BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

PLURICULTURALIDAD Y EDUCACIÓN. Tomo I

Gunther Dietz y otros




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Contexto multicultural y necesidad de una educación intercultural en México: planteamiento y retos

Dr. Juan Antonio Doncel de la Colina

Resumen

En el presente documento se plantea la necesidad de plantear en el sistema educativo mexicano una reforma estructural que conduzca hacia una enseñanza más acorde al carácter pluriétnico, pluricultural y globalizado de la sociedad mexicana. En un primer momento se tratan de clarificar una serie de conceptos esenciales para la articulación de las distintas manifestaciones culturales del país. Desde un amplio concepto de cultura se propone otro que debe atravesarlo dada la relación de dependencia que existe entre ambos: justicia social. A ellos debemos sumar el de globalización, entendido como el contexto en el que deben darse los cambios necesarios para acercarnos al ideal de justicia social, y el de educación, siendo éste el plano en el que se ubica un determinante agente socializador para el logro de estos cambios. En el resto del documento se ofrecen algunos datos estadísticos que ilustran la situación de desigualdad estructural de muchas minorías culturales del país, las cuales agregadas se convierten en una mayoría marginada por una minoría hegemónica (tanto en el plano cultural como en el socioeconómico). Finalmente, se apuntan algunas directrices que contribuyan al logro del cambio deseado.

Palabras clave: cultura, educación, globalización, justicia social.

En torno a los conceptos de cultura, globalización, justicia social y educación

La estructura social mexicana, resultado de un proceso histórico de más de cinco siglos de Colonización e Independencia, se caracteriza por la profunda desigualdad socioeconómica vinculada directamente a determinados grupos étnicos. La riqueza y heterogeneidad cultural de la República, lejos de ser aprovechada y fomentada en un plano de igualdad social, aparece determinada por el sojuzgamiento y minusvaloración de la mayor parte sus culturas. Esta situación se hace especialmente palpable en uno de los principales pilares de toda sociedad, origen y causa de la forma que éstas adquieren: la educación.

La cuestión indígena, dada su dimensión y arraigo en la sociedad mexicana, nos sirve como primer motor para el planteamiento un problema tan complejo como ineludible en tiempos de creciente e imparable fenómeno globalizador. No obstante, si partimos de un concepto de cultura más amplio, flexible y acorde con las dinámicas migratorias y tecnológicas no podemos ceñirnos únicamente a este sector de la población. En este sentido puede sernos muy útil el concepto de cultura entendido en los términos que plantea de la Torre, a partir de autores como Berger y Luckmann o Clifford Geertz.

De Peter Berger y Thomas Luckmann extraemos la idea, expuesta en su obra “La construcción social de la realidad”, del triple movimiento dialéctico que caracteriza toda interacción social (léase “exteriorización-objetivación-interiorización”), así como la idea resaltada por de la Torre, según la cual:

El mundo de la vida cotidiana es un mundo intersubjetivo y eminentemente práctico. Es la relación “cara a cara” (…) en la que cada uno participa también de la vida del otro y construye, con él, un mundo significativo para ambos. Por supuesto que esto es decisivo para hablar de la educación como acción simbólica. En la relación “cara a cara” se construyen los universos simbólicos que conforman una cultura (de la Torre, 2004).

En lo que se refiere a Clifford Geertz, también nos ha de servir su ya clásica definición de cultura, expuesta en su obra “La interpretación de las culturas”. En este sentido, este autor afirma que:

Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser, por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones (Geertz, 2005).

Desde un enfoque de la dominación y de las relaciones de poder, de las que tanto escribió Michael Foucault, Geertz propone dos ideas:

La primera es la de que la cultura se comprende mejor no como complejos de esquemas concretos de conducta (…) sino como una serie de mecanismos de control –planes, recetas, fórmulas, reglas, instrucciones (lo que los ingenieros de computación llaman “programas”)- que gobiernan las conductas. La segunda idea es la de que el hombre es precisamente el animal que más depende de esos mecanismos de control extragenéticos, que están fuera de su piel, de esos programas culturales para ordenar su conducta (de la Torre, 2004).

No obstante este determinismo ineludible, una visión de la cultura como fenómeno esencialmente dinámico es lo que nos aportan tanto Geertz como Berger y Luckmann, una visión según la cual la cultura no aparece únicamente como agente coercitivo frente a un sujeto social pasivo. En palabras de de la Torre:

(Hablar de cultura) no es hablar de algo que está ahí, puesto por la historia –como si la historia no fuésemos nosotros mismos-, o por la naturaleza, sino de una realidad que construimos día con día. Una producción de significados en la que quedan impresas nuestras aspiraciones, nuestros intereses, nuestro deseo y que, por esto mismo, se constituye en una arena de lucha y conflicto (ibídem).

Así pues, creemos que la propuesta teórica de de la Torre es perfectamente aplicable a lo que pretendemos presentar, a nivel conceptual, como base para una verdadera educación intercultural. Es por ello que coincidimos en la definición de cultura con la que este autor comienza el escrito analizado, definición según la cual:

Partimos de la idea de que la cultura es el resultado de una dinámica de interrelaciones entre los seres humanos y el mundo en el que se desenvuelven; una concepción de la cultura que tiene por base una idea del hombre como un ser abierto al mundo, como un ser que trae cosas a la existencia –de acuerdo con la idea heideggeriana-, productor de sentido y ontocreador” (ibídem).

De este enfoque teórico nos interesa destacar dos características fundamentales del concepto de cultura, pues para empezar a construir una auténtica educación intercultural debemos partir de un concepto amplio de cultura, y no ceñirnos únicamente a la identificación de ciertos usos y costumbres asociados a determinadas nacionalidades o grupos étnicos. Por una parte debemos subrayar el proceso de construcción bidireccional de la cultura para oponerla a lo que está sucediendo actualmente: la imposición de la cultura mayoritaria y dominante sobre las minoritarias, imposición soportada por sujetos a los que no les queda otra opción que sacrificar gran parte de su esencia cultural para adaptarse y sobrevivir como individuos sociales. Por otra parte, también debemos resaltar que las culturas están vivas y en constante recreación, recreación posible gracias al poder performativo del actor social y a pesar del poder coercitivo de aquellas sobre estos.

En este sentido, las instituciones educativas, agentes activos en la delimitación de las formas culturales dominantes, pueden ser entendidas tanto como factor de transformación como de reproducción social. El hecho de que la adscripción a determinados grupos sociales correlacione directamente con la marginación, la desigualdad de oportunidades y la posición relativa en la estructura socioeconómica hace que la necesidad de educar en la interculturalidad se torne imperiosa y que, por tanto, el sistema educativo se erija en motor del cambio social. Ante un indiscutible panorama de oportunidades educativas diferenciadas según el status socioeconómico, no podemos eludir el hecho de que en muchas ocasiones se establece una rígida correlación entre la sociedad y cultura de procedencia, el status socioeconómico y el nivel de estudios. Así pues, junto a la diferenciación intercultural, debemos tener presente que las diferencias socioeconómicas muchas veces aparecen vinculadas a variables como el país, la región o el grupo étnico de procedencia, variable que se convierte, de este modo, en fuente y explicación de conflictos sociales. Todo esto nos impulsa a destacar la centralidad del concepto justicia social como base previa antes de proponer los cambios que consideramos deseables para lograr una mayor sintonía entre sistema educativo y realidad sociocultural del país.

A los conceptos de educación, de justicia social y de cultura debemos añadir el de globalización, entendida ésta como una nueva revolución industrial, impulsada por poderosas tecnologías de la información y la comunicación, que apenas ha comenzado (Appadurai, 2007), pues se trata éste del momento histórico en estado de gestación que ofrece las condiciones que hacen posible el cambio social (o que más bien obligan al cambio). Es decir, la globalización constituye, el caldo de cultivo (el contexto y la dinámica social mundial) en el que debemos enmarcar nuestros esfuerzos. Conocer la forma y dirección que este fenómeno muestra, así como sus complejos mecanismos, se convierte en tarea ineludible para lograr resultados acordes al ritmo y al sentido de los tiempos.

La globalización es un fenómeno, para muchos una nueva Era, que va más allá de la movilidad de personas y mercancías a lo largo y ancho de la geografía mundial, movilidad favorecida por los rápidos avances tecnológicos aplicados a los medios de transporte. La progresión aritmética en este terreno, se convierte en geométrica si nos fijamos en la evolución de los modernos medios de comunicación. Esto favorece que aún cuando no se produce la movilidad física, se desplacen e intercambien ideas, valores, creencias, costumbres, pautas de comportamiento y, en definitiva, cultura. Por ejemplo, aquí es importante destacar que, además de impactar de un modo dialéctico en las sociedades receptoras y en las emisoras, se está generando una propia cultura de los medios de comunicación (lo que se ha dado en llamar cibercultura), la cual articula a una inmensa y multifacética comunidad internacional cibernética.

Los nuevos procesos educativos no pueden permanecer ciegos a realidades como ésta, es decir, no podemos pasar por alto las posibilidades y los riesgos que surgen tanto de la educación como de la socialización “a distancia”. En este sentido, en el informe de la UNESCO, denominado “Hacia las sociedades del conocimiento”, se hace patente la importancia de Internet para la construcción de identidades personales, las cuales no pueden ser desvinculadas de la identidad social (sea ésta étnica, regional, nacional, etc.). Aunque la siguiente cita se refiere más a las capacidades expresivas que posibilita este medio y a los efectos en la desestructuración cognitiva del individuo (y posterior reestructuración, entendemos) también debemos considerar su poder performativo y la construcción de una nueva sociedad (todavía no sabemos en qué sentido).

Internet ofrece (…) posibilidades inéditas de experimentación de la identidad, gracias al establecimiento de intercambios que se establecen al margen de toda implicación física y de manera totalmente anónima, desencarnada y sincrónica. Al permitir la superposición de identidades personales virtuales y reales, Internet ofrece ámbitos inéditos de expresión. Según algunos expertos, funciona como un revelador de las fuerzas y tendencias escondidas de las sociedades que configura, favoreciendo por una parte la tendencia a la despersonalización y al olvido de la propia identidad, y creando por otra parte dinámicas que permiten desmultiplicar las identidades virtuales de cada individuo al amparo de un número casi infinito de seudónimos (UNESCO, 2005).


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