los han sometido las leyes “inmutables” del mercado, han sabido recrear -y lo siguen haciendo- sus estrategias de sobrevivencia; más aun, recreando sus propios mecanismos internos de organización, reciprocidad y cooperación.

Consideramos que el reto para cualquier proyecto transformador, con relación a este asunto, consiste en plantearse la posibilidad de utilizar al mercado para cambiar/abolir las relaciones que impone la dictadura del mercado. Hasta qué punto y en qué medida es esto posible, es algo que solo estaremos en condiciones de responder con la experiencia.

El mercado es una estructura (mental, social, institucional) que existe sin ninguna duda, y considerando la larga duración podríamos preguntar: ¿qué viene después del mercado? Es una pregunta abierta pues la historia puede ir en cualquier dirección o mantenernos igual en la misma trampa mental-social-institucional. Sostenemos la siguiente tesis: la transformación de las relaciones sociales, en forma radical o mediante reformas, no va a poder prescindir de ese mecanismo durante el periodo de transición. La experiencia de la Nueva Política Económica (1921-1925) en la URSS, que sucedió al comunismo de guerra (1918-1921), constituye claramente un ejemplo histórico a considerar, toda vez que los problemas del desarrollo que suelen afrontar los países dependientes, subdesarrollados y periféricos surgieron allí por primera vez (Nove 1973: 124).


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