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PENSAR EL TERRITORIO: LOS CONCEPTOS DE CIUDAD-GLOBAL Y REGIÓN EN SUS ORÍGENES Y EVOLUCIÓN

Luis Mauricio Cuervo González




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D. El fin de los años gloriosos y la emergencia de la economía política regional y urbana

Es probable que la situación económica y política específica de América Latina durante el período de posguerra haya contribuido a explicar que el enfoque neoclásico espacial haya tenido menor predominancia y coexistido con visiones heterodoxas y con la estructuralista.15 Las teorías estructuralistas del desarrollo elaboradas por la CEPAL y los enfoques marxistas tuvieron un peso muy grande en el pensamiento regional y urbano latinoamericano desde fines de los años cincuenta y principios de los sesenta. En contraste, en el caso de los países desarrollados debió aguardarse el advenimiento de la crisis política de fines de los años sesenta y económica de los setenta para renovar el interés por aproximaciones estructuralistas.

1. Los enfoques macroespaciales

En cambio, ahora pensaban demostrar cómo las fuerzas de la acumulación capitalista y sus estructuras sociales asociadas crean y recrean las realidades geográficas en lo que Soja (1980) denominó “una dialéctica socioespacial” (Scott, 2000, p. 25). El propósito principal era entonces construir una visión de la geografía histórica del modo capitalista de producción (Scott, 2000, p. 25). Otros temas de interés fueron la pobreza, el desempleo, la desindustrialización y la decadencia regional, así como también el desarrollo desigual del capitalismo, con modelos como los de causación acumulativa e intercambio desigual (Scott, 2000, p. 26).

Un pequeño grupo de geógrafos adoptó un enfoque más heterodoxo e intentó derivar modelos neoricardianos y sraffianos de la estructura espacial de los sistemas de producción del capitalismo (Scott, 2000, p. 26). Las críticas a estos trabajos provinieron de su dificultad para comprender las dinámicas del sujeto e integrarlas al entendimiento de los comportamientos más estructurales (Scott, 2000, p. 27):

“En forma más general, el Marxismo estructuralista ofrecía un marco de análisis que fue juzgado poco abierto y poco alerta a la noción del sujeto humano para acomodar muchas de las tendencias emergentes que ahora estaban siendo importantes en las prácticas de los activistas radicales y en el pensamiento de la izquierda académica.

Esta es una hipótesis de trabajo que tendrá que ser explorada y desarrollada en trabajos posteriores.

Es imposible comprimir el argumento difícil e intrincado de Giddens en unas pocas líneas, pero en su mera esencia, apuntaba a la reconceptualización de lo social como un dominio dual de estructuras sobre puestas y prácticas individuales, donde el primero es el medio y el resultado del último”.

2. Los procesos de diferenciación regional y local

A finales de los años setenta y principios de los ochenta Massey, lideró una corriente que se distanció de las explicaciones marxistas estructurales y promovió un trabajo más empírico de conocimiento del espacio económico del capitalismo (Scott, 2000, p. 27). El atractivo de este enfoque fue aumentado a través de trabajos de epistemología realista como los propuestos por Sayer (1982 y 1984), donde se avanzó en una aproximación relativista:

“Así, mientras sugerimos leyes válidas sobre el proceso socioeconómico (como la tendencia a la igualación de las tasas de ganancia por sectores y regiones) no podemos esperar que estas leyes se manifiesten a nivel empírico en regularidades absolutamente uniformes, ya que nunca se materializan realmente en forma ceteris paribus (Sayer, 1982)” (Scott, 2000, p. 28).

En concordancia con lo anterior, se tendió al estudio de localidades, subrayando la manera específica en que cada una de ellas se acomoda a los procesos y tendencias de cambio más generales:

“La escena estaba dispuesta para una creciente investigación sobre la geografía económica de localidades particulares enfatizando los caminos únicos y variados a través de los cuales estaban respondiendo tanto a las presiones internas como a las externas” (Scott, 2000, p. 28).

Se dio así también lugar a un debate acerca de los problemas de concreción y abstracción en geografía económica (Cox y Mair, 1989, Duncan y Savage, 1989) citados por Scott (2000, p. 28).

3. El tránsito a una geografía económica de los

comportamientos colectivos:

A principios de los ochenta la región fue redescubierta por un grupo de economistas políticos, sociólogos, científicos políticos y geógrafos. Previamente la región había sido objeto de interés, aunque tendió a ocupar una posición derivada, no central:

“Aunque este trabajo trató a la región como un resultado de un proceso económico político más profundo, no como una unidad fundamental de la vida social en el capitalismo contemporáneo, equivalente al mercado, el Estado o la familia, ni como un proceso motriz fundamental en la vida social, al mismo nivel de la tecnología, la estratificación o la conducta por interés. Así, la economía geográfica fue considerada un asunto empírico de segunda importancia para la ciencia social” (Storper, 1997, p. 3).

A comienzos de los años ochenta, en contraste, se afirmó que la región podría ser un fundamento de la vida social en la época posterior a la producción en masa. Las nuevas formas de producción exitosas parecían tener algo fundamental relacionado con el regionalismo y la regionalización (Storper, 1997, p. 3). Estos procesos parecían ser la manifestación del renacimiento de la región como centro del post-fordismo, la flexibilidad, o los sistemas de producción basados en el aprendizaje. Un gran número de científicos sociales, no necesariamente relacionados con el tema, entendieron la regionalización como muy importante, algo más que meramente un nuevo patrón de localización, central para la coordinación de las formas de vida económica más avanzadas del momento. Tres principales escuelas han participado del debate y la construcción de este nuevo concepto de lo regional: institucionalistas, industrialistas, y tecnológicas (Storper, 1997, p. 4).

El papel más general y necesario de la región es como sitio de lo que los economistas han comenzado a llamar las “interdependencias no mercantiles”,16 las cuales toman forma en convenciones, reglas informales, y hábitos que coordinan a los actores económicos en medio de la incertidumbre; estas relaciones constituyen los activos regionales específicos para la producción. Estos activos son una forma central de escasez en el capitalismo contemporáneo, y por tanto, una forma central de diferenciación geográfica de lo que se hace, cómo se hace y en los niveles de riqueza y crecimiento regional resultantes (Storper, 1997, p. 5).

La economía regional y la geografía económica han presenciado así la aparición de un paradigma heterodoxo a su interior, construido a partir de una “santa trinidad”, cada uno de cuyos polos o énfasis corresponde a las tres escuelas participantes del debate contemporáneo de región: tecnologías, organizaciones, territorios. La tecnología y el cambio tecnológico son ahora reconocidos como los principales motores del cambio en los patrones territoriales de desarrollo económico; el ascenso y la caída de los productos toma lugar en los territorios y depende en buena medida de sus capacidades para ciertos tipos específicos de innovación. El cambio tecnológico altera las dimensiones costo-precio de la producción, incluyendo sus patrones de localización. Las organizaciones, principalmente las grandes firmas, grupos o redes integrados en sistemas de producción, dependen de los territorios no solamente por los insumos físicos e intangibles, sino por las mayores o menores relaciones de proximidad mutua. Los territorios, tanto las regiones centrales como las periféricas, pueden caracterizarse por sus fuertes o débiles interrelaciones locales entre factores, difusión tecnológica u organizacional.

Esta corriente considera necesaria la introducción de un nuevo enfoque, donde la metáfora guía sea la economía entendida como sistema de relaciones, el proceso económico como conversaciones y coordinación, los sujetos y los procesos no como factores sino como actores humanos con capacidad de reflexión, tanto individual como colectiva, y la naturaleza de la acumulación económica no simplemente como activos materiales, sino como activos relacionales. La economía regional en particular y la economía territorial integrada en general debe redefinirse como inventario de activos relacionales. Los nuevos contenidos de esta economía regional deben ser la codificabilidad o incodificabilidad del conocimiento, las interdependencias no mercantiles con alto componente de reflexión, y las economías territoriales como sistemas relacionales, no materiales (Storper, 1997, p. 28).

Las capacidades económicas del capitalismo han sufrido una gran expansión y un profundo cambio cualitativo: (i) por la vasta expansión de la naturaleza y de las esferas de control de las firmas, mercados e instituciones; (ii) por la vasta extensión espacial y la profundización de las relaciones sociales mercantiles (Storper, 1997, p. 28), y (iii) por la generalización del uso de métodos organizacionales modernos a dimensiones económicas adicionales y de la vida social. Las consecuencias cualitativas de estas metacapacidades son más novedosas que la mera expansión del sistema capitalista mercantil. Ellas se han agregado para producir un enorme salto en la reflexividad económica.

“Este término se refiere a la posibilidad para los grupos de actores en diferentes esferas institucionales del capitalismo moderno —empresas, mercados, gobiernos, familias y otras colectividades— de delinear el curso de la evolución económica” (Storper, 1997, p. 29).

Así planteado, aparece lo regional como la expresión de una nueva forma de voluntarismo colectivo, para hacer el parangón con la época de la ciencia regional, solamente que ya no es el Estado-Nación el catalizador del movimiento sino que ahora lo es la región.

Se podría afirmar que Fujita, Krugman y Venables (1999) son algunos de los más prominentes exponentes de esta nueva vertiente. Su incorporación de estas interdependencias no mercantiles se hace principalmente a través de la modificación de algunos de los supuestos más básicos de la economía regional neoclásica, a saber, el de los rendimientos marginales decrecientes y el de las economías constantes a escala.


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