BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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Capitalismo salvaje o revolución capitalista.

Este debate surgió con el artículo del sociólogo Sinecio López (López 2009a), comentando la medida del gobierno que autoriza a las fuerzas policiales el uso de sus armas de fuego contra cualquier protesta popular, pero que el autor usó como pretexto para poner en cuestión el tipo de desarrollo capitalista que rige actualmente en el país, al que calificó de “salvaje” y estableciendo así una identidad intrínseca con el “modelo neoliberal”. Catorce días después Jaime de Althaus, antropólogo de formación pero ejerciendo el periodismo económico a través de su columna semanal en El Comercio y su programa diario de entrevistas en canal N, recogió el guante y, en respuesta al artículo de López (De Althaus 2009a), menciona una serie de “evidencias” mediante indicadores de crecimiento, basándose en su libro de algunos años atrás (De Althaus 2007), con los cuales quiso rebatir la existencia de algún “capitalismo salvaje” en nuestro país.

En la réplica y contrarréplica que vinieron luego (López 2009b; De Althaus 2009b) lo que cada uno hizo fue reafirmar sus respectivos argumentos, López desde la perspectiva política y de Althaus desde la economía.

Este es un debate que apareció con mucha tardanza en el Perú, y muy rezagado de los grandes temas que se han venido debatiendo en América Latina y el mundo (la globalización, el neoliberalismo, el imperialismo por desposesión, la crisis ambiental, el Estado Plurinacional, el socialismo del siglo XXI, los movimientos sociales alter mundistas, el Buen Vivir, la crisis financiera internacional, para mencionar solamente los más conocidos y difundidos). Que el capitalismo a la peruana sea tildado de “salvaje” o sea defendido por “revolucionario” es para nosotros una cuestión de segundo orden. El debate, a final de cuentas, es sobre el capitalismo (no el tipo de desarrollo capitalista) que está teniendo lugar desde los años 90, pero bajo qué contexto, o mejor, dentro de qué patrón de poder mundial se halla enmarcado: aquí se halla el quid de la cuestión. Este es un asunto al que López pareció apuntalar pero sin haber insistido demasiado, ni fundamentado el argumento en ese sentido. Lo que viene ocurriendo en el Perú -tanto en la economía como en la política— no puede ser satisfactoriamente explicado sin referencia a las relaciones de fuerzas internacionales. Althaus, en cambio, razona o elabora cada réplica suya en el marco del estado-nación y se supedita al escenario de un supuesto (o imaginario) capitalismo “nacional”; más aun, en su segundo artículo (De Althaus 2009b) pretendía obligar a López –experto en análisis político pero no versado en análisis económico— a responder dentro del campo de ideas desde donde Althaus se mueve “como pez en el agua”: la economía de mercado.

Puestas así las cosas, el debate se quedó allí, entrampado.

En lo que al tema se refiere, debemos decir que no estamos en presencia de un nuevo debate. Es nuevo en cuanto a las condiciones históricas y estructurales del capitalismo en el Perú, y a nivel mundial, en los umbrales del siglo XXI. El antecedente más importante fue la polémica que protagonizaron Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, a fines de los años 20 del siglo pasado, en torno a la naturaleza de la sociedad peruana, la presencia del imperialismo en nuestro país, y la estrategia revolucionaria más acorde a las condiciones de aquella época. Las presiones de la III Internacional, el fallecimiento de Mariátegui (16 de abril de 1930) y la fundación del Partido Comunista, marcadamente estalinista, acarrearon la cancelación del proyecto de aquel por fundar una “tradición socialista” en el Perú (Adrianzén 1990; Flores Galindo 1982). En los años 60 los temas de ese debate se retomaron al interior de las organizaciones de la llamada “nueva izquierda”, pero mediante un debate dogmático y sectario, así como por algunos intelectuales. El golpe militar de los generales nacionalistas encabezados por el Gral. Velasco Alvarado, defenestrando al presidente Belaunde en la madrugada del 3 de octubre de 1968, y poniendo inmediatamente en ejecución un conjunto de reformas a la propiedad, dio lugar esta vez al debate sobre el carácter de clase y el sentido capitalista de las medidas nacionalistas, en el seno de la izquierda de entonces y desde la intelectualidad crítica; debate en el que la derecha oligárquica (hacendados, latifundistas y agro exportadores, principalmente) no participó –ni le interesó hacerlo— ya que fue la más afectada por las reformas. Después de la polémica Haya-Mariátegui, constituyó el segundo momento importante en la historia de los debates sobre el capitalismo del siglo XX en el país. En los sesentas y setentas (en esta última década desde las páginas de la revista Sociedad y Política) los trabajos y aportes más destacados fueron realizados por Aníbal Quijano en torno a las transformaciones de la sociedad peruana, teniendo como escenario y marco explicativo mayor los procesos de subdesarrollo-dependencia en América Latina y la inserción de esta región en el ordenamiento del poder capitalista-imperialista.

En realidad, la izquierda de entonces tardó varios años en salir de las confusiones y dudas frente a los rápidos cambios emprendidos por el “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas” a comienzos de los setentas. Al principio, cada agrupación tendió a definir su postura frente al régimen militar y sus nacionalizaciones en términos del catecismo “marxista-leninista”, o de lo que derivaba de la línea internacional a la que se hallaba adscrita (Moscú, Pekín) lo cual se puede constatar en los documentos clandestinos, revistas, periódicos y volantes de agitación que circulaban. Mientras eso ocurría en las catacumbas de los partidos de izquierda, que miraban la realidad peruana con las anteojeras del marxismo de manual, las iniciativas de Velasco y su entorno (nacionalizaciones y reformas, aliento a la participación social, entre otras) con la finalidad de desencadenar una revolución capitalista desde el Estado (fue la tesis primigenia del APRA) iba desatando, al mismo tiempo, el protagonismo y la ebullición de los sectores populares en el proceso político que estaba teniendo lugar (pobladores urbanos, sindicatos fabriles y campesinos, principalmente) y que tendió a rebasar el control de los militares. En esto consistió el principal conflicto político que fue madurando antes de la defenestración de Velasco y la crisis económica de mediados de los 70 la cual, a la postre, conllevó una crisis estructural ya que esta fue aprovechada por la derecha política y los capitalistas locales para iniciar el largo proceso de desmontaje de las reformas, en el último tercio del s. XX. Cuando la crisis fue reconocida oficialmente en 1976, tras los infructuosos intentos de Morales Bermudez por corregirla (en 1975 varios generales fueron improvisados como ministros de economía), y la izquierda aun se encontraba debatiendo sobre el carácter de clase del régimen, el movimiento popular y particularmente el movimiento obrero, venía atravesando por un franco proceso de radicalización y maduración de su conciencia clasista. Fueron los trabajadores, en un contexto de creciente movilización, bajo el peso de la crisis y la presión que ejercían los capitalistas sobre los militares para descargar los costos de la misma sobre las espaldas de aquellos, quienes empujaron a esa izquierda a ponerse en la cresta de la ola, cuyo momento más álgido fueron los paros nacionales de julio 1977 y mayo 1978. A pesar del peso electoral obtenido en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1979, la mayoría de grupos y partidos se mostraron incapacitados para concretar la unidad política del campo popular, tal como aconteció con el episodio fugaz de la ARI (Alianza Revolucionaria de Izquierda), antes de las elecciones presidenciales del 18 de mayo de 1980 (MRS 1980; Germaná 1980). Todo esto forma parte de la historia de toda una generación en la izquierda peruana.

Ciertamente –y la comparación que acabamos de hacer no es gratuita— el debate que libran López y de Althaus está muy lejos de la envergadura y complejidad que tuvieron los dos debates anteriores (fines de los años 20 y primera mitad de los setentas), siendo prácticamente el mismo tema: el desarrollo capitalista en el Perú; pero las condiciones sociales y políticas del debate han cambiado mucho. Adicionalmente, la audiencia ha sido mucho mayor a la del pasado debido a la rápida difusión por Internet: es una audiencia más receptiva, compuesta mayoritariamente por jóvenes para quienes el tema resultó una verdadera novedad, dada la sequía de discusiones relevantes en el país desde la década fujimorista. Esta generación de jóvenes tiene una mentalidad pragmática, evalúa a la política y a los políticos por los resultados de sus acciones, no tanto por as buenas intenciones de los discursos; mientras que la opinión que se forman de la economía descansa en los datos empíricos disponibles que recogen en los grandes medios, dominados actualmente por la derecha económica. Teniendo ello en cuenta, y si se repasan rápidamente los comentarios que se han hecho, la balanza se inclinó a favor de la posición de De Althaus. Esto no fue casual ya que se hallaba en sintonía con posturas ontológicas, gnoseológicas y positivistas, de sello pragmatista y empirista, que dominan sobre las formas de indagar, conocer y pensar, junto con sus respectivas modalidades de expresión.

Podemos colegir –sin que sea un supuesto descabellado— que de Althaus no desea debatir sobre el poder capitalista en el Perú, a partir de sus evidencias, pues lo único que le interesa es cuánto creció la economía peruana, sobre la diversificación de los mercados y las exportaciones, el surgimiento de la “nueva clase media” y la expansión del consumo, el crecimiento boyante de algunas regiones, entre otros indicadores. En suma, discutir sobre cifras económicas y nada más que eso. En cambio, López quiso colocar en primer plano el debate sobre ese mismo poder (al menos es lo que parecía insinuar su argumento central), pero esto debía pasar por mostrar la conexión entre economía y política en el país, al margen de calificativos (tildando al capitalismo peruano de “salvaje”) y sobre todo en términos prácticos, sin caer en el chato empirismo. Pareció entenderlo así (López 2009c) al continuar con el debate desde su blog personal en la Universidad Católica, recurriendo esta vez a las evidencias en sentido contrario que aportan economistas que no comulgan con el neoliberalismo (Gonzales de Olarte, Pedro Francke, Humberto Campodónico), para buscar rebatir a de Althaus en función más bien de los resultados estructurales que viene produciendo el desarrollo capitalista en el Perú (López 2009d). El problema es que se quedó allí, en las consecuencias distributivas y en términos de desigualdades (regionales, sectoriales, sociales y funcionales) de ese desarrollo en el campo de la economía. En reciente entrevista, reconoció tácitamente que todavía no tiene en claro “las relaciones entre economía y política” en el contexto peruano más reciente (López 2009e).

Lo que sigue busca aportar a la clarificación de esa relación en el Perú, basándonos en un artículo de Schuldt (2009). Suscribimos la premisa metodológica –y en ello estamos de acuerdo con López— de que es más importante tener primero en claro la interacción de los procesos, en este caso económicos y políticos, antes de ponerse a debatir en torno a meras cifras estadísticas. Bajo contextos más amplios (heurísticos, teóricos o históricos) la economía adquiere un real sentido y dimensión. Optar por el reduccionismo economicista, como quisiera de Althaus y, más aun, en un debate sobre el capitalismo en el Perú, corre el riesgo de caer en la trampa del fetichismo de los números. Debatir exclusivamente sobre números con un neoliberal –o quienquiera que se le asemeje— lleva a debatir, en última instancia, sobre mercancías y cosas pero menos de relaciones sociales y de poder. Las relaciones entre mercancías son usualmente expresadas en forma de tasas porcentuales, montos de dinero, índices u otros indicadores cuantitativos, y a todo esto el empirismo puro le llama “ciencia económica”, cuando en realidad se trata de economía vulgar. Al reduccionismo de las relaciones económicas a relaciones entre cosas solo se le puede combatir y desenmascarar mediante la crítica de la economía política (Romero 2009b).

Empecemos en términos de los alcances temporales de los experimentos populistas. En el Perú las nacionalizaciones y reformas con Velasco y las FFAA; la heterodoxia económica con el radicalismo del primer García y el APRA, se dieron al principio de esos regímenes políticos (1968-1970 y 1985-1987, respectivamente) sin que pudieran sostenerse debido a factores de orden social, institucional y de correlaciones de fuerzas políticas, en correlación a su vez con el manejo económico y los intereses en juego. Teniendo esto en consideración, podríamos decir que de 1990 a 1992 (hasta la fecha del autogolpe de Fujimori) fueron los años del experimento neoliberal estrictamente hablando. El autogolpe fue lo que resolvió la continuidad económica y política de este "experimento", pues Fujimori y su grupo en el Congreso carecían de mayoría y todas las propuestas desde el Ejecutivo eran bloqueadas, cuando no cuestionadas. Ya desde antes, la violencia de Sendero Luminoso y la respuesta igualmente violenta del Estado coadyuvaron, junto con la crisis de la izquierda y la derrota de la resistencia popular, a que en nuestro país se desatara una suerte de doctrina del shock (Klein 2007).

A la fecha llevamos cerca de 20 años de neoliberalismo en el Perú (se cumplió en julio del 2010) y, considerando el criterio de la temporalidad histórica, sostenemos que el neoliberalismo peruano ha mutado de experimento a toda una estrategia conciente y sostenida, consagrada como “modelo” a seguir, e impuesta por las elites del país en alianza estratégica con las fuerzas globalizadas del capitalismo, y -lo más grave de todo- es una estrategia que está siendo compartida por las mayorías que se creen fácilmente el cuento del crecimiento y los mercados "libres". Sin embargo, es necesario reconocer que en el Perú, por el momento, no tenemos otra alternativa histórica que le haga contrapeso. Retomando a Mariátegui, tiene que ser una “creación heroica”.

En esa lógica de razonamiento es inevitable preguntar: ¿y cuándo el experimento dio paso al modelo de acumulación neoliberal? Bien sabemos que desde mediados de los años 70, en el Perú y América Latina, se adoptaron las políticas de corto plazo de estabilización y ajuste:

“Resultó, sin embargo, que sus efectos ni se limitaron al corto plazo, ni afectaron solo las variables macroeconómicas, sino que inevitablemente -consciente o subrepticiamente- tuvieron consecuencias que llevaron a un cambio radical en el modelo de acumulación, de estructuración sociopolítica y de inserción internacional, tal como lo han demostrado los más diversos estudios en el Perú.” (Schuldt 2005b: 373, cursivas del autor).

A nuestro juicio, dicho cambio radical tuvo dos dimensiones: el cambio a nivel político, que se produjo en la segunda mitad de los noventa, más concretamente a fines de esa década, debido a la corrupción del gobierno que fue destapada con los "vladivideos". Esta situación era de suma gravedad porque la corrupción alcanzó a ciertas elites empresariales (al menos a los empresarios de los medios) y amenazaba con propagarse hacia el resto de la clase capitalista. Era el costo político del "fujimontesinismo" a fin de perpetuarse en el poder. Dado que la corrupción política amenazaba con corromper igualmente a toda la economía (de hecho, durante el fujimorato se hicieron negocios oscuros), seguramente a mayor escala, esto fue advertido por los líderes políticos de entonces y la única salida que encontraron fue echar a Fujimori y sus secuaces a como diera lugar, porque amenazaba los pilares del consenso neoliberal alcanzado, y lo hicieron movilizando incluso a toda la sociedad levantando la bandera de "democracia contra dictadura".

El cambio radical a nivel económico, en cambio, fue menos claro y no ocurrió en el mismo tiempo histórico que el corte político anterior. El régimen de Fujimori, habiendo estabilizado y resuelto los desequilibrios macroeconómicos, durante la primera mitad de los 90, dejó allanado el camino para transitar hacia el cambio de "modelo económico" pero en la segunda mitad de esa década se dedicó a farrear los fondos públicos y corromper a cuanto personaje con poder tuviera a su alcance. Esta historia la conocemos. Entonces la transición al nuevo modelo como que sufrió un paréntesis y retraso. Pero es importante hacer la distinción entre el "modelo" de política económica y el "modelo" de acumulación. El primero se hizo abiertamente neoliberal a partir de 1990, mediante el perfeccionamiento de la gestión y efectividad de la política macroeconómica ortodoxa (léase: control del gasto e inversión pública). La mayor parte de la literatura ha abundado en este aspecto.

En lo referente a la acumulación, ha sido un proceso de cambio de larga duración que empieza desde el desmontaje de las reformas velasquistas en los años 70 (con Morales Bermudes y el segundo gbno Belaunde), se interrumpe por un corto tiempo con el paréntesis ("experimento") heterodoxo; se retoma y continúa mediante las privatizaciones de empresas públicas a lo largo de los 90 y con el gobierno de Toledo (2001-2006), completándose con el segundo gobierno de García. En todo este largo proceso se fue cristalizando el modelo que Schuldt denominó un «modernizado esquema primario-exportador de acumulación» (Schuldt 2005b: 374). La utilidad que tuvo el "modelo económico" vía política macroeconómica (ortodoxa primero y neoliberal después) consistió en sacar a los capitalistas locales de los apuros del corto plazo, debido a las diversas crisis coyunturales, tanto por los defectos de conducción interna como por los choques externos, socializando pérdidas y concentrando el ingreso (funcional y regionalmente). Digamos que el objetivo subyacente, detrás de todas las medidas de manejo de política (fiscal, monetaria, cambiaria), era mantener la tasa media de ganancia en cierto umbral mínimo, especialmente de los más vinculados al sector externo.

En cambio, la implantación del modelo de acumulación en sí requería de una tarea de mayor envergadura, pues dependía, en primer lugar, de consolidar las alianzas de clase entre los grupos dominantes del país (empresarios y capitalistas, banqueros, militares, alta tecnocracia y quizás otros grupos menores). De alguna manera, esto se logró políticamente mediante la elaboración y suscripción de las políticas de estado que están postuladas en el Acuerdo Nacional. Desde nuestro punto de vista, este documento consagró el consenso neoliberal peruano, siendo una de las misiones asumidas por el gobierno de Toledo.

En segundo lugar, y tanto o más importante que lo anterior, la viabilidad decisiva del nuevo modelo de acumulación dependía también de lograr una alianza de clase, pero esta vez con el capital internacional y globalizado, así como con los respectivos estados que son la sede de donde provienen las grandes inversiones, donde se asientan los grandes mercados financieros y el capital especulativo. Involucraba por ende a las grandes potencias occidentales (EEUU, UE) y Japón, así como a los países más potentes, económicamente hablando, de la cuenca Asia-Pacífico; dentro de la región principalmente Brasil, y el resto de la cadena del grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Esta tarea le tocó principalmente al segundo gobierno de García, aunque su antecesor había dejado expedito el camino para empezar a recorrerlo con los EEUU, y el instrumento "técnico" privilegiado para ello vino a ser el TLC. Más aun, el Estado peruano fue el principal instrumento político utilizado para sellar esa alianza de clase con las fuerzas del capitalismo globalizado, incluso con la burguesía de un país como Chile, a costa de la desnacionalización y transnacionalización, al mismo tiempo, de la formación económico-social peruana. Y esto se refleja estructuralmente en las disparidades regionales que tenemos, así como en el conflicto indígena.

La consecuencia que lo anterior tiene para el direccionamiento de la política de desarrollo en general y macroeconómica en particular, es clara: todos los instrumentos están pensados, diseñados y son ejecutados para servir a los fines de la acumulación internacional de capital, y el Perú, o algunas partes de su territorio, ha sido convertido en un nodo de la cadena de valorización de mercancías y del capital a nivel mundial. Aunque no disponemos de indicadores directos para medirlo, de alguna manera está reflejado en la "reprimarización", "desnacionalización" y "desindustrialización", esta última se halla vinculada con la "servicialización" (Schuldt 2009). Desde el punto de vista del capital mundializado, estas tres tendencias son perfectamente válidas y coherentes (están dentro de su lógica de acumulación y reproducción ampliada). Se trata, por tanto, de algo más que solo un regreso «al antaño fracasado esquema primario-exportador». La minería y todo lo relacionado con la extracción/explotación de recursos primarios es la más clara evidencia: no estamos como antaño con presencia de enclaves. Una novedad adicional es que la naturaleza de nuestro país (biodiversidad, parques y reservas, territorios indígenas) está recibiendo una enorme presión en ese sentido, es decir, para ser incorporada a la ley del valor a escala mundial. Lógicamente, el proceso de consolidación de este modelo de acumulación ha tenido y tiene una conducción neoliberal.

En este contexto es que podríamos entender, en ausencia de oposición política y popular organizada, por qué el neoliberalismo en el Perú -y a diferencia de otros países de América Latina— anda ensimismado, mientras que en gran parte del mundo asistimos, junto con la teoría económica que le dio origen, a su derrumbamiento; y por qué, desde el punto de vista de ellos (los neoliberales y la derecha política e intelectual), no ven una "izquierda" funcional a sus intereses. Saben que un cambio de rostro, pero también de estilo de gobierno, en la conducción del poder del Estado, le haría bien a la "continuidad democrática" del sistema (el paradigma es la "concertación" chilena), pero ni en los caviares ni en Ollanta Humala y el "nacionalismo" ven esa posibilidad, a pesar de los esfuerzos de acercamiento que estos hacen (recordemos la visita de Humala a Vargas Llosa en España, no hace mucho). Por eso los neoliberales criollos, sabiéndose únicos y todopoderosos, encerrados en su "campana de vidrio" braudeliana, obran con sectarismo y doctrinarismo económico. Para ellos el (neo)keynesianismo redistributivo o las medidas nacionalizadoras representan una cuña que interrumpe el funcionamiento "eficiente" del modelo de acumulación que defienden bajo la ideología de las sacrosantas leyes del mercado y el crecimiento, que son patraña pura. De las candidaturas con mayores opciones que aparecen en las encuestas, la pelea parece que estará entre Castañeda y Keiko. La suerte de Toledo depende más de los errores que cometan sus contrincantes y no tanto de lo que él mismo haga o diga; Humala por su parte ya no tiene nada que hacer en la contienda, al menos en Lima, convertida por los neoliberales en su bastión conservador pues las últimas elecciones presidenciales se han decidido en la capital del país.

Si las tendencias de "desindustrialización" y "servicialización" se mantienen en los próximos años y décadas, en paralelo con la acumulación y el crecimiento de unos cuantos sectores y/o porciones del territorio (regiones, localidades), el escenario que se proyecta desde allí es bastante desalentador. Para empezar, un país donde se consolida la tendencia a la fragmentación territorial, propagándose múltiples conflictos locales, con pérdida inexorable de identidad (la identidad que impera actualmente es la del mercado) y la nación peruana -si alguna vez existió- convertida en etiqueta (“cómprale al Perú”). En ausencia de una oposición popular organizada, y aunque hagamos la mejor crítica o elaboremos la mejor teoría económica "alternativa", cabría preguntar: ¿estamos condenados a 20 años o más de neoliberalismo? (Seminario 2005). En el Perú cualquiera puede fácilmente darse de bruces tratando de entender esto: si existe "malestar microeconómico" en las masas ¿por qué las mayorías están aparentemente conformes con el modelo vigente? Hay algo allí que requiere urgente explicación sociológica, sicológica, antropológica e histórica.


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